Social

"Si llega inadvertidamente a oídos de quienes no están capacitados ni destinados a recibirla, toda nuestra sabiduría ha de sonar a necedad y en ocasiones, a crimen, y así debe ser". Friedrich Wilhelm Nietzsche.

martes, 14 de noviembre de 2017

​Toxicomanía desde la perspectiva psicoanalítica y psiquiátrica (Segunda Parte).

“Si no está en tus manos cambiar una situación que te produce dolor, siempre podrás escoger la actitud con la que afrontes ese sufrimiento”. Viktor Frankl.

La conducta del toxicómano regularmente es estereotipada y demanda un atributo obligado al consumo de la sustancia tóxica pero que reclama una sanción terapéutica univoca: ¡Líbrenme de ese flagelo­! ¡Los toxicómanos no cumplimos con la promesa de abandonar el consumo por lo tanto, enciérrenme!
En efecto, parece que una psicoterapia de la abstinencia daría la posibilidad de someter a examen ese modelo clásico en que un organismo es separado de un ­cuerpo extraño, en el entendimiento de que el primero recuperará su integridad una vez apartado del influjo mórbido del segundo. Cuando se afirma una concepción así con toda naturalidad se recurre a modelos de inspiración de comportamientos conductista para pensar que la abstinencia va a tener un efecto directo sobre la toxicomanía. Si reflexionamos sobre este pensamiento clásico del «tratamiento de los toxicómanos según el cual un primer tiempo se debe dedicar a lo fisiológico (eliminación del cuerpo extraño), y un segundo tiempo, a lo ­psíquico­. Se trata de una dicotomía enteramente funcional y correlativa de esta creencia en una dependencia doble: una dependencia fisiológica a la que se agrega una dependencia psicológica como si se tratara de dos territorios heterogéneos.
Precisamente, la cuestión de la abstinencia suscita una reflexión dinámica capaz de subvertir ese modelo. No es casual que en las toxicomanías clásicas se presenten de manera simultánea modificaciones fisiológicas y cierta psicopatología, y un estudio de la abstinencia tal vez permita abordar lo que esta correspondencia supone. Siguiendo la exigencia de Sigmund Freud para pensar en la histeria, es preciso que podamos considerar clínicamente la correspondencia sintomática de esos dos registros diferentes. Posiblemente el mejor modo de presentar los lances de la abstinencia es reproducir inicialmente algunos enunciados de los toxicómanos: “Sin la droga siento que falta algo de mí”, “La droga es mi brazo derecho” “Soy como una esponja, recupero mi forma con la droga”.
Si el «Farmakon» parece «prestar un cuerpo», su ausencia evoca una «forma de mutilación». En efecto los discursos sobre la abstinencia se organizan bajo la referencia de una falta que simboliza una lesión. Una metáfora elocuente de un toxicómano dilucida está idea: “Cuando no consumo (droga) siento que estoy amputado, es como si me faltara un miembro del cuerpo (¿herida profunda del narcisismo?) y me doliera… es como si fuera un miembro fantasma”.
Si le otorgamos a este enunciado el valor de una metáfora es porque representa la operación privilegiada que recoge la relación del cuerpo con la palabra, lejos de toda dicotomía entre lo psíquico y lo somático.
Esta evocación de un “miembro fantasma” como un órgano ausente, que empero produce dolor, designa, sin duda, una forma de paradoja situada en el centro de ese cuestionamiento sobre la abstinencia.
Para articular dos dimensiones esenciales de la operación del Farmakon, debemos analizar la cuestión alucinatoria y el dolor.
El dolor característico de esta formación que se asemeja a un miembro fantasma suscita, para empezar, algunas cuestiones. Se revela aquí como en negativo y se presenta como la afección principal engendrada por la abstinencia. Causa una queja que se desenvuelve como en el límite de lo psíquico y lo somático. Así, la ausencia de la sustancia tóxica crea la figura de un miembro o de un órgano doloroso, poniendo directamente en función la investidura de zonas corporales. y esta formación se impone como tal al sujeto. Y en cuanto al carácter alucinatorio de este fenómeno, o sea del miembro fantasma es una formación que no posee el valor ni la consistencia del fantasma. Este último remite al acto creador de la elaboración de un saber que, a espaldas del sujeto, pasa a acondicionar la pérdida del objeto. Aquel efecto fantasma parece pertenecer más bien al registro de lo alucinatorio. Entiéndase que no existe alucinación según lo dicho el toxicómano, sino que él indica la presencia de una dimensión alucinatoria en la abstinencia.
La metáfora del miembro fantasma nos da a intuir la intervención de procesos alucinatorios en la abstinencia, esto lo descubrimos en las manifestaciones propias de la abstinencia que es la forma invertida del proceso de la dependencia. Los discursos del toxicómano en el contexto de una abstinencia versan regularmente sobre una forma de urgencia corporal, aunque esa necesidad puramente fisiológica ya no exista tras una cura de desintoxicación completa.
De un modo diferente, Sigmund Freud había indicado esta vía para la comprensión de las intoxicaciones: ­“La pérdida insoportable inflingida por la realidad sería justamente la del alcohol. Cuando se suministra este último las alucinaciones cesan”. Pero vayamos más profundo, hasta considerar que la dependencia misma depende de efectos alucinatorios. El cuerpo parece entonces omnipresente en tanto no lo vela la palabra ni lo toman a su cargo las representaciones. ¡Es un «órgano» el que le falta para recuperar su completitud! Al mismo tiempo, una forma de investidura alucinatoria del recuerdo de la satisfacción parece invalidar todo acto de habla.




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