Los conflictos psíquicos que manifiesta el transexual se sitúan en relación con el trastorno de la identidad de género anterior a la intervención psicoterapéutica y quirúrgica. El problema principal de la transexualidad conciernen al estado psíquico que impulsa al sujeto a realizar una castración mediante una intervención quirúrgica. Si bien en algunos transexuales la operación médica para la resignación de sexo trae un alivio, los datos siguen siendo insuficientes ya que no se disponen de historiales clínicos posoperatorios desde las diferentes ramas de la ciencia (médico, psiquiátrico, sociológico, psicoanalítico, etcétera) que comprenda al menos una década de seguimiento para una valoración veraz.
Regularmente estos sujetos después de la reasignación sexo-genérico, abandonan el tratamiento psicoterapéutico, posiblemente en un intento de olvidar, o ya no saber más de su angustiado pasado.
La complejidad de la sexualidad lleva a situaciones paradójicas, por ejemplo se puede observar a un transexual hombre que después de su resignación sexo-genérico en mujer adopte una homosexualidad femenina, es decir que únicamente mantenga vínculos o relaciones sexuales con mujeres. Por último, la experiencia ha permitido comprobar que al lado de estructuras rígidas sostenidas por una convicción casi delirante del sujeto en quien la intervención provocó cierto «alivio» psíquico, existen otros cuya transexualidad es una manifestación engañosa. En estos casos, la intervención suele ser seguida de exacerbadas manifestaciones ansiosas y depresivas que pueden llevar al suicidio. De ahí la necesidad de replantear las ideas en todos los campos que llevan a pensar que el trastorno de género es un estado “normal”, o que la intervención quirúrgica para la resignación sexo-genérico no conlleva graves consecuencias psíquicas, minimizando los «daños» que están implícitos.
Existen más preguntas que respuestas al respecto, y el campo de estudio es aun incipiente, sin investigaciones profundas sobre el tema, mientras que las decisiones que se toman ahora —sobre todo desde el campo de la psiquiatría— están motivadas marcadamente por presiones socio-culturales más que por estudios multidisciplinarios que nos acerquen a la verdad de cómo se estructura la identidad de género y las implicaciones que tiene sobre el sujeto.
Las descripciones de la transexualidad pone en primer plano el profundo malestar que padece el sujeto por pertenecer a un sexo que no es vivido como propio. Si bien, adoptan los gustos, las actitudes, la disposición convincente de identificarse con el sexo de su preferencia, esta identidad de género que pretende adquirir se observa francamente sobrecompensada.
El transexual mantiene una obsesión casi delirante por librarse de los atributos sexuales con los que nació, e intenta por todos los medios posibles deshacerse de ellos. En el caso de sujetos nacidos como varones esperan que la resignación sexo-genérico a mujer les aporte las satisfacciones sexuales que les faltan. No admiten la determinación cromosómica del sexo asignada biológicamente cuando es fecundado el óvulo por el espermatozoide. En conclusión, el sexo es impuesto por la naturaleza, reconocido y declarado a la sociedad por los padres, y autentificado por la vivencia del sujeto. Este último término puede tener un poder que los otros dos no le reconocen.
La era tecnológica nos he llevado hasta lo inconmensurable: padres que eligen el sexo de su hijo gracias a la manipulación genética y que posteriormente —cuando el vástago crezca— tenga la opción de cambiar su identidad sexo-genérico.
La menor de las paradojas de esta situación es que, aunque algunos profesionales de la salud mental siguen consideran el trastorno de la identidad de género como una anomalía psíquica, muchos de los transexuales no se sienten afectados por esto sino por el rechazo y confinamiento social, que es a quien le atribuyen, muchas veces, la ansiedad, depresión, etcétera que manifiestan.
Algunos transexuales que presentan delirios les sirve como mecanismo de “represión de la realidad”, algunos otros sin duda negarán estos delirios para contrariar esta afirmación.
En el sujeto nacido biológicamente mujer pero desea reasignarse como hombre se circunscribe a la castración ovárica, que no va acompañada de ninguna modificación aparente de los caracteres sexuales secundarios. Esto implica modificaciones variables y menores (en relación con los hombres que desean reasignarse como mujeres) casi siempre relacionadas con la repercusión psíquica de la situación más que con el efecto biológico directo. Asimismo las modificaciones consecutivas a la histerectomía obedecen indubitablemente a su impacto sobre la psique.
Regularmente estos sujetos después de la reasignación sexo-genérico, abandonan el tratamiento psicoterapéutico, posiblemente en un intento de olvidar, o ya no saber más de su angustiado pasado.
La complejidad de la sexualidad lleva a situaciones paradójicas, por ejemplo se puede observar a un transexual hombre que después de su resignación sexo-genérico en mujer adopte una homosexualidad femenina, es decir que únicamente mantenga vínculos o relaciones sexuales con mujeres. Por último, la experiencia ha permitido comprobar que al lado de estructuras rígidas sostenidas por una convicción casi delirante del sujeto en quien la intervención provocó cierto «alivio» psíquico, existen otros cuya transexualidad es una manifestación engañosa. En estos casos, la intervención suele ser seguida de exacerbadas manifestaciones ansiosas y depresivas que pueden llevar al suicidio. De ahí la necesidad de replantear las ideas en todos los campos que llevan a pensar que el trastorno de género es un estado “normal”, o que la intervención quirúrgica para la resignación sexo-genérico no conlleva graves consecuencias psíquicas, minimizando los «daños» que están implícitos.
Existen más preguntas que respuestas al respecto, y el campo de estudio es aun incipiente, sin investigaciones profundas sobre el tema, mientras que las decisiones que se toman ahora —sobre todo desde el campo de la psiquiatría— están motivadas marcadamente por presiones socio-culturales más que por estudios multidisciplinarios que nos acerquen a la verdad de cómo se estructura la identidad de género y las implicaciones que tiene sobre el sujeto.
Las descripciones de la transexualidad pone en primer plano el profundo malestar que padece el sujeto por pertenecer a un sexo que no es vivido como propio. Si bien, adoptan los gustos, las actitudes, la disposición convincente de identificarse con el sexo de su preferencia, esta identidad de género que pretende adquirir se observa francamente sobrecompensada.
El transexual mantiene una obsesión casi delirante por librarse de los atributos sexuales con los que nació, e intenta por todos los medios posibles deshacerse de ellos. En el caso de sujetos nacidos como varones esperan que la resignación sexo-genérico a mujer les aporte las satisfacciones sexuales que les faltan. No admiten la determinación cromosómica del sexo asignada biológicamente cuando es fecundado el óvulo por el espermatozoide. En conclusión, el sexo es impuesto por la naturaleza, reconocido y declarado a la sociedad por los padres, y autentificado por la vivencia del sujeto. Este último término puede tener un poder que los otros dos no le reconocen.
La era tecnológica nos he llevado hasta lo inconmensurable: padres que eligen el sexo de su hijo gracias a la manipulación genética y que posteriormente —cuando el vástago crezca— tenga la opción de cambiar su identidad sexo-genérico.
La menor de las paradojas de esta situación es que, aunque algunos profesionales de la salud mental siguen consideran el trastorno de la identidad de género como una anomalía psíquica, muchos de los transexuales no se sienten afectados por esto sino por el rechazo y confinamiento social, que es a quien le atribuyen, muchas veces, la ansiedad, depresión, etcétera que manifiestan.
Algunos transexuales que presentan delirios les sirve como mecanismo de “represión de la realidad”, algunos otros sin duda negarán estos delirios para contrariar esta afirmación.
En el sujeto nacido biológicamente mujer pero desea reasignarse como hombre se circunscribe a la castración ovárica, que no va acompañada de ninguna modificación aparente de los caracteres sexuales secundarios. Esto implica modificaciones variables y menores (en relación con los hombres que desean reasignarse como mujeres) casi siempre relacionadas con la repercusión psíquica de la situación más que con el efecto biológico directo. Asimismo las modificaciones consecutivas a la histerectomía obedecen indubitablemente a su impacto sobre la psique.
Be First to Post Comment !
Publicar un comentario