“El hombre es la suma de sus fantasías”. Henry James.
¿Qué significa la palabra “fantasma” para el psicoanálisis? Es una escena, en ocasiones un recuerdo olvidado que sin alcanzar la conciencia permanece activo y sigue influyendo de manera determinante en el sujeto. Es un panorama generalmente inconsciente destinado a satisfacer un deseo incestuoso que no se puede concretar. Por ejemplo, el niño que desea unirse sexualmente a su madre durante el Complejo de Edipo, fantasea la relación sexual como única alternativa. El fantasma tiene la función de sustituir la acción —que por alguna circunstancia es imposible llevarla a cabo en la realidad— por una satisfacción fantaseada como opción. Así el deseo se cumple parcialmente en una fantasía en el inconsciente “suponiendo” que se reproduce en la realidad. Por eso Sigmund Freud calificó a la fantasía de “realidad psíquica”. En otras palabras, cuando un deseo incestuoso no encuentra su objeto en la realidad concreta «no lo encontrará nunca» el Yo lo inventa y lo recrea completamente en la imaginación.
El fantasma es un teatro mental catártico que pone en escena la satisfacción inmediata del deseo y, así, descarga la tensión psíquica. El fantasma no es una difusa ensoñación, ni un monólogo interior, ni siquiera la voz de la conciencia que juzga (Superyó), guía o protege. No, el fantasma es una breve escena dramática extremadamente rápida, que se repite, siempre igual, sin que la conciencia la perciba nunca concretamente, el fantasma se intercala hábilmente entre los pensamientos. Se trata, pues, de una escena fantasmática que no se percibe mentalmente pero cuyos efectos se sienten emocionalmente sin saber que esa escena es lo que causa la emoción. Un sentimiento de amor, odio, asco, celos… puede haber sido suscitado, por ejemplo, por una escena fantasmática con el propósito de calmar la pasión de un deseo sexual o agresivo que exige su inmediata satisfacción; verbigracia una adolescente ama profundamente a su padre y, sin saberlo, también lo desea. Inconsciente de su deseo incestuoso, se comporta con su progenitor incomoda y hasta le tiene miedo. ¿Qué ha ocurrido? En realidad su deseo incestuoso —perfectamente normal en una joven que aun no ha puesto punto final a su Complejo de Edipo— se ha apoderado de su Yo y para calmar la tensión, forja un fantasma, es decir, una escena fantasmática de seducción en la que la joven goza al ser seducida por un padre a quien ella, a su vez seduce. Aun cuando no vea esta escena ni sienta el deseo incestuoso que la anima, conscientemente la joven experimenta sentimientos intensos en relación con su padre, pero son sentimientos totalmente opuestos a los que vive inconscientemente en su fantasía. En vez de seducir a su padre y dejarse seducir por él, lo rechaza violentamente, siente asco y repugnancia por él. En suma, detrás de ese rechazo se esconde el fantasma de la seducción y detrás del fantasma brota el deseo incestuoso. Por lo tanto el fantasma satisface inconscientemente el deseo, mientras que la repulsión y el asco son sentimientos reactivos: la repugnancia y el asco por el padre es el reverso de un intolerable deseo incestuoso.
Generalmente los fantasmas son inconscientes, el inconsciente conserva en sus profundidades fantasmas que aspiran a salir a la conciencia, sin embargo, saben que es muy difícil lograrlo, mientras el Yo se encuentra ocupado en otras cosas de la vida cotidiana sin ocuparse de ellos; aunque de vez en cuando el Yo pierde atención por la situación presente, y entonces esos fantasmas aprovechan ese descuido y empiezan hacer estragos en el sujeto. Esto sucede también en los sueños, el Yo deja de tener el control y los fantasmas salen a relucir. Por otro lado, podemos observar que cuando el sujeto está muy interesado y apegado a un objeto, también sus fantasmas se movilizarán y darán por resultado un comportamiento, una decisión o una reacción afectiva a menudo inoportuna que devendrá en conflictos con el objeto. Muchas acciones que realiza el sujeto sirven para transformar el fantasma inconsciente, en un acto.
Los síntomas son la manifestación dolorosa de las escenas fantasmáticas que reinan en el inconsciente desde la infancia. Estas escenas encuentran en el síntoma, en los sueños o en los actos esenciales de la vida afectiva sus diferentes medios de expresión.
El fantasma es, pues, un cuadro interior, pero suponiendo que ese cuadro fuera visible ¿Qué mostraría? ¿Qué acción se desarrollaría en él? Puesto que los deseos, cuyo señuelo es el fantasma, son deseos sexuales o agresivos, es decir, buscan el placer de alcanzar el cuerpo del otro o de hacerle daño, lo que suceda en la escena fantaseada será su reflejo. Por tanto se trata de una trama infantil de dominio sexual o agresivo de un personaje fuerte sobre un personaje débil. En este sentido, toda escena fantasmática es resultado del Complejo de Edipo puesto que el protagonista busca poseer al otro o ser poseído por él. No obstante, en la acción fantasmática el sujeto puede desempeñar todos los papeles, a veces es el dominador y otras el dominado; en ocasiones es el adulto-abusador y en otras el niño-víctima; por momentos es un hombre viril o se traslada a representar una mujer sumisa, etcétera. Muy a menudo la situación de dominación es una mezcla de erotismo y de agresividad pero de connotación pueril, en ella los gestos son más bien mímicos, como si en su fantasía el sujeto «jugara» no con muñequitos sino con pequeños personajes crueles y sexuales. Para ser más claros, la escena fantasmática no es una escena pornográfica ni una escena de terror, sino más bien una caricatura.
Ahora bien, la escena fantasmática no tiene la nitidez de una película sino es un esbozo, un esquema dinámico más vivido que concebido. Es, pues, una escena sentida y no observada, como si el sujeto fuera «ciego» a su fantasma. Obviamente el fantasma está presente, influye en el comportamiento, pero el sujeto no lo ve, aunque puede experimentar la sensación que corresponde a su gesto en la acción escénica. En conclusión el fantasma dirige al sujeto, pero éste no observa la escena ni distingue claramente a los protagonistas; siente las tensiones que están en juego, la intensidad o, más exactamente, el equilibrio de las fuerzas dominantes y hostiles, protectoras y tiernas. El fantasma es una escena virtual, una representación abstracta y condensada de las tendencias inconscientes.
¿Qué significa la palabra “fantasma” para el psicoanálisis? Es una escena, en ocasiones un recuerdo olvidado que sin alcanzar la conciencia permanece activo y sigue influyendo de manera determinante en el sujeto. Es un panorama generalmente inconsciente destinado a satisfacer un deseo incestuoso que no se puede concretar. Por ejemplo, el niño que desea unirse sexualmente a su madre durante el Complejo de Edipo, fantasea la relación sexual como única alternativa. El fantasma tiene la función de sustituir la acción —que por alguna circunstancia es imposible llevarla a cabo en la realidad— por una satisfacción fantaseada como opción. Así el deseo se cumple parcialmente en una fantasía en el inconsciente “suponiendo” que se reproduce en la realidad. Por eso Sigmund Freud calificó a la fantasía de “realidad psíquica”. En otras palabras, cuando un deseo incestuoso no encuentra su objeto en la realidad concreta «no lo encontrará nunca» el Yo lo inventa y lo recrea completamente en la imaginación.
El fantasma es un teatro mental catártico que pone en escena la satisfacción inmediata del deseo y, así, descarga la tensión psíquica. El fantasma no es una difusa ensoñación, ni un monólogo interior, ni siquiera la voz de la conciencia que juzga (Superyó), guía o protege. No, el fantasma es una breve escena dramática extremadamente rápida, que se repite, siempre igual, sin que la conciencia la perciba nunca concretamente, el fantasma se intercala hábilmente entre los pensamientos. Se trata, pues, de una escena fantasmática que no se percibe mentalmente pero cuyos efectos se sienten emocionalmente sin saber que esa escena es lo que causa la emoción. Un sentimiento de amor, odio, asco, celos… puede haber sido suscitado, por ejemplo, por una escena fantasmática con el propósito de calmar la pasión de un deseo sexual o agresivo que exige su inmediata satisfacción; verbigracia una adolescente ama profundamente a su padre y, sin saberlo, también lo desea. Inconsciente de su deseo incestuoso, se comporta con su progenitor incomoda y hasta le tiene miedo. ¿Qué ha ocurrido? En realidad su deseo incestuoso —perfectamente normal en una joven que aun no ha puesto punto final a su Complejo de Edipo— se ha apoderado de su Yo y para calmar la tensión, forja un fantasma, es decir, una escena fantasmática de seducción en la que la joven goza al ser seducida por un padre a quien ella, a su vez seduce. Aun cuando no vea esta escena ni sienta el deseo incestuoso que la anima, conscientemente la joven experimenta sentimientos intensos en relación con su padre, pero son sentimientos totalmente opuestos a los que vive inconscientemente en su fantasía. En vez de seducir a su padre y dejarse seducir por él, lo rechaza violentamente, siente asco y repugnancia por él. En suma, detrás de ese rechazo se esconde el fantasma de la seducción y detrás del fantasma brota el deseo incestuoso. Por lo tanto el fantasma satisface inconscientemente el deseo, mientras que la repulsión y el asco son sentimientos reactivos: la repugnancia y el asco por el padre es el reverso de un intolerable deseo incestuoso.
Generalmente los fantasmas son inconscientes, el inconsciente conserva en sus profundidades fantasmas que aspiran a salir a la conciencia, sin embargo, saben que es muy difícil lograrlo, mientras el Yo se encuentra ocupado en otras cosas de la vida cotidiana sin ocuparse de ellos; aunque de vez en cuando el Yo pierde atención por la situación presente, y entonces esos fantasmas aprovechan ese descuido y empiezan hacer estragos en el sujeto. Esto sucede también en los sueños, el Yo deja de tener el control y los fantasmas salen a relucir. Por otro lado, podemos observar que cuando el sujeto está muy interesado y apegado a un objeto, también sus fantasmas se movilizarán y darán por resultado un comportamiento, una decisión o una reacción afectiva a menudo inoportuna que devendrá en conflictos con el objeto. Muchas acciones que realiza el sujeto sirven para transformar el fantasma inconsciente, en un acto.
Los síntomas son la manifestación dolorosa de las escenas fantasmáticas que reinan en el inconsciente desde la infancia. Estas escenas encuentran en el síntoma, en los sueños o en los actos esenciales de la vida afectiva sus diferentes medios de expresión.
El fantasma es, pues, un cuadro interior, pero suponiendo que ese cuadro fuera visible ¿Qué mostraría? ¿Qué acción se desarrollaría en él? Puesto que los deseos, cuyo señuelo es el fantasma, son deseos sexuales o agresivos, es decir, buscan el placer de alcanzar el cuerpo del otro o de hacerle daño, lo que suceda en la escena fantaseada será su reflejo. Por tanto se trata de una trama infantil de dominio sexual o agresivo de un personaje fuerte sobre un personaje débil. En este sentido, toda escena fantasmática es resultado del Complejo de Edipo puesto que el protagonista busca poseer al otro o ser poseído por él. No obstante, en la acción fantasmática el sujeto puede desempeñar todos los papeles, a veces es el dominador y otras el dominado; en ocasiones es el adulto-abusador y en otras el niño-víctima; por momentos es un hombre viril o se traslada a representar una mujer sumisa, etcétera. Muy a menudo la situación de dominación es una mezcla de erotismo y de agresividad pero de connotación pueril, en ella los gestos son más bien mímicos, como si en su fantasía el sujeto «jugara» no con muñequitos sino con pequeños personajes crueles y sexuales. Para ser más claros, la escena fantasmática no es una escena pornográfica ni una escena de terror, sino más bien una caricatura.
Ahora bien, la escena fantasmática no tiene la nitidez de una película sino es un esbozo, un esquema dinámico más vivido que concebido. Es, pues, una escena sentida y no observada, como si el sujeto fuera «ciego» a su fantasma. Obviamente el fantasma está presente, influye en el comportamiento, pero el sujeto no lo ve, aunque puede experimentar la sensación que corresponde a su gesto en la acción escénica. En conclusión el fantasma dirige al sujeto, pero éste no observa la escena ni distingue claramente a los protagonistas; siente las tensiones que están en juego, la intensidad o, más exactamente, el equilibrio de las fuerzas dominantes y hostiles, protectoras y tiernas. El fantasma es una escena virtual, una representación abstracta y condensada de las tendencias inconscientes.
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