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"Si llega inadvertidamente a oídos de quienes no están capacitados ni destinados a recibirla, toda nuestra sabiduría ha de sonar a necedad y en ocasiones, a crimen, y así debe ser". Friedrich Wilhelm Nietzsche.

martes, 14 de noviembre de 2017

​El amor de la niña por el padre.

“La niña atribuye regularmente toda prohibición moral, todo cansancio del padre, como una falta de amor”.

Y es que la niña no aspira sólo a obtener el amor tierno del padre sino mucho más… En efecto, entre los tres y seis años, ¿No ha descubierto acaso la niña, y desde hace tiempo ya, el placer emanado no sólo de la totalidad de su superficie cutánea, sino, sobre todo, de su zona erógena genital? Cuando la niña se sienta sobre las rodillas del padre, o cuando para divertirla, la coloca a horcajadas sobre su espalda, busca el más íntimo contacto de sus zonas sensibles con el padre amado; busca de obtener del Dios que adora, el máximo placer accesible a su cuerpecito. Pero si el padre percibe todo esto, o si simplemente está cansado de estos juegos, interrumpe la cabalgata a horcajadas o coloca en el suelo a su hija frustrada, destronada de sus divinas rodillas. La niña atribuye regularmente toda prohibición moral, todo cansancio del padre, a un indudable rechazo amoroso. Seguramente la niña pensaría ¡Si mi padre me coloca en el suelo cuando anhelo me siga brindando ese placer genital que siento a su lado es porque no me quiere! Mientras que a mi madre (o quien la reemplace) le ofrece todas las atenciones, la acaricia de una forma diferente, la besa en los labios…
La profunda herida narcisista en la niña deja una perdurable huella de celos, impotencia y frustración. La primitiva desilusión amorosa, la que la niña siente entre los tres a seis años, a partir del primer florecimiento de su psicosexualidad femenina, se compone de todo esto. La primera flor de su amor se marchita, y a veces, si la helada que la seco fue demasiado intensa —esa flor demasiado delicada— nunca más volverá a florecer.
No obstante, en otros casos, si ese Dios llamado padre es más clemente la conducirá a un próspero desarrollo sexual. En efecto, el padre no podrá nunca satisfacer las aspiraciones eróticas de su hija, nunca podrá ser su iniciador en la sexualidad. Pero por esto mismo tiene mayor obligación de amarla con profunda «ternura», de dedicarle ese amor largo y constante que puede precisamente tornarse sexual en la vida adulta con su partenaire y que será ese amor sobre el cual se edifica la familia duradera. Así dispensada, la ternura del padre constituye el clima donde mejor evoluciona la sexualidad femenina.
Cuando la niña recibe ternura, amor, aunque de fin inhibido, consiente mucho más fácilmente en adoptar la actitud psicosexual que su partenaire espera de ella en la adultez, con todos los riesgos narcisistas y vitales que esta actitud implica. La penetración vaginal será sentida como una herida, pero ¿Qué importa para la mujer que es amada? El sufrimiento se convierte en ese placer soñado y el masoquismo femenino termina.
¿El parto implica peligro de muerte? ¿A quién le preocupa, en el reino del amor? A cambio de amor, la mujer acepta todos los peligros; muchas veces se entrega definitivamente si el hombre quiere conservarla, aunque también puede ser el primero en frustrarla. Es aquí donde reside a veces un obstáculo del Complejo de Edipo para el establecimiento de una psicosexualidad normal y posteriormente le permita el casamiento y la maternidad. Muchas niñas se han “entregado” psíquicamente al padre en forma definitiva, puesto que representa al Dios poderoso en el reino de la infancia, pero si él la ha rechazado tajantemente, si ha sido distante o indiferente ningún otro hombre podrá poseerla eróticamente en su vida adulta. Metafóricamente hablando, estas mujeres, tuvieron en su infancia una vagina receptora, “abierta” psíquicamente durante el Complejo de Edipo, pero se ha vuelto a “cerrar” a fuerza de esperar en vano aquél hombre que no cumple con sus expectativas. Esto denota una inhibición por espera inútil, por frustración. Posiblemente hayan conservado erogenidad en el clítoris que ejercitará de vez en cuando con la masturbación. Las fantasías que acompañan a esta actividad son, desde el punto de vista psicoanalítico, entonces muy interesantes de estudiar. Es raro que sean conscientes, pero cuando se llega a ponerlas en evidencia, a menudo se percibe que por debajo de las fantasías relativas al padre, otras fantasías más profundas han permanecido orientadas hacia la madre del Complejo de Edipo positivo al que el clítoris permanece fiel a su manera. Estas mujeres han sufrido una particular “viscosidad” de su libido, de una enfermedad crónica de fidelidad. Demasiado fieles a la madre en el inconsciente, han conservado el clítoris para ella; demasiado fieles al padre, por amor a él han cerrado la vagina a otros hombres. La fidelidad del clítoris es positiva, la de la vagina negativa; por fidelidad el clítoris persiste mientras que por fidelidad la vagina evita. Si falta el amor del padre a la niña, madura la rebelión en su psique. Pero demasiada rebeldía en la mujer, al acentuar su Complejo de Virilidad, no puede sino perturbar profundamente su psicosexualidad. Por rebeldía, estas mujeres evitan a sus pretendientes donde proyectan al padre que las frustró pero seguirán siendo fieles a su progenitor a pesar suyo. En efecto, a causa de la rebeldía el clítoris habrá reactivado toda su virilidad constitucional; a pesar de la pérdida del himen la vagina permanecerá eróticamente “cerrada” como se cerró al padre en la infancia por frustración, por despecho, por odio, por celos… después de habérsele ofrecido vanamente.
¡Felices de aquéllas que han tenido un hermano a quien transferir las emociones de su sexualidad edípica frustrada! Para las mujeres el hermano podrá haber sido el salvador de su heterosexualidad. Si la sexualidad de la niña, frustrada demasiado violentamente por el padre, no encuentra otro hombre al que aferrarse, puede en algunos casos desviarse para siempre del hombre y regresar a la madre, objeto del Complejo de Edipo positivo. Cuando la bisexualidad es lo bastante fuerte y el ambiente favorable, esto no permitirá más que juegos homosexuales del tipo madre-hija con otras mujeres.
El hombre ocupado por su esposa y su trabajo, corre el riesgo de desatender el vínculo con su hija. Lo que perturba a la niña es regularmente un padre ausente, indiferente o poco afectivo dando origen a una rebeldía. La ternura del padre es tanto más indispensable a su hija cuanto que en nuestra sociedad la iniciación sexual le está prohibida y la ternura paternal es la única compensación de este hecho inevitable; el padre obviamente debe rechazar toda la parte sensual o erótica de las solicitaciones de su hija. Así, la ternura del padre es la defensa por medio de la cual él intenta hacerse perdonar por no poder ser el iniciador de la sexualidad de su hija. Esta defensa debe ser elocuente, dado que la niña, ignorante aún de las distinciones abstractas, confunde generalmente, como ya se indicó, rechazo por moralidad (prohibición del incesto) con rechazo por falta de amor.


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