“Si los cónyuges no vivieran juntos abundarían más los buenos matrimonios”. Friedrich Wilhelm Nietzsche.
El vínculo que une a la pareja, donde está presente el amor y la sexualidad madura, e integrado la ternura y el erotismo, y además tiene valores profundos y compartidos, está siempre en oposición abierta o disimulada con su entorno social.
Las convivencias de la pareja en el entorno social, por un lado refuerza la intimidad sexual entre ellos, y establece un escenario en el que las mutuas ambivalencias se integran en la relación amorosa, y la enriquecen pero al mismo tiempo la amenazan. Estamos refiriéndonos a una actitud interna que consolida a la pareja, regularmente de formas subyacentes, y que pueden estar enmascaradas por adaptaciones superficiales al grupo social.
Hay que advertir que la pareja generalmente está en oposición al ambiente social pero necesita de él para su supervivencia. Una pareja sin vínculos sociales, más allá de la familia, corre el peligro de una liberación grave de la agresión, que puede destruirla o dañar severamente a ambos partenaires. Frecuentemente la psicopatología de uno o ambos consortes puede generar la activación de relaciones objetales internalizadas, conflictivas, reprimidas o disociadas, que son reescenificadas por la pareja a través de la experiencia proyectiva de sus traumas inconscientes (por ejemplo la separación y el retorno de ambos a sus núcleos sociales respectivos, en una búsqueda final, desesperada, de libertad).
En circunstancias menos graves, los esfuerzos inconscientes de uno o ambos partenaires por mezclarse o disolverse en su ambiente social, atraviesan la barrera de la exclusividad sexual, y entra el riesgo de preservar la existencia de la pareja, con amenaza de invasión y deterioro de su intimidad.
Las relaciones triangulares estables (donde uno o ambos cónyuges tienen un amante), además de reescenificar diversos aspectos de los conflictos edípicos no resueltos, representan la invasión de la pareja por terceros. El colapso de la intimidad sexual (por ejemplo, en un matrimonio con estilo de vida Swinger) representa la destrucción severa del vínculo de la pareja.
En síntesis, al rebelarse la pareja contra su entorno social establece y afirma su identidad, su libertad con respecto a la convención y el inicio de su vida en pareja. Volver a disolverse en el grupo social es el puerto final de la libertad para los supervivientes de una pareja que se ha destruido.
Antes de la sexualidad comprometida con el partenaire, se encuentra casi siempre el amor romántico, caracterizado por la idealización del compañero, la experiencia de trascendencia en el contexto de una pasión sexual y la liberación de los lazos familiares. La rebelión contra el entorno familiar y social comienza en la adolescencia tardía, pero no termina con ella.
Por cierto, la distinción tradicional entre el «amor romántico» y el «afecto marital» refleja el conflicto constante entre la pareja y el grupo social en el que conviven, la desconfianza del este grupo respecto de las relaciones que incluyen el amor y el sexo eluden su control total. Esta distinción también refleja la renegación de la agresión en la relación de pareja, que a menudo puede transformar una relación amorosa profunda en una violenta.
Entre la pareja y el entorno social existe una relación intrínseca, compleja y fatal. La creatividad de la pareja depende del establecimiento exitoso de su autonomía dentro del escenario social, por lo que no puede escabullirse totalmente del grupo. Los partenaires escenifican y mantienen la esperanza en los otros que conforman el grupo social, en su aspecto amoroso y sexual, aunque existen también procesos emanados de este ambiente que pueden activar la destrucción de la pareja, como por ejemplo la envidia. Grupo social y pareja se necesitan mutuamente para coexistir.
No obstante, la pareja no puede evitar experimentar la hostilidad y envidia del entorno social, que deriva de las fuentes internas de envidia a la unión secreta y feliz de los cónyuges, y de la profunda culpa inconsciente por los impulsos edípicos prohibidos.
Una pareja estable constituida por un hombre y una mujer que se atreven a superar las prohibiciones edípicas contra la unificación del sexo y la ternura, se separan de los mitos colectivos que infiltran la sexualidad por el ambiente social en el que ha evolucionado la relación de los partenaires como pareja. Los procesos grupales que envuelven sexualidad y amor alcanzan su máxima intensidad en la adolescencia, pero persisten de modo más sutil en las relaciones de las parejas adultas. Dentro del grupo social existe una constante intriga, de algunas personas, por conocer la vida privada de la pareja. Al mismo tiempo, los consortes se sienten tentados a expresar el odio en conductas agresivas mutuas dentro de la relativa intimidad del círculo social. Incapaces de contener esa conducta dentro de la privacidad de su relación, la pareja puede entonces utilizar el grupo como vía para descargar la agresión, y como teatro para desplegarla. El hecho de que algunas parejas que habitualmente se pelean en público tengan una relación privada profunda y duradera no debe sorprender.
En algunas ocasiones la agresión de los partenaires se puede expresar tan violentamente en público que destruye la intimidad compartida como pareja, en particular sus vínculos sexuales, y los dirija a la destrucción de la relación. Familiares y amigos más allegadas a esta pareja intentan por cualquier medio remediar las desavenencias pero secretamente disfrutan de una gratificación vicaria con las peleas y discusiones que mantienen estos cónyuges, y al mismo tiempo reafirman la seguridad de sus propias relaciones.
Una pareja que mantiene su cohesión interna y al mismo tiempo ejerce una poderosa influencia sobre el grupo social circundante, sobre todo si se trata de algún tipo de «organización», se convierte en modelo para la idealización pero también en blanco de la envidia edípica. El odio de esta organización a la pareja idealizada puede protegerla al obligar a los partenaires a unirse, y al enmascarar la proyección de su propia agresión mutua, no reconocida. En el momento que esta pareja se aleje del grupo pueda surgir una agresión profunda entre los partenaires que la disuelva.
Como hemos visto, una pareja que, por razones realistas o neuróticas, se aísla del grupo social circundante, corre el peligro de los efectos internos de la agresión mutua. El matrimonio parece entonces una cárcel, y al abrirse camino y unirse a un grupo quizá se asemeje a una huida a la libertad. La promiscuidad sexual que sigue a muchas separaciones y divorcios ejemplifica esa huida a la libertad y a la anarquía del grupo. Por la misma razón, el grupo puede convertirse en prisión para los miembros que no pueden o no se atreven a entrar en una relación estable de pareja.
El vínculo que une a la pareja, donde está presente el amor y la sexualidad madura, e integrado la ternura y el erotismo, y además tiene valores profundos y compartidos, está siempre en oposición abierta o disimulada con su entorno social.
Las convivencias de la pareja en el entorno social, por un lado refuerza la intimidad sexual entre ellos, y establece un escenario en el que las mutuas ambivalencias se integran en la relación amorosa, y la enriquecen pero al mismo tiempo la amenazan. Estamos refiriéndonos a una actitud interna que consolida a la pareja, regularmente de formas subyacentes, y que pueden estar enmascaradas por adaptaciones superficiales al grupo social.
Hay que advertir que la pareja generalmente está en oposición al ambiente social pero necesita de él para su supervivencia. Una pareja sin vínculos sociales, más allá de la familia, corre el peligro de una liberación grave de la agresión, que puede destruirla o dañar severamente a ambos partenaires. Frecuentemente la psicopatología de uno o ambos consortes puede generar la activación de relaciones objetales internalizadas, conflictivas, reprimidas o disociadas, que son reescenificadas por la pareja a través de la experiencia proyectiva de sus traumas inconscientes (por ejemplo la separación y el retorno de ambos a sus núcleos sociales respectivos, en una búsqueda final, desesperada, de libertad).
En circunstancias menos graves, los esfuerzos inconscientes de uno o ambos partenaires por mezclarse o disolverse en su ambiente social, atraviesan la barrera de la exclusividad sexual, y entra el riesgo de preservar la existencia de la pareja, con amenaza de invasión y deterioro de su intimidad.
Las relaciones triangulares estables (donde uno o ambos cónyuges tienen un amante), además de reescenificar diversos aspectos de los conflictos edípicos no resueltos, representan la invasión de la pareja por terceros. El colapso de la intimidad sexual (por ejemplo, en un matrimonio con estilo de vida Swinger) representa la destrucción severa del vínculo de la pareja.
En síntesis, al rebelarse la pareja contra su entorno social establece y afirma su identidad, su libertad con respecto a la convención y el inicio de su vida en pareja. Volver a disolverse en el grupo social es el puerto final de la libertad para los supervivientes de una pareja que se ha destruido.
Antes de la sexualidad comprometida con el partenaire, se encuentra casi siempre el amor romántico, caracterizado por la idealización del compañero, la experiencia de trascendencia en el contexto de una pasión sexual y la liberación de los lazos familiares. La rebelión contra el entorno familiar y social comienza en la adolescencia tardía, pero no termina con ella.
Por cierto, la distinción tradicional entre el «amor romántico» y el «afecto marital» refleja el conflicto constante entre la pareja y el grupo social en el que conviven, la desconfianza del este grupo respecto de las relaciones que incluyen el amor y el sexo eluden su control total. Esta distinción también refleja la renegación de la agresión en la relación de pareja, que a menudo puede transformar una relación amorosa profunda en una violenta.
Entre la pareja y el entorno social existe una relación intrínseca, compleja y fatal. La creatividad de la pareja depende del establecimiento exitoso de su autonomía dentro del escenario social, por lo que no puede escabullirse totalmente del grupo. Los partenaires escenifican y mantienen la esperanza en los otros que conforman el grupo social, en su aspecto amoroso y sexual, aunque existen también procesos emanados de este ambiente que pueden activar la destrucción de la pareja, como por ejemplo la envidia. Grupo social y pareja se necesitan mutuamente para coexistir.
No obstante, la pareja no puede evitar experimentar la hostilidad y envidia del entorno social, que deriva de las fuentes internas de envidia a la unión secreta y feliz de los cónyuges, y de la profunda culpa inconsciente por los impulsos edípicos prohibidos.
Una pareja estable constituida por un hombre y una mujer que se atreven a superar las prohibiciones edípicas contra la unificación del sexo y la ternura, se separan de los mitos colectivos que infiltran la sexualidad por el ambiente social en el que ha evolucionado la relación de los partenaires como pareja. Los procesos grupales que envuelven sexualidad y amor alcanzan su máxima intensidad en la adolescencia, pero persisten de modo más sutil en las relaciones de las parejas adultas. Dentro del grupo social existe una constante intriga, de algunas personas, por conocer la vida privada de la pareja. Al mismo tiempo, los consortes se sienten tentados a expresar el odio en conductas agresivas mutuas dentro de la relativa intimidad del círculo social. Incapaces de contener esa conducta dentro de la privacidad de su relación, la pareja puede entonces utilizar el grupo como vía para descargar la agresión, y como teatro para desplegarla. El hecho de que algunas parejas que habitualmente se pelean en público tengan una relación privada profunda y duradera no debe sorprender.
En algunas ocasiones la agresión de los partenaires se puede expresar tan violentamente en público que destruye la intimidad compartida como pareja, en particular sus vínculos sexuales, y los dirija a la destrucción de la relación. Familiares y amigos más allegadas a esta pareja intentan por cualquier medio remediar las desavenencias pero secretamente disfrutan de una gratificación vicaria con las peleas y discusiones que mantienen estos cónyuges, y al mismo tiempo reafirman la seguridad de sus propias relaciones.
Una pareja que mantiene su cohesión interna y al mismo tiempo ejerce una poderosa influencia sobre el grupo social circundante, sobre todo si se trata de algún tipo de «organización», se convierte en modelo para la idealización pero también en blanco de la envidia edípica. El odio de esta organización a la pareja idealizada puede protegerla al obligar a los partenaires a unirse, y al enmascarar la proyección de su propia agresión mutua, no reconocida. En el momento que esta pareja se aleje del grupo pueda surgir una agresión profunda entre los partenaires que la disuelva.
Como hemos visto, una pareja que, por razones realistas o neuróticas, se aísla del grupo social circundante, corre el peligro de los efectos internos de la agresión mutua. El matrimonio parece entonces una cárcel, y al abrirse camino y unirse a un grupo quizá se asemeje a una huida a la libertad. La promiscuidad sexual que sigue a muchas separaciones y divorcios ejemplifica esa huida a la libertad y a la anarquía del grupo. Por la misma razón, el grupo puede convertirse en prisión para los miembros que no pueden o no se atreven a entrar en una relación estable de pareja.
Be First to Post Comment !
Publicar un comentario