“La desesperanza está fundada en lo que sabemos, que es nada, y la esperanza sobre lo que ignoramos, que es todo”. Maurice Maeterlinck.
Algunos psicoanalistas en un primer acercamiento identifican a la toxicomanía con una variante de una psicopatología ya conocida: melancolía, manía…, y en una segunda observación proponen una evidente organización psicopatológica autónoma, o una organización de tipo depresivo, aunque se debe indicar que la toxicomanía se presenta en cualquier “Estructura” llámese neurótica, perversa o psicótica.
Ahora bien, regresando a las dos tendencias señaladas en un principio pueden además combinarse:por ejemplo, la posición que toma Jean Bergeret, quien paralelamente a las toxicomanías ligadas a la neurosis y psicosis reconoce la existencia de una organización que atestigua un «estado de estructuración muy incompleto», como si se tratara de una «suerte» de adolescencia inconclusa y prolongada la que presenta dicho sujeto. Así, las tentativas de «comprender la personalidad del toxicómano» o de establecer una psicopatología de la toxicomanía suelen aparecer bajo esta forma: “Tendencia al narcisismo, un «Yo débil» y fijado definitivamente en el estadio oral, inmadurez afectiva, carencia de genitalización” (incipiente o nulo deseo de contacto sexual con el otro). No pocos autores han coincidido en torno de esa noción del «Yo débil» al que sería preciso reforzar por todos los medios para afrontar la realidad. Según este modelo, es entonces bajo la forma de prótesis o de eliminación como se aborda las más de las veces una psicoterapia de un toxicómano. De ahí se desprende la perspectiva de una «sustancialización» de los contenidos psíquicos ¿Acaso no evolucionan el toxicómano y su terapeuta en el seno de una relación de espejo desde el momento en que uno y otro abordan a su manera el «enfoque» sobre la sustancia tóxica? Al menos, sus discursos parecen organizarse en general en torno de la misma incógnita: ¿Es la sustancia o son los problemas psíquicos los que constituyen la toxicomanía? Consideremos igualmente que los toxicómanos (etiquetados o autoetiquetados como tales) suelen solicitar ayuda (psiquiátrica, Alcohólicos Anónimos, Drogadictos Anónimos, etcétera) con el propósito de «internarse» lo que simbólicamente representaría alejarse de «algo que los induce» nuevamente al consumo de la sustancia tóxica, o bien algún tipo de extracción ¡Saquen «eso» que atormenta mis pensamientos!
En la bibliografía psiquiátrica, la figura del tóxico se presenta regularmente como el soporte de una operación semejante entre lo interno y lo externo. Por su parte, no pocos toxicómanos comentan en parecidos términos las consecuencias de su consumo: “lo que estaba afuera pasa adentro y recíprocamente”. Pasajes mágicos entre lo externo y lo interno constituye sin duda uno de los primeros datos sobre los que se puede empezar a construir un análisis multidisciplinario de la toxicomanía.
Pero señalemos desde ahora que la postura que toma el psicoanálisis sobre la toxicomanía, en tanto ella procura en lo general una sedación posible del dolor (trauma sepultado en el inconsciente) y, en lo particular, al dolor de existir.
Es interesante subrayar lo que concierne al estatus donde se ubican regularmente estos sujetos, su propia asimilación es presentarse socialmente como “alcohólicos o drogadictos” en grupos de ayuda como Alcohólicos Anónimos, Drogadictos Anónimos, etcétera. Este fenómeno se revela en el marco de las consultas, el discurso del toxicómano se presenta como una “queja” en lugar de una “demanda” de esta manera quedan atrapados en la “queja social” de que son objeto: ¡Soy un lastre, un problema para mi familia, no para conmigo mismo! ¡Ellos sufren, nos yo por mi toxicomanía! Haciendo suyo este discurso estereotipado acerca de los peligros que implica la sustancia tóxica con lo que realizan una forma de autoscopía espectacular y denunciadora. Surge un equívoco cuando dentro del marco instituido del anonimato y de la gratuidad, estos sujetos hablan de su dependencia a la toxicomanía o alcoholismo, y solicitan el reconocimiento de su pertenencia a esta categoría.
Algunos psicoanalistas en un primer acercamiento identifican a la toxicomanía con una variante de una psicopatología ya conocida: melancolía, manía…, y en una segunda observación proponen una evidente organización psicopatológica autónoma, o una organización de tipo depresivo, aunque se debe indicar que la toxicomanía se presenta en cualquier “Estructura” llámese neurótica, perversa o psicótica.
Ahora bien, regresando a las dos tendencias señaladas en un principio pueden además combinarse:por ejemplo, la posición que toma Jean Bergeret, quien paralelamente a las toxicomanías ligadas a la neurosis y psicosis reconoce la existencia de una organización que atestigua un «estado de estructuración muy incompleto», como si se tratara de una «suerte» de adolescencia inconclusa y prolongada la que presenta dicho sujeto. Así, las tentativas de «comprender la personalidad del toxicómano» o de establecer una psicopatología de la toxicomanía suelen aparecer bajo esta forma: “Tendencia al narcisismo, un «Yo débil» y fijado definitivamente en el estadio oral, inmadurez afectiva, carencia de genitalización” (incipiente o nulo deseo de contacto sexual con el otro). No pocos autores han coincidido en torno de esa noción del «Yo débil» al que sería preciso reforzar por todos los medios para afrontar la realidad. Según este modelo, es entonces bajo la forma de prótesis o de eliminación como se aborda las más de las veces una psicoterapia de un toxicómano. De ahí se desprende la perspectiva de una «sustancialización» de los contenidos psíquicos ¿Acaso no evolucionan el toxicómano y su terapeuta en el seno de una relación de espejo desde el momento en que uno y otro abordan a su manera el «enfoque» sobre la sustancia tóxica? Al menos, sus discursos parecen organizarse en general en torno de la misma incógnita: ¿Es la sustancia o son los problemas psíquicos los que constituyen la toxicomanía? Consideremos igualmente que los toxicómanos (etiquetados o autoetiquetados como tales) suelen solicitar ayuda (psiquiátrica, Alcohólicos Anónimos, Drogadictos Anónimos, etcétera) con el propósito de «internarse» lo que simbólicamente representaría alejarse de «algo que los induce» nuevamente al consumo de la sustancia tóxica, o bien algún tipo de extracción ¡Saquen «eso» que atormenta mis pensamientos!
En la bibliografía psiquiátrica, la figura del tóxico se presenta regularmente como el soporte de una operación semejante entre lo interno y lo externo. Por su parte, no pocos toxicómanos comentan en parecidos términos las consecuencias de su consumo: “lo que estaba afuera pasa adentro y recíprocamente”. Pasajes mágicos entre lo externo y lo interno constituye sin duda uno de los primeros datos sobre los que se puede empezar a construir un análisis multidisciplinario de la toxicomanía.
Pero señalemos desde ahora que la postura que toma el psicoanálisis sobre la toxicomanía, en tanto ella procura en lo general una sedación posible del dolor (trauma sepultado en el inconsciente) y, en lo particular, al dolor de existir.
Es interesante subrayar lo que concierne al estatus donde se ubican regularmente estos sujetos, su propia asimilación es presentarse socialmente como “alcohólicos o drogadictos” en grupos de ayuda como Alcohólicos Anónimos, Drogadictos Anónimos, etcétera. Este fenómeno se revela en el marco de las consultas, el discurso del toxicómano se presenta como una “queja” en lugar de una “demanda” de esta manera quedan atrapados en la “queja social” de que son objeto: ¡Soy un lastre, un problema para mi familia, no para conmigo mismo! ¡Ellos sufren, nos yo por mi toxicomanía! Haciendo suyo este discurso estereotipado acerca de los peligros que implica la sustancia tóxica con lo que realizan una forma de autoscopía espectacular y denunciadora. Surge un equívoco cuando dentro del marco instituido del anonimato y de la gratuidad, estos sujetos hablan de su dependencia a la toxicomanía o alcoholismo, y solicitan el reconocimiento de su pertenencia a esta categoría.
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