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"Si llega inadvertidamente a oídos de quienes no están capacitados ni destinados a recibirla, toda nuestra sabiduría ha de sonar a necedad y en ocasiones, a crimen, y así debe ser". Friedrich Wilhelm Nietzsche.

martes, 14 de noviembre de 2017

La fidelidad de la pareja Swinger.

“Es tan real la diferencia que existe entre la infidelidad de los dos sexos, que una mujer apasionada puede perdonar una infidelidad, pero ello resulta imposible para el hombre”. Henri Beyle “Stendhal”.

El valor simbólico que otorga el sujeto al intercambio de pareja (estilo de vida Swinger) tendría por propósito —entre otros— anticipar el «engaño» no deseado de la infidelidad sexual de su partenaire o de la suya, al permitirse ambos la experiencia sexual con otra u otras parejas, en un lugar y tiempo determinados para poner a prueba su vínculo y sus sentimientos amorosos.
El propósito de los ritos (el estilo de vida Swinger se considera un rito) es incidir sobre las relaciones entre las personas: “[…] la interpretación y la prevención son estrategias para preservar el presente, controlando el sentido de las relaciones pasadas o futuras”(Marc Augé). En ese sentido, las parejas Swinger tienen la creencia que su rito funciona para preservar, o en su caso, restablecer su vínculo, aunque esto lleve implícito, el riesgo latente de romper el lazo amoroso que tanto desean mantener.
El intercambio sexual puede ser entre dos parejas o también de manera colectiva, los adeptos ingresan a la comunidad Swinger y desarrollan la práctica en grandes o pequeños grupos con cierta organización, lo que provee un sentido social a esta particular subcultura. De esta forma, la actividad, como ritual, es un mediador entre los partenaires y el conjunto de las demás parejas que regulan la posibilidad de vivir la sexualidad sin que amenace, «supuestamente» su vínculo. Todo esto, por supuesto, en el caso de que el rito haya alcanzado el simbolismo buscado, aunque no siempre se logra porque uno o ambos consortes pueden llegar a vincularse afectivamente con otro con el que mantuvieron un encuentro sexual, y en consecuencia los cónyuges sufran una ruptura.
Existe una dimensión paradójica, pues si ese ritual de intercambio de parejas aspira a prevenir y controlar la infidelidad y la fractura amorosa, no siempre alcanza su pretensión de mediación simbólica; es decir, a imprimir el orden que se espera, y algunos participantes llegan a crear lazos amorosos con un tercero, con lo cual se materializa el peligro que precisamente se quería evitar.
El estilo de vida Swinger realmente obedece menos al supuesto de un «ensayo» para evitar el «engaño» traducido en infidelidad, “estando más cerca de una lógica de la experimentación, según la cual “cada cual quiere experimentar por sí mismo, en detalle, concretamente, si sus sentimientos son fundados y si su elección ha sido correcta” (Pierre Kaufmann). Podría entonces verse que la práctica Swinger como una etapa (o posibilidad) de la experimentación, incluso cuando la pareja inicia en su aspecto romántico, con una explosión sentimental fulgurante, por lo que su permanencia podría acompañarse, en lo sucesivo, con episodios en los que ambos partenaires pondrán a prueba la solidez de su compromiso; en estos casos la experimentación amorosa se ha tornado, por tanto, ineludible.
Otras hipótesis en torno al estilo de vida Swinger sugieren que pueden deberse a la necesidad de algunos cónyuges de recobrar algo del placer sexual perdido al «probar» otra pareja. Collete Soler sugiere que en la condición actual —de mayor igualdad entre hombres y mujeres— y de competencia entre ellos aparece la inquietud por “quién da más”, “quién ama más” o “quién goza más sexualmente”, y que la práctica Swinger puede ser un campo de experimentación para responder estas preguntas. Además, en el caso de los hombres respecto de su capacidad de satisfacer el placer femenino se podría someter a prueba si hay algún otro (hombre o mujer) que sea capaz de colmar el placer que requiere ella, o si, como él, otros fracasan también en ese intento, un fantasma muy común en estos sujetos.
Y por último podríamos expresar que las motivaciones de los hombres y de las mujeres son diferentes para experimentar un intercambio de pareja, mientras las féminas lo harían por mantener y consolidar su relación de pareja –esto es, “por amor”–, los hombres lo harían para romper con la monotonía, para diversificar el deseo y sobre todo para disipar su «curiosidad» por saber cuanto más y cómo goza su mujer en los brazos de otro. ¿Será acaso qué esa «curiosidad» proviene de la infancia cuando observó la Escena Primaria?


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