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"Si llega inadvertidamente a oídos de quienes no están capacitados ni destinados a recibirla, toda nuestra sabiduría ha de sonar a necedad y en ocasiones, a crimen, y así debe ser". Friedrich Wilhelm Nietzsche.

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domingo, 25 de junio de 2017

La maternidad perversa.

En el campo de la salud mental, es difícil encontrar investigaciones que versen sobre la «maternidad perversa», muchos “profesionales” en esta área la desconocen o incluso hasta la niegan.
“El concepto de perversión del instinto maternal encaja en todos los hechos que he observado sobre la etiología de la esquizofrenia. Encaja en el comportamiento de las madres de esquizofrénicos, en el material obtenido de los pacientes psicóticos, y en el hecho biológico de que cualquier instinto, al expresarse, puede quedar sujeto a la perversión. Considerando la gama de instintos, no se me ocurre ninguno que no esté sujeto a esta norma. No se me ocurre ninguno que no pueda ajustarse a la relación errónea objetivo-objeto que denominamos perversión [...]. El envenenamiento proviene de la madre perversa que no está dotada de esa armonización divina que hace que comprenda el porque del llanto de su hijo y que le permite devolverlo a un mundo de felicidad omnipotente [...]. El niño debe crecer. Si uno de los progenitores sufre de un instinto maternal perverso, el niño se ve obligado a crecer desde el principio sobre una base psicosexual debilitada”. John Nathaniel Rosen.

La función materna.

Se considera culturalmente que el desarrollo “normal” del hijo depende primordialmente de una maternidad sana, en donde el cuidado del vástago es una fuente de placer para las mujeres en el proceso de convertirlos en seres humanos independientes, creativos, seguros de sí mismos, etcétera con sus propias características que los hace únicos respecto a los demás.
Donald Woods Winnicott considera que los bebés construyen su verdadero Yo al gozar de una maternidad suficientemente buena, sin embargo, es más fácil decirlo que llevarlo a la práctica de manera puntual y eficiente, ya que las madres también son hijas de sus progenitoras y por tanto son portadoras de su propia plétora de experiencias y traumas muy particulares. “La forma en que las mujeres ejercen su función de madres se repite durante generaciones”; incluso podemos observar de forma frecuente que: “La madre continúa ejerciendo sus funciones como tal mucho después de que finalice la dependencia abierta de su hijo, prolongándose su ejercicio hasta la vida adulta de la siguiente generación, portando las características implícitas en su condición de abuela”.

La masturbación en la niña.

La exploración que lleva a cabo la niña sobre su cuerpo, no únicamente la encamina a la masturbación de la zona clitoridiana-vulvar; sino también a una masturbación nasal, oral, anal y umbilical, siendo esta última la cual despierta sensaciones ventrales internas vinculadas con el meato urinario y con la vulva. Finalmente podemos observar la masturbación menos común, la del pezón, que muy posiblemente surja como resultado de apaciguar dolores profundos y ansiedades sentidas como castradoras. Cabe señalar de manera enfática que la curiosidad y los descubrimientos de sensaciones autónomas, que la niña se da a sí misma, no se deben reprochar ni tampoco estimular cuando son verbalizadas ante la madre o algún otro adulto.

El sano desarrollo psicosexual de la niña.

Si a la niña es educada por una madre que no presenta frigidez, que es maternal y sobre todo se encuentra sexualmente satisfecha por su partenaire, y este último representa una figura paternal para la niña (aunque no sea el padre biológico), esto constituye la base armónica para que la niña adquiera un comportamiento emocional femenino, defina su deseo heterosexual que la conducirá a una vida sexual plena cuando alcance la adultez.

El embarazo como venganza en la adolescencia.

Podemos observar que algunas madres se enorgullecen y hacen alarde de sus hijos varones adolescentes y obtienen una satisfacción narcisista cuando por equivocación los demás atribuyen una relación de pareja entre ellos; pero las mismas progenitoras, cuando van en compañía de sus hijas adolescentes y atractivas, se sienten disminuidas en su narcisismo e ignoradas por los hombres que halagan a sus hijas.
La belleza radiante de los cuerpos de las jóvenes se hace aun más evidente a medida que sus madres envejecen. Surge entonces una tremenda competitividad consciente o no, especialmente si las madres se aproximan a la menopausia.
En el caso del hijo varón adolescente, al compararse con su padre, puede llegar a sentirse insuficiente y disminuido, pero en última instancia acepta que sea el padre quien vaya al frente. El padre rara vez compite con sus hijo varón de una forma tan abierta como lo hace la madre con su hija adolescente.
Al adolescente (hombre) le resulta más fácil que a la adolescente (mujer) transferir a otra fémina la afición que siente por su madre, ya que durante su infancia del varón su madre fue el primer objeto amoroso. Mientras que la niña debió transferir su apego de la madre al padre.
Si durante el Complejo de Edipo el padre rechazo a su hija o fue apático con ella, posiblemente esta niña intente vengarse inconscientemente de ese desamor sufrido por el rechazo paterno, embarazándose en los primeros años de su adolescencia.

jueves, 22 de junio de 2017

La pornografía satisface las necesidades voyeuristas y sadomasoquistas.

“¿Para qué sirve nuestro cuerpo sino para hacernos comprender lo que la palabra torturador significa?” Émile Michel Cioran.

Para la mayoría de los sujetos la pornografía es la representación de mujeres desnudas y acoplamientos sexuales heterosexuales. El hecho de que estas “escenas pornográficas” no contengan nada desconocido, paralelamente simbolizan algún tipo de solución para la ansiedad, frustración, ira etcétera de los conflictos que aparecen en la sexualidad.
Si fueran “normales” estas “escenas” en el sentido de que son la expresión biológica universal de una búsqueda no-confrontacional con el placer, la desnudez tendría entonces el valor de fetiche sexual (que no es el caso) y no sólo en sociedades como la nuestra donde su lado provocativo proviene precisamente de la frustración de la sexualidad.
En la pornografía, ya sea a través del texto, imagen o película todo mundo sabe los papeles correspondientes de los protagonistas y lo que se va a llevar a cabo. Sin duda, la pornografía no es sólo un sustituto del objeto
apropiado para la relación sexual (aunque esto puede ser en parte cierto, especialmente durante la adolescencia). Pero si existe la pornografía es porque satisface las necesidades voyeuristas y sadomasoquistas que algunos sujetos no pueden satisfacer con su partenaire, incluso si es abierta y complaciente. Si el orgasmo genital es a final de cuentas el objetivo común, ya que proporciona el placer y el alivio de la “tensión perversa” necesariamente relacionada al coito, también resulta cierto que en algunos sujetos la perversión a menudo es llevada a cabo con objetos o únicamente con partes del cuerpo, donde el sólo orgasmo no puede aliviar completamente la tensión. Órganos como los ojos, piel, ano... y afectos como la angustia, depresión, enojo, etcétera —el psicoanálisis lo observa— se pueden erotizar, pero la tensión no se libera tan fácilmente como lo lleva a cabo los órganos genitales; esto es lo que brinda intensidad a la perversión, en su aspecto compulsivo y desesperado.

domingo, 18 de junio de 2017

La sustancia tóxica no se puede significar.

La relación del sujeto con su Goce, en este caso con el consumo de la sustancia tóxica, tiene que ver más con una «solución que necesita el sujeto, que una enfermedad difícil de curar»; para el psicoanálisis el tóxico es utilizado para obturar la Falta, también llamada división subjetiva. (Entendemos como Falta el hecho de que para Jacques-Marie Émile Lacan todo sujeto esta en Falta constitucionalmente) la cual nos muestra —como sujetos— que no estamos ni seremos nunca completos.
En la teoría lacaniana, el sujeto tiene dos maneras de significar esta Falta, es decir puede lograr obtener dos formas de salir de la angustia que causa el saberse en Falta. Y la que esta relacionada con el consumo del tóxico es la salida del fantasma. La ilusión por la vía del fantasma es la que engaña creyendo que se podrá llegar a encontrar ese objeto que vendrá a colmar su Falta existencial.
La otra forma esta en la de “significar”, el sujeto busca un objeto, sea cual sea y lo toma para poder ser completo, pero ese objeto esta intrincado con el significante de la repetición. Es decir, ese objeto resulta ser parcialmente lo que está buscando el sujeto y pasara el resto de su vida intentando encontrar un objeto que realmente lo colme; en ocasiones pensará haberlo hallado pero poco tiempo después se dará cuenta que no fue así, ya que nada puede llegar a obturar esa Falta.
Otro aspecto que podemos plantearnos es que el toxicómano por medio de su Goce le permite escapar de la realidad, y dejar de sentirse en Falta, prefiriendo un cierto equilibrio inestable con el consumo del tóxico, a tener que padecer los efectos devastadores de la Falta (que se traduce en angustia) constitucional.
Fabian Abraham Naparstk explica que la repetición en las adicciones tiene que ver con que el circulo del toxicómano esta al servicio de ese Goce repetitivo que no le deja pensar ni concretar nada, pero le sirve para desconectarse del mundo y lo encierra en una suerte de ensimismamiento. Ese Goce que se ubica lejos del placer, que no esta ligado a una moderación de la satisfacción sino por lo contrario a un exceso que concluye con la pulsión de muerte (efecto farmakon).
El sujeto toxicómano esta como adherido a un Goce sin posibilidad de significarlo (la sustancia tóxica no se puede significar como un objeto, desde el punto de vista del psicoanálisis), dando esto respuesta a que el toxicómano pocas veces acepta tener un problema en referencia a la droga, ya que realmente el no lo ve así y difícilmente se percata de los efectos de ese Goce que lo llevará a la ruina.
Jacques Alain-Miller sostiene que “con el nombre de toxicómano se designa a un sujeto que ha entrado en cierta relación con la droga y que consiste en definirse cada vez más, en simplificarse a si mismo, en esta relación con la droga”.

¿Qué es la pornografía?

La pornografía* surge como resultado de un mecanismo entramado de ensoñaciones diurnas donde ciertas actividades, generalmente pero no necesariamente sexuales, están representados en un texto, una imagen o un sonido destinado a la excitación genital. Esta representación adquiere la denominación de “pornografía” hasta el momento que se vincula con las fantasías conscientes o inconscientes del lector o el espectador porque realmente no hay nada pornográfico sin la fantasía que le otorga esa connotación. Lo que para alguien puede resultar pornográfico, por ejemplo coito grupal, para otro no lo representa.
Cada género pornográfico está basado en una necesidad perversa específica que respeta los detalles con la finalidad de activar la excitación en el sujeto; por ejemplo tratándose de una personalidad sádica la pornografía está dirigida a representaciones de actos crueles, humillantes, etcétera; de un fetichista representaciones de lencería, calzado, etcétera.
Como todas las perversiones, la pornografía es cuestión de gustos. El sujeto se identifica —conscientemente o no— con el personaje que observa, lee o escucha, ya sea desde una posición dominante o víctima; heterosexual u homosexual, según cada caso.
Como en todas las perversiones, el elemento central es un imaginario acto de venganza que resume toda la historia sexual del sujeto: fantasmas, recuerdos, fantasías, traumas...
En las fantasías (conscientes o inconscientes) articuladas con la pornografía existe una víctima, de hecho si no existe la víctima no es posible la pornografía.
El uso del material pornográfico es un acto perverso que tiene varios componentes, el más obvio, el voyeurismo. También existe el sadismo, algo regularmente muy disimulado (a menos que el sujeto sea un sádico patente); y por último, el masoquismo, un elemento que difícilmente acepta el sujeto porque se esconde detrás de una identificación inconsciente con la víctima.
Los actos perversos (no como Estructura) se presentan en los sujetos neuróticos o psicóticos, siendo necesarios para preservar y potenciar su excitación sexual, por cual la pornografía tendría como finalidad pretender corregir el desarrollo psicosexual por alguna inhibición y su uso simboliza una especie de ritual para contrarrestar dicha inhibición. Cualquier trayectoria bien definida y repetitiva de la sexualidad reduce la excitación a corto o largo plazo.

*Pornografía: Presentación abierta y cruda del sexo que busca producir excitación.

sábado, 17 de junio de 2017

La sustancia tóxica queda en el campo de lo Real.

Sigmund Freud nos señala el camino a la toxicomanía cuando manifiesta ­que la sustancia tóxica no tiene nada para “significar” por lo tanto queda atrapado al campo de lo “Real”. Es una figura de lo incógnito; razón por la cual no se puede presentar como un «objeto», en el sentido de una «relación de objeto», que supondría la implicación de un sujeto.
Hay que tener muy presente que aquellos temas psicoanalíticos que abordan a la toxicomanía, que designan un ­“objeto-droga” dentro de una relación con un sujeto, prácticamente están desvirtuando la terminología de la psicología profunda: No hay sujeto para un tóxico ni para un ­objeto-­droga­.

La libertad sexual.

“Podemos imaginarlo todo, predecirlo todo, salvo hasta dónde podemos hundirnos”. Émile Michel Cioran.

Los defensores de la “libertad sexual”, entre ellos sexólogos, sociólogos, biólogos, psicólogos cognitivos, etcétera afirman que si en una sociedad existe una “conducta frecuente”, entonces se convierte en algo “normal”.
Los razonamientos que usan para motivar sus ideas surgen principalmente de investigaciones en laboratorio y estadísticas; por ejemplo en cuanto a la “libertad sexual” manifiestan que la mayoría de los animales no son monógamos y el hombre, a fin de cuentas, se encuentra en el reino animal; que la homosexualidad se presenta en muchos otros animales, no es exclusiva de la raza humana; que la promiscuidad sexual es una característica generalizada en los hombres y mujeres; y otras cuestiones por el estilo. En cuanto a sus conclusiones afirman que las personas pueden disfrutar plenamente de sus cuerpos mientras no hagan daño a nadie, además de resultar agradable, estimulante y liberador. Justifican la “libertad sexual” para disimular una “neurosis colectiva” que paradójicamente la mayoría de las personas niega usando sus “Mecanismos de Defensa”. La libertad sexual se ha insertado como un engranaje en la sociedad posmoderna.
Esta “normalidad” atribuida a la libertad sexual fue con la finalidad que la palabra “perversión” desapareciera del “Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM), junto con algunas psicopatologías. Esto tiene como objetivo principal incentivar la psiquiatría para que los padecimientos mentales restantes del DSM tengan un tratamiento exclusivamente médico, ya la salud mental es un negocio millonario para la industria farmacéutica.
Ahora bien, surge la pregunta ¿Por qué si la mayoría de los integrantes de una sociedad llevan a cabo una conducta específica, no siempre resulta ser un comportamiento “normal”? Si ponemos de ejemplo, al pueblo alemán durante la Segunda Guerra Mundial, casi todos odiaban a los judíos, para quien se atreva a usar el razonamiento, este comportamiento no resulta ser “normal”. Si proseguimos con el escritor francés Tony Duvert que era un abierto pedófilo, varias veces homenajeado por el círculo de «ilustres escritores» franceses de su época, por sus novelas que enaltecían la pedofilia, seguramente ahora ninguna asociación de escritores se atrevería a homenajear a un pedófilo en circunstancias parecidas; o el controvertido informe “Kinsey” donde concluye que la homosexualidad está más extendida de lo que se creía, pasando a ser un comportamiento “común”.
Estas investigaciones de laboratorio o estadísticas regularmente tienen un argumento bien estructurado, arreglan meticulosamente los resultados y sus conclusiones sirven para que la sociedad las escuche de manera convincente; pero casi siempre encubren un propósito social, político, económico... para manipular a la opinión pública.
Para comprender la “libertad sexual” debemos abordar el tema de la “hostilidad” que se encuentra detrás de toda relación genital (desde el coito hasta obviamente la violación) pero lo que aquí nos importa, es la hostilidad que se encuentra encubierta, casi invisible en la relación sexual concertada entre los partenaires, por el contexto en que desarrolla.
El problema proviene que la “hostilidad” pasa desapercibida al momento de razonar sobre el acto sexual consensuado, por ejemplo, en el sujeto “Don Juan” donde su promiscuidad revela su hostilidad por las mujeres y su excelente seducción —casi de manera inocente— cautiva al público, un público sobre todo masculino que debe reunir como testigo de su actuación.
Lo que le interesa a este personaje no es el amor sino cautivar la atención de sus congéneres por el número de mujeres que poseyó y como se envilece por ello.
La emoción y la satisfacción que siente Don Juan no provienen de la estrecha relación que ha establecido con una mujer, tampoco del erotismo, ni siquiera del acto sexual; de hecho todo esto pasa a segundo término porque lo que él busca es superar la resistencia de la mujer que aparentemente rechaza sus propuestas. La mujer fácil no lo atrae. Esta incesante y frenética necesidad de probarse a sí mismo, encuentra su Goce en la multitud de conquistas y su cuerpo lo coloca al servicio exclusivo de su narcisismo, evitando el vínculo afectivo con el otro, o dicho desde el punto de vista del psicoanálisis: evita la castración. Desde esta perspectiva no debe entonces precipitarse para generalizar y afirmar que Don Juan utilizo su “libertad sexual” sin dañar a nadie porque fue un coito consentido que expresó únicamente la exuberancia sexual inherente a los mamíferos, y que además realizó estas múltiples seducciones para rebelarse y no sucumbir como esclavo de la sociedad posmoderna, al fin y al cabo ésta sociedad incentiva cualquier tipo de libertad sexual siempre y cuando no se dañe a terceras personas, o se les obligue hacer un acto contra su voluntad. Este personaje se ubica en la frase “Un saber que no se sabe”, o dicho de otra forma: El no querer saber nada de eso, es el velo que divide a Don Juan entre la “pasión de su ignorancia” y el saber sobre la “verdad de su Goce”. La publicación de libros, películas, juegos, etcétera donde se expresa la “libertad sexual”, encubre realmente a la promiscuidad.
La sociedad —casi en su mayoría— observa con tanta frecuencia esta libertad sexual que con el transcurrir del tiempo la transformó en un fenómeno inofensivo, forzada la opinión pública pasó de un acontecimiento “común” a un hecho “normal”: ¡Sí todo mundo lo hace, yo también tengo derecho hacerlo!

viernes, 16 de junio de 2017

El intento de vincularse al otro por medio de la lectura o películas.

“No habiendo sabido nunca lo que busco en este mundo, sigo esperando a quien pueda decirme lo que busca él”. Émile Michel Cioran.

El infante o adolescente que se entretiene viendo películas de manera frecuente; o se distingue por ser un lector asiduo (esto último es un caso menos común) puede ser con la finalidad inconsciente de un llamado al otro, por la ausencia de la Función Paterna.
El trama de la película o las frases del libro le daría algún sentido para intentar orientarse y posicionarse subjetivamente con el otro; siendo una búsqueda constante por carecer de ideas propias.
Generalmente estos sujetos en la edad adulta suelen recordar muy poco la etapa de su infancia, tienen la sensación de haberse comportado de forma madura con respecto a su edad biológica; además de haberse sentido rodeados de gente totalmente diferentes a él, que le produce una sensación de extrañamiento, produciendo así, su primer repliegue narcisista y marcando en el una distinción subjetiva, que lo envolverá el resto de su vida.

martes, 13 de junio de 2017

Hablar es lo que cura.

“Cuantas más ventanas abras hacia el futuro más cosas podrás realizar”. Émile Michel Cioran.

Una de las funciones de la toxicomanía es brindarle al sujeto con “Estructura Neurótica” la posibilidad de silenciar la angustia y tapar la falta. Independientemente del abuso de una sustancia tóxica, cualquier cosa puede representar la “adicción”: comer, comprar, relaciones sexuales, uso de redes sociales, etcétera en forma exacerbada.
La caracterización de esta “adicción” como benéfica o perjudicial es completamente exterior al objeto mismo y sólo puede hacerse desde algún discurso o planteamiento determinado, no existe la posibilidad de una definición absoluta y además no se puede generalizar para todos los casos como algo bueno o malo.
Desde el psicoanálisis toda “adicción” es aquello que genera una ruptura con el «Goce Fálico». Un Goce que corta todo tipo de relación con el “afuera” y en el cual el placer sexual queda invalidado. El sujeto ya no necesita de un partenaire, de su familia, amigos... para sentir placer, incluso evita el vínculo, y se las arregla sólo, o sea con un Goce autístico. De este modo el sujeto queda atrapado en un círculo vicioso en el cual lo lleva al “consumo o práctica para sentirse bien”, todo lo demás queda por fuera y no importa.
Lo que el psicoanálisis propone es que el sujeto ocupe su lugar y que asuma la responsabilidad de sus elecciones.
Se trata de que el sujeto reconozca el grado de implicación que tiene “eso que le pasa”; que deje de verse y actuar como el «adicto incurable» que el mundo ha sancionado (y le ha hecho creer) que él es. Se busca romper con la lógica del consumo o práctica sostenida y propuesta por la sociedad actual e iniciar así el camino hacia la aparición del “sujeto deseante” y dar los primeros pasos hacia la “cura”. Asimismo el intento de procurar reabrir esos interrogantes fundamentales que se presentan como consecuencia de la «castración», de buscar un intersticio donde ese falso saber que el consumo o la práctica genera, vacile.
Realmente no tiene ningún caso presionar al sujeto para que abandone la adicción si no es por efecto de que él mismo se replantee su posición donde se encuentra atrapado. Se trata, en definitiva, de hallar algunas alternativas para que el sujeto se enfrente con lo real que lo determina y que lo imposibilita para hacerse un sujeto de la palabra. El único requisito del psicoanalista hacia el psicoanalizado es: que hable, que hable mucho y que hable por largo tiempo.

lunes, 12 de junio de 2017

El daño somático y la toxicomanía.

En la obra de Sigmund Freud aparece en varías ocasiones la concepción según la cual una herida real del cuerpo protege de un trauma o de una variedad de sufrimiento psíquico, por lo tanto una lesión corporal preserva al Yo de un daño psíquico mayor. O, incluso, una formación en el nivel del cuerpo ­real conserva al mismo tiempo, lo que en apariencia destruye.
Podemos entonces prolongar la analogía propuesta por Freud entre el dormir y la enfermedad. El sueño mismo sería en cierto modo la enfermedad del dormir, como una lesión originaria e insalvable: el sueño es el guardián del dormir pero representa una efracción* en su «estado ideal de inercia». En otros términos: La lesión orgánica sería una efracción en el cuerpo, que empero, en ciertas condiciones, protegería al Yo de un empobrecimiento.
Si el narcisismo del dormir es conservado finalmente por «el egoísmo de los sueños», un narcisismo del soma podría del mismo modo resultar conservado por «la investidura narcisista» de un órgano herido. Pero esta última figura representaría entonces un fracaso de la primera: ella fija las redes significantes en lugar de abrirlas.
¿Podría entonces tener el mismo efecto la toxicomanía (farmakon) deteriorando el cuerpo con la finalidad de evitar un daño psíquico mayor?
Freud dice: “Las posibilidades de contraer neurosis se reducen cuando el trauma es acompañado de una herida física”. Si una lesión física surge al mismo tiempo que el trauma, ella liga la excitación en exceso al reclamar una sobreinvestidura narcisista del órgano doliente. Cuando el cuerpo ha sufrido una efracción, encontramos las mismas condiciones económicas que en el caso del dolor: se crea un circuito seudo pulsional que realiza una actividad de ligazón y causa un «empobrecimiento» del resto de la vida psíquica, ese circuito se perpetuaba en una dimensión alucinatoria después de la efracción.
Así, un recorte, un «agujero» en el cuerpo engendra una formación nueva. Esta precipitación de un recorte real opera entonces como la creación de una inédita función de órgano o de un nuevo «borde» que viene a ligar la energía libidinal. Y precisamente, gracias a esta creación se evita una forma de ­alienación. Según Freud, las representaciones y los afectos adheridos al trauma resultan en cierto modo neutralizados.

*Efracción: Vulneración o penetración de un espacio que el sujeto deseaba tener privado. Lesión física.

La importancia de la bisexualidad.

“Los animales, al parecer, no conocen el insomnio. Si se les impidiera dormir durante algunas semanas, su naturaleza y su comportamiento cambiarían radicalmente. Experimentarían sensaciones desconocidas hasta entonces, sensaciones que creemos de exclusiva propiedad nuestra. Desequilibremos al reino animal, si queremos que nos alcance y nos reemplace”. Émile Michel Cioran. 

El término “sexual” se centra casi exclusivamente en dos campos de la conducta, por un lado, la búsqueda de placer erótico, que tiene su origen en el impulso de reproducción y, por otra parte, el desarrollo y la afirmación de la masculinidad y la feminidad; ubicándose el impulso sexual en el umbral entre lo biológico y lo psíquico.
La bisexualidad biológica era considerada para Sigmund Freud la piedra angular de la bisexualidad psíquica que se encuentra presente en cada ser humano.
Esta última bisexualidad, o mejor dicho el “miedo” a esta bisexualidad tiene un papel etiológico en todas las Estructuras (Neurótica, Perversa y Psicótica) y en toda la psicopatología en general (toxicomanía, fetichismo, paranoia, sadomasoquismo, pedofilia, etcétera) y finalmente en todo el desarrollo normal. Se puede decir que es el origen de todos los síntomas, actos perversos y delirios que presenta el sujeto.

La personalidad narcisista durante el psicoanálisis.

En psicoanálisis se observa con algunos psicoanalizados una forma terapéutica muy severa de reacción negativa y es característica del trastorno de personalidad narcisista, aunque no exclusiva del mismo. Aquí el empeoramiento clínico parte de la envidia inconsciente de la capacidad del psicoanalista para ayudar al sujeto: “Este desarrollo transferencial tan prevalente requiere una interpretación y elaboración más complejas, pero sigue siendo eminentemente trabajable”.
Esta severa reacción negativa —el caso que estamos considerando aquí— refleja una identificación inconsciente con un objeto de amor extremadamente agresivo y destructivo, acompañada de una fantasía transferencial dominante de que sólo si el psicoanalista está enfadado u odia al psicoanalizado estará honesta y profundamente implicado emocionalmente con él: “Sólo alguien que te odia o quiere matarte se preocupa realmente por ti”.

El amor no correspondido.

En los sujetos con personalidad masoquista el amor no correspondido acrecienta el afecto, en lugar de reducirlo, como ocurre comúnmente en el duelo sano. Al cabo de un período de varios años, se puede observar que este tipo de hombres y mujeres tiende a enamorarse de personas inaccesibles, o bien a someterse en exceso a un partenaire idealizado y a socavar inconscientemente la relación con esa misma sumisión, mientras se descartan las posibilidades de otras relaciones potencialmente más gratificantes que se presentan.
El hecho de que los largos encadenamientos a vínculos afectivos desdichados sean más frecuentes en las mujeres se explica por las puntualizaciones de las expresiones culturales que refuerzan e incluso inducen y facilitan la conducta autodestructiva en ellas, esto es, las coacciones creadas por la explotación económica de la mujer, los embarazos no deseados y el refuerzo social de la conducta sádica del sexo masculino. Aunque éstas son sin duda fuerzas que influyen poderosamente, no tiene menos importancia la capacidad más temprana de las mujeres para desarrollar una relación objetal profunda en el contexto de un vínculo sexual, capacidad que deriva del pasaje que realiza la niña de la madre al padre, durante el Complejo de Edipo, en contraste con el apego persistente del hombre al primer objeto de amor (madre) y con su intensa ambivalencia respecto de ese objeto. La capacidad anterior de la mujer para el compromiso en una relación amorosa y sus apegos masoquistas se refuerzan mutuamente.

La contradicción de la juventud.

La “Era Posmoderna” trae consigo que la juventud se rebele contra las funciones normativas de la tradición e intente liberarse de todos los vínculos históricos específicos; es decir, de las reglas establecidas por la cultura anterior.
Lo que distingue hoy en día al acudir a fiestas, bares, conciertos, etcétera es el consumo de sustancias tóxicas, desde el cigarro hasta la cocaína —sin mencionar la ingesta de las bebidas embriagantes que son inherentes a estas reuniones sociales— como método para el Goce del cuerpo y un deseo de infinitud de la experiencia. Aunque cabe destacar la contradicción existente de esta era posmodernista: “una cultura sin normas”, que busca imperiosamente la libertad, sin embargo, se esclaviza al efecto de las toxicomanías.

domingo, 11 de junio de 2017

¿Por qué se desea todo el tiempo y nada nos satisface permanentemente?

Jacques-Marie Émile Lacan aborda el Complejo de Edipo partiendo de que es el punto crucial que constituye al sujeto, explica que se debe entender en tres tiempos, no se trata de tiempos evolutivos, es decir que no se cumple en un aspecto cronológico sino se trata de una dinámica lógica ¿Qué significa esto? Que va transitando de un momento a otro, en una secuencia que lleva un orden.
El primer tiempo se ubica en el momento donde están únicamente madre e hijo, el niño se posiciona en una búsqueda de poder satisfacer el deseo de su madre.
El recién nacido llega a un mundo, bastante caótico y partiendo de ahí, emprende la difícil tarea de convertirse en un sujeto comenzando por preguntarse ¿Quién soy? ¿Cómo voy a ser? ¿Qué voy a decidir? Para responder a estas preguntas se apoya del contexto con el que se encuentra; es decir que el sujeto entra en una escena en donde todos los actores cumplen cierta función y él de alguna manera tiene que buscar la suya, siendo influido obviamente por los demás.
En este tiempo lo que se pone en relieve es la unión: madre-hijo (masa de dos según el psicoanálisis). En este momento el infante cuenta únicamente con la referencia que brinda la madre, sujetándose a una ley “caprichosa” de la madre (a lo que ella quiera). “La ley de la madre es una ley encontrada”, es decir, no hay nada que pueda separarlos, nada que sirva de punto de referencia para comprender: donde termina el deseo de la madre y donde comienza el deseo del infante.
Lacan se pregunta ¿Qué desea el sujeto (entiéndase por sujeto el infante)? ¿Qué desea ese sujeto que acaba de llegar? Pues no sólo desea los cuidados y la presencia de la madre sino también ubicarse en su deseo y su deseo es “deseo de la madre”. Es saber que desea la madre, para orientarse hacia ella, a partir de lo su progenitora desea y con eso intentar cumplir lo que el infante cree que ella desea, lo que imagina le hace falta. A esto Lacan responde “que el deseo del sujeto es deseo del deseo de la madre, es decir su deseo estará marcado por el deseo del Otro”.
En un segundo momento después que el niño se cree complemento de su madre y que ella es su complemento, se enfrenta a la realidad, percibe que él no es todo para su progenitora, ni que además ella se encarga exclusivamente de él porque existen otras cosas de las que debe atender su madre. Este contexto se remarca porque entran terceras personas que impiden esa fusión madre-hijo, aunado a sus intereses y actividades en general. Esto significa que la madre desea mas allá de su hijo, es decir, fuera de su vástago, mostrándose dos divisiones: el niño no puede ser todo para su madre y la madre tampoco se completa con su vástago, esto quiere decir que su deseo esta mas allá de él.
En consecuencia en el infante surge un fantasma que pregunta ¿En que otra parte se encuentra?, si no soy yo lo que cumple esa falta ¿Qué cosa será entonces?, si yo no la satisfago ¿Qué podrá ser lo que cumple esa satisfacción? Obviamente no hay nada que venga a satisfacer “aquello” y aquí se instaura para el niño la imposibilidad de ser “aquello” que la madre desea, lo que anhela, el infante va a intentar resolver ese dilema encaminándose hacia allá, hacia el deseo del otro.
Ahora bien, Lacan continua argumentando que la Función Paterna intervine entre el niño y su madre. En el mejor de los casos será el padre quien establece una doble pauta, primero diciéndole a su esposa que deje de atender por unos momentos al infante, que lo voltee a ver a él (con eso suspende la absorción maternal hacia su vástago); y segundo, envía un mensaje al hijo: “tu no eres todo para ella”, “siempre existen otras cosas más”, le demuestra al hijo que su madre también quiere en otra parte y que además se satisface con otras cosas. Con esto le muestra el padre al niño que no posee lo que le falta a su madre y es imposible que pueda dárselo, con esto hace el discernimiento del deseo de ambos, que si bien son paralelos resultan ser diferentes, por lo que le incita al niño a buscar en otra parte, le brinda referencias y modos para facilitarle emprender la acción.
«La introducción o la intervención de la Función Paterna permite que el niño no quede atrapado en esa posición totalitaria y caprichosa de la madre, dando pauta a la “castración”, y con eso le brinda la entrada a una ley universal, que le dará cabida en la cultura. Es importante que la madre otorgue su anuencia para permitir la Función Paterna, pero si llega a desvalorizar al padre ese lugar quedará vacío y no habrá fuerza para que se produzca el tercer tiempo del Complejo de Edipo».
La Función Paterna le brinda al infante la oportunidad de ir a buscar en otra parte, algo con qué puede llegar a identificarse para lograr abandonar esa posición donde él cree que es lo que a su madre le falta. En este momento le da lugar a la palabra, con lo hace un sujeto deseante. Ahora el niño se debe de ocupar de un nuevo trabajo —que es el parteaguas— de fijarse bien hacia donde apunta el deseo de la madre, y con eso tener una referencia para saber hacia donde se dirige el suyo.
Aquí se instaura la lógica de la neurosis. El símbolo “$” es un termino utilizado por Lacan para nombrar al sujeto, “dividido” ya que es un sujeto constituido a partir del deseo, es decir que es un «sujeto deseante» y por esta razón es un «sujeto en falta», continuará toda su vida haciendo ese intento, que siempre resultará fallido porque la ley universal de entrada a la cultura deja una huella inconsciente: no existe nada que se pueda hacer, por más que se intente porque es imposible colmar el deseo. La solución que el sujeto le encuentra a esté descubrimiento es buscar un modo de obturar esto y se pasara el resto de su vida tratando de buscar situaciones que lo complete.
En la Estructura Neurótica existen dos maneras de simbolizarse, una es a través del «significante» y otra a por medio de la vía «no significante», también llamada «vía del fantasma». Esta última la utiliza el neurótico como solución en donde utiliza los objetos para suturar la división subjetiva y restituir la aporía del sujeto. Lo que produce la continuidad de la búsqueda de ese objeto es el Goce, lo que Lacan llamaría un «Plus de Goce» añadido del exterior que es admitido en la economía subjetiva. Lo que significa que el sujeto sabe que ese objeto no es el que vendrá a saturar su división, pero en cambio busca la privación, en donde el objeto llegara a ser enmantado por el deseo sin llegar a ser Goce.
Los señalamientos que manifiesta Sigmund Freud y Lacan para la constitución del sujeto, el primero formula que los “objetos del deseo” son siempre “objetos reencontrados” sustituidos del primero (madre); mientras que para el último autor nunca hubo un primer objeto que lo completó, simplemente es una ilusión que nos impulsa a buscar, a seguir... toda la vida.

jueves, 8 de junio de 2017

El Deseo, concepto. Jacques-Marie Émile Lacan.

A partir de la línea de la hipótesis de Sigmund Freud, según la cual el “deseo” pone en movimiento el aparato psíquico de acuerdo con la percepción de lo agradable y de lo desagradable, Jacques-Marie Émile Lacan ubica el “Deseo” en la carencia esencial que el niño experimenta una vez separado de la madre. Al no poder satisfacer esta falta, el deseo será llevado hacia sustitutos de la madre que la “Ley Paterna” prohíbe, para impedir la identificación del niño con la madre. Reprimida, desconocida, la pulsión es sustituible por un símbolo que encuentra su expresión en la demanda de conocer, de poseer. Las demandas, siempre insatisfechas, remiten a los deseos siempre reprimidos, y estos deseos se entretejen en una trama sin fines de asociación. El ejemplo de la anorexia mental, o rechazo de la nutrición, puede ilustrar esta implicación entre necesidad, deseo y demanda. La solicitud del niño de alimento manifiesta una necesidad orgánica, pero, más profundamente, se puede rastrear a una demanda de amor. La madre puede entender la verdadera demanda y abrazar al niño, negándole la comida, o bien puede creer simplemente en la necesidad y disponer la comida sin haber comprendido la verdadera demanda. Atiborrar al niño, satisfacer sus necesidades o impedirlas más acá y más allá de su demanda, lleva a sofocar la demanda de amor. La única salida para el niño, entonces, es rechazar el alimento para hacer brotar, por vías negativas, sus demandas de amor: “Es el niño al que alimentan con más amor –escribe Lacan– el que rechaza el alimento y juega con su rechazo como un deseo (anorexia mental). Confines donde se capta como en ninguna otra parte que el odio paga al amor, pero donde es la ignorancia la que no se perdona”. De esta forma Lacan ubica al deseo entre la necesidad y la demanda, distinguiéndolo de la primera porque la necesidad mira hacia un objeto específico y se satisface con éste, y de la segunda porque, al exigir un reconocimiento absoluto, el deseo trata de imponerse sin considerar al “otro” al cual se dirige la demanda.

El engaño y la sinceridad en la pareja.

Un aspecto importante de la escenificación de los conflictos del Superyó en la relación de pareja es el despliegue de «engaños», estos tienen regularmente la función de servir como protección ante la agresión real o fantaseada del otro, o bien ocultar o mantener bajo control la propia agresión contra el partenaire, aunque el engaño es en sí mismo una forma sutil de agresión.
El engaño puede aparecer como reacción a ataques temidos del partenaire, que a su vez pueden ser reales o reflejar una proyección del Superyó. Cuando un esposo dice: “No puedo decirle esto a mi mujer, nunca me perdonaría”, quizás esté en lo cierto, en relación con el Superyó infantil de la esposa, o quizá lo piense porque él mismo proyecta sobre ella su propio Superyó infantil. También es posible que ambos estén presos en una estructura superyoica conjunta: una pareja sucumbe a veces a la colusión autodestructiva que deriva de su sumisión a un Superyó sádico conjunto. El engaño puede servir asimismo para proteger al otro de la lesión narcisista, los celos o la decepción, aunque la «sinceridad absoluta» suele ser en ciertas circunstancias una agresión racionalizada.
La ambivalencia que por lo común está bajo control en las interacciones sociales puede desenfrenarse en las íntimas, por decir una inflexión de la voz o un cambio de expresión facial tienen el potencial para generar una rápida escalada y un conflicto serio, aunque el estímulo original haya sido relativamente inocuo. A menudo los miembros de la pareja no tienen plena conciencia de lo bien que se conocen, de lo bien que cada uno puede “leer” el pensamiento del otro.

La toxicomanía en la era de la globalización.

Rosa Askenchuk señala: “El adicto ya no es un contestatario social sino el símbolo de la hiperadaptación, casi de la normalidad”.
El sujeto vive en un entorno social donde la felicidad pareciera estar al alcance de la mano. El mercado de consumo a través de una publicidad invasiva le ha implantado al sujeto la creencia que la “felicidad es sinónimo de comprar” cualquier clase de artículos o servicios: entre más caro mayor dicha. En este contexto, donde lo que vale son los artículos o servicios, el toxicómano funciona, hiperadaptándose a los lineamientos que el sistema capitalista subliminalmente lo induce.
La propuesta de las grandes empresas a los sujetos contiene dos aspectos, uno lo expresan abiertamente: adquirir los artículos o servicios que ofrecen y alcanzar con eso, ese bienestar tan anhelado. Pero por otro lado, de manera oculta, los artículos o servicios que brindan son efímeros, con lo cual frustran al consumidor pero al mismo tiempo lo alientan para que su deseo crezca infinitamente: el dispositivo móvil comprado hoy —novedad— en seis meses ya es una reliquia, dentro de doce meses empieza a fallar, o incluso ya no funciona. Es así como el sistema capitalista induce al Goce, y el toxicómano lo hace puntualmente, aunque tenga que pagarlo con su propia vida.
Desde esta perspectiva la toxicomanía —o mejor dicho, el fenómeno de la toxicomanía— deja de ser el aquel padecimiento por efecto del consumo de una droga ilegal, ahora el consumo desmedido se extiende a infinidad de sustancias o servicios producidas por la ciencia y la tecnología, destinados directamente a disminuir la angustia que genera el dolor de vivir en esta era de la globalización .

La psicosis y la inexistencia de la castración.

El sujeto con Estructura Psicótica presenta una una falla en el Orden Simbólico, como si no se hubiera terminado de completar el proceso de la inclusión del sujeto en el campo del Otro; por lo que permanece posicionado como el Falo de la madre.
El infante se encuentra en una relación dual con el Deseo Materno pero al crecer el niño no alcanza a separarse de dicho deseo por lo que desarrollará la psicosis.
El sujeto psicótico no llega a preguntarse el por qué no es lo que completa ese deseo, por lo tanto queda fijado en esta posición de objeto de Goce del Deseo Materno, dado que no hay una Función Paterna que venga a separarlo del multicitado deseo, con lo cual no se produce la castración, es decir el sujeto queda en una posición de completitud, en donde la Función Paterna «no le muestra mas allá de lo que su madre desea», porque él encarna ese objeto, es decir se convierte en el Falo del Deseo Materno y es allí donde se plantea la psicosis en ser ese Falo, que lo deja sin castración, es decir sin deseo.
Jacques-Marie Émile Lacan, insiste en explicar que el infante viene a colocarse más que como lo que le «falta al deseo materno, es un negar que al deseo materno le falte algo».

miércoles, 7 de junio de 2017

La sugestión de leer.

“Cada posición de la vida ofrece una perspectiva distinta de ella. Los sujetos apegados a los dispositivos móviles piensan en otro mundo, porque acostumbrados a estar encorvados, se han hartado de mirar éste”.

El lector que se interesa por temas sobre psicoanálisis tiene efectos regularmente positivos aunque tampoco se descarta —en la minoría de los casos— que pueda tener alguna consecuencia negativa sobre su vida, todo dependerá qué comprenda y cómo asimile la lectura.
Las publicaciones sobre psicoanálisis generalmente están dirigidas a quienes conocen sobre la materia. Donde podría existir algunos inconvenientes es en las personas —que por curiosidad se interesan sobre el tema— que al momento de leer llegará a despertar o sacudir algunos aspectos inconscientes y llevarlos a creer que no tienen una vida lograda, o son desdichados en algún aspecto de su existencia, sobre todo en su sexualidad. Por ejemplo, cuando el psicoanálisis aborda sobre la intensidad y profundidad del orgasmo femenino y la lectora se percata que ella nunca los ha tenido en tal magnitud; puede desencadenar algún grado de angustia o incluso que presente cierta frigidez posterior, que la lleve a pensar que padece alguna patología, cuando en verdad su sexualidad se posiciona dentro de la “normalidad”.
El psicoanálisis siempre va encaminado a que el sujeto, desde la “Estructura” subjetiva que se posiciona, tenga más y mejores oportunidades de adaptarse a las circunstancias que le rodean, el psicoanálisis no cura en el sentido literal de la palabra, sino intenta que el Yo se afirme y tenga una mayor flexibilidad con las otras dos instancias intrapsíquicas (Ello y Superyó) en aras de una mejor relación vincular con el otro.
Sería muy lamentable —y no es la intención del psicoanálisis— que, por ejemplo, una mujer dichosa, buena amante y responsable como madre, de pronto leyera un artículo sobre psicoanálisis y se cuestionara: «¡Ah, pero yo sólo tengo un orgasmo, eso no está bien, y además no todas las veces! ¡Y mi marido no siempre tiene erección! ¡Entonces, quizá yo no soy suficiente mujer como debería ser!». Y luego comience a preocuparse exacerbadamente en cada coito, se mire en el espejo, y al observar arrugas en su rostro piense que es evidente que no está tan bien como debería estar, y con este actuar se interrogue por el resto de su vida.
Ahora bien, toda obra de divulgación, toda lectura tiene estos efectos secundarios bastante nocivos y no únicamente el psicoanálisis. La misma subjetividad del sujeto provoca que manifieste una especie de “deseo de perfeccionamiento”, algo que lamentablemente no existe, al menos desde el punto de vista de la “psicología profunda”. Lo que si existe es una investigación psicoanalítica responsable y permanente al respecto, que puede contribuir a un mejoramiento de la vida psíquica del sujeto, pero dicho mejoramiento no es por medio de la lectura respectiva, con la cual el sujeto tenga la intención de poner en práctica un autoanálisis —sin descartar tampoco que la lectura posee una poderosa acción sugestiva— sino más bien promueve la relación directa y personal psicoanalista-psicoanalizado que abre la posibilidad a una «cura», donde la «transferencia» será la encargada de alcanzar ese bienestar.
Ahora bien, los medios de comunicación masiva y el vocabulario corriente, al retomar fragmentos del lenguaje psicoanalítico, han estimulado este “fantasma de perfeccionismo” con una finalidad preponderantemente económica. Estas lecturas versan regularmente sobre el “fantasma de perfección” del amor de pareja y de las relaciones parentales. Esto lo leemos casi a diario, sobre todo en las redes sociales que facilitan ese tipo de lectura: “Más que besarla, más que acostarnos juntos; más que ninguna otra cosa, ella me daba la mano, y eso era amor” de Mario Benedetti; “La vida no está hecha de deseos y sí de actos de cada uno” de Paulo Coelho; “La felicidad es una sombra de la armonía, persigue la armonía. No hay otra forma de ser feliz” de Bhagwan Shree Rajneesh conocido como Osho. Los argumentos o ideas que presentan estos autores —como muchos otros más— resultan ser loables pero que lamentablemente se ubican fuera de la realidad por lo cual el sujeto está impedido para llevarlas a cabo de manera cotidiana. Al no alcanzar esas metas, se acrecienta la angustia. Esta es una de las razones, de la manía que se tiene por el uso excesivo de los dispositivos móviles, donde se lee, se escribe y se comparte en las redes sociales pensamientos de este tipo, en un intento compulsivo de encontrar la respuesta a algo que agobia.

lunes, 5 de junio de 2017

La escena primaria y el masoquismo femenino.

La relación que mantengan el padre y la madre afecta de manera directa a los hijos, sin lugar a dudas una relación psicopatológica entre los cónyuges tiene consecuencias dañinas en sus vástagos.
Ahora bien, cuando el infante presencia la «escena primara» (coito observado, escuchado o fantaseado entre los padres ) en el caso de una niña, la experiencia de observar a sus progenitores teniendo relaciones sexuales de forma sadomasoquista, en donde la madre aparentemente es dominada por un marido que abusa sexualmente de ella, refuerza su fantasía de un pene sádico y una relación desigual, en consecuencia le queda la impresión que el encuentro íntimo tiene lugar sin placer mutuo. Si este es el mundo emocional donde queda atrapada la niña, es fácil imaginar la probable naturaleza de su desarrollo sexual que tenga en su vida adulta. Por ejemplo, esta niña cuando llegue a la adultez puede tener relaciones heterosexuales sin placer alguno, excepto imaginando que su pareja tiene coito con otra mujer. En su fantasía observa la escena sin participar, en una posición voyeurista, esto le permite de alguna manera experimentar un «Goce» sin intervención «directa» de su deseo sexual, porque de desearlo ella de manera directa padecería culpa. Otra variante del «Goce» masoquista que puede presentar es imaginarse siendo abusada sexualmente por un hombre violento, donde es incapaz de defenderse. Por lo tanto esta mujer puede estar inmersa en la fantasía sadomasoquismo que habría caracterizado el coito que presenció en la «escena primaria», identificada claramente con su madre, donde es dominada agresivamente por su marido. Aquí puede ser una de las causas donde el estado de sumisión de su madre durante el coito lleva a la niña a quedar atrapada en un mundo de fantasía que deteriora de su desarrollo psicosexual.
La fantasía que guarda dicha mujer con su pareja en su vida adulta es inconscientemente experimentada como si se tratara de su padre intrusivo, psicológicamente y físicamente agresivo.
Cuando una mujer con estos antecedentes se encuentra ante una relación sexual, no tendrá mucho éxito en alcanzar el orgasmo, porque eso exige poner en práctica su libertad y una total confianza en su partenaire, pero esto se convierte en algo casi imposible de lograr por el trauma sufrido. El deseo sexual, carente de cualquier componente afectivo, es experimentado como malo y degradante que obviamente no le permite el placer personal; esta mujer puede albergar la idea que el placer es exclusivo de los demás. Si llega a alcanzar el orgasmo nunca es al unísono con su partenaire, regularmente lo logra después de la relación sexual masturbándose porque deja de percibir a su pareja como amenazadoramente viril.
En muchos casos de frigidez y de fantasías masoquistas en la mujer, pueden también tener su origen en una inadecuada relación padre-hija que impidió el sano desarrollo de la imaginación sexual de esta última.
Lamentablemente estas niñas cuando llegan a la edad adulta no logran el placer sexual con su partenaire porque son incapaces de explorar y proyectar sus deseos. La fantasía masoquista permanece debido al trauma emocional que impresionó su delicada y sensible esfera sexual.
Tales traumas psíquicos infantiles contribuyen sustancialmente a crear áreas de sufrimiento en muchos aspectos durante el resto de la vida y subyacen a diversas formas de masoquismo sexual en las mujeres. Al impedir el desarrollo de la capacidad de placer sexual, el trauma se canaliza hacia el «Goce» masoquista: habiendo sido sometida pasivamente a un trauma, la mujer puede ahora obtener de forma activa el «Goce».

*Goce: Para el psicoanálisis el Goce es un placer que destruye, que está encaminando a la decadencia. Verbigracia, el Goce en el que esta sumergido el sujeto alcohólico que lo llevará irremediablemente a la miseria, al sufrimiento, a la muerte.

La vida sexual del psicoanalista.

Generalmente cuando el psicoanalista (hombre) se involucra sexualmente con su psicoanalizada (mujer) esto represente un síntoma de la psicopatología caracterológica narcisista del primero, y su concomitante patología superyoica significativa. No obstante, en ocasiones se involucra una dinámica puramente edípica; puede ser que el cruce de los límites sexuales de la relación psicoanalítica represente simbólicamente el cruce de la barrera edípica para el psicoanalista, un «acting out» de la psicopatología masoquista en un deseo inconsciente de ser castigado por una transgresión edípica.
Obviamente cualquier involucramiento sexual psicoanalista-psicoanalizado trae graves consecuencias para la «cura» del segundo, que nunca llega a un buen fin.
Si la vida sexual del psicoanalista es satisfactoria, tendrá mucho más probabilidades y capacidades de ayudar al psicoanalizado a resolver las inhibiciones y limitaciones que padece en esta área esencial de la expresión humana.

Placer y dolor, sadomasoquismo.

La experiencia masoquista sexual necesita del dolor, sumisión y humillación para obtener la satisfacción sexual correspondiente a manera de un «castigo inconsciente» por las implicaciones edípicas prohibidas de la sexualidad genital en la infancia.
El masoquismo como parte de la «sexualidad infantil perversa polimorfa», constituye el aspecto central de la excitación sexual, basado en la respuesta potencialmente erótica a la experiencia del dolor físico y en la transformación simbólica de esta capacidad para convertir el dolor en excitación sexual y en la aptitud para absorber o integrar el odio en el amor (Otto Kernberg).
Como lo han señalado Carl Mueller-Braunschweig y Michael Fain, el objeto del deseo sexual es originalmente un objeto tentador: la madre sensualmente estimulante y frustradora; y la excitación erótica, con su componente agresivo, es una respuesta básica a un objeto deseado, frustrante y excitante.
En circunstancias óptimas, los aspectos dolorosos de la excitación erótica se transforman en placer realzando la excitación sexual y la sensación de proximidad al objeto erótico. La internalización del objeto erótico, el objeto del deseo, también incluye las demandas que ese objeto plantea como condición para mantener su amor.
La fantasía inconsciente básica que se desarrolla en el masoquista se podría expresar: “Me haces daño como parte de tu respuesta a mi deseo pero acepto el dolor como parte de tu amor que es lo que consolida nuestra proximidad, me estoy volviendo como tú al gozar del dolor que se me inflige”. La demanda del objeto también puede traducirse como un código moral inconsciente que se expresa en una fantasía inconsciente básica que se pronunciara: “Me someto a tu castigo porque debe ser justo. Lo merezco como garante de mantener tu amor, y al sufrir pago un precio por conservar tu amor”. Las implicaciones agresivas del dolor (la agresión del objeto deseado, o que se le atribuye, y la reacción iracunda al dolor) aparecen entonces entretejidas o fusionadas con el amor como parte indispensable de la excitación erótica, según lo han enfatizado Braunschweig y Fain y Robert Jesse Stoller y como parte de la “defensa moral” descrita por William Ronald Dodds Fairbairn.

Los celos del padre y la madre dirigidos a su hija adolescente.

El peligro para la niña o la adolescente sólo puede provenir del padre o del amante de la madre, el único sujeto totalmente valorizado por su persona, y que se percibe sólo en caso de concupiscencia sexual por parte de éste.
El papel del padre es patógeno cuando su Superyó severo interfiere en la relación vincular con su hija. El padre tiene asignado el rol de formador del cambio, y lo sigue siendo hasta concluida la adolescencia: anticipando su porvenir, apoyándola en sus proyectos de establecimiento social, en sus ensayos de alejamiento del hogar familiar, desarrollando la madurez cívica, que la acompaña con su estima en la orientación cultural o profesional, que la libera de su dependencia y en la que él manifiesta su confianza, sin curiosidad ni intromisión —a propósito— de sus relaciones afectivas. Lamentablemente existen padres que se disfrazan de sobreprotectores y con ello dejan profundas secuelas en el desarrollo de su hija.
Ahora bien ¿Qué ocurre con la sexualidad genital de la hija durante la pubertad y adolescencia y el primer acto sexual, del que la joven espera su desfloración?
Muy a menudo, está la masturbación de la pubertad y los fantasmas conscientes o no, de violación y de rapto, cuyo autor imaginado pertenece regularmente a su entorno familiar o social.
Se brinda la joven una oportunidad de conformar un vínculo afectivo, si se atreve a renunciar a sus ensueños, a servirse de sus armas femeninas para triunfar sobre sus rivales y hacerse notar, para agradar y seducir al muchacho que le atrae. En este sentido, véanse los estragos narcisistas que le provocan a la joven las escenas paternales con ocasión de los primeros intentos de tener novio, cuando comienza a maquillarse, a vestirse de manera seductora, a asistir a fiestas, las llamadas telefónicas que le hacen salir de casa de manera imprevista, etcétera. Las escenas maternales son generalmente, por el contrario, menos traumatizantes, aunque ciertos señalamientos en cuanto a su adorno corporal y las actitudes de seducciones que presenta la joven hacia los hombres, pueden ser reprendidas por la madre que se «justifica supuestamente» en la moralidad pero que en realidad son el resultado de su homosexualidad dirigida hacia a la hija, combinada con una proyección de sus deseos adúlteros. Al manifestarse así, tales madres provocan una fractura crucial en la evolución libre de la sexualidad de su hija, que puede ser igual o mayor que la producida por padres celosos.

El masoquismo en hombres y mujeres.

Las fantasías y las actividades del sujeto masoquista cambian dependiendo el género al que pertenezcan. En los hombres expresan generalmente el deseo de ser dominados, tentados, excitados y forzados a someterse a una mujer poderosa y cruel como requerimiento para el orgasmo; mientras que las mujeres fantasean regularmente ser humilladas por motivo de exhibirse a otros, ser violadas por un hombre poderoso, peligroso y sobre todo un desconocido.
Roy F. Baumeister señala que el masoquismo masculino por lo general involucra mayor dolor y énfasis en la humillación, la infidelidad del partenaire sexual, la participación del público y el travestismo. Y en el masoquismo femenino se recurre con mayor frecuencia al dolor pero un dolor de menor intensidad, al castigo en el contexto de una relación íntima, a la exhibición sexual como humillación y a un público que no participa. El masoquismo masculino por lo general culmina en un orgasmo que excluye la coito genital, mientras que el masoquismo femenino por lo general desemboca en la penetración vaginal, aunque no presentan tan sistemáticamente un orgasmo profundo y placentero.
La comprensión psicoanalítica ayuda a clarificar estas diferencias en un nivel edípico, la dinámica central del masoquismo sexual, así como de la perversión en general, supone una intensa «angustia de castración», relacionada con aspectos agresivos intensos de los conflictos edípicos que puede incluir también una significativa agresión preedípica y con la acentuación defensiva de la sexualidad pregenital como aseguramiento contra la amenaza de “Castración”. Se supone que la mayor intensidad de la angustia de castración en los hombres está relacionada con la difusión de las perversiones sexuales entre ellos.

La relación amorosa de la mujer con hombres inaccesibles.

Las mujeres con una personalidad depresivo-masoquista donde se denota con fuerza la psicopatología dominante es en sus relaciones amorosas. Regularmente la mujer en su adolescencia temprana o tardía idealiza el amor con hombres inaccesibles —muy frecuentemente que le duplican la edad— que le provocan frustración y una fuerte decepción (profesores, vecinos o amigos de la familia de edad madura, etcétera) si estas relaciones se llegan a concretar se convierten en una experiencia que influye en la vida amorosa futura de la mujer.
Generalmente enamorarse de un hombre “inaccesible” puede llevar a encuentros románticos y/o sexuales en situaciones carentes de realismo que terminan casi siempre en una decepción, o a una fantasía mantenida durante años acerca de lo que podría haber sido. Cuando la adolescente se enamora de un hombre inaccesible puede considerarse una manifestación normal de la reactivación de los conflictos que ocurrieron durante el Complejo de Edipo en su infancia, pero si persiste esta actitud durante la edad adulta y sobre todo si se intensifica el amor experimentado, precisamente después de que está claro que no es correspondido por ese hombre “inaccesible”, nos encontramos ante los rasgos que caracterizan estas relaciones vinculares.
Estas mujeres no van superando gradualmente la idealización de los hombres inaccesibles en relaciones futuras más realistas (como es característico del desarrollo normal). Una fijación en el trauma las lleva a la repetición incesante de la misma experiencia. Las féminas con psicopatología masoquista pueden alternar entre los miedos y las inhibiciones sexuales, y la sexualidad impulsiva en circunstancias frustrantes e incluso peligrosas. Por ejemplo, una mujer muy moralista puede resistirse a encuentros de índole sexual pero si se encuentra con un hombre cuyas características son preponderantemente agresivas, incluso potencialmente amenazantes, pueden ejercer sobre ella una muy fuerte influencia seductora.
En sus encuentros sexuales, las mujeres masoquistas con funciones superyoicas bien integradas y una organización neurótica de la personalidad pueden experimentar al principio algún grado de inhibición sexual, y después, a veces como por azar, descubren una situación particularmente dolorosa, humillante o sumisa (unas cachetadas, nalgadas, etcétera) en el intercambio sexual, y en torno a ella cristaliza una perversión.

La hostilidad de la mujer hacia el hombre.

Existen mujeres que rechazan tajantemente los estereotipos de la feminidad convencional (cuidar hijos, dedicarse al hogar, etcétera) y al mismo tiempo presenten una conducta provocativa y hostil hacia los hombres que en realidad tiene un propósito autodestructivo inconsciente. Regularmente estas mujeres tienen una historia infantil de victimización severa: violencia física y/o psicológica, o abuso sexual, o incesto, que puede determinar en la superficie una exigencia tenaz de sus derechos de género, pero en un nivel más profundo, puede existir una identificación con el agresor internalizado en el Superyó, que una y otra vez recrea la situación de maltrato y perpetúa la victimización en su vida cotidiana.

El Goce y el cuerpo del toxicómano.

El toxicómano en ocasiones dice estar dispuesto a “cambiar” con la finalidad de que “su vida marche bien” pero al mismo tiempo pone como «condición subyacente» (no la expresa) que no se modifiquen las coordenadas donde se sostiene su miseria, o sea su Goce: “La ilusión de un Goce posible siempre es más confortable que el riesgo del Deseo*” ¿Qué significa esto? Por ejemplo, el alcohólico que comprende que la sobriedad lo llevaría hacerse responsable de los conflictos que se presentan en su vida cotidiana, pero “aun sabiendo eso, se hace el desatendido”.
Lo que el toxicómano puede denominar “su ideología” respecto a su adicción se sostiene en las coordenadas que encuentran fundamento, en el objetivo de su posicionamiento (psicopatología), en pos de cuyo cumplimiento produce una serie de dispositivos para seguirlo logrando. Este es precisamente el de “no querer saber lo sabido”, consigna determinante de las cuestiones del sentido común, paso indispensable para ingresar en la llamada Cultura y cumplir las reglas que marca la sociedad.
Esta “pasión por la ignorancia” se sostiene desplegando diversos recursos, síntomas, negaciones, resignaciones, adicciones... amparados en el sentido.
El toxicómano convoca respuestas acordes dentro de lo terapéutico, las cuales pueden abarcar desde la supuesta pretensión de lograr una reeducación emocional ingresando a un “grupo”, tomar alguna de las múltiples “terapias personales” existentes... las cuales prometen la eliminación del consumo, o al menos, el control de todo vestigio desiderativo; o llegar al psiquiatra que con la utilización de psicofármacos logrará la abolición del sujeto; o bien acudir a psicoanálisis para hacerse “entender”.
Ahora bien, la existencia del sujeto es una condición previa: él sólo puede ser conciente de un «objeto» a condición de reprimir que primero él mismo fue el «objeto» del Otro Materno. A causa de su primer sentido incestuoso, el cuerpo es «obsceno»: literalmente fuera de la escena. En ese sentido, nuestro cuerpo es mas exterior que cualquier otro punto fuera ¿Qué pretendemos decir con esto? Cuando alguien enferma de esa ajenidad denominada “cuerpo” (objeto), en ese momento recurre al médico con una posición accesible aunado a un comentario: “Me pongo en sus manos” y se presta dócilmente a cumplir con las indicaciones y a ingerir los diversos fármacos que señale la receta médica, con la finalidad de “componer” lo que se encuentra en un orden de disfuncionalidad. Pero todo tiene un límite y éste es justamente el que marca el pasaje de la cuestión del “cuerpo” al compromiso del sujeto a cumplir cabalmente con lo indicado. Tomar pastillas: “Las que usted diga”, pero en el momento que prosiga la prescripción médica de realizar algunas acciones (hacer ejercicio, beber únicamente agua, hacer tres comidas al día, etcétera) o tener que aceptar restricciones (dejar de fumar, no consumir bebidas alcohólicas, no ingerir comidas ricas en grasas, etcétera) no resulta esto ser nada agradable ni ameno. Entonces es ahí cuando comienza la dificultad y por supuesto el incumplimiento. La relación médico-paciente se vuelve inestable, por no decir intolerable.
Es interesante reflexionar sobre la situación creada, cuando todo queda en manos del sujeto y éste es quien se tiene que comprometer para el cuidado de su salud, de su cuerpo sufriente, sea justamente el lugar donde trata de desentenderse y donde podría parafrasear a Felipe, el inefable amigo de Mafalda, cuando resume, en una frase, la esencia de su ser: “Mis debilidades son más fuertes que yo”. Palabras que expresaría cualquier toxicómano para permanecer en el Goce que día a día lo encaminan a su autoaniquilación (Farmakon).

*A partir de la línea de la hipótesis de Sigmund Freud, según la cual el “deseo” pone en movimiento el aparato psíquico de acuerdo con la percepción de lo agradable y de lo desagradable, Jacques-Marie Émile Lacan ubica el “Deseo” en la carencia esencial que el niño experimenta una vez separado de la madre. Al no poder satisfacer esta falta, el deseo será llevado hacia sustitutos de la madre que la “Ley Paterna” prohíbe, para impedir la identificación del niño con la madre. Reprimida, desconocida, la pulsión es sustituible por un símbolo que encuentra su expresión en la demanda de conocer, de poseer. Las demandas, siempre insatisfechas, remiten a los deseos siempre reprimidos, y estos deseos se entretejen en una trama sin fines de asociación. El ejemplo de la anorexia mental, o rechazo de la nutrición, puede ilustrar esta implicación entre necesidad, deseo y demanda. La solicitud del niño de alimento manifiesta una necesidad orgánica, pero, más profundamente, se puede rastrear a una demanda de amor. La madre puede entender la verdadera demanda y abrazar al niño, negándole la comida, o bien puede creer simplemente en la necesidad y disponer la comida sin haber comprendido la verdadera demanda. Atiborrar al niño, satisfacer sus necesidades o impedirlas más acá y más allá de su demanda, lleva a sofocar la demanda de amor. La única salida para el niño, entonces, es rechazar el alimento para hacer brotar, por vías negativas, sus demandas de amor: “Es el niño al que alimentan con más amor –escribe Lacan– el que rechaza el alimento y juega con su rechazo como un deseo (anorexia mental). Confines donde se capta como en ninguna otra parte que el odio paga al amor, pero donde es la ignorancia la que no se perdona”. De esta forma Lacan ubica al deseo entre la necesidad y la demanda, distinguiéndolo de la primera porque la necesidad mira hacia un objeto específico y se satisface con éste, y de la segunda porque, al exigir un reconocimiento absoluto, el deseo trata de imponerse sin considerar al “otro” al cual se dirige la demanda.

sábado, 3 de junio de 2017

La mujer que desvaloriza a su partenaire.

En una mujer que durante su niñez no tuvo una relación satisfactoria con su madre que tolerara su sexualidad, quedará como una experiencia dolorosa —misma que puede reprimir y arrinconarse en el inconsciente— sobre esa madre hostil y rechazadora que interfirió en el desarrollo temprano de su sensualidad corporal y, más tarde, el amor al padre, puede generar una culpa inconsciente exagerada que repercutirá en la edad adulta en sus relaciones sexuales con su partenaire, y en un compromiso afectivo profundo.
En estas circunstancias, el cambio normal de objeto por parte de la niña, que pasa de la madre al padre durante el Complejo de Edipo queda distorsionado inconscientemente, y la relación con los hombres se convierte regularmente en sadomasoquista. Pero si desarrolla una estructura narcisista de la personalidad, es posible que esta mujer exprese su intensa envidia inconsciente a los hombres por medio de una desvalorización defensiva constante de su pareja a quien ama, o bien que manifieste un distanciamiento emocional, o quizás puede expresar una promiscuidad de raíz narcisista equiparable a la de los hombres narcisistas.
La experiencia que tenga la niña de un padre edípico inaccesible, sádico, sexualmente rechazador, o bien seductor y tentador exacerba estos conflictos tempranos y sus efectos sobre la vida amorosa de la mujer en su edad adulta.

El perdón en la infidelidad.

El sujeto comprometido en el vínculo afectivo que descubre la infidelidad por parte de su partenaire, es justificado que denote posteriormente miedo (independientemente de los ataques, señalamientos, menosprecios, etcétera) aunque dicho temor suele ser regularmente desmesurado porque no puede olvidar el engaño ni tampoco se encuentra en la posibilidad de perdonar. También existe la posibilidad que el sujeto se identifique, en un momento dado, con su pareja que ha cometido la infidelidad, donde esta última tomaría la misma postura y actitudes si hubiese sido la víctima, con esto aumentaría sustancialmente las recriminaciones. El origen de esto proviene de un Superyó cruel, implacable y despiadado.
Aunque el menoscabo narcisista de sentirse abandonado y traicionado es un aspecto obviamente importante de esa conducta implacable, la capacidad para perdonar al otro amado constituye habitualmente una característica de un Superyó maduro, derivado del hecho de haber sido capaz de reconocer la agresión y la ambivalencia depositada en él mismo y la capacidad concomitante de aceptar la ambivalencia inevitable en los vínculos afectivos.
El perdón genuino expresa un sentido maduro de la moral, una aceptación del dolor que acompaña a la pérdida de las ilusiones sobre el otro amado y también sobre el sujeto mismo; fe en la posibilidad de recuperar la confianza; y esperanza en la posibilidad de recrear y mantener el amor a pesar y más allá de sus componentes agresivos. No obstante, el perdón basado en la «ingenuidad» o en la «grandiosidad narcisista»: “¡Te perdono porque soy muy grande de corazón!”, tiene mucho menos valor para reconstruir la vida de una pareja (el conflicto en estos casos queda latente) sobre la base de una nueva consolidación de la preocupación de cada miembro por el otro y por la vida compartida.