El toxicómano en ocasiones dice estar dispuesto a “cambiar” con la finalidad de que “su vida marche bien” pero al mismo tiempo pone como «condición subyacente» (no la expresa) que no se modifiquen las coordenadas donde se sostiene su miseria, o sea su Goce: “La ilusión de un Goce posible siempre es más confortable que el riesgo del Deseo*” ¿Qué significa esto? Por ejemplo, el alcohólico que comprende que la sobriedad lo llevaría hacerse responsable de los conflictos que se presentan en su vida cotidiana, pero “aun sabiendo eso, se hace el desatendido”.
Lo que el toxicómano puede denominar “su ideología” respecto a su adicción se sostiene en las coordenadas que encuentran fundamento, en el objetivo de su posicionamiento (psicopatología), en pos de cuyo cumplimiento produce una serie de dispositivos para seguirlo logrando. Este es precisamente el de “no querer saber lo sabido”, consigna determinante de las cuestiones del sentido común, paso indispensable para ingresar en la llamada Cultura y cumplir las reglas que marca la sociedad.
Esta “pasión por la ignorancia” se sostiene desplegando diversos recursos, síntomas, negaciones, resignaciones, adicciones... amparados en el sentido.
El toxicómano convoca respuestas acordes dentro de lo terapéutico, las cuales pueden abarcar desde la supuesta pretensión de lograr una reeducación emocional ingresando a un “grupo”, tomar alguna de las múltiples “terapias personales” existentes... las cuales prometen la eliminación del consumo, o al menos, el control de todo vestigio desiderativo; o llegar al psiquiatra que con la utilización de psicofármacos logrará la abolición del sujeto; o bien acudir a psicoanálisis para hacerse “entender”.
Ahora bien, la existencia del sujeto es una condición previa: él sólo puede ser conciente de un «objeto» a condición de reprimir que primero él mismo fue el «objeto» del Otro Materno. A causa de su primer sentido incestuoso, el cuerpo es «obsceno»: literalmente fuera de la escena. En ese sentido, nuestro cuerpo es mas exterior que cualquier otro punto fuera ¿Qué pretendemos decir con esto? Cuando alguien enferma de esa ajenidad denominada “cuerpo” (objeto), en ese momento recurre al médico con una posición accesible aunado a un comentario: “Me pongo en sus manos” y se presta dócilmente a cumplir con las indicaciones y a ingerir los diversos fármacos que señale la receta médica, con la finalidad de “componer” lo que se encuentra en un orden de disfuncionalidad. Pero todo tiene un límite y éste es justamente el que marca el pasaje de la cuestión del “cuerpo” al compromiso del sujeto a cumplir cabalmente con lo indicado. Tomar pastillas: “Las que usted diga”, pero en el momento que prosiga la prescripción médica de realizar algunas acciones (hacer ejercicio, beber únicamente agua, hacer tres comidas al día, etcétera) o tener que aceptar restricciones (dejar de fumar, no consumir bebidas alcohólicas, no ingerir comidas ricas en grasas, etcétera) no resulta esto ser nada agradable ni ameno. Entonces es ahí cuando comienza la dificultad y por supuesto el incumplimiento. La relación médico-paciente se vuelve inestable, por no decir intolerable.
Es interesante reflexionar sobre la situación creada, cuando todo queda en manos del sujeto y éste es quien se tiene que comprometer para el cuidado de su salud, de su cuerpo sufriente, sea justamente el lugar donde trata de desentenderse y donde podría parafrasear a Felipe, el inefable amigo de Mafalda, cuando resume, en una frase, la esencia de su ser: “Mis debilidades son más fuertes que yo”. Palabras que expresaría cualquier toxicómano para permanecer en el Goce que día a día lo encaminan a su autoaniquilación (Farmakon).
*A partir de la línea de la hipótesis de Sigmund Freud, según la cual el “deseo” pone en movimiento el aparato psíquico de acuerdo con la percepción de lo agradable y de lo desagradable, Jacques-Marie Émile Lacan ubica el “Deseo” en la carencia esencial que el niño experimenta una vez separado de la madre. Al no poder satisfacer esta falta, el deseo será llevado hacia sustitutos de la madre que la “Ley Paterna” prohíbe, para impedir la identificación del niño con la madre. Reprimida, desconocida, la pulsión es sustituible por un símbolo que encuentra su expresión en la demanda de conocer, de poseer. Las demandas, siempre insatisfechas, remiten a los deseos siempre reprimidos, y estos deseos se entretejen en una trama sin fines de asociación. El ejemplo de la anorexia mental, o rechazo de la nutrición, puede ilustrar esta implicación entre necesidad, deseo y demanda. La solicitud del niño de alimento manifiesta una necesidad orgánica, pero, más profundamente, se puede rastrear a una demanda de amor. La madre puede entender la verdadera demanda y abrazar al niño, negándole la comida, o bien puede creer simplemente en la necesidad y disponer la comida sin haber comprendido la verdadera demanda. Atiborrar al niño, satisfacer sus necesidades o impedirlas más acá y más allá de su demanda, lleva a sofocar la demanda de amor. La única salida para el niño, entonces, es rechazar el alimento para hacer brotar, por vías negativas, sus demandas de amor: “Es el niño al que alimentan con más amor –escribe Lacan– el que rechaza el alimento y juega con su rechazo como un deseo (anorexia mental). Confines donde se capta como en ninguna otra parte que el odio paga al amor, pero donde es la ignorancia la que no se perdona”. De esta forma Lacan ubica al deseo entre la necesidad y la demanda, distinguiéndolo de la primera porque la necesidad mira hacia un objeto específico y se satisface con éste, y de la segunda porque, al exigir un reconocimiento absoluto, el deseo trata de imponerse sin considerar al “otro” al cual se dirige la demanda.