Jacques-Marie Émile Lacan elabora la diferenciación entre “el pequeño otro” (“el otro”, con minúscula; o a por la palabra francesa “autre”, en bastardilla) y “el gran Otro” (“el Otro”, con mayúscula, designado con la A de Autre).
El “petit autre” es el “otro” que no es realmente otro, sino un reflejo, una proyección
de la instancia psíquica: Yo; simultáneamente, el semejante y la «imagen especular»; o sea, que está totalmente inscrito en el orden «imaginario».
El “Gran Otro” u “Otro”, por su parte designa la alterídad radical, la otredad que trasciende la otredad ilusoria de lo «imaginario»: esta tiene la imposibilidad de asimilarse a través de la identificación.
Lacan equipara esta alteridad con el lenguaje y la Ley; por ende, el Gran Otro está inscrito en el orden «simbólico».
El Otro es otro sujeto, con su singularidad «inasimilable», y también es el orden simbólico (que media irremediablemente la relación con ese otro sujeto). Este último sentido es el fundamental: “el Otro debe en primer lugar ser considerado un lugar, el lugar en el cual está constituida la palabra”.
Lacan afirma que la palabra no se origina en el Yo, sino en el Otro; por lo tanto, la palabra, el lenguaje están más allá del control consciente, vienen “de otro lugar”, desde fuera de la consciencia. Esta es la explicación (una de ellas) de la célebre
frase: “El inconsciente es el discurso del Otro”.
Para el infante, la madre ocupa primeramente la posición del Gran Otro. El Complejo de Castración se constituye precisamente cuando el niño descubre que ese Otro no es completo, que padece una falta. El Otro completo es mítico, no existe. El Otro incompleto es el “otro barrado” (una A tachada). El Otro es también “el otro sexo”, que a su vez es siempre la mujer, tanto para
sujetos masculinos como femeninos.
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