La gratitud constituye uno de los medios por los cuales el amor se desarrolla y perpetúa. La capacidad de gratitud aportada tanto por el Yo como por el Superyó es básica para la reciprocidad en la relación de pareja; se origina en el placer del infante ante la reaparición en la realidad externa de la imagen del cuidador que gratifica (Melanie Klein).
La aptitud para tolerar la ambivalencia, que indica el pasaje desde la fase de aproximación de la separación-individuación a la fase de la constancia del objeto, está también signada por un aumento de la capacidad de gratitud. El logro de la constancia del objeto también acrecienta la capacidad para experimentar culpa por la propia agresión.
La culpa, como lo ha señalado Klein refuerza la gratitud (aunque no es lo que le da origen).
La culpa también acrecienta la idealización; la idealización más temprana es la de la madre de la fase simbiótica del desarrollo; después se convierte en la idealización de la madre de la fase de la separación-individuación.
La integración del Superyó que promueve el desarrollo de la capacidad para la culpa inconsciente estimula la evolución de la idealización como formación reactiva contra la culpa y como expresión directa de culpa. Esta idealización estimulada por el Superyó es un refuerzo poderoso de la gratitud como componente del amor.
La capacidad de los miembros de la pareja para idealizarse recíprocamente se expresa con la mayor fuerza en su aptitud para experimentar gratitud por el amor recibido, y en la correspondiente intensificación del deseo de dar amor en reciprocidad.
“La experiencia del orgasmo del otro como expresión de amor recibido así como de la capacidad para corresponder con amor contienen la seguridad de que el amor y la reciprocidad prevalecen sobre la envidia y el resentimiento”.
No obstante, y de forma paradójica, la capacidad para la gratitud que resulta de la idealización va en contra de ciertas características avanzadas del Ideal del Yo en la etapa edípica del desarrollo, en la cual la relación idealizada por los progenitores edípicos proviene de la renuncia al «erotismo infantil perverso polimorfo» y a los afectos eróticos genitales de esa relación.
Como lo ha subrayado Henry Dicks, la idealización inicial recíproca de la pareja recién establecida y sus expectativas conscientes de una relación amorosa sostenida un poco antes o después entran en conflicto con la resurgencia de las relaciones objetales internalizadas pasadas conflictivas, reprimidas y disociadas. Los conflictos edípicos y las correspondientes prohibiciones superyoicas generan en la mayoría de los casos un derrumbe gradual de esas idealizaciones tempranas, en el contexto de la renovación de la tarea de la adolescencia de integrar el erotismo y la ternura. Estos conflictos, que a menudo ponen a prueba la estabilidad de la pareja, pueden no sólo producir descubrimientos dolorosos para ambos partenaires sino también crear sus propios procesos curativos.
Esto lo observamos comúnmente en la mujer que tiene una vida sexual satisfactoria pero cuando se casa, al cabo de cierto tiempo se deteriora la actividad íntima con su cónyuge, quejándose que no le presta atención y el preámbulo erótico casi ha desaparecido, ya que su partenaire se encuentra exclusivamente interesado en el aspecto carnal, sin suficiente ternura. Aquí se denota que la mujer no tiene ninguna tolerancia a las discontinuidades habituales de cualquier relación íntima duradera. Si bien es cierto que ama a su esposo, no advierte que su tendencia a culparlo y a verse a sí misma como víctima, envenena el vínculo afectivo, su aferramiento infantil y su conducta inducidora de culpa repite aspectos de la relación entre sus progenitores, y de la relación con su padre en la adolescencia.
Si esta mujer llega a reencontrar un hombre que haya sido su novio en su adolescencia, y además lo idealice, puede que inicie una relación extramatrimonial, que sea satisfactoria desde el punto de vista sexual. Esto puede sorprenderla y percibir un aumento de su autoestima, pero paradójicamente esto puede conllevar una renovación del amor por el marido, lo que se traduce en sentirse culpable por la infidelidad y al mismo tiempo apreciar y valorar los aspectos positivos de la vida compartida en el matrimonio. De hecho, esto puede llevar a descubrir aspectos emocionales de la relación con el esposo que resultan ser mucho más satisfactorios que los de la relación con el amante, aunque, al mismo tiempo, experimente una gratificación sexual plena con este último, pensando que su cónyuge ya no podrá procurársela.
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