Martin S. Bergmann en su obra “Anatomía del amor”, señala que durante el tratamiento psicoanalitico las primeras imágenes sexuales de la infancia se hacen conscientes y por lo tanto quedan privadas de su potencial energizante. El descubrimiento de la fijación incestuosa detrás del amor transferencial del psiconalizado hacia el psicoanalista afloja los lazos incestuosos y prepara el camino para un amor futuro libre de la necesidad de repetir la triangulación edípica. Bajo condiciones “normales”, los prototipos infantiles sólo energizan al nuevo enamoramiento, mientras que en la neurosis también evocan el tabú del incesto y necesitan nuevas triangulaciones que repitan el triángulo de la etapa edípica. Con respecto a los sujetos que se involucran sexualmente con su psicoanálista, los primeros suelen decir que a diferencia de los demás pacientes: “Tengo derecho a desobedecer el tabú del incesto, eludir el trabajo de duelo y poseer a mis padres sexualmente. Tengo ese derecho a ponerlo en práctica porque he sufrido tanto o simplemente porque soy una excepción”.
Desde el punto de vista del psicoanalizado, cuando la relación transferencial se convierte en una relación sexual, representa simbólica e inconscientemente el cumplimiento del deseo por el objeto, es decir que el amor del infante no se vea nuevamente rechazado o abandonado (por uno o ambos padres) padres que están representados inconscientemente por el psicoanálista y que por lo tanto el incesto pueda ser refundado en la actualidad.
La relación analítica sólo funciona en la medida en que el psicoanálista muestre, en palabras de Sigmund Freud: “que él es una prueba contra la tentación”.
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