“No hay obra que no se vuelva contra su autor: el poema aplastará al poeta, el sistema al filósofo, el acontecimiento al hombre de acción. Se destruye cualquiera que, respondiendo a su vocación y cumpliéndola, se agita en el interior de la historia; sólo se salva quien sacrifica dones y talentos para que, liberado de su condición de hombre, pueda reposarse en el ser. «Si aspiro a una carrera metafísica, no puedo a ningún precio guardar mi identidad; debo liquidar hasta el menor residuo que me quede de ella»; mas si, por el contrario, me aventuro en un papel histórico, la tarea que me incumbe es exasperar mis facultades hasta que estalle con ellas. Siempre se perece por el yo que se asume; llevar un nombre es reivindicar un modo exacto de hundimiento”. Émile Michel Cioran.
Otto Fenichel se pronunció en contra del tratamiento psicoanalitico de los toxicómanos fuera del centro de salud mental. No sólo porque el síntoma es acompañado del “Goce”, lo que suscita las mismas dificultades que en el tratamiento de las perversiones, sino que además la constitución narcisista de estos sujetos vuelve necesario un trabajo psicoanáIitico en las capas más profundas y su intolerancia a las tensiones impone «modificaciones de la técnica», por lo que resulta que no es el efecto químico de la droga el que debe ser combatido sino el anhelo mórbido de la euforia extraída de la droga.
El mejor momento para iniciar el psicoanálisis es la que coincide con la sobriedad o inmediatamente después; pero no hay que esperar que el sujeto se mantenga sin consumir la sustancia tóxica durante el tratamiento: si se le presenta la oportunidad, retomará el tóxico todo el tiempo que persista la resistencia al psicoanálisis. Esta es la razón por la cual los toxicómanos deben ser psicoanalizados preferentemente en una institución y no de manera ambulatoria.
Posiblemente la toxicomanía resulta ser un tratamiento difícil porque el psicoanalista no sólo se enfrenta a un estado determinado sino a la combinación del aspecto psíquico y de la intoxicación somática que lleva a la confusión del umbral que las separa.
Si se trata de un toxicómano gravemente afectado, y por lo tanto no accesible al psicoanálisis, conviene, desde el comienzo del tratamiento o cuando el consumo del tóxico es descubierto durante el mismo, poner al sujeto bajo vigilancia y hacerle aceptar una internación. Si el toxicómano lo consiente el psicoanálisis puede continuar. No obstante, un «acting out» excesivo, susceptible de producir una crisis en el curso del tratamiento, sobreviene en los casos en que el sujeto periódicamente escapa al control.
El consumo de la sustancia tóxica se convierte en un “acting out” desde que surge la menor dificultad en el curso de la cura psicoanalítica, además se convierte en una resistencia a la “transferencia”.
La posibilidad de “curación” en estos sujetos es difícil a causa de su narcisismo, debilidad del Yo y la mitomanía que presentan, algo muy frecuente en ellos, y se reconoce ampliamente dentro del campo de la salud mental que la mitomanía es —en el adulto al menos— una contraindicación para el psicoanálisis.
Las dificultades del tratamiento de estos sujetos han sido señaladas por Gustav Bychowski, quien alertó a los psicoterapeutas entusiastas frente a las «cura» de la toxicomanía en la práctica privada: “Ello es posible sólo por excepción y constituye una prueba extraordinariamente dura para el psiquiatra y para los que rodean al enfermo”. Este autor aconseja utilizar una técnica psicoanalítica bastante modificada, es decir bajo la forma de una «comunicación interactiva», y se remite a Robert P. Knight, a quien su práctica con alcohólicos crónicos mostró que lo que se llama: “Técnica Psicoanalítica Ortodoxa” no produce efecto en estos enfermos, agregando: “Ellos no pueden soportar la pasividad y la reserva impersonal del analista”.
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