“La grandeza del goce procede de la pérdida de la razón. Si no sintiéramos que enloquecemos, la sexualidad sería una porquería y un pecado”. Émile Michel Cioran.
“La vida erótica de estos individuos permanece disociada en dos direcciones personificadas por el arte entre el amor divino y el amor terrenal o animal. Si aman a una mujer no la desean y si la desean no pueden amarla”. Sigmund Freud.
Para algunos sujetos varones existe una disociación entre la mujer que desean (madre-prostituta) y a la mujer que aman (madre-virgen) ambas representaciones surgen desde su remota infancia. De esta manera, lo que el hombre «normal» brinda a una sola mujer, los sujetos que la han disociado lo reparten necesariamente entre dos. Estos últimos al terminar una relación sexual tienen la sensación depresiva que describe uno de los comensales en El Banquete de Platón: “Todos aquellos amantes que satisfacen su deshonesto deseo con aquellas mujeres que aman justo que alcanzan el fin deseado no solamente sienten saciedad y fastidio sino que toman odio a la persona amada”.
Estos ambivalentes amantes, primero seducen y después desprecian. Es esta, sin duda, una reacción paradójica aunque, sin embargo, comprensible. Es razonable que al enaltecer a la madre-virgen y saciar su lascivia se sientan incómodos y abatidos porque al no haber ya deseo, al que por lo demás, degradan, y no habiendo existido nunca ternura no les queda por lo tanto… ¡nada! En consecuencia, mientras experimentan un hastío insoportable, sólo aguardan el momento de deshacerse del cuerpo que hasta hace un instante gozaron.
El sujeto «normal» después de concluir el coito se siente tan relajado y sereno como dulcemente unido a su partenaire; mientras que los amantes de la madre-virgen, asqueados y vacíos. Cuando el deseo surge están eufóricos, y cuando se ha satisfecho, tristes. Obviamente estos varones que han disociado a la madre (inconscientemente hablando) sufren de disfunción eréctil, agregando que la incapacidad sexual no se manifiesta únicamente cuando el pene no alcanza la erección adecuada y por el tiempo suficiente, también cuando se presenta una eyaculación muy rápido, o en algunos se retarda tanto tiempo que se vuelven insensibles al placer, y en otros donde no se conjuga el amor durante el coito. La mujer que ama y se entrega a su pareja, regularmente queda cariñosa y tranquila después de la entrega íntima, y no presenta remordimientos.
Lamentablemente para estos sujetos —de los que nos hemos venido ocupando — la única manera de sentir placer, mientras tienen relaciones sexuales, es imaginar que están con otra mujer porque de no hacerlo, su deseo se disipa. Estos hombres presentan dudas de su capacidad para disfrutar de la voluptuosidad mientras aman a su partenaire, incluso pueden llegar a imaginar que ciertas posiciones o acciones durante el coito pueden llegar a lastimarla o degradarla.
Todo esto surge a consecuencia de la psique enferma del sujeto y la razón es simple, mientras no sientan amor pueden tener relaciones sexuales voluptuosas y satisfactorias, por el contrario, a quien lo une el amor y la ternura su placer siempre perturbado por un sentimiento de tristeza, por una inconfesable opresión, y es cuando su impotencia aparece en el momento que intenta unir dicha voluptuosidad con el amor. Con la que goza es la madre-puta y a quien aman es la madre-virgen.
Cuando este tipo de hombres tienen una amante o alguna infidelidad desaparece su angustia que es el síntoma de su deseo frustrado. Cuando llega a descubrir lo que realmente implica una relación sexual plena, recobran su salud física y mental y se percatan que realmente su enfermedad es cuestión de una mera fantasía clavada en su inconsciente.
“La vida erótica de estos individuos permanece disociada en dos direcciones personificadas por el arte entre el amor divino y el amor terrenal o animal. Si aman a una mujer no la desean y si la desean no pueden amarla”. Sigmund Freud.
Para algunos sujetos varones existe una disociación entre la mujer que desean (madre-prostituta) y a la mujer que aman (madre-virgen) ambas representaciones surgen desde su remota infancia. De esta manera, lo que el hombre «normal» brinda a una sola mujer, los sujetos que la han disociado lo reparten necesariamente entre dos. Estos últimos al terminar una relación sexual tienen la sensación depresiva que describe uno de los comensales en El Banquete de Platón: “Todos aquellos amantes que satisfacen su deshonesto deseo con aquellas mujeres que aman justo que alcanzan el fin deseado no solamente sienten saciedad y fastidio sino que toman odio a la persona amada”.
Estos ambivalentes amantes, primero seducen y después desprecian. Es esta, sin duda, una reacción paradójica aunque, sin embargo, comprensible. Es razonable que al enaltecer a la madre-virgen y saciar su lascivia se sientan incómodos y abatidos porque al no haber ya deseo, al que por lo demás, degradan, y no habiendo existido nunca ternura no les queda por lo tanto… ¡nada! En consecuencia, mientras experimentan un hastío insoportable, sólo aguardan el momento de deshacerse del cuerpo que hasta hace un instante gozaron.
El sujeto «normal» después de concluir el coito se siente tan relajado y sereno como dulcemente unido a su partenaire; mientras que los amantes de la madre-virgen, asqueados y vacíos. Cuando el deseo surge están eufóricos, y cuando se ha satisfecho, tristes. Obviamente estos varones que han disociado a la madre (inconscientemente hablando) sufren de disfunción eréctil, agregando que la incapacidad sexual no se manifiesta únicamente cuando el pene no alcanza la erección adecuada y por el tiempo suficiente, también cuando se presenta una eyaculación muy rápido, o en algunos se retarda tanto tiempo que se vuelven insensibles al placer, y en otros donde no se conjuga el amor durante el coito. La mujer que ama y se entrega a su pareja, regularmente queda cariñosa y tranquila después de la entrega íntima, y no presenta remordimientos.
Lamentablemente para estos sujetos —de los que nos hemos venido ocupando — la única manera de sentir placer, mientras tienen relaciones sexuales, es imaginar que están con otra mujer porque de no hacerlo, su deseo se disipa. Estos hombres presentan dudas de su capacidad para disfrutar de la voluptuosidad mientras aman a su partenaire, incluso pueden llegar a imaginar que ciertas posiciones o acciones durante el coito pueden llegar a lastimarla o degradarla.
Todo esto surge a consecuencia de la psique enferma del sujeto y la razón es simple, mientras no sientan amor pueden tener relaciones sexuales voluptuosas y satisfactorias, por el contrario, a quien lo une el amor y la ternura su placer siempre perturbado por un sentimiento de tristeza, por una inconfesable opresión, y es cuando su impotencia aparece en el momento que intenta unir dicha voluptuosidad con el amor. Con la que goza es la madre-puta y a quien aman es la madre-virgen.
Cuando este tipo de hombres tienen una amante o alguna infidelidad desaparece su angustia que es el síntoma de su deseo frustrado. Cuando llega a descubrir lo que realmente implica una relación sexual plena, recobran su salud física y mental y se percatan que realmente su enfermedad es cuestión de una mera fantasía clavada en su inconsciente.
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