Aunque el término «Ello» es utilizado ampliamente por Friedrich Wilhelm Nietzsche* —y como uso impersonal, en el idioma alemán—, es difundido precisamente por Georg Groddeck. En la correspondencia de éste último con Sigmund Freud lo utiliza con anterioridad a la publicación del libro “El yo y el ello”. No obstante existen algunas diferencias entre la concepción del Ello en Groddeck y en Freud.
Para Freud, el Ello es un reservorio de energía, de donde proceden las pulsiones de vida y de destrucción. Es, pues, pulsional, no organizado, y la ulterior organización de los mismos ha de proceder de su diferenciación por el «Yo». Lo que supone el enriquecimiento del inconsciente por el Ello, lo cual estriba en el hecho de que ya no es sólo reprimido, sino algo con vida propia, capaz de determinar la existencia del Yo.
En Groddeck el Ello tiene una amplitud mayor. No es sólo libido y destrudo (El término «destrudo», sugerido por Eduard Weis, aunque no es generalizado para la pulsión destructiva, se usa del mismo modo que «libido» representa la pulsión antagónica, de carácter erótico), además es teleonómico*.
Aparte de mostrar una perfecta asimilación de la doctrina analítica, hay en Groddeck una audaz utilización de la hipótesis al servicio de la psicopatología interna. Habría que proceder a un análisis comparativo de los resultados de la actual patología psicosomatica para aprehender toda la enorme capacidad intuitiva de Groddeck al respecto. Todo el proceso de la enfermedad es concebido como un acto de conversión, al modo como, con mayor prudencia, se habría de imaginar que ocurre en las neurosis de conversión. La enfermedad es, en este contexto, una creación del enfermo. Y asimismo la tendencia a los accidentes (una de las observaciones más ilustrativas de la psicosomática de hoy). El órgano enfermo es imaginado como una protesta del Ello frente a lo que se le exige hacer.
*Teleonómico:es un término ideado por Jacques Monod que se refiere a la calidad de aparente propósito y de orientación a objetivos de las estructuras y funciones de los organismos vivos, la cual deriva de su historia y de su adaptación evolutiva para el éxito reproductivo. El término fue acuñado por Monod por contraposición al de teleología (aplicable a finalidades que son planeadas por un agente que pueda internamente modelar o imaginar varios futuros alternativos, proceso en el cual tiene cabida la intención, el propósito y la previsión), libro “El azar y la necesidad”.
Un proceso teleonómico, sin embargo, como podría entenderse por ejemplo la propia evolución, da lugar a productos complejos sin contar con esa guía o previsión. La evolución comprende en gran parte la retrospección, pues las variaciones que la componen efectúan involuntariamente “predicciones” sobre las estructuras y funciones que mejor pueden hacer frente a circunstancias futuras, participando en una competición que elimine a los perdedores y seleccione a los ganadores para la generación siguiente.
A medida que se acumula información sobre las funciones y las estructuras más beneficiosas, se produce la regeneración del entorno mediante la selección de las coaliciones más aptas de estructuras y funciones. La teleonomía, en ese sentido, estaría más relacionada con efectos pasados que con propósitos inmediatos.
Cita:”Aunque el pueblo crea que conocer es un conocer-hasta-el-final, el filósofo tiene que decirse: «cuando yo analizo el proceso expresado en la proposición “yo pienso” obtengo una serie de aseveraciones temerarias cuya fundamentación resulta difícil, y tal vez imposible, –por ejemplo, que yo soy quien piensa, que tiene que existir en absoluto algo que piensa, que pensar es una actividad y el efecto causado por un ser que es pensado como causa, que existe un “yo” y, finalmente, que está establecido qué es lo que hay que designar con la palabra pensar– que yo sé qué es pensar. Pues si yo no hubiera tomado ya dentro de mí una decisión sobre esto, ¿de acuerdo con qué apreciaría yo que lo que acaba de ocurrir no es tal vez “querer” o “sentir”? En suma, ese “yo pienso” presupone que yo compare mi estado actual con otros estados que ya conozco en mí, para de ese modo establecer lo que tal estado es: en razón de ese recurso a un “saber” diferente tal estado no tiene para mí en todo caso una “certeza” inmediata.»– En lugar de aquella «certeza inmediata» en la que, dado el caso, puede creer el pueblo, el filósofo encuentra así entre sus manos una serie de cuestiones de metafísica, auténticas cuestiones de conciencia del intelecto, que dicen así: «¿De dónde saco yo el concepto pensar? ¿Por qué creo en la causa y en el efecto? ¿Qué me da a mí derecho a hablar de un yo, e incluso de un yo como causa, y, en fin, incluso de un yo causa de pensamientos?» […].
En lo que respecta a la superstición de los lógicos: yo no me cansaré de subrayar una y otra vez un hecho pequeño y exiguo, que esos supersticiosos confiesan de mala gana, –a saber: que un pensamiento viene cuando «él» quiere, y no cuando «yo» quiero; de modo que es un falseamiento de los hechos decir: el sujeto «yo» es la condición del predicado «pienso». Ello piensa: pero que ese «ello» sea precisamente aquel antiguo y famoso «yo», eso es, hablando de modo suave, nada más que una hipótesis, una aseveración, y, sobre todo, no es una «certeza inmediata». En definitiva, decir «ello piensa» es ya decir demasiado: ya ese «ello» contiene una interpretación del proceso y no forma parte de él. Se razona aquí según el hábito gramatical que dice «pensar es una actividad, de toda actividad forma parte alguien que actúe, en consecuencia». Más o menos de acuerdo con idéntico esquema buscaba el viejo atomismo, además de la «fuerza» que actúa, aquel pedacito de materia en que la fuerza reside, desde la que actúa, el átomo; cabezas más rigurosas acabaron aprendiendo a pasarse sin ese «residuo terrestre», y acaso algún día se habituará la gente, también los lógicos, a pasarse sin aquel pequeño «ello» (a que ha quedado reducido, al volatilizarse, el honesto y viejo yo)”. Más allá del bien y del mal. Friedrich Wilhelm Nietzsche.
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