“…Y cuando sabes que ella no es el vicio de tu vida, sino su fuente; y cuando sobre todo sabes que, junto a la mujer, la desidia se vuelve eternidad…” Émile Michel Cioran.
“La común fantasía infantil de que su madre es virgen significa un rechazo de cualquier papel jugado por el padre en el propio nacimiento y la celosa aversión
a la idea de relación sexual entre ellos”. Ernest Jones.
a la idea de relación sexual entre ellos”. Ernest Jones.
El niño y adolescente (varón) ha convivido con mujeres castas y promiscuas, y conoce que en ambas pueden procrear hijos.
¡La madre puta y la madre virgen! ¿Es acaso posible imaginar dos mujeres con características tan distintas o antitéticas? Aparentemente no y, sin embargo… ¿No podría suceder que la separación sólo la dividiera un velo ilusorio? Si así fuera entonces realmente no estarían tan lejos una de otra. Y hasta sería posible que fuesen amigas, incluso que convivieran diario y que constituyan, incluso, ¡un sólo sujeto! ¿No serán la madre puta y la madre virgen los dos rostros de una sola y misma mujer?
¡Es mi mamá, no es tuya!, protesta el niño mientras se escabulle entre sus progenitores, y se estrecha contra el querido pecho de ella. Ese gesto representa una muestra de amor hacia su madre pero también un desafío hacia su padre rival.
Para el infante es su padre quien se deleita de placer en el cuerpo de su amada esposa y se regocija en el calor que ella brinda. Mientras que el vástago, en cambio, siempre será un invitado ocasional, un intruso en el deseo sexual entre sus padres. Es cierto que en ocasiones se presenta inoportunamente en el lecho marital irrumpiendo el acto sexual, y por un momento abraza fervientemente a su madre, pero también es cierto que, tarde o temprano, lo devuelven a su dormitorio. Ellos se quedan nuevamente juntos, y no sólo duermen sino que, además, ¡se acarician, se besan y…!
¿Qué podría comprender un niño tan pequeño? Es este el pensamiento común de los padres. De allí que no sea nada raro que durante el psicoanálisis, el sujeto comunique episodios sobre la “escena primaria” observada, escuchada o intuida desde su más remota infancia. Cuando el infante crece los padres se vuelven más cuidadosos de exhibirse.
Si un hombre sorprende a su esposa teniendo relaciones sexuales con otro reaccionará, seguramente, con odio y violencia. A menos que el miedo lo inhiba, o que sea un perverso y se deleite con la escena. Pero, en cambio ¿Qué puede hacer el pequeño niño cuando sabe, intuye, oye u observa, que en la habitación su madre, impúdica, otorga a su padre sus más íntimos favores? Nada. Pero no por eso deja de sentir un dolor profundo inflingido por los celos; o una angustia que lo paraliza por esa infidelidad de la mujer que tanto quiere: sus madre. Su complexión le impide una respuesta violenta y no puede reparar el agravio. ¿Qué actitud adopta, por lo tanto, el diminuto Otelo? Acude a un expediente tan atávico como infantil, y lo que no puede modificar, pues simplemente, lo niega.
Es por medio de este primitivo “mecanismo de defensa” como el niño enfrenta el conflicto más grande de su joven vida. Se miente a sí mismo, y con eso altera la realidad. Todo lo subvierte en su implacable tarea: la madre voluptuosa es expulsada de la mente y sólo permanece en ella, etérea y pura, la madre virgen. Los lujuriosos espasmos del cuerpo no existirán ya más para ella. Aunque, en verdad, tal vez sea mejor decir que… ¡No existieron nunca! Pero, siendo así, ¿De qué manera, entonces, se acordó su llegada al mundo? No importa. Él nació sin que papá la tocara… ¡Mamá es virgen!
“La negación es, pues, la fuente del mito”. Surge de ese primitivo gesto para enfrentar el sufrimiento. En las leyendas sólo se consolida una fantasía compartida por todos; una ilusión que nace y se renueva en cada criatura. Las veneradas fábulas mongol, hindú, frigia, cristiana, guaraní, etcétera podrían repetirse infinitamente, ya que existen tantas madres vírgenes como hijos. Y esa es la razón por la que estos cuentos prenden tanto en el alma de los hombres: todos recurrieron en la infancia a la misma negación, a la misma estrategia para luchar contra el dolor, los celos y sufrimiento.
Por, eso les resulta fácil aceptar lo inverosímil… La creencia infantil en la madre virgen perdura tanto en la mente que sus inconfundibles vestigios se advierten en, cualquier adulto: ¡Ninguno tiene una imagen de su madre copulando! Nadie recuerda nada. Un manto oscuro envuelve la vida sexual de los padres. En esto no hay quien tenga ideas claras: “no se me ocurre nada”, “ellos eran muy fríos”, “mi madre siempre era distante con mi padre”, “eran otras épocas”, “jamás lo hacían”, “no me los puedo imaginar”, etcétera son algunas de sus monótonas respuestas, tan simples como endebles, si bien todas, no obstante, tienen un rasgo común: mi madre era fría, púdica e indiferente.
La fábula de la “madre virgen” nace siempre en la infancia, tanto del hombre como de la humanidad. Y en cualquier caso es el niño quien la crea, porque un niño y no otra cosa es, en su mente, el hombre primitivo. Y es esta uniformidad
pueril, justamente, la que otorga al mito toda su vigencia y todo su poder.
Pero si la madre virgen es una fantasía, la madre puta es real. Toda madre es para su hijo, inconscientemente, una puta, ya que es tan promiscua como ellas ¡le es infiel con papá!, y además porque adopta posturas corporales lascivas en la cama*. La imagen de los padres cogiendo, aunque se niegue, está en el alma de todos. Y es tan importante esta visión que el psicoanálisis acuñó un nombre especial para denominarla: “die Urszene”, que significa la “escena primaria”.
Es posible, incluso, que constituya una herencia arcaica, ya que en la psique del hombre no sólo influyen sus propias vivencias sino que además, como en los animales, la experiencia propia se enriquece con la de la especie. Tanto impresionó a la mente de nuestros antecesores la repetida escena en que sus padres unían apasionadamente sus cuerpos que la transmitieron a su prole. Por eso el hijo, ahora, aunque no los observe o escuche, igual lo presiente, intuye, o fantasea.
¡La madre puta y la madre virgen! ¿Es acaso posible imaginar dos mujeres con características tan distintas o antitéticas? Aparentemente no y, sin embargo… ¿No podría suceder que la separación sólo la dividiera un velo ilusorio? Si así fuera entonces realmente no estarían tan lejos una de otra. Y hasta sería posible que fuesen amigas, incluso que convivieran diario y que constituyan, incluso, ¡un sólo sujeto! ¿No serán la madre puta y la madre virgen los dos rostros de una sola y misma mujer?
¡Es mi mamá, no es tuya!, protesta el niño mientras se escabulle entre sus progenitores, y se estrecha contra el querido pecho de ella. Ese gesto representa una muestra de amor hacia su madre pero también un desafío hacia su padre rival.
Para el infante es su padre quien se deleita de placer en el cuerpo de su amada esposa y se regocija en el calor que ella brinda. Mientras que el vástago, en cambio, siempre será un invitado ocasional, un intruso en el deseo sexual entre sus padres. Es cierto que en ocasiones se presenta inoportunamente en el lecho marital irrumpiendo el acto sexual, y por un momento abraza fervientemente a su madre, pero también es cierto que, tarde o temprano, lo devuelven a su dormitorio. Ellos se quedan nuevamente juntos, y no sólo duermen sino que, además, ¡se acarician, se besan y…!
¿Qué podría comprender un niño tan pequeño? Es este el pensamiento común de los padres. De allí que no sea nada raro que durante el psicoanálisis, el sujeto comunique episodios sobre la “escena primaria” observada, escuchada o intuida desde su más remota infancia. Cuando el infante crece los padres se vuelven más cuidadosos de exhibirse.
Si un hombre sorprende a su esposa teniendo relaciones sexuales con otro reaccionará, seguramente, con odio y violencia. A menos que el miedo lo inhiba, o que sea un perverso y se deleite con la escena. Pero, en cambio ¿Qué puede hacer el pequeño niño cuando sabe, intuye, oye u observa, que en la habitación su madre, impúdica, otorga a su padre sus más íntimos favores? Nada. Pero no por eso deja de sentir un dolor profundo inflingido por los celos; o una angustia que lo paraliza por esa infidelidad de la mujer que tanto quiere: sus madre. Su complexión le impide una respuesta violenta y no puede reparar el agravio. ¿Qué actitud adopta, por lo tanto, el diminuto Otelo? Acude a un expediente tan atávico como infantil, y lo que no puede modificar, pues simplemente, lo niega.
Es por medio de este primitivo “mecanismo de defensa” como el niño enfrenta el conflicto más grande de su joven vida. Se miente a sí mismo, y con eso altera la realidad. Todo lo subvierte en su implacable tarea: la madre voluptuosa es expulsada de la mente y sólo permanece en ella, etérea y pura, la madre virgen. Los lujuriosos espasmos del cuerpo no existirán ya más para ella. Aunque, en verdad, tal vez sea mejor decir que… ¡No existieron nunca! Pero, siendo así, ¿De qué manera, entonces, se acordó su llegada al mundo? No importa. Él nació sin que papá la tocara… ¡Mamá es virgen!
“La negación es, pues, la fuente del mito”. Surge de ese primitivo gesto para enfrentar el sufrimiento. En las leyendas sólo se consolida una fantasía compartida por todos; una ilusión que nace y se renueva en cada criatura. Las veneradas fábulas mongol, hindú, frigia, cristiana, guaraní, etcétera podrían repetirse infinitamente, ya que existen tantas madres vírgenes como hijos. Y esa es la razón por la que estos cuentos prenden tanto en el alma de los hombres: todos recurrieron en la infancia a la misma negación, a la misma estrategia para luchar contra el dolor, los celos y sufrimiento.
Por, eso les resulta fácil aceptar lo inverosímil… La creencia infantil en la madre virgen perdura tanto en la mente que sus inconfundibles vestigios se advierten en, cualquier adulto: ¡Ninguno tiene una imagen de su madre copulando! Nadie recuerda nada. Un manto oscuro envuelve la vida sexual de los padres. En esto no hay quien tenga ideas claras: “no se me ocurre nada”, “ellos eran muy fríos”, “mi madre siempre era distante con mi padre”, “eran otras épocas”, “jamás lo hacían”, “no me los puedo imaginar”, etcétera son algunas de sus monótonas respuestas, tan simples como endebles, si bien todas, no obstante, tienen un rasgo común: mi madre era fría, púdica e indiferente.
La fábula de la “madre virgen” nace siempre en la infancia, tanto del hombre como de la humanidad. Y en cualquier caso es el niño quien la crea, porque un niño y no otra cosa es, en su mente, el hombre primitivo. Y es esta uniformidad
pueril, justamente, la que otorga al mito toda su vigencia y todo su poder.
Pero si la madre virgen es una fantasía, la madre puta es real. Toda madre es para su hijo, inconscientemente, una puta, ya que es tan promiscua como ellas ¡le es infiel con papá!, y además porque adopta posturas corporales lascivas en la cama*. La imagen de los padres cogiendo, aunque se niegue, está en el alma de todos. Y es tan importante esta visión que el psicoanálisis acuñó un nombre especial para denominarla: “die Urszene”, que significa la “escena primaria”.
Es posible, incluso, que constituya una herencia arcaica, ya que en la psique del hombre no sólo influyen sus propias vivencias sino que además, como en los animales, la experiencia propia se enriquece con la de la especie. Tanto impresionó a la mente de nuestros antecesores la repetida escena en que sus padres unían apasionadamente sus cuerpos que la transmitieron a su prole. Por eso el hijo, ahora, aunque no los observe o escuche, igual lo presiente, intuye, o fantasea.
*Se tiene la creencia, aunque no manifestada, que los posiciones para el acto de sexual que resultan “lujuriosas” son, propiamente, las especialidades de las prostitutas. Sin embargo desde las nueve posiciones que en la antigüedad enumeraba la poetisa Elefantis, cuyos libros atesoraba el emperador Tiberio (42 a.C.-37 d.C.), pasando por las dieciséis que en el Renacimiento pintara Giulio Romano (1498-1556), el discípulo de Rafael, y comentara el Aretino (1492-1556), el escritor cáustico y obsceno, hasta las innumerables que hoy nos ofrece el mercado pornográfico , no son sino copias de las que adopta espontáneamente cualquier mujer que se abandone, voluptuosamente, al deseo. Aquí no existen privilegios, porque es el deseo sexual quien inspira a todas. Por eso la madre, al mostrar en la escena primaria sus posturas, se revela al hijo como una puta genuina.
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