“No hay nada mas precioso en la vida y para la vida que un buen recuerdo de la infancia”. Fiódor Dostoievski.
Empecemos por definir el término “sexo” y “género” para distinguir las diferencias que presentan los sujetos de sus características “biológicas” y “socioculturales”. Hasta la década de 1960, la palabra “género” era utilizada únicamente en gramática para referirse a masculino y femenino, por ejemplo «el» o «la»; sin embargo, para explicar por qué algunos sujetos «sienten» que están “atrapados en el cuerpo equivocado”, John Money y Robert Jesse Stoller cuando estudiaron casos de transtorno de identidad de género, fueron los primeros en emplear la terminología de género en este sentido.
Stoller (1968) comenzó a utilizar el término “sexo” para determinar los rasgos exclusivamente biológicos y “género” para destacar las características femeninas y masculinas que presenta un sujeto. Aunque sexo y género se complementan, separar estos términos fue con la finalidad de brindar un sentido teórico a sus ideas, permitiendo explicar el fenómeno del trastorno de identidad de género, ya que lo que respecta al sexo y género en estos sujetos, sencillamente no coincide.
Los términos “sexo” y “género” están estrechamente relacionada pero no son sinónimos, Stoller señaló la distinción entre ellos por lo que sugirió que la palabra “sexo” se usará para referirse a las diferencias físicas y biológicas entre hombres y mujeres; mientras que el término “género” se utilizará en relación con el comportamiento y las conductas que despliegan hombres y mujeres dentro de su cultura. Esta distinción es la base para todas las definiciones de “sexo” y “género” que se encuentran actualmente.
El término “sexo” se refiere por lo tanto a las diferencias biológicas entre hombres y mujeres, por ejemplo, los órganos relacionados con la reproducción, o la disposición cromosómica. Mientras que el término “género” se refiere a las diferencias culturales, socialmente construida entre hombres y mujeres, es decir a la forma que una sociedad alienta y enseña al sujeto a comportarse con diferentes conductas a través de la socialización. El género se refiere a las divergencias en las actitudes y comportamientos, y estas diferencias son percibidas como un producto del proceso de socialización y no en su aspecto biológico. También incluye las diferentes expectativas que la sociedad y los mismos sujetos establecen en cuanto a los comportamientos, cuando se denotan como masculinos o femeninos. Viendo el género como un fenómeno construido socialmente implica que, al contrario del sexo, no es lo mismo para todas las culturas, este puede variar dependiendo la cultura, así como puede cambiar con el paso del tiempo.
“En busca de la masculinidad”.
La identidad de género se establece entre los dieciocho meses a los cuatro años de edad aproximadamente, según el planteamiento de Stoller.
Desde el nacimiento el infante está estrechamente vinculado a la madre: simbiosis madre-infante (el psicoanálisis señala como “primer objeto” a la madre). En el caso de las niñas (hembras) la identificación en cuanto al género femenino, continúa desarrollándose a través de la relación con su madre (hasta los cuatro años de edad aproximadamente). Pero en el caso del niño (macho) tiene una tarea de desarrollo adicional: desidentificarse de su madre para identificarse ahora con su padre (entre los dieciocho meses a los cuatro años de edad aproximadamente).
Generalmente a partir de los dieciocho meses de edad, el niño o la niña inicia la comunicación con un incipiente lenguaje, que paulatinamente va estructurando percatándose que el mundo que lo rodea está dividido en opuestos: madre-padre, niño-niña, hombre-mujer, él-ella, etcétera, en este punto, el infante no sólo comenzará a observar la diferencia, sino también se orientará cómo encaja: si es masculino o femenino —según el caso— en este mundo dividido por el género.
La niña tiene la tarea más fácil de identificarse como femenina, ya que esta vinculada al primer objeto, ella no necesita desidentificarse de ésta para identificarse posteriormente con el padre. En el niño sucede algo diferente, se debe separar de la madre y desarrollarse de forma opuesta al género femenino al que pertenece su madre (aquí se habla de una «protofeminidad» que tienen todos los sujetos al nacer debido a la simbiosis madre-infante) para lograr su heterosexualidad. Esto puede explicar el por qué existen más hombres (machos) con trastorno de género u homosexuales que mujeres (hembras) con las mismas características. Algunos estudios reportan sobre la homosexualidad una proporción de dos a uno, otros de cinco a uno, y otros incluso de once a uno respectivamente. Obviamente no existe certeza al respecto, excepto lo que es evidente en la observación cotidiana. “La primera orden del día que recibe un niño es —según Robert Jesse Stoller— no ser mujer”. Esto se puede apreciar en los comportamientos que manifiestan los niños (machos) cuando afirman a sus pares: ¡Pareces niña! o ¡Eres un marica!, haciendo alusión a la conducta desplegada como afeminada; mientras que por otro lado, esto no lo expresan las niñas (hembras) a sus pares, no se escucha decir: ¡Pareces niño! o ¡Eres un masculino!
Ahora bien, si es cierto que influye de manera importante el rol de la figura paterna en el desarrollo del hijo (macho) —no necesariamente debe ser el padre biológico— el cual debe reflejar y afirmar la masculinidad de su vástago, por ejemplo jugar bruscamente con su hijo, aprender a jugar fútbol, bañarse juntos… conductas que son sustancialmente diferentes si se realizaran con su hija, a este proceso se le denomina “incorporación de masculinidad en sentido de sí-mismo” o “introyección masculina”, aunque cabe señalar que esto no es definitivo.
Podemos observar que algunas madres tienen una tendencia a prolongar la dependencia física y psíquica con su hijo. Si es cierto que la intimidad de una madre con su hijo es exclusiva y primordial porque este poderoso vínculo establece un sano desarrollo para el infante: “simbiosis dichosa” en palabras de Stoller. Cabe subrayar que también existen casos que está relación madre-hijo puede profundizarse lo que se convierte en una malsana dependencia mutua, sobre todo si la madre no tiene una relación íntima y satisfactoria con su cónyuge preponderadamente en su carácter sexual, o si presenta una soltería empedernida, no es de extrañar que dichas madres presenten una personalidad histérica. En tales casos puede poner demasiada libido sobre el cuerpo del infante, esto significa erotizarlo, por lo que utilizan al hijo para satisfacer sus necesidades de amor y compañerismo, que resulta una forma patológica de vincularse con su vástago.
La función paterna, fuerte, directa y benevolente interrumpe en esa “gozosa simbiosis” madre-hijo, donde el padre concentiza que no es saludable. Si un padre quiere que su hijo sea heterosexual debe romper el vínculo madre-hijo, pero ¿Qué otras actividades debe realizar el padre para escindir esa gozosa simbiosis? Será únicamente la madre quien podrá dar esa pauta, en el momento que, atendiendo a su hijo, se voltea para regocijarse en los brazos de su amado esposo, con lo que pone una barrera simbólica entre el hijo y ella que se traduce en: ¡Yo jamás podré ser tuya porque le pertenezco a tu padre! “Ante esta postura de rechazo de la madre hacia su hijo, pone un límite entre ella y su vástago pero al mismo tiempo le brinda la oportunidad de introyectar la masculinidad paterna. Por medio de una escena fantasmática del niño (macho), que significaría que para poder poseer a su madre, la única manera posible será parecerse a su padre y con eso cumplir su deseo de poseer a su progenitora, ya que para el infante: Papá es el que puede acariciar y abrazar a mamá, la besa en la boca y ¡hasta duermen desnudos en la cama! Algo que a la criatura se le prohíbe hacer con su madre. De esta manera, el padre debe ser un modelo, demostrando que desde su postura puede mantener una relación demasiado íntima con su esposa (madre del infante).
El padre tiene la función de servir como un amortiguador entre el vínculo madre-hijo. Y en otras ocasiones será la madre quien podrá funcionar como amortiguador del vínculo padre-hijo manteniendo a su marido lejos del niño. En estos casos es cuando la madre exclamará a su cónyuge: ¡No juegues tan brusco con él (refiriéndose a su hijo) lo vas a lastimar! En otros casos la madre puede ser directa con su hijo al decirle: ¡Hoy papá estará ocupado haciendo cosas conmigo! Con el fin de satisfacer sus propias necesidades íntimas con su marido.
En los casos patológicos la madre puede ver en su hijo a ese “hombrecito” de la casa con el que puede mantener una relación emocional demasiado íntima sin los conflictos que ella tiene que enfrentar en la relación con su marido. Además de poner mucha atención continuamente para “rescatar” a su hijo de los regaños o abusos reales o imaginarios a cargo del padre por lo que estaría fomentando la “simbiosis gozosa”. Esto se manifiesta en que siempre está dispuesta a abrazar y consolar a su hijo en cualquier desavenencia que padezca, por mínima que sea; o cuando el padre impone una disciplina, o es indiferente con su vástago, en tales casos la madre se presenta muy complaciente con su hijo.
La excesiva simpatía de la madre por su hijo puede desalentar al niño (macho) para llevar a cabo la separación materna, que será vital para su sano desarrollo psicosexual. Además, la exagerada simpatía de ella, fomenta la autocompasión, una característica que se observa a menudo en los hombres homosexuales, dicha simpatía puede también animar al niño (macho) a permanecer aislado de sus pares cuando él es herido por la burla o exclusión de su círculo social.
Por otro lado debemos indicar que no todos los niños con trastorno de identidad de género son notablemente apuestos, pero Richard Green vio una conexión y concluyó que los aspectos anatómicos bellos del niño, suele existir un señalamiento enfático por uno o ambos padres sobre tales atributos, siendo que se lo expresen directamente al hijo, o que lo manifiesten en presencia de otros cuando el vástago está presente, con lo que fomentan su afeminamiento (R. Green, “Síndrome Sissy Boy”, págs. 64-68).
En la historia del hombre el pene es el símbolo esencial de la masculinidad —la inconfundible diferencia entre macho y hembra— está divergencia anatómica hay que señalarla al niño con trastorno de identidad de género durante el psicoanálisis —según lo expresado por Green— además agrega que estos infantes consideran regularmente a su propio pene como una especie de objeto extraterrestre, algo misterioso, y en caso de aceptar su pene como un órgano propio, al llegar a la adultez sentirán una fascinación continua por el pene de otros.
El niño (macho) que toma una postura inconsciente de separarse de su propio cuerpo masculino estará orientado hacia un camino homosexual, regularmente presentará conductas afeminadas; es decir, será algo diferente con sus pares (machos) y en su infancia estará propenso a desenvolverse con niñas (hembras). Hay que mencionar que entre los cinco a once años de edad aproximadamente, los niños (machos) regularmente rompen la relación con las niñas (hembras), con la finalidad de “consolidar” su identidad de género masculina. Es frecuente observar que los niños (machos) con trastorno de identidad de género, la relación con el padre (macho) es casi nula o distante. Y por último, la opinión de Lynne Segal, sobre el acondicionamiento social para brindar y alentar las características peculiares de cada género, podría ser aún más intratables que el determinismo biológico del sexo.
Referencias.
Sigmund Freud: Tres ensayos sobre teoría sexual.
Margaret Schoenberger Mahler, y Manuel Furer: Simbiosis humana y las vicisitudes de la individuación.
Margaret Schoenberger Mahler: Separación-individuación
Psicosis infantil. Revista de la Asociación psicoanalítica americana. 15: 740-753.
Margaret Schoenberger Mahler, Fred Pine, y An Bergman: El nacimiento psicológico del infante humano.
Joyce McDougall: Teatros de la mente.
Robert Jesse Stoller: Sexo y género.
Jaime P. Stubrin: Sexualidades y homosexualidades.
Richard Green, “Síndrome Sissy Boy”.