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"Si llega inadvertidamente a oídos de quienes no están capacitados ni destinados a recibirla, toda nuestra sabiduría ha de sonar a necedad y en ocasiones, a crimen, y así debe ser". Friedrich Wilhelm Nietzsche.

jueves, 14 de diciembre de 2017

La sexualidad femenina en la actualidad.

“Tengo necesidad del sexo para sentirme viva, pero nunca he sentido realmente a un hombre”. Betty Friedan (refiriéndose a la expresión de otra mujer).

La práctica sexual de muchas mujeres contemporáneas pueden encontrarse en peores condiciones que sus predecesoras de la época Victoriana, aquellas mujeres no podían sentirse “respetables” si admitían, aunque sólo fuera para sí mismas, la existencia de deseos, fantasías o necesidades de índole sexual. En la actualidad, se ha convertido en un hecho deshonroso o al menos humillante, el que una mujer reconozca, frente a sí misma, u otro, que sus experiencias sexuales no han sido jamás un estallido fulminante de pasión.
Muchas mujeres durante el psicoanálisis manifiestan una ansiedad con respecto a su capacidad para tener un orgasmo, juzgando a este aspecto de su experiencia sexual como si fuera una suerte de piedra de toque del éxito, y que parece estar definido en términos bastante masculinos.
En un mundo en el que la actividad masculina (falocrática) fija las normas de lo que es valioso; la experiencia de la mujer, tanto en lo referente al sexo como en otros aspectos de la vida, toma el carácter de una lucha extrañamente ambigua contra la dominación masculina. Esa dominación es algo que se da por sentado; incluso se la acepta, en el sentido de que es el hombre el que establece las normas. Pues, al mismo tiempo que se aparta de esa norma se inferior. De allí que muchas mujeres sientan que posicionarse como “pasivas” sea sinónimo de inferioridad.
Algunas mujeres llegan a someterse, no se rebelan, no se vuelven agresivas ni se convierten en una amenaza para la vida del hombre, pero su incapacidad, ya sea para disfrutar del rol que les fue asignado, o para reaccionar contra él, la arrastra a la desesperación y a una suerte de desintegración del Yo.
La novelista inglesa Doris Lessing relata un vivo retrato de este tipo de mujer en su novela: “A Man and Two Women”, particularmente en el cuento “To Room Nineteen”, en el que describe a una fémina joven, feliz en su matrimonio, con un marido atractivo, hijos, amigos y dinero. Y, sin embargo, toda la existencia de esta mujer es una farsa. Lo único real para ella son los momentos que pasa sola en un hotel de paso. Por último, hasta esta experiencia pierde su significado. La vida se ha vuelto insoportable para ella, y abre la llave del gas; se sentía —dice la protagonista— “bastante satisfecha allí tirada, escuchando el débil y susurrante silbido del gas que se propagaba velozmente en la habitación, en mis pulmones, en mi cerebro, conforme me iba hundiendo cada vez más en las tinieblas”.
Incluso podemos observar mujeres en cierta posición que no echan mano de la agresividad para expresar su resentimiento hacia su partenaire en particular y hacia todos los hombres en general, pero padecen en mayor o menor medida dicho resentimiento y reaccionan frente a él, volcándose hacia el contacto sexual como una forma de obtener consuelo, encontrándolo inmediatamente casi siempre insatisfactorio. El acto sexual se ha visto despojado de esa sensación de íntima comunicación personal, sin llegar a convertirse en una experiencia enteramente complaciente, si bien limitada.
Así muchas mujeres de nuestra época se encuentran en un estado de rebelión contra la pasividad que nuestra cultura les imponen. Debemos recordar que esta rebelión tiene una antigüedad de varias generaciones, pero ha alcanzada una suerte de clímax en nuestra época. Como reacción frente a la dominación masculina, aun cuando el tipo de feminismo anterior a la Primera Guerra Mundial rara vez se manifestaba, las mujeres se han vuelto más agresivas, en particular en el aspecto sexual; puesto que en la vida íntima, del mismo modo que en la vida económica, se ha producido una «revolución de crecientes expectativas».
Hace cincuenta años, regularmente las mujeres no sólo esperaban ser pedidas en matrimonio (o al menos intentaban que nadie se diera cuenta de que andaban “urgidas de marido”) sino que, de casadas, consideraban que su rol consistía en estar al servicio del placer de su marido, y raramente experimentaban placer ellas mismas.
Las féminas de hoy ya no les basta dar satisfacción a su partenaire; también ellas quieren recibir su parte. Tal vez ellas siempre hayan anhelado esa satisfacción, después de todo, aunque lamentablemente el folklore de muchos pueblos sigue posicionando a la mujer como «insaciable».
Las mujeres no sólo desean y esperan obtener satisfacción sexual antes y durante el matrimonio, sino que se culpan a sí mismas y a sus partenaires si no llegan a alcanzar ese placer anhelado, y en las formas establecidas de antemano. Formulada en estos términos, el imperativo de tener una experiencia sexual satisfactoria crea problemas, tanto en el hombre como en la mujer.
Algunos hombres casados o solteros pueden buscar mujeres conocedoras del “arte amatorio”, para ellos esto resulta estimulante pero al final, casi todos piensan que una mujer sexualmente activa constituye una amenaza por lo que terminan huyendo.
Como respuesta —o quizás como retaliación— los hombres se vuelven pasivos con su partenaire y ellas se vinculan a ellos aunque que no les proporcione el tipo de experiencia sexual que creen les corresponde como herencia propia. Y sin embargo, al mismo tiempo la mujer tiende a culparse por no ser lo “suficientemente mujer” como para sacar, a su pareja de la pasividad.


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