Social

"Si llega inadvertidamente a oídos de quienes no están capacitados ni destinados a recibirla, toda nuestra sabiduría ha de sonar a necedad y en ocasiones, a crimen, y así debe ser". Friedrich Wilhelm Nietzsche.

jueves, 14 de diciembre de 2017

Precisiones sobre la perversión.

Sigmund Freud señala que la perversión en los sujetos (hombres) es consecuencia del Complejo de Edipo no resuelto que incluye como componente central y fundamental la angustia producida por la castración. Cuando el niño edípico varón llega a la edad adulta es incapaz de experimentar la primacía genital con una mujer, ya que su madre permanece en su inconsciente y siente una extrema angustia ante la posible castración ejercida por su padre por lo negará la diferenciación entre los sexos y por lo tanto crea una “madre fálica”.
Esta teoría ha sido cuestionada por otros investigadores a la luz de estudios sistemáticos de las observaciones de la simbiosis madre-bebé y la conciencia de la importancia que tiene para ambos sexos el período de apego a la madre, o la llamada fase preedípica. En la actualidad se considera que la psicopatología perversa en los hombres se desarrolla en esta etapa, durante la cual la psicogénesis está profundamente relacionada con los intensos temores de ser “abandonado” o “seducido” por la madre; parece evidente entonces que la perversión masculina es el resultado de una conflictiva maternidad inicial. Pero por otro, son pocos los estudios sobre el origen de la perversión en las mujeres, posiblemente por una “represión”, para reconocer que también en estas existe, aunque se manifieste de diferentes maneras.
¿Por qué resulta tan difícil conceptualizar la noción de maternidad perversa y otros comportamientos femeninos perversos de acuerdo a una psicopatología diferenciada, por completo distinta, que se origina en el cuerpo femenino y sus atributos inherentes? Las ideas preconcebidas de los hombres han dificultado la comprensión de algunos comportamientos de las mujeres, incluyendo las perversiones femeninas, en ocasiones hasta el punto de negar toda evidencia de que éstas existan.
Debemos señalar que tanto para hombres como para las mujeres la perversión implica una profunda ruptura entre la sexualidad genital como fuerza vital –o amorosa– y lo que se encubre como sexual, pero que en realidad corresponde a etapas mucho más primitivas en las que la pregenitalidad impregna todo el cuadro.
En el caso de la perversión del hombre (macho), la profunda ruptura se da entre lo que el sujeto experimenta como su madurez anatómica y las representaciones mentales de su cuerpo, en el que se ve a sí mismo como un bebé incontenible y desesperado. Por lo tanto, aunque responda físicamente con un orgasmo genital, sus fantasías pertenecen a las etapas preedípicas. Durante la etapa adulta de este sujeto es cuando regularmente suele prepararse para “vengarse”. No es consciente de su odio. De hecho, habitualmente no comprende qué es lo que le domina ni por qué hace esas cosas que, en realidad no le proporcionan más placer que una efímera sensación de bienestar, aunque dure lo suficiente como para aliviar su creciente angustia. Desconoce por qué una sensación extraña, que sabe que no es correcta, hace que se sienta mejor, sólo por un tiempo. Le resulta aun más desconcertante saber que existen alternativas que obviamente le serían mucho más satisfactorias y que son aceptables socialmente. Es consciente, con todo el dolor que ello implica, de la compulsión a repetir la acción, pero no es del todo consciente de la hostilidad que la provoca. Además, la certeza de quién es la persona a la que odia y de la que quiere vengarse, permanece sumergida en su inconsciente, sobra decir que es el primer objeto (madre).
La principal diferencia entre la acción perversa de los hombres y de las mujeres está en el objeto. Mientras que en el caso de los hombres el acto se dirige hacia un objeto parcial externo, en el de las mujeres habitualmente se dirige contra sí mismas, bien contra sus cuerpos o contra objetos que consideran de su propia creación: sus hijos. En ambos casos, cuerpos e hijos son tratados como objetos parciales.
El perverso, sea hombre o mujer “siente” que no se le ha permitido disfrutar de la sensación de una evolución propia como sujeto diferenciado, con una identidad propia; en otras palabras, no ha experimentado la libertad de ser él mismo. Esto crea en su interior una profunda convicción de que, no es un ser total sino un objeto parte de su madre, tal y como experimentó a su madre en sus primeros años de vida. Con anterioridad, se había sentido no querido, ni deseado, e ignorado, o alternativamente, como una parte muy importante pero casi indiferenciable de la vida de sus padres (regularmente de su madre). En este último caso se sentiría sofocado y sobreprotegido (lo que en términos reales significa completamente desprotegido). Ambas situaciones crean una enorme inseguridad y vulnerabilidad, e inducen un odio intenso hacia el sujeto que las ha provocado, y que a su vez era lo más importante cuando era un infante: su madre. Por lo que estos sujetos pasan de ser víctimas a ser verdugos. En sus acciones perpetran las represalias y humillaciones que previamente se les infligieron. Tratan a sus víctimas de la misma forma en que ellos se sintieron tratados: como objeto parciales que sólo existen para “satisfacer caprichos y extrañas expectativas”. Tal aparente actuación sexual es una defensa maníaca contra los terribles temores relacionados con la amenaza de perder a la madre y un sentido de identidad.
«El rasgo fundamental de la perversión es que, simbólicamente, el sujeto intenta vencer el miedo terrible a perder a su madre a través de la acción perversa».En la infancia nunca se sintió a salvo con su madre, por el contrario consideraba a su madre como algo muy peligroso, lo que le producía una sensación de máxima vulnerabilidad. Por consiguiente, la motivación subyacente a la perversión es de tipo hostil y sádico. Este mecanismo inconsciente es característico de la mente perversa.
Hagamos un paréntesis y recordemos las las ideas de Ronald David Laing sobre las madres esquizofrenicas, postulados que fueron malinterpretadas por los profesionales de la salud mental y del público en general en culpar a estas mujeres porque “enviaban” mensajes contradictorios (anteriormente, en términos de Gregory Bateson, de doble vínculo) a sus hijos. Por consiguiente, en la psique de estos infantes reinaba la confusión; sentían que sus progenitoras no les permitían nunca saber lo que estaba bien o mal, dando con ello el comienzo a una estructura psicótica.
La desinformación o la ignorancia puede causar en los profesionales de la salud mental y del lego que hagan un señalamiento equivocado sobre este tipo de mujeres, sin preguntarse ¿y sus madres de estas féminas, cómo fueron? Generalmente a las madres se les considera automáticamente responsables de la condición de sus hijos. No se les comprende en forma real ni compasivamente; por el contrario, son condenadas por su mal comportamiento hacia sus vástagos. Tan sólo unos pocos observadores de la profesión clínica reconocen que estas madres a su vez habían atravesado experiencias traumáticas en su infancia, que en parte las ha conducido a actitudes crueles hacia sus hijos. La víctima casi siempre producirá más víctimas.


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