“Todo mi dolor ha pasado a la literatura”. Juan Gelman.
Su principal obra de Víctor Hugo Viscarra se titula “Borracho estaba, pero no me acuerdo”; a través del psicoanálisis podemos observar la función que tiene el Superyó de este autor: cruel y beligerante por el abuso en el consumo de bebidas embriagantes con la finalidad de sepultar los amargos recuerdos, el ahogamiento de la angustia, el olvido permanente… todo esto proveniente, sin lugar a dudas del reservorio del Ello. Por medio de breves crónicas, éste autor deja constancia de lo que han sido los sucesos traumáticos de su vida: “Nací viejo —nos dice— mi vida ha sido un tránsito brusco de la niñez a la vejez, sin términos medios”, y afirma la edad exacta de la que no pasará vivo, caso contrario conseguirá una pistola para suicidarse. Asegura que quisiera olvidar el período de su niñez, pero no logra hacerlo, le resulta verdaderamente imposible; las cicatrices, consecuencia del maltrato constante de su despiadada madre, no se borran, les esta vedado el olvido, aunque nada grato guarde en los recuerdos. Asegura que “quienes recuerdan con tristeza su infancia, nunca más podrán ser felices”. Prosigue en su relato donde su madre le rompió varias escobas en su espalda, le clavaba las uñas en la boca hasta dejarle una cicatriz, le dejó una en la muñeca al clavarle un cuchillo, le daba palizas memorables… En una oportunidad le echó alcohol sobre su cuerpo para prenderle fuego, de esa desgracia lo salvó un casero que llegó oportunamente. Él quería ignorar las cicatrices, borrarlas con la indiferencia, pero no podía. Se escapó de su casa a los doce años y en la calle conoció un trato más cruel que el de la madre, el de los agentes de la Oficina de Menores, y luego de estar preso con delincuentes pasó a estar bajo la tutela del padre. Fue a vivir a un callejón donde se había instalado un grupo de bebedores empedernidos. El padre era militar, buena gente, nos asegura. Conocía todos los estados civiles: viudo, divorciado, casado; él lo iba a recoger a los boliches los viernes cuando se emborrachaba hasta perderse y, si se enojaba, sabía cómo calmarlo, poniendo canciones de boleros, “una tristeza no catalogada en diccionario alguno se apoderaba de su alma y su espíritu”. Cuando murió su padre —el mismo día del cumpleaños de Víctor Hugo— no reclamó su herencia, sólo le quedó de recuerdo la fotografía de su aviso necrológico. Mientras tanto, había aprendido a vagar por toda su ciudad sin extraviarse. Se sentía abandonado, y agrega que hay quienes tiemblan más por el abandono que por el frío. Había sentido frío en el alma, se había sentido deprimido, miserable, entonces le daban ganas de meterse en las cantinas por donde caminaba de día y de noche, la intención era quedar completamente alcoholizado, regularmente tirado en las banquetas o en cualquier sucio rincón. En definitiva aprendió a beber más por necesidad que por vicio.
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