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"Si llega inadvertidamente a oídos de quienes no están capacitados ni destinados a recibirla, toda nuestra sabiduría ha de sonar a necedad y en ocasiones, a crimen, y así debe ser". Friedrich Wilhelm Nietzsche.

jueves, 14 de diciembre de 2017

El placer de mirar y ser observado.

¿Por qué algunas mujeres visten demasiado provocativas?

“Cuando un hombre se levanta para hablar, la gente escucha y luego mira. Cuando se levanta una mujer, miran; luego, si les gusta lo que ven, escuchan”. Pauline Frederick.

Empecemos por definir el significado de la palabra vergüenza que se denota por el rubor del rostro, evitar o bajar la mirada, la ocultación de la cara, la timidez, el apocamiento y alguna forma de contracción física, acompañadas de torpeza y confusión. La vergüenza aparece cuando el otro observa, o habla, o cuando tiene la posibilidad de descubrir algo que puede menoscabar el Self, donde el sujeto hace el intento apremiante de esconderse, o salir de escena.
La vergüenza aparece cuando algo que debía quedar oculto se devela; algo que debía mantenerse secreto, traspasa esa barrera; por esa razón, la vergüenza no requiere necesariamente de una transgresión aunque supone una acción desaprobadora; quien se siente avergonzado no observa directamente a los ojos, esquiva la mirada; desea desaparecer frente a un acontecimiento donde se siente atrapado. De ahí, el estrecho vínculo entre vergüenza y mirada.
La vergüenza se presenta ante la exhibición pública, o al menos ante la mirada o expresión fonética de otro, real o fantaseado. O mejor dicho, es el corolario de una relación inconsciente con un objeto que mira o se escucha de una manera persecutoria. Quien se siente avergonzado ante una situación externa, tiende a “bajar los ojos” y los movimientos motrices se desequilibran.
La vergüenza implica la exposición de la desnudez y la sensación de haber sido “sorprendido”, o “descubierto”. «Para evitar prolongar la vergüenza es necesario mantener reprimido el placer escéptico o fonético que retorna proyectivamente en esa mirada o escucha que hace caer en vergüenza». De ahí la experiencia de las mujeres que visten de forma provocativa, que ante las palabras obscenas o la mirada penetrante del hombre, inducen en ella vergüenza al aludir no sólo alguna parte de su cuerpo, también el deseo y la excitación sexual, los que quedan velados por la represión al igual que el placer exhibicionista de ella por su desnudez disimulada bajo sus sensuales ropajes. Entonces lo reprimido queda enmascarado por las vestimentas y proyectado el placer en la mirada del espectador. De esta manera, la vergüenza adquiere un valor «fantasmático», como signo de la excitación sexual tanto para él como para ella.
Los sueños de turbación por desnudez, que según Sigmund Freud resultan típicos precisamente cuando se acompañan del sentimiento vergonzoso frente al cual, ante aturdimiento, aparece la imposibilidad de la huida a través de alguna inhibición motora que impide ocultar la desnudez. Freud los considera sueños exhibicionistas.
Estos sueños están dirigidos originalmente a los deseos infantiles exhibicionistas regularmente hacia los padres pero que son omitidos de la escena onírica, salvo en la paranoia donde reaparecen abierta o enmascaradamente bajo la multiplicación de varias figuras extrañas que denotan la cualidad de secreto en juego. De acuerdo con el propósito del sueño, la exhibición se realiza pero la censura la interrumpe por vía de la mirada de alguien frente a quien se experimenta el sentimiento penoso, vergonzoso.
Esta exhibición que la censura irrumpe se puede constatar en algunas ocasiones, cuando se le pregunta a una mujer que acaba de parir, sí está dando pecho a su recién nacido, si llega a ruborizarse (a causa de la vergüenza) ante la pregunta; el rubor de su rostro denuncia la experiencia de la excitación erótica por el amamantamiento que debía quedar oculta a la mirada de los otros, pero que la piel de su rostro —enrojecido como los genitales deseantes— denota lo que debía quedar fuera de la mirada. Como es sabido, al hablar de mirar desde el punto de vista del psicoanálisis, estamos refiriéndonos no a una función fisiológica sino a la acción pulsional que toma al ojo como zona erógena y como medio de la relación de objeto; a través de la pulsión escópica pueden realizarse deseos tanto sexuales como agresivos de acuerdo a la fantasía subyacente.
La mirada puede ser utilizada hacia el objeto para conocerlo, acariciarlo, repararlo… pero también para controlarlo, destruirlo, robarlo, violarlo… Mirando se puede respetar los límites del objeto (su integridad) como ocurre cuando entra en juego las fantasías provenientes del Complejo de Edipo que darán lugar a la experiencia de vergüenza al ser develada la confusión en la Escena Primaria. En cambio, cuando las motivaciones son crueles, narcisistas y omnipotentes, a través de la mirada pueden proyectarse aspectos disociados del Self dentro del objeto forzando la entrada en él con violencia, abuso y dominación (esto ocurre en el voyeurismo intrusivo dominado por la personalidad narcisista) lo que configurará un ojo que mira con sadismo, arrogancia y omnisciencia y que a su vez revertirá como una mirada de cualidades análogas.


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