Social

"Si llega inadvertidamente a oídos de quienes no están capacitados ni destinados a recibirla, toda nuestra sabiduría ha de sonar a necedad y en ocasiones, a crimen, y así debe ser". Friedrich Wilhelm Nietzsche.

jueves, 14 de diciembre de 2017

La cocaína de la infancia y adolescencia es el Ritalin.

La vida de Kurt Cobain tiene aspectos interesantes más allá de la calidad de su música. En principio, lo que dice Cobain en relación a su medicación desde su infancia; aunque esto no alcanza para justificar su toxicomanía, es algo que tampoco debe pasar desapercibido para el estudio de la adicción.
Cada año miles de niños son diagnosticados como hiperactivos por la psiquiatría por lo son canalizados a medicarlos en su gran mayoría con Ritalin (metilfenidato MFD), con el que se pretende “curar” el trastorno por déficit de atención con hiperactividad. Existen estudios que señalan la posibilidad de que cause adicción este medicamento (de hecho casi cualquier fármaco tiene la capacidad de lograr adicción) ya que contiene sustancias con efectos similar a la cocaína y el opio. Mientras la mayoría de los psiquiatras la defienden, otros profesionales de la salud —entre ellos los psicoanálistas— la denominan “la cocaína de la infancia”.
El caso de Cobain permite abrir una polémica que resulta necesaria. Más del setenta y cinco por ciento de las recetas de Ritalin son extendida a infantes, siendo el trastorno diagnosticado unas cuatro veces más frecuente entre los niños que entre las niñas, lo cual seguramente nos habla de una práctica compulsiva. También a Courtney Love le prescribieron Ritalin cuando era niña. Años después preguntará: “Cuando eres un niño y tienes esta droga que te ha sentir eufórico, a qué otra cosa recurrirás cuando seas adulto?”
La propuesta del psicoanálisis es ir a la causa que origina el consumo de la sustancia tóxica, analizar la subjetividad del toxicómano y que se ponga en juego las condiciones necesarias para un análisis profundo.
Cobian padecía de un trastorno estomacal grave, que hacía de su vida una tortura y que ningún diagnóstico médico llegó a solucionar. En su diario escribió que cambiaría sus éxitos por un acertado diagnóstico: “Solo déjenme tener mi propia, inexplicable y rara enfermedad estomacal, y denomínenla con mi nombre”.
Eso es lo que reclamaba, no un diagnóstico, no una etiqueta, simplemente un nombre para su síntoma, pero no un nombre que le llegará del saber médico, sino un nombre que quizás podría haber encontrado él mismo.
Posiblemente si un psicoanálista hubiera llegado a escucharlo, el destino de su vida hubiera sido otro. Es lo que hace el psicoanálista, escuchar y observar al psicoanalizado, percatarse de su síntoma, entendido en una forma simple: se trata de un “significante” que insiste y remite al Goce, que está implícito en el padecimiento. Esos síntomas estomacales, a los que el saber médico no les podía poner un nombre, hubieran podido ser la puerta de entrada para el psicoanálista.
Es fácil decirlo, e incluso suena convincente; pero hay que tener presente que se trata de alguien que había captado la cuestión de no haber sido deseado —algo que Cobain plantea en sus diarios—, y que había elegido el consumo de la sustancia tóxica para rechazar las pulsiones del Ello. Jacques-Marie Émile Lacan afirma que en esa irresistible pendiente al suicidio nos encontramos con sujetos caracterizados por haber sido niños no deseados, y entonces rechazan entrar en juego, o más bien procuran salirse del mismo. No aceptan lo que son, entonces son proclives al «pasaje al acto» porque, como lo plantea Jacques Alain-Miller, todo acto implica un suicidio del sujeto; el sujeto puede renacer de él, pero será un sujeto diferente.
Ya Sigmund Freud nos recordaba que el sujeto no sabe nada del acto suicida. Es precisamente lo que subraya Lacan en su texto “Televisión”, cuando dice que el suicidio es el único acto que tiene éxito sin fracaso, y que si nadie sabe de él “es porque procede del prejuicio de no querer saber nada”. Este rechazo del saber es alimentado gracias al consumo de la sustancia tóxica para contribuir a conseguir este efecto, de un uso compulsivo, y llevan a un aislamiento, a un Goce autoerótico que es solidario de Tánatos. El inconsciente no opera como podría hacerlo, no es posible una contabilidad del Goce, y esa dimensión autista de un «Goce que no es dialectisable» es decir que no pueda expresarse con el lenguaje hablado, se torna mortífera para el sujeto. El rechazo del saber es solidario de la pulsión de muerte, y le abre el terreno para que opere a sus anchas; entonces, el sujeto no se arriesga al deseo, lo que hace es poner en riesgo su propia vida.


Be First to Post Comment !
Publicar un comentario