Social

"Si llega inadvertidamente a oídos de quienes no están capacitados ni destinados a recibirla, toda nuestra sabiduría ha de sonar a necedad y en ocasiones, a crimen, y así debe ser". Friedrich Wilhelm Nietzsche.

jueves, 14 de diciembre de 2017

El Yo y la toxicomanía.

“La felicidad es el privilegio de ser bien engañado”. Jonathan Swift.

La instancia del Yo es definido por Sigmund Freud como una pobre cosa sometida a tres servidumbres: al mundo exterior, al Ello y al Superyó. El Yo se presenta como adulador, oportunista y mentiroso, pero está sometido a los mandamientos del Superyó y no tarda en convertirse en un depósito de angustia, de esa angustia de muerte que se ubica entre el Superyó y el Yo.
Jacques-Marie Émile Lacan advierte —en referencia del Superyó— que cómo sin quererlo, o incluso queriendo hacer el bien, se puede conducir a alguien hacia lo peor. También señala que el Superyó empuja al Goce, y el Goce es el camino que conduce a la pulsión de muerte, o sea hacia un «silencio definitivo». Pero antes de llegar a él, hay una forma de silencio que tiene que ver con el Yo que “se hace el distraído o el desatendido” frente al accionar del Superyó. Lacan indica que el Yo tiene una función de “desconocimiento” y, cuando se apunta a él —aunque pretenda que se ha vencido— no tardará en mostrarse nuevamente en esa condición de desconocimiento porque eso es su función fundamental ¿Qué significa esto? Para ser más claro pongamos de ejemplo al sujeto alcohólico o al que tiene una conducta compulsiva por el sexo de forma evidente y notable, tanto para él mismo como para los otros; pero cuando son confrontados ante su problema, simplemente lo niegan o evaden el señalamiento, no se dan por “enterados” y se dirigen alegremente al bar o hacia la próxima cita de índole sexual; se puede plantear por lo tanto que son mentirosos, y que la función del Yo por excelencia es la de ser embustero.


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