“La cosa que mejor hacemos, desearía nuestra vanidad hacerla pasar por la más difícil. Esto puede explicar el origen de muchas morales”. Friedrich Wilhelm Nietzsche.
Desde que Sigmund Freud introdujo el concepto del Superyó ha sido motivo de muchas tergiversaciones. Si bien el concepto es tardío, aparece desde mucho antes bajo el nombre de «censura», donde ya nos muestra las consecuencias del sentimiento inconsciente de culpa, comenzando a presentar esa topología que es propia del aparato psíquico.
Freud plantea la necesidad de formalizar una instancia psíquica que vela por la satisfacción narcisista que proviene del Ideal del Yo, y observe al Yo midiéndolo con el Ideal, por lo que lo denomina “conciencia moral”; sus consecuencias se perciben claramente en el delirio que manifiestan los paranoicos con su entorno.
Ahora bien, el Superyó observa y critica nuestras acciones, e incluso nuestras intenciones antes de ponerlas en práctica. Freud dice que el ideal se va formando por la influencia crítica de los padres, pero también de los educadores, de los maestros y de la sociedad en general, que entre todos tejen una especie de enjambre.
El Superyó forma parte del Yo, pero sin embargo puede estar separado de él, y tiene la facultad de contraponerse al Yo y de dominarlo fácilmente. Además tiene afinidad con el Ello, es decir que guarda relación con las pulsiones.
Freud nos muestra cómo se presenta el Superyó en la práctica psicoanalítica, cuando se presenta una reacción negativa, ya que el sentimiento de culpa se satisface en sentirse mal, y que provoca que el sujeto no se muestre culpable sino directamente enfermo. El Superyó “se abate sobre el Yo con una furia cruel”. Esto le puede provocar inhibiciones al sujeto, pero también llevarlo hasta el acto delictivo compulsivo con el anhelo inconsciente o no de ser castigado.
Freud es contundente: el Superyó es el cultivo puro de la pulsión de muerte, incluso en muchas oportunidades logra empujar al Yo directamente a la autoaniquilación. Y agrega —algo que puede resultar curioso— que esto sucede cuando el Yo no logra defenderse de su cruel tirano recurriendo a la manía. Se entiende está, pensando como la melancolía puede empujar al suicidio. Pero quizás el consumo de la sustancia tóxica, sea en muchos casos, en este sentido: una defensa, algo que le permite al sujeto alivianar su relación con el Superyó. Y lo que genera es precisamente manía, por eso el psicoanálisis habla de “toxicomanías”. Sin embargo esa solución también puede ser tomada por el Superyó con la finalidad de conducir al sujeto a la muerte, todo dependería de la subjetividad de cada toxicómano.
Se puede considerar al Ideal del Yo amasado fundamentalmente con el narcisismo y la identificación a los padres, pasando al campo de lo social, que conforma un modelo que el Yo procura seguir.
Desde que Sigmund Freud introdujo el concepto del Superyó ha sido motivo de muchas tergiversaciones. Si bien el concepto es tardío, aparece desde mucho antes bajo el nombre de «censura», donde ya nos muestra las consecuencias del sentimiento inconsciente de culpa, comenzando a presentar esa topología que es propia del aparato psíquico.
Freud plantea la necesidad de formalizar una instancia psíquica que vela por la satisfacción narcisista que proviene del Ideal del Yo, y observe al Yo midiéndolo con el Ideal, por lo que lo denomina “conciencia moral”; sus consecuencias se perciben claramente en el delirio que manifiestan los paranoicos con su entorno.
Ahora bien, el Superyó observa y critica nuestras acciones, e incluso nuestras intenciones antes de ponerlas en práctica. Freud dice que el ideal se va formando por la influencia crítica de los padres, pero también de los educadores, de los maestros y de la sociedad en general, que entre todos tejen una especie de enjambre.
El Superyó forma parte del Yo, pero sin embargo puede estar separado de él, y tiene la facultad de contraponerse al Yo y de dominarlo fácilmente. Además tiene afinidad con el Ello, es decir que guarda relación con las pulsiones.
Freud nos muestra cómo se presenta el Superyó en la práctica psicoanalítica, cuando se presenta una reacción negativa, ya que el sentimiento de culpa se satisface en sentirse mal, y que provoca que el sujeto no se muestre culpable sino directamente enfermo. El Superyó “se abate sobre el Yo con una furia cruel”. Esto le puede provocar inhibiciones al sujeto, pero también llevarlo hasta el acto delictivo compulsivo con el anhelo inconsciente o no de ser castigado.
Freud es contundente: el Superyó es el cultivo puro de la pulsión de muerte, incluso en muchas oportunidades logra empujar al Yo directamente a la autoaniquilación. Y agrega —algo que puede resultar curioso— que esto sucede cuando el Yo no logra defenderse de su cruel tirano recurriendo a la manía. Se entiende está, pensando como la melancolía puede empujar al suicidio. Pero quizás el consumo de la sustancia tóxica, sea en muchos casos, en este sentido: una defensa, algo que le permite al sujeto alivianar su relación con el Superyó. Y lo que genera es precisamente manía, por eso el psicoanálisis habla de “toxicomanías”. Sin embargo esa solución también puede ser tomada por el Superyó con la finalidad de conducir al sujeto a la muerte, todo dependería de la subjetividad de cada toxicómano.
Se puede considerar al Ideal del Yo amasado fundamentalmente con el narcisismo y la identificación a los padres, pasando al campo de lo social, que conforma un modelo que el Yo procura seguir.
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