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"Si llega inadvertidamente a oídos de quienes no están capacitados ni destinados a recibirla, toda nuestra sabiduría ha de sonar a necedad y en ocasiones, a crimen, y así debe ser". Friedrich Wilhelm Nietzsche.

jueves, 14 de diciembre de 2017

El Goce hasta morir.

“Más fácil es aguantar la muerte sin pensar en ella, que el pensamiento de morir”. Blaise Pascal.

Thomas de Ouincey nos relata que pese a los intentos de bajar las dosis del consumo de opio, no tuvo éxito, pues llegado, a un punto la reducción le causaba un intenso sufrimiento que define como una irritación del estómago difícil de poder narrar.
El opio le comenzaba a paralizar sus facultades intelectuales, invadiendole una sensación de desamparo e incapacidad por lo que aplazaba el trabajo cotidiano. Dice haber caído en un estado de postración, impotencia, mortal languidez; palabras con las que expresa sentimiento de desecho en el cual se encontraba sumido, sólo guardaba para sí dos cosas, la angustia y el sufrimiento.
El «Goce» que invade su ser aparece como algo imposible de comunicar, como precipitarse en un abismo insondable, como un estado de desolación, de desesperación suicida inefable, aunado a la sensación alterada del espacio y tiempo, dilatándose hasta una infinitud inexpresable.
Sus sueños —dice Quincey— tienen la característica de que, salvo excepciones, presentan escenas de horror y daños. Aunque también en la vigilia padece horrores, pero en este punto el Goce aparece delineando su cuerpo. Es a partir de llegar a este estado, frente a este Goce desbocado, que dice: “Me di cuenta de que iba a morir si seguía tomando opio: me decidí por lo tanto a que si era necesario, moriría para
arrojarlo de mi vida”. Así vemos cómo Ouincey se confronta con un límite que en ocasiones lleva a algunos toxicómanos a intentar buscar otra solución que la ofrecida por la sustancia tóxica; este límite esta a un paso más allá de la vida: la muerte.
En su obra literaria “Suspiria de Profundis” parecía haber encontrado cierta tramitación de lo inexorable, aquello frente a lo cual los ruegos son estériles. Recordemos sus propias palabras: “El sentimiento que acompaña a la repentina revelación de que todo está perdido crece en silencio dentro del corazón, es demasiado profundo para expresarse en palabras o gestos, y ninguna de sus partes se trasluce exteriormente. Si la ruina fuese condicional o subsistiese una duda, lo lógico sería estallar en exclamaciones o implorar compasión pero cuando se tiene la certeza de que la ruina es absoluta, cuando la compasión no es un consuelo y es imposible tener la menor esperanza, todo es distinto. Se apaga la luz, la voz… Por lo menos yo, al darme cuenta de que las terribles puertas se habían cerrado y que de ellas colgaban crespones negros, como de una muerte ya ocurrida, no hablé, no me quejé, no hice ningún gesto. Un hondo suspiro salió de mi pecho y quedé en silencio durante varios días”.


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