“Más fácil es aguantar la muerte sin pensar en ella, que el pensamiento de morir”. Blaise Pascal.
Thomas de Ouincey nos relata que pese a los intentos de bajar las dosis del consumo de opio, no tuvo éxito, pues llegado, a un punto la reducción le causaba un intenso sufrimiento que define como una irritación del estómago difícil de poder narrar.
El opio le comenzaba a paralizar sus facultades intelectuales, invadiendole una sensación de desamparo e incapacidad por lo que aplazaba el trabajo cotidiano. Dice haber caído en un estado de postración, impotencia, mortal languidez; palabras con las que expresa sentimiento de desecho en el cual se encontraba sumido, sólo guardaba para sí dos cosas, la angustia y el sufrimiento.
El «Goce» que invade su ser aparece como algo imposible de comunicar, como precipitarse en un abismo insondable, como un estado de desolación, de desesperación suicida inefable, aunado a la sensación alterada del espacio y tiempo, dilatándose hasta una infinitud inexpresable.
Sus sueños —dice Quincey— tienen la característica de que, salvo excepciones, presentan escenas de horror y daños. Aunque también en la vigilia padece horrores, pero en este punto el Goce aparece delineando su cuerpo. Es a partir de llegar a este estado, frente a este Goce desbocado, que dice: “Me di cuenta de que iba a morir si seguía tomando opio: me decidí por lo tanto a que si era necesario, moriría para
arrojarlo de mi vida”. Así vemos cómo Ouincey se confronta con un límite que en ocasiones lleva a algunos toxicómanos a intentar buscar otra solución que la ofrecida por la sustancia tóxica; este límite esta a un paso más allá de la vida: la muerte.
En su obra literaria “Suspiria de Profundis” parecía haber encontrado cierta tramitación de lo inexorable, aquello frente a lo cual los ruegos son estériles. Recordemos sus propias palabras: “El sentimiento que acompaña a la repentina revelación de que todo está perdido crece en silencio dentro del corazón, es demasiado profundo para expresarse en palabras o gestos, y ninguna de sus partes se trasluce exteriormente. Si la ruina fuese condicional o subsistiese una duda, lo lógico sería estallar en exclamaciones o implorar compasión pero cuando se tiene la certeza de que la ruina es absoluta, cuando la compasión no es un consuelo y es imposible tener la menor esperanza, todo es distinto. Se apaga la luz, la voz… Por lo menos yo, al darme cuenta de que las terribles puertas se habían cerrado y que de ellas colgaban crespones negros, como de una muerte ya ocurrida, no hablé, no me quejé, no hice ningún gesto. Un hondo suspiro salió de mi pecho y quedé en silencio durante varios días”.
Thomas de Ouincey nos relata que pese a los intentos de bajar las dosis del consumo de opio, no tuvo éxito, pues llegado, a un punto la reducción le causaba un intenso sufrimiento que define como una irritación del estómago difícil de poder narrar.
El opio le comenzaba a paralizar sus facultades intelectuales, invadiendole una sensación de desamparo e incapacidad por lo que aplazaba el trabajo cotidiano. Dice haber caído en un estado de postración, impotencia, mortal languidez; palabras con las que expresa sentimiento de desecho en el cual se encontraba sumido, sólo guardaba para sí dos cosas, la angustia y el sufrimiento.
El «Goce» que invade su ser aparece como algo imposible de comunicar, como precipitarse en un abismo insondable, como un estado de desolación, de desesperación suicida inefable, aunado a la sensación alterada del espacio y tiempo, dilatándose hasta una infinitud inexpresable.
Sus sueños —dice Quincey— tienen la característica de que, salvo excepciones, presentan escenas de horror y daños. Aunque también en la vigilia padece horrores, pero en este punto el Goce aparece delineando su cuerpo. Es a partir de llegar a este estado, frente a este Goce desbocado, que dice: “Me di cuenta de que iba a morir si seguía tomando opio: me decidí por lo tanto a que si era necesario, moriría para
arrojarlo de mi vida”. Así vemos cómo Ouincey se confronta con un límite que en ocasiones lleva a algunos toxicómanos a intentar buscar otra solución que la ofrecida por la sustancia tóxica; este límite esta a un paso más allá de la vida: la muerte.
En su obra literaria “Suspiria de Profundis” parecía haber encontrado cierta tramitación de lo inexorable, aquello frente a lo cual los ruegos son estériles. Recordemos sus propias palabras: “El sentimiento que acompaña a la repentina revelación de que todo está perdido crece en silencio dentro del corazón, es demasiado profundo para expresarse en palabras o gestos, y ninguna de sus partes se trasluce exteriormente. Si la ruina fuese condicional o subsistiese una duda, lo lógico sería estallar en exclamaciones o implorar compasión pero cuando se tiene la certeza de que la ruina es absoluta, cuando la compasión no es un consuelo y es imposible tener la menor esperanza, todo es distinto. Se apaga la luz, la voz… Por lo menos yo, al darme cuenta de que las terribles puertas se habían cerrado y que de ellas colgaban crespones negros, como de una muerte ya ocurrida, no hablé, no me quejé, no hice ningún gesto. Un hondo suspiro salió de mi pecho y quedé en silencio durante varios días”.
Be First to Post Comment !
Publicar un comentario