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"Si llega inadvertidamente a oídos de quienes no están capacitados ni destinados a recibirla, toda nuestra sabiduría ha de sonar a necedad y en ocasiones, a crimen, y así debe ser". Friedrich Wilhelm Nietzsche.

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viernes, 31 de marzo de 2017

El orgasmo como factor para estrechar el vínculo afectivo.

El orgasmo no únicamente es una gran sensación placentera para hombres y mujeres sino representa también un factor para estrechar la unión de la pareja a nivel emocional de incalculable valor. No sólo crea una proximidad física incomparable en la cual prevalece la confianza mutua, sino que, además, la diferenciación entre los sexos se reconoce y se acepta verdaderamente como complementaria: “Así en el amor, dos se convierten en uno y siendo uno, forman un todo”.
En una relación de estas características también se dan innumerables acontecimientos internos que revelan muchas fantasías y prodigios sobre las complejidades y los misterios del partenaire. Cuando la relación funciona adecuadamente, sin lugar a dudas se enriquecen increíblemente ambas partes.

jueves, 30 de marzo de 2017

El trastorno del deseo de embarazarse.

Podemos observar que algunas mujeres se embarazan de su partenaire con la íntima convicción de continuar su relación afectiva, creyendo que es la única manera de establecerse permanentemente, incluso contra el rechazo directo del hombre para comprometerse.
Para otras féminas, pueden albergar el deseo de embarazarse —por extraño que parezca— con el único propósito de vengarse de su pareja, al que le guardan un resentimiento profundo y odian desde mucho tiempo atrás porque se han sentido gravemente humilladas. Algunas de estas mujeres pueden presentar una aguda depresión asociada a una completa frigidez y en ocasiones hasta repugnancia —tanto hacia su pareja como a si misma— con cualquier contacto de tipo erótico o sexual, aunque no lo expresen abiertamente. Regularmente estas mujeres desde el inicio han idealizado el amor en exceso, al grado de idolatrar a su pareja, y al encontrarse «profundamente enamoradas» pasan «desapercibidas», por decirlo de alguna manera, las manifestaciones de agresión* que se encuentran inherentes en todo vínculo afectivo, llegando a sufrir —pasado algún tiempo— el sadismo patológico de su partenaire, aunado a una incapacidad de defenderse directamente. Esto puede llevarla a mantener monólogos secretos, que son precursores de la perversión que se va desarrollando dentro del vínculo y que proporcionan de alguna manera un «amargo consuelo» (para el psicoanálisis estaríamos hablando de un «Goce»).
Estos monólogos podrían expresar, por ejemplo: “Si tan sólo pudiera quedar embarazada, entonces las cosas cambiarían porque él reconocería quién tiene realmente el control y me respetaría, ya que sería la progenitora de su hijo. Le odio, pero no quiero demostrarlo porque me abandonaría. Quiero herirle verdaderamente y sé que teniendo un hijo suyo será la mejor forma de lograr mi propósito, ya que así no podrá jamás librarse de mí. Utilizaré a su hijo como un instrumento de tortura contra él hasta cansarme, y después me desaparezco junto con mi vástago para que jamás lo vuelva a ver y con eso sufrirá tanto como él me hizo sufrir a mí todo este tiempo”.
Estas reflexiones patológicas y compulsivas traen aparejado un Goce, capaz de lograr una sensación de placer erótico y conseguir un alivio momentáneo a la ansiedad que padecen.
Aquí observamos el funcionamiento de un elemento de venganza unido a una acción libidinal repetitiva y compulsiva que incluye un rápido cambio de los principales indicadores de la perversión, pasando del «Yo sintónico» al «Yo distónico». En otras palabras, la acción experimentada en primer lugar como compatible con las demandas del Yo, pasa a ser antagónica para el Yo después de su ejecución, seguida de sentimientos de remordimiento y culpa. En el caso de estas mujeres descritas, dichas acciones van dirigidas concretamente a un Yo, a un objeto y a una relación objetal. Es muy posible que estas mujeres presenten una confusión entre la feminidad, la sexualidad y la maternidad, que las colocaría en la “Estructura Perversa”.

*No debe confundirse agresión con violencia, desde el punto de vista del psicoanálisis.

martes, 28 de marzo de 2017

La disfunción eréctil y la angustia de castración.

Algunos sujetos que sufren de disfunción eréctil se lamentan a menudo de «no sentir» su pene; otros hablan explícitamente de una frigidez de la región genital; otros incluso de una sensación de «retracción del pene». Todos estos síntomas se intensifican obviamente tanto en las tentativas como durante el coito (si es que se presenta por breves instantes).
Algunos sujetos después de varios meses de tratamiento psicoanalítico indican que «sienten mejor» su pene; o bien, que la sensación de frío que padecían en su miembro viril  ha disminuido; que su pene (no erecto) es algo más “consistente”, etcétera.
Gracias al psicoanálisis se ha podido establecer que la disfunción eréctil, casi en su totalidad, proviene de una fuente inconsciente: la “angustia infantil de castración”, que también es la causa de la sensación de retracción que numerosos sujetos sufren en la base del pene y a nivel del perineo.
Podríamos agregar que algunos sujetos pueden llevar incluso a no sentir en absoluto su pene, con lo que reaccionan regularmente tocándose su órgano genital. Esto muchas veces proviene de las amenazas de sus padres o hermanos mayores, cuando los sorprenden tocando su pene (recuerdo que generalmente es reprimido por el mismo sujeto y arrinconado en el inconsciente); de aquí derivaba «la angustia de tocar» el pene.
Los trocamientos ansiosos del pene pueden aparecer como un compromiso entre el antiguo deseo de masturbación y el temor de un severo castigo. («El retorno del rechazo».) Tales síntomas constituyen a menudo un buen índice de los progresos y retrocesos que se producen en el estado psíquico del sujeto durante el psicoanálisis, debido su carácter variable. Junto a las fantasías incestuosas inconscientes (masturbadoras), las causas más frecuentes de la impotencia psíquica son los temores a la castración; pero, en general, ambos se compaginan: temor a la castración como castigo del onanismo incestuoso.

lunes, 27 de marzo de 2017

La ambivalencia deseo-repulsión.

Algunos sujetos (hombres) llegan a encontrar féminas atractivas que representan a la mujer idealizada, inmaculada, santa, pero sin embargo resulta ser inaccesible: inconscientemente simboliza la imagen del primer objeto de amor (madre) sexualmente excitante pero al mismo tiempo repulsiva, deseo ambivalente estructurado por consecuencia del Complejo de Edipo. Regularmente el síntoma se manifiesta en impotencia eréctil o eyaculación precoz.

La tentación de ser infiel (Primera Parte).

Todos los sujetos se encuentran permanentemente atados al «deseo» de manera ineludible, pero cuando se habla del partenaire que se «ama» y a la vez se «desea», existe una línea muy delgada entre una cosa y la otra.
Si el sujeto tuviese que elegir, entre ser «amado» o «deseado» por su pareja, casi de inmediato decidiría ser amado, pero lamentablemente dentro del amor sería nada más una parte de la posesión del otro y seguramente le serían infiel; pero si opta por ser deseado es claro que no habrá infidelidad —pero por algún tiempo— porque no existe garantía de que siempre sea el objeto deseado, por lo que puede terminar deseando a otro.
La mujer por su desarrollo psicosexual tiene mejor integrado el amor-deseo que su contraparte el hombre —aunque esto no la excluye a ella de ser infiel— incluso el hombre presenta mayores conflictos para integrar amor-deseo adecuadamente ¿La razón? Un Complejo de Edipo donde no salió bien librado.
Regularmente hombres y mujeres suelen creer ingenuamente sobre la premisa de la «media naranja», fantaseando que una sola persona puede satisfacer completamente todos sus deseos y colmar todas sus necesidades: amor, sexualidad, compañía, comprensión, amabilidad, confesión, admiración, etcétera entonces la exigencia sobre el otro se vuelve titánica, pero también ese requerimiento recae sobre el propio sujeto, que pretende erigirse en el único objeto de deseo del otro. Esto está emparentado con el narcisismo en el amor (se ama únicamente a quien devuelve una imagen completa de si mismo, el partenaire sirve de espejo para que pueda contemplarse el sujeto, inconscientemente hablando, por supuesto).
Cuando alguien pasa por el infortunio de la infidelidad, tiene la creencia que algo se interpone entre su partenaire y él o ella, según el caso, y por lo tanto quebranta lo que se suponía era “un todo perfecto”.
Cuando la infidelidad ha sido consumada y descubierta, la víctima se compara inmediatamente con el tercero ¿Será que es mejor que yo? ¿Será que brinda algo que no puedo dar? ¿Será más temperamental en la intimidad que yo? O bien ¿Será que sólo busca (el tercero) romper vínculos sentimentales? Esto aunado a la creencia que el amante ahora controla a la expareja permanentemente con la finalidad que no regrese con la víctima, entonces éste último tiene la convicción que se encuentra al servicio exclusivo del otro.
Realmente pocos son los sujetos que declaran acerca de su infidelidad, es más seguro que por descuido se entere el partenaire.
La víctima de la infidelidad suele preguntarse “¿Habré sido muy ingenuo o confiado?” La respuesta es que la infidelidad no está relacionada con la confianza o la ingenuidad, porque la infidelidad es un acto consciente o inconsciente dirigido al partenaire, un mensaje a ser escuchado. No es ocultamiento, es develamiento.
Ahora bien, surge otra pregunta para esta victima ¿De quién fue el deseo de relacionarse, del amante o de su partenaire? Uno puso el cuerpo, pero ¿Quién puso el deseo? Es el deseo el que impone el mensaje, mensaje que implica decirle al otro (principalmente a la pareja y posteriormente el amante) que aún puede ser deseable.
Podemos agregar entonces que la infidelidad es un acto de amor. Pero ¿Por qué un acto de amor? Es amor a uno mismo, ya que la infidelidad surge con más frecuencia cuando la pareja atraviesa infortunios, cuando existen verdaderas transformaciones de la manera de pensar, por continuas heridas narcisistas, por acercase a la vejez, por sentirse nuevamente deseado... En otros casos es una expresión ante el sofocamiento producido por la pareja, como un acto de rebelión ante la posesión. El Yo se siente aniquilado y desea volverse a integrar.
La situación de infidelidad, sea ocasional o frecuente, generalmente refleja, a la manera de un síntoma, una manifestación a consecuencia del debilitamiento en el vínculo afectivo entre la pareja. Por un lado se intenta mantener inalterada y preservada una parte de la relación con el partenaire, aquéllos aspectos que se sienten importantes para la continuidad personal, conyugal, familiar o social.

domingo, 26 de marzo de 2017

La crisis en la pareja.

¿Cuáles son los factores responsables de crear y mantener una relación «exitosa» entre un hombre y una mujer?
Aunque no existe una receta mágica para esto, podríamos señalar al menos dos respuestas convencionales y corrientes, la primera es las “costumbres sociales” que tienen como propósito proteger la estructura del matrimonio pero en la medida en que estas estructuras culturales y sociales parecen estar desintegrándose, la institución del matrimonio está en peligro; la segunda respuesta es que el amor "maduro" supone amistad y compañerismo, las cuales van reemplazando gradualmente la intensidad apasionada del amor inicialmente romántico, y aseguran la continuidad de la vida común de la pareja.
Ahora bien, desde un punto de vista psicoanalítico, el deseo de llegar a ser una pareja y de tal modo satisfacer las profundas necesidades inconscientes de una identificación amorosa con los propios progenitores y sus roles en una relación sexual (Complejo de Edipo), es tan importante como las fuerzas agresivas que tienden a socavar las relaciones íntimas.
Lo que destruye el apego apasionado y puede generar una sensación de encarcelamiento y «hastío sexual» es en realidad la activación de la «agresión», que amenaza el delicado equilibrio entre el sadomasoquismo y el amor en la relación de pareja, tanto sexual como emocional. Pero a medida que se desarrolla la intimidad emocional entra en juego una dinámica más específica. El deseo inconsciente de reparar las relaciones psicopatológicas dominantes del pasado y la tentación de repetirlas en los términos de las necesidades agresivas y vengativas no satisfechas originan su reescenificación con el partenaire amado. Por medio de la identificación proyectiva, cada miembro de la pareja tiende a inducir en el otro las características del objeto edípico y/o preedípico (madre y padre) pasado con el cual él o ella tuvo conflictos.
La identificación proyectiva es un mecanismo de defensa primitivo pero demasiado frecuente que consiste en una tendencia a proyectar un impulso sobre otro sujeto, es común que uno de los integrantes proyecte su miedo inconsciente en su partenaire y en razón de ese impulso proyectado, tenga una necesidad de controlarlo ya que se encuentra bajo la influencia de este mecanismo.
Si hubo conflictos severos durante la infancia en torno a la agresión, surge la posibilidad de que se reescenifiquen imágenes primitivas, combinaciones fantaseadas de la madre y el padre, que presentan pocas semejanzas con las características reales de los objetos parentales (padre y madre).
Inconscientemente, se establece un equilibrio por medio del cual cada uno de los partenaires complementa la relación objetal patógena (madre-hijo y/o padre-hijo) dominante del pasado del otro, y esto tiende a aglutinar la relación de modos nuevos, obviamente impredecibles. En términos descriptivos, encontramos que las parejas interactúan en su intimidad de muchas pequeñas maneras «locas». Esta «locura privada» (para emplear la expresión de André Green) puede ser tanto frustradora como excitante, porque se produce en el contexto de una relación que quizá sea la más excitante, satisfactoria y realizadora con la que los dos miembros de la pareja pudieron soñar. Para un observador, la pareja parece escenificar un guión extraño, completamente distinto de sus interacciones comunes, un guión que, sin embargo, ha sido repetidamente desplegado en el pasado. Verbigracia, un marido dominador y una esposa sumisa se transforman de pronto en un niñito gimoteante y una maestra de escuela gruñona —respectivamente— cuando él está enfermo y necesita que lo cuiden; o bien una esposa con tacto y empatía, cuyo marido es directo y agresivo, se convierte en una quejosa paranoide, y él en un cuidador maternal, tranquilizador, cuando la mujer se siente desdeñada por un tercero; asimismo, una «discusión acalorada» puede irrumpir de tiempo en tiempo en el estilo de vida armonioso de la pareja. Lo común es que esta “unión en la locura” tienda a ser interrumpida por los aspectos más normales y gratificantes de la relación de pareja en los ámbitos sexual, emocional, intelectual y cultural. De hecho, por paradójico que suene, la capacidad para la discontinuidad en la relación desempeña un papel central en su mantenimiento.

sábado, 25 de marzo de 2017

El trastorno de la sexualidad masculina.

La agresión (no se debe confundir con violencia desde el punto de vista del psicoanálisis) se encuentra al servicio del amor en la relación emocional de la pareja.
A mayor intimidad sexual entre los amantes, progresa paralelamente la intimidad emocional, y con ésta, entra inevitablemente la ambivalencia de las relaciones «edípicas» y «preedípicas» de cada miembro que conforma éste vínculo afectivo.
De un modo conciso y simplificado, podríamos decir que la ambivalencia del niño con respecto a su madre se presenta, a nivel inconsciente, excitante y rechazante durante la primera infancia, su profunda sospecha de que la sexualidad de su madre es tentadora pero al mismo tiempo rehusadora, se convierten en cuestiones que van a interferir en el apego erótico que tenga en su vida adulta, respecto a la idealización y la dependencia de la mujer amada.
La culpa edípica inconsciente y la sensación de inferioridad ante la madre edípica idealizada pueden dar por resultado la inhibición sexual en el hombre adulto, o bien, surge la intolerancia a una mujer que se vuelve sexualmente libre, con respecto a la cual él ya no puede sentirse tranquilizadoramente protector. Un desarrollo de este tipo podría perpetuar la dicotomía entre las relaciones erotizadas y las relaciones idealizadas desexualizadas, una dicotomía típica de los varones en la adolescencia temprana. En circunstancias psicopatológicas (particularmente en sujetos narcisistas), la envidia inconsciente a la madre y la necesidad de vengarse de ella pueden generar una desvalorización inconsciente catastrófica de la mujer como objeto sexual anhelado, con el distanciamiento y el abandono consiguientes.

jueves, 23 de marzo de 2017

La tentación de ser infiel (Segunda Parte).

La infidelidad también se suscita en los casos que se ha perdido el deseo por el partenaire y un tercero puede volver a reactivarlo. Pero en este caso, hablaríamos de una necesidad patológica de mantener un triángulo con la finalidad de brindar estabilidad a la pareja original. Esta es una forma idílica de sostener a la pareja tal como cuando iniciaron. El contrato por el que unieron se incumplió porque excede el acuerdo de monogamia. Se incluyen en él los roles que cada miembro de la pareja desarrollará en la relación. Si estos roles se alteran, por los cambios propios del crecimiento personal de cada sujeto, la pareja se desestabiliza. Los contratos consensuales son necesarios para el inicio de la pareja, pero en el largo plazo regularmente no dejan casi ningún margen para el desarrollo, esparcimiento y diversión a título personal.
Cuando la pareja inicia puede tener inquietud por la infidelidad, pero ¿Habrá alguna manera prevenir la infidelidad? Lamentablemente la respuesta es no, ya que la continuidad del vínculo afectivo es una elección diaria que toma cada integrante. Y en cada momento que sigan eligiendo surgirán múltiples circunstancias que los llevarán a cuestionarse sobre la permanencia en la relación. Por otro lado, el origen inconsciente del deseo, es el que prolongará el misterio de cada una de sus elecciones. De lo único que puede estar consciente la pareja es que en cada acto de su vida, sea en pareja o de manera personal, no existen garantías de ningún tipo.
¿Que puede hacer la pareja ante la infidelidad? Únicamente una cosa: platicar entre ellos como sujetos. Obviamente en esta conversación deben evitarse los insultos ya que será necesario, en primer lugar, reconocer que la infidelidad es un acto donde cada uno tiene una responsabilidad, que los involucra como pareja en un todo. Por ello se deben analizar concienzudamente las causas del deseo de cada partenaire, involucradas en la infidelidad. Ver cual es el mensaje subyacente que desea develar el partenaire infiel.
Asimismo se deberá analizar el incumplimiento del contrato en cuanto al rol que le corresponde a cada quien y las heridas narcisistas que se han provocado por sus comportamientos y actitudes. Dado que en ocasiones es necesario un mediador para explicar las cláusulas de dicho contrato, es conveniente recurrir a una terapia de pareja.
No se debe confundir sexualidad con genitalidad. La sexualidad está arraigada en lo más profundo del deseo y como tal es motor para la vida. La genitalidad es la que generalmente cuestiona la moral social, que intenta pronunciarse que es lo correcto o no.
Es importante analizar si las relaciones extramaritales son de una ocasión, quizás más ligadas al momento y a la oportunidad, o si son vínculos afectivos de mediano y hasta largo plazo, donde evidentemente el cónyuge infiel ha desarrollado un lazo profundo y estable con otro, en cuyo caso posiblemente ya no exista ese «mensaje de llamada de atención», sino ocultamiento por motivos sociales, económicos o morales.
Después de una infidelidad, existe la posibilidad de retomar y continuar con la relación de pareja, incluso en algunas circunstancias puede mejorar la relación. Y por otro lado, si la separación es el camino elegido, esta crisis puede contener la oportunidad de crecimiento para cada uno de los miembros de la pareja. Esto está sujetado obviamente a la forma de pensar de cada quien pero sobre todo al plano inconsciente en el que se encuentre soportado el sujeto para afrontar la situación, y por último de la salud psíquica que sobrevenga después de la separación. No existen terapias milagrosas de ninguna índole, cada pareja es diferente y tendrá que resolver su propia posición frente al deseo.
En realidad, si se reconociera que todos están latentes a ser infieles —mucho más de lo que se piensa a primera vista— muy posiblemente disminuirá la angustia que provoca éste tema, y el sujeto estaría en una posición más cómoda para llevar su vida cotidiana.
Ya sea que la pareja continúe o se separe, debemos recordar que amar no es poseer al otro como un objeto, sino abrir el corazón con un deseo, para lograr el maravilloso encuentro con ese otro corazón que se abre con otro deseo, que los una.
“Los celos del amante no carecen nunca de una raíz infantil o, por lo menos, de algo infantil que eleva su  intensidad.
Las costumbres sociales han tenido en cuenta prudentemente estos hechos y han dado cierto margen al deseo de gustar de la mujer casada y al deseo de conquistar del hombre casado, esperando derivar así fácilmente la indudable inclinación a la infidelidad y hacerla inofensiva. Determinan que ambas partes deben tolerarse mutuamente esos pequeños avances hacia la infidelidad y consiguen, por lo general, que el deseo encendido por un objeto ajeno sea satisfecho en el objeto propio, lo que equivale a un cierto retorno a la fidelidad”. Sigmund Freud.

miércoles, 22 de marzo de 2017

La mujer histérica y la narcisista.

El psicoanálisis nos enseña que la envidia a la madre y la dependencia respecto de ella como el primer objeto de amor es tan intensa en las niñas como en los niños, y una raíz importante de la envidia del pene que presentan todas las mujeres, es que siendo niñas realizan constantemente una búsqueda de una relación dependiente con el padre y su pene; esta dependencia les sirve como escape y liberación de una relación frustrante con la madre.
Los componentes orales de la envidia del pene predominan en las mujeres con personalidad narcisista, misma que se denota en la edad adulta en la persistencia a desvalorizar a los hombres y las mujeres.
Ahora bien, las mujeres con personalidad narcisista presentan un frío atractivo —la frialdad es típica en las mujeres narcisistas, en contraste con la cálida coquetería de las mujeres con personalidad histérica— suficiente como para esclavizar y someter a un hombre tras otro, a los cuales los explotan implacablemente. Asimismo podemos señalar que cuanto estos hombres deciden abandonar a este tipo de mujer, ella reaccionará regularmente con cólera y una actitud vengativa, pero sin añoranza, duelo o culpa.
Es importante destacar que en los sujetos con estructura neurótica entramos en el reino de la inhibición de la capacidad normal para las relaciones amorosas, bajo la influencia de conflictos edípicos no resueltos.

lunes, 20 de marzo de 2017

Una introspección al Don Juan (Segunda Parte).

Para el sujeto Don Juan el hecho de que pueda “darles” un orgasmo a sus parejas, de que ellas necesitan su pene, le procura la seguridad simbólica de que él no necesita de ellas, de que tiene un órgano capaz de dar, superior a cualquier seno. Pero si una de esas mujeres intenta seguir dependiendo de él, esto le provocaba una sensación de miedo (angustia castración) ya que cree que eso significa «desposeerlo de lo único» que tiene para dar. Sin embargo, en medio de su búsqueda desesperada de gratificación narcisista de sus deseos eróticos en reemplazo de la satisfacción de su necesidad de amor, este sujeto experimenta una insatisfacción creciente, y en un momento dado puede llegar a tomar conciencia de que en realidad desea relacionarse con el ser que “está debajo” de la piel de esa mujer.
Sólo mediante el examen sistemático de sus exigencias orales, de su prolongada insatisfacción en la transferencia durante el psicoanálisis puede el Don Juan —en el mejor de los casos— reconocer su tendencia a estropear y destruir inconscientemente lo que más anhela poseer: “El amor y la mutua gratificación sexual que pudiera sentir con su pareja”.
Ahora bien, la percatación plena de sus tendencias destructivas hacia el psicoanalista durante la transferencia, y hacia las mujeres en general puede conducir al desarrollo gradual de la culpa, la depresión y las tendencias reparadoras.
Estos sujetos, regularmente después de  psicoanalizarse por algún tiempo, pueden poco a poco ir advirtiendo el amor y la dedicación que reciben de su pareja, pero sienten asimismo que no son dignos de ella y pueden denotar depresión. Por otro lado, se percatan que la felicidad que siente su partenaire de sus pensamientos y sentimientos, puede él al fin, también disfrutar de la dicha ajena, esto implica que por primera vez va desarrollar una curiosidad profunda por la vida interior de otro ser humano. Finalmente puede llegar a comprender éste sujeto, cuán terriblemente envidioso ha sido de los intereses particulares de su partenaire, de sus amigos, de sus pertenencias, de los muchos pequeños secretos que su pareja comparte con otras personas y no con él. Por fin se da cuenta de que al despreciar y desvalorizar sistemáticamente a la mujer, la ha vaciado y convertido en un ser aburrido, característica primordial que provoca siempre el abandono de sus parejas.
Al mismo tiempo, puede experimentar un cambio dramático en su actitud interna durante el coito. Esta acción la puede describir como una experiencia casi religiosa, una sensación de gratitud, humildad y placer abrumadores al encontrar el cuerpo y el afecto que brinda su partenaire al mismo tiempo. Puede entonces expresar esa gratitud en forma de intimidad física mientras experimenta el cuerpo de ella (representada en su persona total, y ya no como un objeto parcial) con una nueva y prodigiosa excitación. En síntesis, el Don Juan —después de un psicoanálisis exitoso— puede experimentar el amor romántico vinculado a la pasión sexual por la mujer. Ahora su vida erótica lo deja plenamente satisfecho, en contraste con su antigua pauta de rápida decepción y búsqueda inmediata de una nueva pareja. La necesidad de masturbarse compulsivamente disminuye considerablemente después de las relaciones sexuales.
En muchos Don Juanes se puede observar una envidia y un odio intensos hacia las mujeres. Por cierto, en términos del psicoanálisis, esa intensidad es comparable a la «envidia del pene» que padecen las mujeres histéricas.
Lo que diferencia al Don Juan del narcisista masculino no es únicamente la intensidad de esta envidia y este odio, sino la desvalorización patológica que siente el primero sobre las mujeres (derivada de la desvalorización de la madre como objeto primario de dependencia). La desvalorización de la sexualidad femenina y la renegación de las necesidades de dependencia respecto de las féminas contribuyen a generar incapacidad para mantener un compromiso personal y sexual profundo y maduro con una mujer.
Mientras que en los sujetos con un trastorno más severo del narcisismo encontramos una ausencia completa de interés sexual por las mujeres (pero con una orientación heterosexual definida);
los casos menos severos presentan una búsqueda frenética de excitación y promiscuidad sexuales, vinculada a la incapacidad para establecer una relación permanente; en los casos aún más leves advertimos una capacidad limitada para el entusiasmo amoroso transitorio. Estos entusiasmos transitorios pueden representar el inicio de una capacidad para enamorarse, pero con idealización limitada a los atributos sexuales físicos apreciados de la mujer que hay que conquistar. No obstante, lo que estos sujetos no pueden lograr es la idealización característica del amor, que abarca tanto la genitalidad femenina como a la mujer individual, y en la que la gratitud por el amor que ella da y la preocupación por ella como persona se desarrollan y convierten en capacidad para una relación más estable. La sensación de realización que acompaña al amor no está al alcance del narcisista; a lo sumo, puede experimentar una sensación fugaz de logro por haber hecho una conquista.

Una introspección al Don Juan (Primera Parte).

Las pláticas durante el psicoanálisis de los sujetos denominados “Don Juan” versan regularmente sobre su búsqueda continua de experiencias sexuales con mujeres. Al principio proclamaban con orgullo su éxito en dichas conquistas, y se enaltecen de su capacidad extraordinaria para la actividad y el placer sexual. Sin embargo, en una observación minuciosa resulta claro que su interés por las mujeres gira exclusivamente en torno a sus senos, nalgas, vagina, piel suave, etcétera, es decir ven a la mujer escindida y no como una totalidad, aunado a las fantasías de que las mujeres ocultan o niegan esas partes de su cuerpo, pero una vez conquistada les parece que dichas partes las “desenvuelven” y las “tragan”, simbólicamente hablando.
En un nivel más profundo mantienen la terrible convicción de que no existe modo alguno de incorporar esas partes de la mujer para completar la belleza femenina en su totalidad; mientras que la penetración sexual, el coito y el orgasmo sólo representaban una incorporación irreal, ilusoria, de lo que admiran y una vez obtenido alardean de su logro.
La gratificación narcisista de “haberse fijado con «buenos» propósitos” en una mujer se diluye rápidamente, y la conciencia de que al cabo de un período breve de «compromiso» se pierde por completo el interés, disminuye la esperanza de encontrar el amor en esas relaciones efímeras y lo que ocurre en ellas.
Asimismo suele ocurrir con bastante frecuencia que mientras el Don Juan tiene relaciones sexuales con una mujer fantasea con otras féminas a las que apenas está conquistando. Esto con la finalidad de empezar a desvalorizar a la que en ese momento posee.
Podemos dilucidar en el Don Juan la atracción especial que siente por las mujeres casadas o comprometidas, que puede ser debido a «conflictos triangulares edípicos no resueltos», o bien por el el hecho de que otros hombre encuentran algo atractivo en las féminas que refuerzan el interés por ellas, que puede tener su origen en una proyección homosexual inconsciente.
Es de resaltar la intensa envidia que sienten estos sujetos por las mujeres, derivada de la envidia y la ira que ha suscitado la madre en su infancia. Regularmente la madre los ha frustrado crónica y repetidamente; sintiendo que ella les a negado —en términos corporales y psíquicos— todo lo que era amable y digno de admiración. En estos sujetos pueden existir recuerdos de haberse aferrado desesperadamente al cuerpo cálido y suave de su progenitora, mientras ella rechaza con frialdad esa expresión de amor, así como denegar las exigencias coléricas del infante.
El Don Juan durante la adolescencia lucha constantemente por controlar la percatación y la expresión de su envidia y odio inconsciente hacia las mujeres, aunque no siempre lo logra.
El psicoanálisis a descubierto en estos sujetos fantasías masturbatorias sádicas desde la infancia hasta la adolescencia, que representan ultrajando, destrozando y torturando mujeres. Pero donde, paradójicamente otorgan el perdón a una de ellas, que les parece inocente, tierna, buena, afectuosa y comprensiva; ello representa simbólicamente una madre sustituta ideal, que siempre brinda, perdona, además de hermosa e inagotable. Al escindir sus relaciones internas con las mujeres, representan por un lado, la dependencia respecto de una «madre buena» idealizada, y por el otro la destrucción retaliatoria de todas las otras «madres malas»; con esto terminan perdiendo la capacidad para establecer una relación profunda en la que pudiera tolerar e integrar sus sentimientos ambivalentes de amor y odio. En lugar de ello, la idealización de los senos, los genitales femeninos y otras partes del cuerpo les permite gratificar regresivamente su erotismo primitivo frustrado, mientras simbólicamente las despoja a las mujeres lo que es específico y único de ellas. Por medio de su promiscuidad reniega de su aterradora dependencia ha sola mujer, e inconscientemente estropea lo que intentan incorporar con avidez.

domingo, 19 de marzo de 2017

La ilusión de enamorarse.

En algunos sujetos narcisistas podemos observar que presentan una capacidad bien desarrollada para la excitación sexual y el orgasmo en el coito pero sin la capacidad para tener una relación amorosa profunda. Regularmente muchos nunca se han enamorado en su vida. Algunos de estos tienen sentimientos intensos de frustración e impaciencia cuando los objetos sexuales deseados no se vuelven inmediatamente accesibles a ellos, y por su insistencia pueden parecer enamorados, pero no lo están. Esto se vuelve evidente en su indiferencia una vez que han realizado su conquista. Asimismo presentan una marcada promiscuidad.
Es importante diferenciar la promiscuidad sexual que presentan los sujetos narcisistas, con los sujetos histéricos con fuertes tendencias masoquistas. En estos últimos, la promiscuidad sexual por lo general refleja la culpa inconsciente por establecer una relación estable, madura, gratificante, «en cuanto ésta representa inconscientemente la realización edípica prohibida». Estos histéricos y masoquistas demuestran capacidad para las relaciones objetales plenas y estables en áreas que no son las del compromiso sexual. Por ejemplo, una mujer histérica con fuertes impulsos inconscientes competitivos hacia los hombres puede desarrollar relaciones estables y profundas con ellos, siempre y cuando no haya ningún componente sexual; sólo cuando se desarrolla la intimidad sexual comienza a interferir en la relación el resentimiento inconsciente por la sumisión fantaseada a los hombres o la culpa inconsciente por la sexualidad prohibida.
En contraste, la promiscuidad sexual de los narcisistas está vinculada a la excitación sexual por un cuerpo que "se niega", o por una persona considerada atractiva o valiosa por otros. Ese cuerpo o persona estimula en los narcisistas, la envidia y la codicia inconscientes, la necesidad de tomar posesión y una tendencia inconsciente a desvalorizar y estropear lo envidiado. En la medida en que la excitación sexual realza temporariamente la ilusión de la deseabilidad del objeto, el entusiasmo temporario por el objeto sexual deseado puede asemejarse al estado de enamoramiento. No obstante, muy pronto la consumación sexual satisface la necesidad de conquista, desencadena el proceso inconsciente de desvalorización del objeto deseado y resulta en una rápida desaparición de la excitación sexual y el interés por el partenaire.
Pero esta situación es compleja, porque la voracidad y la envidia inconscientes tienden a proyectarse sobre el objeto sexual deseado, y el miedo a la voracidad posesiva y la explotación potencial por el objeto sexual refuerza la necesidad de huir hacia la "libertad". Para el narcisista, todas las relaciones se entablan entre «explotadores» y «explotados», y la "libertad" es simplemente una fuga ante una posesividad devoradora fantaseada. Sin embargo, en el curso del tratamiento psicoanalítico la promiscuidad compulsiva de los narcisistas también revela una búsqueda desesperada de amor humano, como si estuviera mágicamente ligado con partes del cuerpo: senos, penes, nalgas, vaginas, etcétera. En el análisis, el anhelo incesante, repetitivo, del narcisista por esas partes del cuerpo puede emerger como una fijación regresiva en experiencias simbióticas escindidas tempranas que involucraron la idealización de zonas erógenas y de la superficie corporal para compensar la incapacidad de establecer una relación estable y constante con el partenaire.

viernes, 17 de marzo de 2017

Dominación-sumisión.

Regularmente las personas creen que en una relación sadomasoquista, el sádico es quien guía el encuentro sexual pero ¿Alguien puede creer que cuando un masoquista paga a una prostituta para que le humille ha perdido totalmente el control? Pues la respuesta es no, porque al final de cuentas “quien paga manda”, es decir, el control viene definido por la cualidad de la relación que en este caso es puramente una transacción comercial. Dicho de otra forma, en la dominación-sumisión existe una ambigüedad constante acerca de quién controla a quién en la relación, a pesar de que los roles sean estereotipados y repetitivos. Una ambigüedad que lleva a veces a los dominantes a plantearse la relación en términos de «posesión» y a los sumisos en términos de «contrato», tal y como ha señalado acertadamente Gilles Deleuze y que de alguna manera marcan las fronteras entre los niveles comunicacionales donde la dominación-sumisión vira hacia sado-masoquismo.
En este orden de ideas el masoquista que pide a su Amo que le castigue, está de alguna manera imponiendo un nuevo control sobre la situación y convirtiendo la relación en «metacomplementaria» (por usar una palabra precisa en la terminología del psicoanálisis), de ahí la dificultad de definir la relación desde dentro. Esta imposibilidad es la que genera el continuo cambio de pareja en toda relación sadomasoquista genuina, es decir, el inicio de una nueva partida.

jueves, 16 de marzo de 2017

La decepción sexual en la pareja.

Cuando la mujer se encuentra con un hombre al que ama, pero es poco experimentado en el desenvolvimiento sexual, o bien demasiado inhibido, frente a esta nueva situación el narcisismo del hombre se detrae en las horas que siguen al coito, aunado al sentimiento de fracaso inesperado que él siente por éste suceso. Esta actitud depresiva del hombre decepciona a la mujer —aún mucho más que el fracaso erótico— que muchas veces ella tiende a atribuir a su pudor o su falta de entrega plena. Aquí podríamos señalar dos aspectos que siente la mujer cuando su pareja no puede eyacular durante el coito aunque mantenga erección, si se encuentra enamorada, regularmente tiende a creer que ella no es lo suficientemente capaz de provocar y proveer placer a su partenaire; y por otro lado, si no le une ningún afecto a su pareja, lo sentirá a éste con una «virilidad sorprende», aunque si el coito se prolonga demasiado tiempo, ella perderá gradualmente su excitación y sentirá rechazo por su pareja, independientemente que se lo manifieste o no.
Ahora bien, de esta depresión posterior al encuentro sexual, el hombre sale con grandes sentimientos de culpabilidad, que lo hacen regresar a un modo de placer narcisista: el acto masturbatorio, mismo que lo encuentra consolador. Para este hombre el sexo de su mujer se vuelve, entonces, algo meramente «útil», y deja de ser el «objeto de su deseo», mientras que la persona de su mujer se vuelve, para él, en sus relaciones sexuales, cada vez más accesoria, a menos que llegue a constituirse, por regresión de su relación con su partenaire, en un objeto de sadomasoquismo físico o mental, sentido por él como específicamente castrador.
Aunque en la vida social sus relaciones mantienen la misma fachada, la mujer no se siente más valorizada en su persona que en lo que tiene de cultural, de espectacular o de utilitario y, por tanto, de manera edípica u homosexual. La mujer tiende, a imagen de su pareja, a experimentar de nuevo su sexo como carente de interés y a revivir sus emociones sobrecompensatorias, que le habían servido en el momento de la «angustia de castración primaria»; además, hablar de su fracaso amoroso a sus amistades es tan peligroso como permanecer en silencio, he ahí la gran cantidad de mujeres que viven en una ansiedad permanente a causa de su relación afectiva. Hela ahí, entonces, con un sexo con el que no sabe qué hacer y del que no sabe qué decir, mientras considera el sexo de su partenaire, que no sabe qué hacer con el suyo, como un desconocido al cual no podría comprender. Así se establece una «frigidez primaria», que sería, muy a menudo, de corta duración y carecería de toda gravedad si los dos pudieran comunicarse esta decepción recíproca con la finalidad de encontrar alguna solución.
Así es como las relaciones sexuales entre ella y él adquieren el valor de trauma sexual para ambos, por el sólo hecho de su ausencia de valorización erótica o narcisista, sin que ninguno de ellos haya proporcionado al otro una mediación simbólica capaz de remediar la situación con el paso del tiempo, pues cada uno es, para el otro, un lamentable error en esta decepcionante relación dual cuerpo a cuerpo. El cara-a-cara de esta pareja, inadecuadamente construida, cuyos cuerpos y corazones están insatisfechos el uno del otro, se transforma en una odiosa fascinación especular, donde cada uno ve en el rostro del otro la imagen de su propia decepción. En el caso de la falta de entendimiento sexual entre los miembros de la pareja, el rechazo del otro sería para cada uno la única solución libidinal estructurante válida y, a menudo, el rechazo definitivo, lo que no quiere decir, a la inversa, que el entendimiento sexual justifique una «relación de pareja estable y madura».

miércoles, 15 de marzo de 2017

Las reglas del masoquista.

Regularmente el sujeto masoquista es un manipulador, pero nunca una víctima, a no ser que no sepa que disfruta con el sometimiento; ya que le resulta más fácil aceptar su postura sumisa que aplicar la agresión durante el coito ¿Qué significa esto? Que el masoquista será quien imponga el «guión» y el sádico lo llevará a la puesta en escena.
Esta misma opinión la manifestó Theodor Reik que hablaba sobre la tendencia manipulativa de los masoquistas. La novedad que introduce Reik en la concepción clásica de masoquismo, es su idea de que el origen de estas conductas está en la fantasía, entendida como ensoñación consciente, un lugar desde donde el sujeto podría contener sus impulsos destructivos, esto gracias a una serie de «mecanismos de inversión». Para Reik, los rasgos diferenciales del masoquismo serían: “Primero el factor suspensivo, el retraso; segundo el factor demostrativo, hacer ver; y tercero el factor provocador. Esto surge como una tendencia a confundir al testigo (sádico), ese testigo necesario para que la queja o sufrimiento pueda ser reconocida por el otro.
La idea de que el masoquista no busca sino el placer, está contenida en todas las descripciones de los psicoanalistas. Harry Stack Sullivan manifestaba que muchos sujetos aceptan abusos y humillaciones y cuando un tercero los observa, descubre que casi siempre obtienen lo que desean. Y las cosas que desean son primordialmente satisfacción y sentirse a salvo de la exacerbada ansiedad que sienten durante el encuentro íntimo. Se refiere obviamente al masoquista, a aquel sujeto que obtiene un Goce sexual directo a partir de una escena más o menos sofisticada, una dramatización que incluye fetiches y objetos "ad hoc". Una escena que no tiene nada de improvisada o peligrosa, sino más bien, se trata de un escenario pactado, cómodo y seguro, no exento de humor y a veces de esperpento. Una escena ritualizada y consensuada. Un ritual es una combinación de conductas perfectamente predecibles, que son repetitivas y están frecuentemente incluidas en una ceremonia, una liturgia, que tiene como objetivo limitar la difusión de la conducta y del pensamiento.
Abundando podemos decir que un ritual es un atajo al pensamiento autónomo, o sea el ritual es antagónico del libre albedrío. Esto lo podemos observar en la vida cotidiana que se encuentra llena de rituales que tienen que ver con los "fenómenos de pase", los estados de transición, los tránsitos de un lugar a otro. El efecto catártico del ritual, es tal, que ni siquiera es indispensable que sea comprendido por el propio iniciado para que surja su efecto, lo que el sujeto espera es que esto se convierta en un acto normalizador y tranquilizador para su vida.
Debemos hacer la aclaración que el masoquismo sobre el que versa éste artículo, es en el que existe consenso de la pareja para llevarlo a cabo, esto no tiene nada que ver con el problema del maltrato o violencia intrafamiliar, que representa una lacra social, donde las mujeres lamentablemente viven atormentadas por maridos celosos o acosadores. Ese maltrato físico y psicológico supone un caso extremo de sadomasoquismo, donde se pierde el aspecto consensuado de las relaciones de dominación-sumisión, traspasando las fronteras del placer y la alteridad. Se trata más de un fenómeno pasional que sadomasoquista. Son pues, fenómenos distintos que mantienen un cierto parentesco anclado en el mito de que la mujer es la esclava del hombre.

lunes, 13 de marzo de 2017

El masoquismo: Placer y dolor.

"Durante el encuentro sexual las mujeres suelen creen que los hombres disfrutan cuando las hacen sufrir, y los hombres suelen pensar que las mujeres disfrutan sufriendo".

Posiblemente los masoquistas obtienen placer de manera más sencilla que los demás, por su forma metódica de alcanzarlo; aunque esto no implica que gocen más que el sujeto «normal».
No es raro encontrar mujeres masoquistas multiorgásmicas. Féminas que por la facilidad con que llegan al orgasmo, quizá precisen colocar una barrera ante su Goce. Ya Sigmund Freud señaló las barreras al placer sexual: el pudor, la repugnancia y el dolor.
¿Es posible pensar que el dolor actúe como un modulador ante la facilitación neurofisiológica del masoquista? En el placer hay algo de fastidioso, ciertamente. Tal y como dice Georges Bataille: “El erotismo de los cuerpos tiene algo de pesado, de siniestro”.
Existe también otra posibilidad en la etiología del masoquismo y es que el dolor no sea realmente sino un epifenómeno, algo que se llega a tolerar para complacer exclusivamente al partenaire, algo que forma parte del ritual sadomasoquista, que se admite como un mal menor a fin de acercarse al objeto y sobre todo retenerlo.
Obviamente se trata de reajustes fantaseados: “Las mujeres durante el acto sexual suelen creen que los hombres disfrutan cuando las hacen sufrir, y los hombres suelen pensar que las mujeres disfrutan sufriendo”. Este error cognitivo puede estar en la base del deseo de agradar, de posicionarse como «sujeto deseante» (masculino) y «objeto deseado» (femenino) , más allá del catálogo de los gestos razonables.
Del deseo de agradar que llega hasta el sometimiento o el sacrificio.
Estas teorías tienen cada una de ellas algo de cierto: Es posible que el dolor se erotice, como es posible que un determinado sufrimiento se medicalice, dado que la definición o el rotulado de los sucesos suele ser un consenso de opinión. Es posible también, que el dolor y el placer no sean antagónicos, sino dimensiones de una única categoría: el umbral de sensibilidad neurofisiológica. Y que el dolor se acepte como mal menor a fin de evitar la separación, el abandono o el rechazo. Por último, es posible que el castigo se acepte para amortiguar el fácil placer, o como un impuesto indispensable "para el placer" impuesto por esa «moral» recalcitrante.
Friedrich Wilhelm Nietzsche decía que la cristiandad había envenenado a “Eros” y que si bien esta no había muerto se había convertido en un vicio, condenando el masoquismo al repliegue intrapsíquico, en virtud de las exigencias de la moral, una instancia supraindividual que a través de las religiones monoteístas había logrado penetrar en el sujeto a través de sus creencias. Una moral que no sólo condena la agresión, y peor aun la violencia sino que trata de aparentar que no existe, tras la mascarada del masoquismo. A consecuencia de este cambio de ubicación hoy diríamos que ya no es un vicio, sino una categoría intrapsíquica, lo que es lo mismo que decir que sigue morando en el interior de la mente humana.

Las metas inalcanzables de la maternidad.

La sociedad exige a las mujeres realizar la difícil tarea —cargada de demasiada responsabilidad— de asumir la maternidad sin haber recibido mucha —por no decir ninguna— preparación adecuada al respecto. Su responsabilidad es criar bebés «sanos» en todo el sentido de la palabra, y con ello se adapten a las crecientes demandas de la realidad. De hecho, las mujeres (madres) están en una posición de «excesiva soledad» como para repartir los bienes en forma correcta, lo que marca una diferencia fundamental entre hombres y mujeres. Al fin y al cabo, es durante los primeros meses de la relación con su madre cuando el hijo adquiere los rudimentos psicológicos indispensables sobre los que se edificarán sus relaciones adultas. Pero este proceso tendrá lugar sea o no la madre un sujeto estable y emocionalmente madura.
Con independencia de la educación de la madre, siempre se supone que el «instinto maternal» destacará y realizará milagros, cuestión que es más sinónimo de especulación, que la verdad que pueda implicar.
Hemos llegado como sociedad a imponer metas inalcanzables para las mujeres que se convierten en madres.
Podemos invocar las palabras precisas que dijo Judith Kestenberg, al respecto: “[...] Nuestro cuadro ideal de una mujer verdaderamente maternal es la de la madre omnipotente, que todo lo sabe y que cuida correctamente a su hijo por puro instinto”.

domingo, 12 de marzo de 2017

El embarazo en la adolescencia.

Los métodos anticonceptivos deberían ser realmente el control de la concepción entre la pareja de adolescentes, asumiendo eso como una característica de su libertad y hacerse conscientes de su sexualidad genital. Pero, ¿cómo se entiende generalmente esta libertad? ¡Cuando vemos que adultos (padres y médicos) que toman la «decisión» de que la adolescente auténticamente enamorada, aborte; simplemente porque desde el punto de vista social y económico no son capaces de asumir la responsabilidad de tener un hijo...! Confrontadas —algunas de ellas— con el sentimiento de experimentar por primera vez en su vida un amor genuino por su pareja. Mujeres jóvenes que han sido educadas en el ámbito sexual por sus padres de una manera inadecuada o incluso verdaderamente espantosa, y que encuentran, por primera vez algo auténtico que les motiva a seguir adelante en su vida, aunado a la dicha de estar embarazadas de alguien al quien aman y que su amor es correspondido.
Obviamente habrá parejas de adolescentes que serán realmente incapaces de asumir las tareas correspondientes al cuidado, manutención y educación de su futuro hijo; pero también habrá parejas que lo puedan afrontar con responsabilidad.
Ahora bien, vemos a padres de éstas jóvenes que creen actuar como «adultos razonables» e interrumpen esa promesa de felicidad, que viene acompañada del embarazo de la adolescente. Muchas de ellas se vuelven entonces irrecuperables para el futuro al haber sido mutiladas de esa manera, de algo que tanto ella como su pareja esperaban como el primer logro de su vida.
Para muchos padres el aborto es una solución de comodidad. En lugar de ayudar a esas jovencitas a que lleguen al parto, porque en eso consiste su felicidad, toman el aborto como una pronta solución. Lamentablemente en la actualidad, con el pretexto de que el aborto es legal, los adultos se creen con derecho a juzgar quién debe y quién no debe tener un hijo, y tratan a esas futuras madres adolescentes como inmaduras y totalmente inútiles ante la vida.
A partir del momento en que una mujer adolescente es feliz por su embarazo y esto lo comparte con su pareja, ya que ambos lo toman como algo importante que les da sentido a sus vidas, y que fantasean la venida al mundo de ese hijo como una felicidad tangible (mientras que posiblemente ellos, por su parte, no conocieron a menudo la dicha de ser acogidos con amor en su nacimiento), entonces la decisión de los padres para hacer abortar a su hija, es realmente un error.
La educación sexual que reciben los adolescentes de sus padres, es casi nula ya que eso no forma parte de los puntos a tratar, a los progenitores lo único que realmente les preocupa es el posible embarazo de su hija, o que su hijo no embarace a nadie, de ahí en fuera todo lo que implica la sexualidad es algo que no tiene mayor importancia, y esto se debe en buena razón de que los progenitores siguen siendo en buena medida, niños en numerosos aspectos.
Ahora bien, existen adolescentes que se embarazan como consecuencia de una relación casual, que no aman a su pareja ni se sienten felices de que un niño llegue al mundo. Entonces, si esas mujeres quieren abortar, ¿por qué no? No están motivadas en absoluto para sostener esa otra vida nueva. Pero siempre hay que ver un poco más lejos del caso «social y económico», ver en lo profundo de la afectividad lo que implica abortar. “Y sobre todo tener muy en cuenta que la maternidad representa para la mujer, la regulación de su psiquismo”.

viernes, 10 de marzo de 2017

Un apunte sobre el amor.

La capacidad de los amantes para acercarse a su partenaire y expresarle sus sentimientos afectuosos y eróticos necesariamente se altera debido a la vulnerabilidad y los conflictos estructurales del carácter de cada uno de ellos. Los sujetos son tramposamente escurridizos, y esto hace que la búsqueda del objeto, el intento de llegar al otro y conectarse con él o ella —según el caso— sea una tarea realmente fascinante y verdaderamente complicada.

Psicoanálisis del primer coito de la mujer.

Para la mujer el primer coito tendrá un significado preponderante para el resto de su vida sexual, ya que del comportamiento que tenga su partenaire en la intimidad con ella dependerá —en buena medida— su evolución sexual y afectiva posterior.
Las niñas que han tenido un desarrollo psicosexual satisfactorio para asumir con gusto su género femenino en el sentido amplio del término, capaces de disfrutar orgasmos plenos en su edad adulta, pueden ser traumatizadas por su primera relación sexual, sobre todo si, aparte del deseo, están muy enamoradas de su novio o si están vinculadas por los lazos del matrimonio, ya que la donación de su cuerpo a un hombre en el coito es, para una mujer que asume su sensibilidad sexual, una entrega mucho más importante que la que le hace el hombre, y esto por el sólo hecho de la «sobreestimación del sexo fálico del hombre».
El sentimiento que pueda tener la mujer del fracaso erótico o el descubrimiento de su error en la elección sentimental después de su primer coito tendrán por resultado una herida narcisista en toda su persona, que agregan, de este modo, sentimientos de inferioridad reales a una experiencia corporal sentida siempre como una violación, que ella esperaba como «revelación voluptuosa» y que se volvió más bien en «violación castradora». En efecto, este fracaso es, por cierto, un traumatismo para el narcisismo, tanto en la esfera sexual como en su persona; en la mayoría de los casos, ésta decide, entonces, defenderse frente a todos los hombres, generalizando su primera experiencia desafortunada con su pareja porque no fue delicado o simplemente porque sexualmente se comporto inmaduro con ella.
“Ella esperaba tanto y lo perdió todo: su virginidad, sus ilusiones y su confianza en la vida. Esto puede transformarla en una mujer narcisista frígida por venganza pasiva o hacerla aquejada de vaginismo por un Yo neurótico, sometido al conflicto entre su deseo de poseer inconscientemente el pene de su padre de modo caníbal y su frigidez vaginal vengadora”.
En el caso de una virgen núbil desde hace mucho tiempo, el primer coito resulta siempre un fracaso desde el punto de vista erótico. No se trata de que la rotura del himen sea dolorosa, sino de que se espera que probablemente deba de serlo y, por esa razón, la mujer está centrada en sus propias sensaciones, en lugar de estarlo en las que proporciona su partenaire, sin contar sus preocupaciones a propósito de la hemorragia espectacular y valorizante. Además, ese primer coito, en relación con la espera mágica que subyace al deseo fantaseado largo tiempo, aparece a veces como de humor negro o de vodevil en comparación con la gran escena voluptuosa y romántica de los ensueños de la fémina. “En suma, para la mujer, el primer coito es, a lo sumo, un éxito erótico a medias, nunca un éxito real, sufre más de lo que efectivamente puede obtener” .
Hay siempre riesgo de regresión, debido a la evocación de fantasmas sádicos endógenos, por desviación narcisista. Desde el punto de vista narcisista, el primer coito puede ser un enorme éxito, como puede ser, por el contrario, un fracaso catastrófico. Y esto sólo depende del hombre, más que de ninguna otra cosa; pero, en la mayoría de los casos, el hombre es aun más inmaduro que la mujer. Será un enorme éxito si éste sabe sentir reconocimiento por la intención de donación de ese cuerpo que se le ha hecho, si sostiene el orgullo de ella en su promoción de mujer; pero el suceso es, en general, para él, eróticamente gratificante y, a poco que no haya sido confirmado de modo narcisista por la verbalización admirativa de su pareja sobre la potencia de su sexo, se sentirá desposeído por el orgullo de su pareja, hecha mujer a expensas de su nueva asunción de la castración. Será un fracaso catastrófico si el hombre parece indiferente después del acto sexual, sobre todo si tuvo que mostrarse brutal corporalmente.
En el caso de que el primer coito haya sido un éxito o, por lo menos, un éxito a medias de placer y un éxito de afecto acrecentado y de confianza recíproca consolidada entre los miembros de la pareja, es probable que la evolución sexual de la mujer sea propensa a orgasmos cada vez más completos y satisfactorios.
Mientras la mujer no haya sido reconocida por su partenaire como valiosa, bella en su desnudez y deseable, quedará desprovista de modo narcisista de valor estético genital.
La represión de la libido genital, si bien puede existir espontáneamente de manera endógena, es muy tardía en la vida de las mujeres y sólo proviene de un fracaso erótico debido a la incapacidad sexual de su pareja o a su incapacidad emocional.
Para la mujer, la represión genital es el fruto mortífero de una consumación genital con una pareja que tiene, a su vez, una herida narcisista y cuyo sexo o persona no ha alcanzado un nivel de evolución sexual genital.

jueves, 9 de marzo de 2017

El cuerpo sexualizado de la mujer.

Malcolm Pines manifiesta: “Comparando los cuerpos del niño y la niña pequeños, Helene Deutsch hace hincapié en la manera en que se descubre el pene desde el principio, se estimula constantemente, y se convierte en una zona erotogénica antes de estar preparado para cumplir sus funciones biológicas [...]. Como el clítoris no es un órgano sexual satisfactorio, no se le puede atribuir la misma libido que al pene. Debido a esta tiranía menor del clítoris, la mujer puede seguir siendo infantil a lo largo de su vida, y «para ella todo su cuerpo puede considerarse como un órgano sexual»”.
Éstas primeras ideas destacan la importancia de la «envidia del pene» y la sensación de inferioridad que las mujeres experimentan durante su desarrollo psicosexual, reconociendo todo su cuerpo femenino como un órgano sexual.
Para el psicoanálisis es verdad que las mujeres actúan como si todo su cuerpo fuera un órgano sexual. Los casos patológicos incluyen una amplia gama de ataques que las féminas ejercen contra su propio cuerpo y que pueden considerarse perversos, verbigracia, la anorexia, la bulimia y la automutilación. Es bien sabido que estas condiciones se dan con mayor frecuencia entre las mujeres que entre los hombres. Incluso van acompañadas de desajustes menstruales que pueden ser indicadores de una serie de problemas psicosexuales no resueltos, no sólo en relación con sus imagen corporal (consciente e inconsciente) sino también con relación a la aceptación de su sexualidad y de sus funciones biológicas inherentes.

El odio inconsciente que padece el sujeto perverso.

Tanto para el hombre como para la mujer la perversión implica una profunda ruptura entre la «sexualidad genital madura» como fuerza vital, renovadora y amorosa, y la precaria sexualidad que denota, que en realidad corresponde a etapas primitivas de su desarrollo: «pregenitalidad» (antes del Complejo de Edipo) mismas que impregna todo el cuadro de su vida sexual.
En el caso de la perversión masculina, la profunda ruptura se da entre lo que el sujeto experimenta como su madurez anatómica y las representaciones mentales de su cuerpo, en el que se ve a sí mismo como un bebé indefenso, incontenible y desesperado. Por lo tanto, aunque responda físicamente con un orgasmo genital, las fantasías que se representan en su psique pertenecen a las etapas preedípicas.
Posteriormente, ya en la adolescencia o adultez, se prepara para vengarse, careciendo de la conciencia de su odio que subyace en todo impulso sexual. De hecho, habitualmente no comprende qué es lo que le domina ni por qué razón hace esas cosas que, en realidad no le proporcionan un placer sosegado sino una breve sensación de bienestar, aunque con la duración suficiente como para aliviar momentáneamente su creciente ansiedad o angustia. Desconoce por qué una sensación extraña, que sabe perfectamente que no es correcta por considerarse socialmente inaceptable, hace que se sienta mejor. Le resulta aun más desconcertante saber que existen alternativas que obviamente le serían mucho más satisfactorias y que son admisibles en su entorno social. Es consciente, con todo el dolor que ello implica, de la compulsión a repetir la acción, pero no es del todo consciente de la hostilidad que la provoca. Además, la certeza de quién es la persona a la que odia y de la que quiere vengarse verdaderamente en sus actos perversos, permanece sumergida en su inconsciente.
Ahora bien, se suponía que las mujeres eran incapaces de cometer actos perversos al igual que los hombres pero bajo las observaciones que nos proporciona el psicoanálisis desde hace dos o tres décadas, nos ha mostrado que la principal diferencia entre la acción perversa masculina y femenina está en el objeto ¿Qué significa esto? Que mientras en el caso de los hombres el acto perverso se dirige hacia un objeto parcial externo, en el de las mujeres habitualmente se dirige contra sí mismas, bien contra sus cuerpos o contra objetos que consideran de su propia creación, esto es, sus hijos. En ambos casos, cuerpos e hijos son tratados como objetos parciales.
El perverso siente que no se le ha permitido disfrutar de la sensación de una evolución propia como sujeto diferenciado, con una identidad propia; en otras palabras, no ha experimentado la libertad de ser él mismo. Esto crea en su interior una profunda convicción de que no es un ser total, sino un objeto complementario de su madre, tal y como experimentó a su progenitora cuando era muy pequeño. Esto aunado a sentirse durante su infancia como no querido, no deseado, e ignorado, alternadamente como un vástago importante pero casi indiferenciable regularmente de su madre. En este último caso el infante se siente sofocado y sobreprotegido (lo que en términos del psicoanálisis significa totalmente desprotegido). Ambas situaciones crean una enorme inseguridad y vulnerabilidad, e inducen un odio intenso hacia la persona que las ha provocado cuando era infante: su madre. El sujeto perverso por lo tanto pasa de ser víctima a ser verdugo. En sus acciones perpetran las represalias y humillaciones que previamente se le infligieron. Tratan a sus víctimas de la misma forma en que ellos se sintieron o fantasearon ser tratadas: como objetos-parciales que sólo existen para satisfacer caprichos y extrañas expectativas. En consecuencia tal actuación sexual que presenta el perverso es una defensa maníaca contra los terribles temores relacionados con la amenaza simbólica de perder a la madre y un sentido de identidad, algunos psicoanalistas van más allá, distinguiéndola como la «identidad de género» en el caso de los hombres.
El rasgo fundamental de la perversión es que, simbólicamente, el sujeto intenta vencer el miedo terrible a perder a su madre a través de la acción perversa. Siendo niños nunca se sintieron a salvo con su madre, por el contrario consideraban a su progenitora como una persona muy peligrosa, lo que les producía una sensación de máxima vulnerabilidad. Por consiguiente, la motivación subyacente a la perversión es de tipo hostil y sádico. Este mecanismo inconsciente es característico de la mente perversa.

miércoles, 8 de marzo de 2017

El origen de la perversión del hombre.

Dentro del tradicional marco psicoanalítico –es decir, las teorías postuladas por Sigmund Freud– la perversión en los hombres se interpreta como el resultado de un Complejo de Edipo no resuelto que incluye como componente central y fundamental la angustia producida por la castración. Cuando el varón edípico llega a la edad viril es incapaz de experimentar la primacía genital con una mujer, ya que su madre permanece en su inconsciente y siente una extrema angustia ante la posible castración ejercida por su padre. Pasará a renegar la diferenciación entre los sexos y crea una «madre fálica».
Esta «teoría tradicional», con su paralelismo impuesto entre niños y niñas, fue abandonada por otros investigadores a la luz de estudios sistemáticos de las observaciones de la simbiosis madre-bebé y la conciencia de la importancia que tiene para ambos sexos el período de apego a la madre, o la llamada fase pre-edípica (desde recién nacido hasta los tres años de edad).
En la actualidad se considera que la psicopatología perversa en los hombres se desarrolla en esta fase, durante la cual la psicogénesis está profundamente relacionada con los intensos temores de ser abandonado o seducido por la madre, así como el «trastorno de la identidad de género» que tergiversa la estructura psíquica. Parece evidente que la perversión masculina es regularmente el resultado de un conflictivo con el primer objeto de amor (madre) que se ubicaría —reiterando— entre el nacimiento y los tres años de edad aproximadamente.

lunes, 6 de marzo de 2017

Los juegos del infante descubriendo su sexualidad.

Podríamos decir que son más bien los niños los que muchas veces se traumatizan más que las niñas por observar que estas últimas carecen de pene (angustia de castración que perdurará inconscientemente toda la vida en los varones) y, por consiguiente, reaccionan a menudo —según la descripción de Sigmund Freud— despreciando al sexo femenino por temor a una «identificación peligrosa».
El encuentro que tienen las niñas con los niños que presentan un marcado trauma por el Complejo de Castración puede aumentar la decepción de ellas. Ocurre también que el niño (varón) a menudo juega al médico en un intento de exploración manual o visual por encontrar el «órgano viril enterrado» en las niñas; esos juegos de exploración hacen descubrir a los dos participantes de las emociones contagiosas del placer, etapa necesaria para la adquisición posterior de las sublimaciones.
Es frecuente observador a niñas entre tres a seis años de edad tener una marcada curiosidad por ver como orinan los niños (varones) o incluso los hombres adultos.
Ahora bien, las niñas tienden a interiorizar su decepción, su «no-pene» de hoy, y esperan en secreto que ocurra un milagro (fantasean) y que al cabo del tiempo les crezca un pene. Con esta esperanza, exploran y palpan prolijamente su clítoris y sus labios vulvares. Pueden dedicarse también a la masturbación clitoridiana, pues la masturbación no sólo es cuestión de manipulaciones físicas, sino también de actitudes autoamorosas, y desarrollar incluso una especie de complejo de virilidad, descrito por Freud como una negativa a acceder a la realidad de su sexo vaginal.

La conversación íntima madre-hija.

Entre los seis y siete años de edad aproximadamente —en plena incandescencia emocional por el Complejo de Edipo— la niña (mujer), el hecho de haber observado o escuchado las relaciones sexuales de una pareja, o la de sus padres, así como la verbalización por otros niños del modo como se dan estas relaciones íntimas pueden producir un traumatismo en la niña. Esto dependerá primordialmente de la situación emocional que exista entre la madre y la hija ¿Qué significa esto? En efecto, a la edad señalada con anterioridad, la «angustia de violación» actúa —en la niña— por sí misma como estimulante de la voluptuosidad genital mantenida a raya por los sentimientos legítimos de «inferioridad personal» (carencia de pene), que la niña recurra a la seguridad representada por la madre, cuando ésta es amada y comprensiva, resulta ser efectivamente útil. Cuando la niña refiere lo que ha visto o escuchado u oído decir y, por prudencia, testimonia su rechazo y su estupefacción frente a las declaraciones de sus amistades de su misma edad que sostienen haber presenciado de alguna manera el coito, todo dependerá del modo en que la madre la acoja; si asiente sobre la exactitud de los hechos y agrega las nociones de deseo y de placer que forman parte de la vida sexual de los adultos, así como la de fertilidad eventual como efecto del coito, esta acogida abrirá el camino del «desarrollo libidinal genital sano». Cuanto peor acogida reciba la niña y menos aclaraciones se le brinden, tanto más culpabilizará sus propias pulsiones genitales.
Esta explicación dada por la madre con ocasión de esta «confidencia» permite que el acontecimiento contribuya a la serenidad del sentimiento de pertenecer al género femenino. Si en lugar de regañarla, castigarla o negar el hecho, la madre afirma la realidad de la penetración del sexo femenino por el sexo masculino que la niña ha podido observar por azar o que le fue contada por otros niños, si acompaña esta confirmación con la explicación de la que carecen a menudo las niñas pequeñas, de la necesidad de la erectilidad pasajera del pene, si la madre le explica la motivación voluptuosa de este hecho, permite que su hija acceda a la comprensión del papel de la «complementariedad armónica entre el hombre y la mujer». Por supuesto, la madre debe aclarar que, cuando las personas son adultas, cuando sus cuerpos y sus corazones están de acuerdo, se trata de placer natural, y no representan de ningún modo disgusto o dolor alguno. Tal conversación inducida por un acontecimiento fortuito, como ocurre siempre en esta época de la vida de una niña, aporta, con la realidad al fin completa, cierta seguridad en relación con las emociones perturbadoras que sintió y que reconoce muy bien en sí misma, quizás en los márgenes de su conciencia clara, sostenida por la indulgencia comprensiva de la madre. Así, la noción actual de la renuncia sexual al objeto adulto sólo queda mejor reforzada. Cuanto más se expliquen y conozcan las relaciones sexuales, tanto más neto será el renunciamiento, por motivaciones endógenas, por lo menos pasajeras, hasta la nubilidad, edad lejana aún para ella en la cual el aspecto físico de su cuerpo le es anunciado por su madre, que le explica que se volverá semejante al de todas las mujeres y con ello disfrutará del amor y la sexualidad que se le presenten durante el resto de su vida.

domingo, 5 de marzo de 2017

La homosexualidad subyacente femenina.

Algunas mujeres heterosexuales a primera vista, podrían guardar inconscientemente tendencias homosexuales, aceptando como parejas generalmente a hombres marcadamente poco viriles o afeminados, ya que la masculinidad representa: miedo o agresión; siendo su partenaire por lo tanto un sustituto realmente maternal para ellas.

La espera ansiosa del castigo en el sujeto masoquista.

Posiblemente para llegar a ser un sujeto masoquista se necesitan que converjan dos cosas, primero que se susciten varias experiencias voluptuosas en la infancia y posteriormente —ya en la adolescencia donde concluye el desarrollo sexual— estas experiencias se asocien a la pulsión sexual propiamente dicha. Tal parecería que estas dos características unidas dan por resultado, regularmente, una personalidad tímida, rasgo muy común en el sujeto masoquista.
Aunado a esto podemos citar a Richard von Kraft-Ebing cuando dice: “Cuando la idea de ser tiranizado se asocia durante mucho tiempo a un pensamiento libidinoso de la persona amada, la emoción lujuriosa se transfiere finalmente a la tiranía misma y se completa la transformación en una perversión”.
Algunos psicoanalistas asocian el masoquismo con experiencias infantiles aterradoras o algunas experiencias sexuales crudas y crueles, fundamentadas en el «abuso». Sin embargo, regresemos a nuestro primer planteamiento ¿qué es la voluptuosidad? Según el diccionario: “Es una sensación que causa placer intenso y embriagador de los sentidos”, es decir, una especie de borrachera placentera, no dice nada respecto del dolor, aunque en la voluptuosidad existe una cierta dosis de miedo y expectación, se trata, pues, de una experiencia indiferenciada.
Ahora bien, los sujetos adultos pueden reconocer esa sensación, aunque es decididamente difusa y quizá se podría asociar con la plenitud, o la sensualidad o la ebriedad, digamos que es una sensación inespecífica pero placentera de la que se puede dar cuenta como algo que estremece.
Esta sensación se puede reconocer en el orgasmo, en la contemplación estética, en la ansiedad ante una prueba, en la sensación placentera que sigue al ejercicio físico, una sensación de estremecimiento que implica a todo el cuerpo y que sólo admite al placer como un elemento más de esa combinación.
«¿Puede el castigo desencadenar una sensación voluptuosa? Si leemos con atención lo que escribió Jean-Jacques Rousseau, caeremos en la cuenta de que quizá el castigo, no es por sí mismo el que provoca esta reacción, sino la tensa espera en recibirlo y —quizá— la secreta convicción de merecerlo». En cualquier caso es el castigo quien libera de facto la voluptuosidad largo tiempo contenida o, reprimida.
Posiblemente el castigo por sí mismo no es placentero en ningún caso: los masoquistas no tienen orgasmo durante el castigo, sino que les sirve de preámbulo al Goce sexual propiamente dicho y por lo tanto ahora sí, merecido. En este sentido parece contradictorio utilizar el término “algolagnia”, o el pensar que los masoquistas «disfrutan» cuanto atraviesan por el dolor, o que lo sienten «diferente» a los demás ,o que incluso disfrutan siendo maltratados, esta opinión es más producto de la ignorancia que una aproximación definitiva a la verdad desde el punto de vista del psicoanálisis.
Hay dos conceptos bastante aceptados por la sexología, el término excitación y el término orgasmo, siendo éste último la culminación a dicha excitación. Evidentemente nos referimos a la excitación sexual, pero no toda excitación es sexual, con independencia de que algunos sujetos sólo pueden excitarse con la mediación del miedo. Y no toda excitación es placentera, confundiéndose muchas veces con la disforia, es decir, un estado de desasosiego, irritable, egodistónico que nunca termina por ser voluptuoso o placentero, sino colérico o precediendo a un ataque de pánico.
En otro orden de ideas, excita (estremece o sobrecoge) el miedo y la cólera, razón por la cual el sujeto es asiduo a ver películas de terror, donde proyecta su «Goce reprimido» (inconsciente) y obviamente conscientemente negado, le excita la sangre y la contemplación de la violencia, el maltrato, la humillación, etcétera que no es más que un fenómeno de proyección similar.
Existen excitaciones tolerables y excitaciones prohibidas. Las prohibidas, simplemente se niegan (reprimen) y se le atribuye a otro, si es en el personaje de una película —mucho mejor— allí existen oportunidades más que sobradas para poder disociar.
En realidad las películas tienen mucho más de ficción que de verdad, por lo tanto no deberían causar miedo, más bien se trata de simulacros que ejercen un efecto "como si" fueran experiencias reales. La excitación sadomasoquista que obtenemos de los filmes de terror es un ejemplo de ello, son excitaciones intolerables, que nadie aceptaría poseer o experimentar de buen grado, a pesar de ser un fenómeno generalizado resulta de alguna manera placentero (voluptuoso).