Podríamos decir que son más bien los niños los que muchas veces se traumatizan más que las niñas por observar que estas últimas carecen de pene (angustia de castración que perdurará inconscientemente toda la vida en los varones) y, por consiguiente, reaccionan a menudo —según la descripción de Sigmund Freud— despreciando al sexo femenino por temor a una «identificación peligrosa».
El encuentro que tienen las niñas con los niños que presentan un marcado trauma por el Complejo de Castración puede aumentar la decepción de ellas. Ocurre también que el niño (varón) a menudo juega al médico en un intento de exploración manual o visual por encontrar el «órgano viril enterrado» en las niñas; esos juegos de exploración hacen descubrir a los dos participantes de las emociones contagiosas del placer, etapa necesaria para la adquisición posterior de las sublimaciones.
Es frecuente observador a niñas entre tres a seis años de edad tener una marcada curiosidad por ver como orinan los niños (varones) o incluso los hombres adultos.
Ahora bien, las niñas tienden a interiorizar su decepción, su «no-pene» de hoy, y esperan en secreto que ocurra un milagro (fantasean) y que al cabo del tiempo les crezca un pene. Con esta esperanza, exploran y palpan prolijamente su clítoris y sus labios vulvares. Pueden dedicarse también a la masturbación clitoridiana, pues la masturbación no sólo es cuestión de manipulaciones físicas, sino también de actitudes autoamorosas, y desarrollar incluso una especie de complejo de virilidad, descrito por Freud como una negativa a acceder a la realidad de su sexo vaginal.
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