Regularmente las personas creen que en una relación sadomasoquista, el sádico es quien guía el encuentro sexual pero ¿Alguien puede creer que cuando un masoquista paga a una prostituta para que le humille ha perdido totalmente el control? Pues la respuesta es no, porque al final de cuentas “quien paga manda”, es decir, el control viene definido por la cualidad de la relación que en este caso es puramente una transacción comercial. Dicho de otra forma, en la dominación-sumisión existe una ambigüedad constante acerca de quién controla a quién en la relación, a pesar de que los roles sean estereotipados y repetitivos. Una ambigüedad que lleva a veces a los dominantes a plantearse la relación en términos de «posesión» y a los sumisos en términos de «contrato», tal y como ha señalado acertadamente Gilles Deleuze y que de alguna manera marcan las fronteras entre los niveles comunicacionales donde la dominación-sumisión vira hacia sado-masoquismo.
En este orden de ideas el masoquista que pide a su Amo que le castigue, está de alguna manera imponiendo un nuevo control sobre la situación y convirtiendo la relación en «metacomplementaria» (por usar una palabra precisa en la terminología del psicoanálisis), de ahí la dificultad de definir la relación desde dentro. Esta imposibilidad es la que genera el continuo cambio de pareja en toda relación sadomasoquista genuina, es decir, el inicio de una nueva partida.
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