Tanto para el hombre como para la mujer la perversión implica una profunda ruptura entre la «sexualidad genital madura» como fuerza vital, renovadora y amorosa, y la precaria sexualidad que denota, que en realidad corresponde a etapas primitivas de su desarrollo: «pregenitalidad» (antes del Complejo de Edipo) mismas que impregna todo el cuadro de su vida sexual.
En el caso de la perversión masculina, la profunda ruptura se da entre lo que el sujeto experimenta como su madurez anatómica y las representaciones mentales de su cuerpo, en el que se ve a sí mismo como un bebé indefenso, incontenible y desesperado. Por lo tanto, aunque responda físicamente con un orgasmo genital, las fantasías que se representan en su psique pertenecen a las etapas preedípicas.
Posteriormente, ya en la adolescencia o adultez, se prepara para vengarse, careciendo de la conciencia de su odio que subyace en todo impulso sexual. De hecho, habitualmente no comprende qué es lo que le domina ni por qué razón hace esas cosas que, en realidad no le proporcionan un placer sosegado sino una breve sensación de bienestar, aunque con la duración suficiente como para aliviar momentáneamente su creciente ansiedad o angustia. Desconoce por qué una sensación extraña, que sabe perfectamente que no es correcta por considerarse socialmente inaceptable, hace que se sienta mejor. Le resulta aun más desconcertante saber que existen alternativas que obviamente le serían mucho más satisfactorias y que son admisibles en su entorno social. Es consciente, con todo el dolor que ello implica, de la compulsión a repetir la acción, pero no es del todo consciente de la hostilidad que la provoca. Además, la certeza de quién es la persona a la que odia y de la que quiere vengarse verdaderamente en sus actos perversos, permanece sumergida en su inconsciente.
Ahora bien, se suponía que las mujeres eran incapaces de cometer actos perversos al igual que los hombres pero bajo las observaciones que nos proporciona el psicoanálisis desde hace dos o tres décadas, nos ha mostrado que la principal diferencia entre la acción perversa masculina y femenina está en el objeto ¿Qué significa esto? Que mientras en el caso de los hombres el acto perverso se dirige hacia un objeto parcial externo, en el de las mujeres habitualmente se dirige contra sí mismas, bien contra sus cuerpos o contra objetos que consideran de su propia creación, esto es, sus hijos. En ambos casos, cuerpos e hijos son tratados como objetos parciales.
El perverso siente que no se le ha permitido disfrutar de la sensación de una evolución propia como sujeto diferenciado, con una identidad propia; en otras palabras, no ha experimentado la libertad de ser él mismo. Esto crea en su interior una profunda convicción de que no es un ser total, sino un objeto complementario de su madre, tal y como experimentó a su progenitora cuando era muy pequeño. Esto aunado a sentirse durante su infancia como no querido, no deseado, e ignorado, alternadamente como un vástago importante pero casi indiferenciable regularmente de su madre. En este último caso el infante se siente sofocado y sobreprotegido (lo que en términos del psicoanálisis significa totalmente desprotegido). Ambas situaciones crean una enorme inseguridad y vulnerabilidad, e inducen un odio intenso hacia la persona que las ha provocado cuando era infante: su madre. El sujeto perverso por lo tanto pasa de ser víctima a ser verdugo. En sus acciones perpetran las represalias y humillaciones que previamente se le infligieron. Tratan a sus víctimas de la misma forma en que ellos se sintieron o fantasearon ser tratadas: como objetos-parciales que sólo existen para satisfacer caprichos y extrañas expectativas. En consecuencia tal actuación sexual que presenta el perverso es una defensa maníaca contra los terribles temores relacionados con la amenaza simbólica de perder a la madre y un sentido de identidad, algunos psicoanalistas van más allá, distinguiéndola como la «identidad de género» en el caso de los hombres.
El rasgo fundamental de la perversión es que, simbólicamente, el sujeto intenta vencer el miedo terrible a perder a su madre a través de la acción perversa. Siendo niños nunca se sintieron a salvo con su madre, por el contrario consideraban a su progenitora como una persona muy peligrosa, lo que les producía una sensación de máxima vulnerabilidad. Por consiguiente, la motivación subyacente a la perversión es de tipo hostil y sádico. Este mecanismo inconsciente es característico de la mente perversa.
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