Social

"Si llega inadvertidamente a oídos de quienes no están capacitados ni destinados a recibirla, toda nuestra sabiduría ha de sonar a necedad y en ocasiones, a crimen, y así debe ser". Friedrich Wilhelm Nietzsche.

lunes, 20 de febrero de 2017

La mujer histérica y su sexualidad.

Aunque la histérica llegue a aceptar la aparente simetría que se le propone desde el punto de vista del psicoanálisis: “Tanto el hombre como la mujer son sujetos de la carencia porque ambos se dan lo que no tienen”; seguirá en esa búsqueda incansable por el «falo», porque éste simboliza una soberanía que se ejerce en otros dominios más allá del amor y la sexualidad. Y son precisamente esos otros dominios en los que la mujer constata también su sujeción, su inferioridad, su falta de decisión, su ausencia de deseo.
Para saber cómo se desenvuelve una mujer en la intimidad de la cama, la histérica tiene que averiguarlo a través de su partenaire que le hable, o bien tome de referencia a otra mujer como prototipo a imitar ¿A quién puede dirigirse entonces la histérica para desempeñarse laboralmente y que esto le permita su autonomía material, y con ello se ubiquen en el contexto social?
Si su feminidad secundaria debidamente asumida le demuestra la supremacía masculina ¿Cómo hará la mujer para no desear ese destino para sí? ¿Cómo puede existir como ser humano sin valorización narcisista?
Cada vez que se siente humillada apelará a su única arma para restablecer su narcisismo herido, el «control puntual de su deseo y su Goce», e invertirá los términos, «el Amo quedará castrado».
«Es común que la reacción prevalente de la mujer con su partenaire, cuando surge un desacuerdo, sea la indiferencia sexual o la negativa a tener relaciones sexuales con él (Helen Singer Kaplan)». De esta peculiar manera la mujer se hace oír en tanto sujeto, reivindicando su deseo de reconocimiento, de valorización en tanto género femenino, lo que equivale considerar su feminidad como equivalente a su «esencia» de ser-humano, no sólo a su ser-sexuado. En su reivindicación no puede dejar de permanecer prisionera de los paradigmas y sistemas de representación masculina, y su feminismo espontáneo se pondrá en juego en el mismo terreno en que ha quedado circunscripta: el sexo.
En el síntoma histérico el conflicto entre sexualidad y valoración narcisista alcanza su máxima complejidad, y es este conflicto, en su carácter genérico y constante para la feminidad, el que se instituye como un síntoma de la estructura cultural. Es esta identidad estructural entre la feminidad y la histeria la que «universaliza» a ésta, así como simultáneamente le otorga a la feminidad su carácter sintomal. “Siempre que se cree una oposición entre narcisismo y sexualidad o entre narcisismo y feminidad, y tal feminidad quede reducida a la sexualidad, estaremos ante una organización de la personalidad histérica”.
La sexualidad es el instrumento que la histérica privilegia para el mantenimiento de su balance narcisista. Pero en tanto actividad narcisista la sexualidad está sujeta a una muy distinta y desigual valoración social para el hombre y la mujer, lo que determinará que de acuerdo a como se ubique la histérica frente a esta distinta valoración, la sexualidad en tanto actividad se ponga en acto o se sustraiga de la escena. Si en la experiencia singular, la actividad sexual se opone o entra en contradicción con la valoración narcisista, dicha puesta en acto se verá comprometida, perturbada o bloqueada en algún nivel.
«Indudablemente la mujer siempre va a requerir que la propuesta sexual tome el carácter de un romance, de un hecho trascendente en la vida del hombre. Si, por el contrario, el despliegue de la actividad sexual refuerza o satisface el narcisismo, la puesta en acto se verá favorecida y tenderá a repetirse, lo que ocurre habitualmente en la Histeria Masculina, de ahí su casi sinónimo de Donjuanismo, y que llamativamente no encuentra su paralelo para la actividad similar en la mujer, sino que en ella se la describe como: puta”.
La transformación de los modelos de feminidad de generación en generación, la liberación sexual que impera actualmente, conduce a la adolescente, a la mujer, a multiplicar crecientemente sus experiencias sexuales. Pero aún en la actualidad el placer sexual de la mujer, en tanto Goce, el ejercicio de la sexualidad como testimonio de un ser que desea el placer y lo realiza en forma absoluta —por fuera de cualquier contexto legal o moral convencional— se constituye en una transgresión a una ley de la cultura de similar jerarquía a la Ley del Incesto.
Las relaciones sexuales con los hijos son tan antinaturales como el derecho al «puro placer sexual de la mujer». Lo queramos aceptar o no, la educación abierta o sutil que los padres imponen a sus hijos, es diferente en cuanto al género que representan: «Ella no lo necesita», dicen las madres y los padres de las adolescentes mujeres, mientras que para el hijo varón, lo alientan a tener relaciones sexuales —casi inmediatamente entrando en la adolescencia— con el número de mujeres que desee, incluso si son mayores que él, mucho mejor: «Para que vaya aprendiendo el muchacho» y con esto testifique su masculinidad.
Los padres debidamente normativizados transmiten la prohibición del incesto sin necesidad de amenazas, a través de su propia represión. «De la misma manera está inscripto en ellos y efectúan la transmisión de la estructura desigual del “deseo” del hombre y la mujer». Para el hombre: el derecho y la valorización del deseo autónomo, en estado puro, con mujeres como objetos intercambiables; para la mujer: el amor de un hombre que otorgue legitimidad a su Goce. Desde esta perspectiva ¿Es difícil entender por qué la excitación sexual puede despertar en la mujer angustia o rechazo, o por qué el deseo en la histérica consiste en que el deseo del otro se mantenga insatisfecho? ¿No es acaso éste el momento de mayor correspondencia entre sexualidad y valoración narcisista a la que puede aspirar?
Desde el psicoanálisis hemos visto que la mujer histérica de la actualidad rara vez presenta una crisis, pero siempre podemos reconocer un escenario, un guión, alguna acción que tiene o no tiene lugar —como claramente sostiene Jean Laplanche— una comunicación que se hace en el área privilegiada del cuerpo y que implica un mensaje simbólico dirigido a otro. Un deseo que no se expresa, un orgasmo que no tiene lugar, una presencia que se ausenta, ella debiera venir pero se va; o seduce, o hace el amor pero no se compromete, o creyó estar convencida y afirma para no dudar: ¡Hice lo que quise!
Laplanche sostiene que invariablemente cualquiera de estas «puestas en escena» nos remitirá a una escena sexual del Complejo de Edipo. Y aquí radica el punto problemático, que la sexualidad sea la actividad que la histérica privilegia para balancear su narcisismo no implica que su narcisismo se reduzca a la sexualidad, sino que obviamente lo excede. Sustrayendo del escenario aquello por lo único que es tenida en cuenta: su sexo ¿Podrá ser reconocida como algo más? En esta sustracción, en este rechazo se cuela su anhelo de valorización, su enigmático reclamo feminista.
Existe un feminismo espontáneo en la mujer histérica que consiste en la protesta desesperada, aberrante, actuada, que no llega a articularse en palabras, una reivindicación de una feminidad que no quiere ser reducida a la sexualidad, de un narcisismo que clama por poder privilegiar la mente, la acción en la realidad, la moral, los principios y no quedar atrapado sólo en la belleza y atractivo del cuerpo (cuando en el hombre la valoración narcisista se plantea exclusivamente en el ámbito de la sexualidad surge la Histeria Masculina).
Pero esta distensión ha permanecido y permanece confundida para la cultura, para el psicoanalista, para el terapeuta y para la propia fémina. Cuando la mujer accede a otro ámbito se considera que invade el territorio masculino, que castra al hombre o que se identifica con él, o que abandona la feminidad si no lo es de la manera convencional —esposa, compañera, madre, ama de casa—, feminidad que queda adscripta a dependencia, sobrecompromiso emocional, inferioridad, y atrapada en este narcisismo devaluado, sólo atina al autoengaño.

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