La mujer se enfrenta a una encrucijada, por un lado, cuando más acepte e internalize los estereotipos de nuestra cultura sobre los valores «intrínsecamente femeninos» (como lo prescribe el modelo de la pureza sexual) más se aproximará a la personalidad histérica o dependiente, por lo que su sexualidad podrá permanecer en un letargo asintomático, si sobre ella no se «inviste» ningún otro valor.
Pero por el otro lado cuanto más aspire a una equiparación al hombre, más competitiva se volverá (castradora) y mayor dificultad tendrá en aceptarse como «objeto causa del deseo» del hombre, pues se sentirá reducida simplemente a un cuerpo que «goza», y no es precisamente esa meta la que su Ideal del Yo le impone.
Podemos también percibir que existe otra dimensión en el «deseo del hombre» por la mujer, que ésta se halla ávida por escudriñar y descubrir: si este deseo se extiende más allá del sexo. Si el hombre que comienza a ser atraído por la grácil jovencita también reconoce en ella algo más que un cuerpo.
Ahora bien, ¿qué destino puede imaginar una jovencita, si tiene una madre que siente devaluada y cae en esa categoría de no sentirse nada?
La homosexualidad latente o manifiesta en la mujer histérica, no busca a otra fémina a la que desea sexualmente, sino inconscientemente quiere encontrar más bien a una mujer que represente una «imagen valorizada de la feminidad». Es una búsqueda desesperada por la reivindicación narcisista de un género poco narcisizado en la historia de la cultura.
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