Social

"Si llega inadvertidamente a oídos de quienes no están capacitados ni destinados a recibirla, toda nuestra sabiduría ha de sonar a necedad y en ocasiones, a crimen, y así debe ser". Friedrich Wilhelm Nietzsche.

viernes, 10 de febrero de 2017

El escepticismo a la teoría psicoanalítica.

Uno de los factores principales que complica la adaptación a las circunstancias que se presentan en el sujeto adulto, proviene de la restricción parcial a la facultad de juicio que le impusieron los padres cuando éste era un infante, seguido de las personas que conformaron su círculo social del niño.
Los niños tienen la posibilidad e incluso el deber de juzgar correctamente todas las cosas, incluso las perversas; sus manifestaciones de inteligencia son acogidas con júbilo y recompensadas con demostraciones particulares de afecto en la medida en que no se refieran a cuestiones sexuales o religiosas o contravenir la autoridad de los padres o adultos en general; porque, sobre este punto, los niños son obligados —incluso ante la evidencia— a adoptar una actitud de fe ciega, a rechazar la menor duda, la más mínima curiosidad, y a renunciar en consecuencia a todo pensamiento autónomo y objetivo.
Sigmund Freud expresó que todos los niños no son capaces de esta renuncia parcial al juicio autónomo y muchos de ellos reaccionan mediante una inhibición intelectual general, que podría llamarse inhibición afectiva. Los que se detienen en este estadío, forman el contingente de sujetos que sucumben durante toda su vida ante cualquier personalidad fuerte o ante determinadas sugestiones particularmente poderosas sin aventurarse jamás fuera de los estrechos límites de tales influencias. Los sujetos fácilmente manipulables deben presentar huellas de esta disposición, pues las órdenes o exigencias del otro, no es otra cosa que una regresión transitoria a la fase de sumisión, de credulidad y de abandono infantiles. El análisis de tales casos revela por lo general la ironía y la burla disimulada bajo la máscara de la fe ciega. La noción de «creo porque es absurdo» expresa gráficamente la más amarga autoironía.
Los niños dotados de un sentido precoz de realidad sólo pueden consentir hasta cierto punto esta represión parcial de su facultad de juicio. La duda, desplazada a menudo hacia otras representaciones, resurge fácilmente en ellos tras el rechazo. Su actitud confirma el dicho de Georg Christoph Lichtenberg: “En la mayoría de la gente el escepticismo sobre un tema concreto está compensado por una credulidad ciega en otro. Admiten algunos dogmas sin críticas pero se vengan manifestando una excesiva incredulidad respecto a otras afirmaciones”.
La prueba más dura infligida a la credulidad del niño afecta a sus propias sensaciones subjetivas. Los adultos exigen que considere «malas» cosas que le resultan agradables, y «bellas» y «buenas» determinadas renuncias penosas. Este doble sentido de lo «bueno» y de lo «malo» (por una parte buen o mal gusto, y por otra lo que se hace y lo que no se hace) intervienen en gran medida para desacreditar lo que pretenden los demás respecto a las sensaciones personales del niño.
Lo que antecede revela una de las fuentes de la particular desconfianza suscitada por las afirmaciones de orden  del psicoanálisis mientras que las fundadas en una demostración por los métodos llamados exactos, matemáticos, mecánicos... se admiten a menudo con una confianza injustificada.
La fijación en el «estadío de la duda» entraña frecuentemente una inhibición duradera de la facultad de juicio; la neurosis obsesiva expresa con gran claridad tal estado psíquico. El obsesivo no se deja influenciar por la razón, sugestión o alusión, a veces ni siquiera por el sentido común pero tampoco es capaz de un juicio independiente.
Ahora comprendemos mejor por qué la sociedad actual es en parte escéptica y está dispuesta a dudar de las afirmaciones científicas, y en parte posee una credulidad dogmática. Así se explica la alta estima en que se tiene a las demostraciones fundadas en métodos matemáticos, gráficos o estadísticos, lo mismo que el escepticismo pronunciado hacia todo lo que proviene del psicoanálisis.
Un antiguo dicho lo confirma: “Quien miente una vez ya no se le cree aunque diga la verdad”. La decepción del niño en cuanto a la sinceridad y a la integridad de sus padres y educadores al tratar de determinados asuntos (sexuales y religiosos) hace al adulto escéptico en exceso ante las afirmaciones de orden psicológico; exige pruebas especiales para evitarse una nueva desilusión.
Esta exigencia está perfectamente justificada; el error lógico sólo interviene en el momento en que quienes reclaman pruebas «evidentes» descartan toda posibilidad de que puedan obtenerse.
La única posibilidad, en psicoanálisis, es vivir la experiencia en sí misma. El psicoanálizado que se decide a seguir el tratamiento y que acoge al principio todas las palabras con un escepticismo irónico no puede convencerse de la verdad de las afirmaciones del psicoanálisis más que reavivando sus antiguos recuerdos y, si éstos son muy inaccesibles, sólo le queda la «vía dolorosa de la transferencia» en el presente, y particularmente sobre el psicoanalista debe olvidar en cierta medida que éste le ha puesto en el camino, y debe hallar la verdad por sí mismo.
La desconfianza instintiva del psicoanálizado respecto a toda enseñanza y toda autoridad llega a cuestionar lo que ha sido ya comprendido si algo le recuerda que se lo debe al psicoanalista.
El psicoanálizado siente la misma desconfianza neurótica hacia cualquier intención manifiesta del psicoanalista: «ve la intención y se enfada», es decir: se vuelve desconfiado. El psicoanalista de un sujeto así debe realizar todas sus intervenciones sin apasionamiento alguno y con un tono uniforme, sin destacar lo que le parece importante; le corresponde al propio escéptico evaluar la importancia de las cosas. Cualquiera que pretenda explicar o convencer se convierte en representante de la imagen paterna o profesoral, y concentra sobre él todo el escepticismo que estos personajes suscitaron antes en el niño. La antipatía tan frecuente hacia las comedias y novelas de tesis, que dejan translucir la intención moralizadora del autor, proviene de la misma fuente. Por el contrario, el lector acepta complacido estas mismas tesis cuando se hallan disimuladas en la obra y se deja a su arbitrio el deducirlas.
De este mismo modo es un hecho admitido que las tesis del psicoanálisis son aceptadas e incluso apreciadas por los psiquiatras o psicólogos a condición de que se hallen sugeridas en un chiste o presentadas como un caso particular.

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