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"Si llega inadvertidamente a oídos de quienes no están capacitados ni destinados a recibirla, toda nuestra sabiduría ha de sonar a necedad y en ocasiones, a crimen, y así debe ser". Friedrich Wilhelm Nietzsche.

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jueves, 26 de octubre de 2017

La autobiografía siempre es una autoficción.

“Un buen retrato es una biografía pintada”. Anatole France.

Podría decirse en cierto sentido que sólo un sujeto que ha estado en tratamiento psicoanalítico puede contar su historia individual de una manera plausible, ya que el psicoanálisis se supone que le ha permitido levantar las represiones responsables de los “olvidos” o de las incoherencias en la trama del incesante monólogo del Yo. Esto es en parte cierto pero también hay que señalar que es imposible que una narración contenga una “verdad absoluta”.
También debemos agregar que una vez completado el tratamiento, ya no se puede fácilmente volver a contárselo a cualquiera. El pudor acecha a cada momento por lo que ahora se vuelve necesario mentir u omitir.
El psicoanálisis tiene la característica de hacer surgir abruptamente la biografía del psicoanalizado en breves acontecimientos, en su discurso se mezcla mentira y verdad, y sus frases sólo representan una pieza del rompecabezas. La memoria siempre esta cubierta por el un velo que no deja ver con claridad.
Lo “Real” no se transmuta en verdad, si no siempre se expresa con artificio. Existe ese obstáculo irreductible que constituye lo que Sigmund Freud llamaba la represión primaria: “Se puede seguir interpretando siempre, no existe la última palabra de la interpretación. En resumen, autobiografía es siempre autoficción”.
El principio primordial del psicoanálisis no es contar las “historias” de los psiconalizados sino interiozar en sus “vidas”, entendiéndose esta última como la subjetividad que nos hace diferentes. Por un efecto de retrospección tomamos las palabras de Sigmund Freud cuando se refiere a que no es siempre por las narraciones por las que se puede sacar a la luz una virtud o un vicio. A menudo un pequeño hecho, una palabra, una mirada, un silencio… revelan con mayor profundidad un carácter.


El amante y su influencia en el matrimonio.

“Los hombre jóvenes quieren ser fieles y no lo consiguen; los hombres viejos quieren ser infieles y no lo logran”. Oscar Wilde.

En ocasiones cuando el cónyuge mantiene una relación extramarital, ésta es regularmente preliminar a la destrucción de la pareja (es decir, el matrimonio se disuelve y da origen a una nueva formación de parejas); aunque otras veces, el vínculo marital parece estabilizarse con la presencia del tercero. En este último caso hay diversos desenlaces posibles. A menudo, la aventura de uno de los partenaires permite la expresión estabilizadora de los conflictos edípicos no resueltos, por ejemplo una mujer frígida con el marido y sexualmente satisfecha por el amante quizás experimente un estremecimiento consciente y una sensación de satisfacción que sostienen el matrimonio, aunque inconscientemente disfruta del esposo como representante transferencial odiado del padre edípico. En la relación dual, experimenta un triunfo inconsciente sobre el padre que tenía a la madre y a ella bajo su control, mientras que ahora ella es quien tiene a dos hombres bajo el suyo, una de las razones por las cuales no se divorcia ni tampoco abandona su relación con el amante. El deseo de tener una aventura puede también derivar de la culpa inconsciente por experimentar la relación matrimonial como un triunfo edípico, sin animarse a establecer una identificación total con la madre edípica; ese juego de la ruleta rusa en el matrimonio es entonces el “acting out” del conflicto entre el deseo y la culpa. Paradójicamente, cuanto más profundas y completas se vuelven estas relaciones marital y extramarital paralelas, más tienden a la destrucción, porque la escisión de la representación objetal alcanzada a través de la situación triangular finalmente se va perdiendo. “Esto significa que las relaciones paralelas, con el paso del tiempo, tienden progresivamente a parecerse, imponiendo una carga psicológica cada vez más difícil de sobrellevar”. Que estas relaciones se mantengan secretas o se las acepte abiertamente depende por supuesto de otros factores, como por ejemplo la medida en que los conflictos sadomasoquistas desempeñan un papel en la interacción marital. Lo más frecuente es que la «apertura» en cuanto a las relaciones extramatrimoniales sea una interacción sadomasoquista y refleje la necesidad de expresar agresión por los resentimientos acumulados o defenderse de sentimientos de culpa.
A veces una relación de pareja estable en un principio queda oscurecida por un vínculo determinado en respuesta a presiones sociales, políticas o económicas. Por ejemplo, una pareja puede tener una relación extramarital significativa, a menudo secreta, que para ambos partenaires tiene una existencia paralela a otras relaciones puramente formales, como un matrimonio de conveniencia. En otros casos, las dos relaciones paralelas de una situación triangular son básicamente formalistas y ritualizadas, por ejemplo en las subculturas en las que tener una amante es un signo de status social (tener una o más amantes confirma la masculinidad, o mejor dicho «machismo») y lo que se espera de una persona de cierto nivel social.
Lo que deseamos subrayar es que las situaciones triangulares, en especial las que incluyen una relación extramarital duradera y estable, pueden tener efectos complejos y variables sobre la relación de la pareja primaria.
Las relaciones triangulares estables por lo general reflejan diversos tipos de formaciones de compromiso que involucran conflictos edípicos no resueltos. Pueden proteger a la pareja contra la expresión directa de algunos tipos de agresión, pero en la mayoría de los casos declina la capacidad para la intimidad y la profundidad madura, como precio por la protección obtenida.
Al evaluar a una pareja nos interesa en qué medida la relación permite una sensación de libertad interna y estimulación emocional, la medida en que sus experiencias sexuales son ricas, renovadoras y excitantes, la medida en que cada miembro puede experimentar sexualmente sin sentirse aprisionado por el otro o por el ambiente social y, sobre todo, la medida en que la pareja es autónoma, en el sentido de que puede seguir autogenerándose a través del tiempo, con independencia de los cambios de los hijos, del ambiente circundante o de la estructura social.
Si la elección de vivir en la superficie del propio Yo proporciona un grado satisfactorio de estabilidad y gratificación, no hay ninguna razón para que el psicólogo, psicoterapeuta o psicoanálista cuestione esta situación sobre una base “ideológica o perfeccionista”, aunque también cabe agregar que estos vínculos raramente funcionan por un tiempo prolongado.
Si el motivo de queja de la pareja es la indiferencia sexual, resulta útil recordar que el aburrimiento es la manifestación más inmediata de la falta de contacto con las necesidades sexuales y emocionales más profundas con el partenaire. Pero obviamente nadie tiene ganas o deseos de abrir esa “Caja de Pandora” por todo lo que esconde, la mayoría de las parejas hacen como si no pasara nada, minimizan su psicopatología o simplemente esconden la cabeza bajo tierra, como las avestruces: no desean saber nada de aquello que se a vuelto —aunque no lo acepten conscientemente— su “Goce Vincular”.


La personalidad histérica en las mujeres.

Una característica dominante en estas mujeres es su labilidad emocional. Se relacionan fácilmente con los demás, y son capaces de un compromiso emocional cálido y sostenido con la importante excepción de una inhibición de su responsividad sexual.
Suelen ser dramáticas e incluso histriónicas, pero su exhibición de afectos es controlada y presenta cualidades esencialmente adaptativas. El modo como dramatizan sus experiencias emocionales puede dar la impresión de que sus emociones son superficiales, pero la exploración bajo el psicoanálisis revela otra cosa: sus experiencias emocionales son auténticas, y es posible que estas mujeres sean emocionalmente lábiles, pero sus reacciones emocionales no son incoherentes o impredecibles. Pierden el control emocional sólo frente a aquellos con quienes tienen conflictos intensos, sobre todo de naturaleza sexual y competitiva, por lo que con estos, las mujeres histéricas son proclives a desarrollar crisis emocionales, pero tienen siempre la capacidad de recuperarse y después evaluarlas con realismo. Aunque gritan con facilidad y tienden al sentimentalismo y el romanticismo, sus capacidades cognitivas están intactas, y la comprensión que tienen de las reacciones humanas complejas contrasta agudamente con la aparente inmadurez de su despliegue emocional.
La diferencia entre sus interacciones sociales, por lo general apropiadas, y las relaciones objetales específicas con implicaciones sexuales, refleja la tendencia a presentar una conducta infantil regresiva sólo en circunstancias reales o simbólicamente sexuales, o tiene que ver con sujetos que estas mujeres experimentan como si desempeñaran roles parentales. Su impulsividad se limita a tales interacciones específicas o a rabietas ocasionales.
Las mujeres histéricas tienden a ser esencialmente sociables y a relacionarse con los demás. Esta extraversión es visible en sus contactos sociales fáciles, y se mezcla con una tendencia al exhibicionismo y a depender excesivamente de los otros. Quieren ser amadas, ser el centro de la atención y la atracción, particularmente en circunstancias con implicaciones sexuales. Su dependencia de la evaluación que hacen de ellas otros sujetos es equilibrada por la percepción clara de los requerimientos socialmente realistas que deben satisfacer para obtener ese amor y esa aprobación, y su dependencia infantil, su aferramiento, se limita a los contextos sexuales. De hecho, en sus relaciones íntimas presentan actitudes infantiles, mientras que por otro lado las actitudes que presentan ante su círculo social son generalmente maduras, estas son características clave de la personalidad histérica.
Algunas mujeres histéricas pueden parecer tímidas a primera vista, pero despliegan sutilmente una seducción sexual provocativa, que incluso puede ser acentuada por su timidez. Lo habitual es que las mujeres con personalidad histérica presenten una seudohipersexualidad combinada con inhibición sexual; esto significa que son sexualmente provocativas y al mismo tiempo frígidas. Se comprometen sexualmente en términos triangulares, es decir, con hombres inaccesibles o a su vez comprometidos con otras mujeres. Su conducta provocativa puede inducir a respuestas sexuales masculinas que ellas quizás experimenten como intrusivas o chocantes, y a las que reaccionan con miedo, indignación y rechazo.
La mujer histérica es competitiva con los hombres, y también con otras mujeres, por los hombres. En cuanto a la competitividad directa con los hombres contiene miedos y conflictos implícitos relacionados con una consciente o inconscientemente asumida inferioridad respecto de ellos. Los subtipos de personalidad histérica sumisa o competitiva reflejan fijaciones caracterológicas de esas pautas de sumisión (a menudo masoquistas) y competitividad. Lo característico es que la exploración psicoanalítica revele que estas mujeres utilizan la conducta infantil regresiva como defensa contra la culpa suscitada por los aspectos adultos del compromiso sexual. Algunas mujeres tienden a asometerse a hombres que ellas experimentan como sádicos, para expiar sentimientos de culpa, y como precio por la gratificación sexual.
Recientemente algunos aspectos adicionales de la personalidad histérica descritos en la literatura temprana han sido puestos en entredicho, por ejemplo, antes se daba por sentado que las pacientes histéricas eran muy sugestionables pero las observaciones a la través del psicoanálisis indican que la sugestionabilidad podría aparecer sólo en el contexto de relaciones idealizadas, romantizadas, y aferramiento dependiente, y que además podría convertirse rápidamente en suspicacia, desconfianza, enfurruñamiento o terquedad en condiciones de competitividad intensa con hombres o mujeres. Otra característica clásica atribuida a la personalidad histérica es la dependencia excesiva. No obstante, como ya hemos dicho, la dependencia caracteriza sólo a unas pocas relaciones muy intensas. Una tercera característica atribuida a las mujeres histéricas es el egocentrismo: un aspecto centrado en sí mismo, autocomplaciente, vanidoso, desplegado en una conducta exhibicionista y buscadora de atención, y en una excesiva sensibilidad a la reacción de las otras personas, pero esa característica no corresponde a su capacidad real para relacionarse profundamente con los otros, a su estabilidad, lealtad y compromiso en tales relaciones. Otros atributos que implican falta de capacidad para la investigación emocional acoplada con una deficiencia de funcionamiento moral tampoco son característicos de este trastorno de la personalidad: verbigracia, la superficialidad emocional, los afectos fraudulentos, la mendacidad y una seudología fantástica, rasgos, todos. éstos, mencionados en la literatura temprana.
David Shapiro y Mardi Horowitz han descrito un estilo cognitivo de las pacientes histéricas caracterizado por la tendencia a la percepción global (en contraste con la detallada), la desatención selectiva y representaciones más impresionistas que exactas. Estas características quizá reflejen una organización, por lo general represiva, de las funciones de sus “mecanismos de defensa”, la cual, junto con la inhibición de la competitividad (debida a una sensación inconsciente de inferioridad como mujer), puede contribuir a provocar la inhibición intelectual.
Las mujeres con trastorno histérico de la personalidad provienen de familias más bien estables con ciertas características comunes. Los padres son descritos como seductores, pero su conducta de seducción y estímulo sexual excesivo respecto de las hijas se combina con actitudes bruscas, autoritarias y a veces sexualmente puritanas también respecto de ellas; la seducción durante la niñez de la hija se convierte típicamente en prohibición de los compromisos sexuales románticos en su adolescencia. Las madres de estas pacientes son descritas como dominantes y controladoras de la vida de las hijas, y a menudo dan la impresión de que a través de éstas intentan realizar sus propias aspiraciones insatisfechas: relaciones amorosas, educación, aspiraciones laborales, etcétera. Al mismo tiempo, estas madres son eficaces y responsables en el hogar y en sus funciones comunitarias.




​El cambio del deseo sexual en la mujer a través de la historia.

La verdad es que amamos la vida, no porque estemos acostumbrados a ella, sino porque estamos acostumbrados al amor. Friedrich Wilhelm Nietzsche.

Desde hace cinco mil años o más, el hombre fue moldeando a la sociedad basado en la dominación sobre la mujer. Este sojuzgamiento incluye de una manera muy especial, su sometimiento sexual; es decir, se creó una cultura basada en la violación sistemática de los deseos de la mujer, poco a poco se consiguió que el deseo de la mujer dejará de ser relevante, hasta su anulación, desapareciendo y limitándose a la “complacencia falocrática”, o en palabras más sencillas, a la “satisfacción machista”.
Desde entonces las mujeres perdieron sus costumbres, sus bailes voluptuosos, sus baños sensuales compartidos entre hermanas, madres, tías, abuelas…, la cercania del cuerpo a cuerpo con sus bebés, perdieron la maternidad nacida del deseo y guiada por el placer de sus cuerpos: olvidaron su forma propia de existencia, como dice Lea Melandri, una existencia impulsada por el latido del vientre; en suma perdieron la libertad de su cuerpo y la conciencia del mismo.
El deseo sexual en la mujer pasó a ser considerado lascivo y deshonesto, para que cuando emergiera, se sintiera culpable y concupicente, y en consecuencia aborreciera su cuerpo y se distanciará de sus sensaciones voluptuosas.
La religión judeocristiana (para occidente) afirmó aún más esta postura: las buenas esposas son esclavas del señor, deben hablar lo menos posible y sentir vergüenza hasta de su marido; como madres tienen la misión primordial de introyectar el pudor y el recato en las hijas, convirtiéndose en la garantía de la paralización de todo atisbo de producción del deseo sexual de las futuras generaciones de mujeres, por lo que se destruyó el valor del cuerpo femenino y el desarrollo natural de la sexualidad mujeril; así los hombres empezaron a imponer a las féminas que su vestimenta cubrieran todo su cuerpo, incluso hasta el rostro; transformando su sensual caminar a un tieso andar.
La higiene se convirtió en una asepsia que eliminó el olor de los flujos naturales de la mujer, factor específico en la atracción sexual, y de la simbiosis madre-lactante. Asimismo los hábitos cotidianos de las posturas se rectificaron; dejaron de sentarse en cuclillas generalizándose el uso de la silla; se fue restringiendo el movimiento del cuerpo con el objetivo de paralizar los músculos pélvicos y uterinos, para que el vientre no se estremeciera ni palpitara y en consecuencia no apareciera la pulsión sexual.
Resulta evidente que la sexualidad de la mujer (a diferencia de la del hombre) no es uniforme, no es siempre la misma; a lo largo de su vida pasa por diferentes ciclos y estadios sexuales, unos de mayor producción libidinal que otros, y sobre todo, de diferente orientación. El equilibrio emocional, tanto psíquico como somático, libidinal y hormonal, que sostiene el cuerpo de la mujer es un proceso ondulante, cíclico; tan estrechamente ligado a las faces lunares por lo que ha sido en muchas culturas un símbolo de la feminidad, sin embargo las mujeres han sufrido una transformación profunda que su producción sexual y libidinal, en la actualidad se volvió algo rectilíneo y casi inmutable. Debemos hacer hincapie que no es el mismo estado sexual ni el mismo equilibrio hormonal el que tiene la mujer cuando ovula que cuando menstrúa; así como también es diferente cuando está en estado de gravidez de cuando no lo está; o bien durante la lactancia y cuando deja de amamantar; o cuando vive la pasión intensa amorosa en la edad adulta.
La mujer a ido perdiendo a lo largo de los milenios, la percepción del estado cambiante de su cuerpo, de cómo lo siente, de sus diferentes flujos y de sus olores… pero sobre todo la consolidación de la alineación sexual en torno al «falo». Esta alineación, conlleva una fuerza tal que profundiza tanto a nivel psíquico como somático por lo que el falocentrismo se va adentrando en el inconsciente, interiorizándose como un ordenamiento sexual que manipula las pulsiones antes de hacerse conscientes.


El amor como intento de reparar la herida narcisista durante el Complejo de Edipo.

“La esperanza, no obstante sus engaños, nos sirve al menos para llevarnos al fin de la existencia por un camino agradable”. François de La Rochefoucauld

Toda historia de amor es la cauterización de una profunda herida narcisista. Un lugar donde está lo común y lo ajeno que nos indica la alteridad. Es un intento de consuelo y de resolución de la tragedia infantil edípica. Es reparación y búsqueda de un nuevo destino que despliega en si mismo otras posibilidades de nuevo dolor.


El estilo de vida Swinger como sinónimo de satisfacción total.

“No hay relación sexual” es la expresión que utiliza Jacques-Marie Émile Lacan para denominar la imposibilidad de la plenitud sexual entre hombre y mujer, algo que Sigmund Freud anticipaba acerca de la falta de complementariedad entre los sexos, pues, por la metaforización propia del lenguaje, no existe un objeto único que garantice el placer total. De ahí que el deseo sea permanente, esto es, por definición imposible de satisfacer.
Lo que se presenta en la website o cualquier tipo de publicidad (libros, revistas, etcétera) en relación a los encuentros «Swinger» aparece como una garantía de lograr una satisfacción plena basada justamente en la multiplicidad de objetos, pero esta multiplicidad, en vez de garantizar esa complacencia a la que aspira, pone de manifiesto la imposibilidad del placer absoluto ya que la sexualidad humana, en tanto atravesada por lo “Simbólico”, no responde a fines ni a objetos “naturales”. El objeto siempre se desplaza y constituye tanto deseo como “Goce”. Adicionalmente habría que considerar que “la causa capitalista no construye ninguna pareja, no une a los sujetos entre ellos, sino a cada uno de los objetos y deja entonces, a cada uno reducido a su propio cuerpo, proletario en el sentido antiguo”.


Satisfacer el “Deseo” por medio de las redes sociales.

El establecimiento de relaciones virtuales en las que lo “Simbólico” está ligado a una imagen del otro de quien en realidad no se conoce más que eso, una imagen, deriva en una relación a través de la Internet que está ligada a los mensajes enviados o leídos, lo que libera al sujeto de la responsabilidad de enfrentar un compromiso genuino y profundo, pero al mismo tiempo engancha al sujeto con la utilización constante de Internet.
Las redes virtuales juegan un papel protagonista en el comercio, la divulgación científica, etcétera pero también se constituye en mediador de un modelo social que regula las relaciones entre los usuarios a través de comunidades virtuales, videojuegos en línea y un sinfín de recursos que generan en los cibernautas la necesidad de satisfacer las demandas propuestas por la Internet, entre estas propuestas está el servicio de comunicación (Facebook, Twitter, Messenger, WhatsApp, etcétera) que facilita la comunicación a través de la cual se pueden entablar conversaciones con múltiples sujetos, en diferentes lugares del mundo, las veinticuatro horas del día.
Las nuevas tecnologías de la comunicación contienen aspectos no delimitados, por ejemplo: fantasear haciendo el amor con una estrella de cine no era sinónimo de infidelidad pero “tener cibersexo” con alguien al otro lado del mundo, a escondidas del partenaire ¿se puede clasificar en infidelidad?
Lo virtual representa una nueva manera de represión ligada a la sexualidad, tal como Sigmund Freud lo planteó en su teoría. En aquella época victoriana la sexualidad era un tema tabú y la satisfacción sexual estaba reservada exclusivamente a los hombres; la mujer no tenía derecho al placer sexual, a no ser que se tratase de aquellas señaladas como “cortesanas”. La sexualidad era ocultada por una fuerte represión cultural. Pero en la era posmoderna la sexualidad se presenta de manera directa y promueve el “Deseo” como una “forma de ordenamiento y además de gozar todo el tiempo”, lo cual ha dado lugar a una nueva problemática, pues ahora no se prohíbe sino que se promueve y ello genera angustia en los sujetos porque obviamente nadie puede lograr todo lo que se divulga ni alcanzar todo lo que ofrece el mercado.
Tiempo atrás el orgasmo femenino estaba moralmente condenado, ahora surge como una meta obligada, como una característica primordial de la felicidad en pareja. Esto anuda al hombre obligándolo a durar más tiempo en el coito y tener una virilidad vertiginosa. Pero no se trata sólo de alcanzar esta plenitud sexual del hombre y la mujer, sino de cumplir el mandato social que dice “cómo se debe gozar” y “qué es gozar”.


Las posturas de la mujer ante la frigidez.

En un corazón apasionado, el amor es propenso a exagerar los matices más nimios y a sacar de ellos las consecuencias más ridículas. Henri Beyle “Stendhal”.

La forma en que las mujeres afrontan su frigidez es variable. Podemos observar que algunas se resignan como si fuera una condición del destino esa incapacidad para disfrutar de su sexualidad, y se conforman con imaginar a todas las mujeres en una posición parecida a la suya, para consolarse: “Ellas al igual que yo sufren ese infortunio”.
Algunas otras pueden tener la convicción que sus congéneres resultan ser jactansiosas y embusteras al vanagloriarse de los placeres del orgasmo que obtienen durante el coito.
También existen las que sobrecompensan su incompetencia para lograr un orgasmo, sin embargo durante la unión sexual sus incipientes contracciones vulvo-vaginales hacen de ellos un motivo de su vanidad. Estas mujeres pueden permanecer independientes de las seducciones del acoplamiento, sentirse libres de la ataduras del hombre, lo que les permite en ocasiones evitarlo, y en última instancia suplantarlo por medio del autoerotismo (masturbación).
Y por último están aquellas féminas, sinceras consigo mismas que reconocen su padecimiento, y que en ocasiones piden ayuda psicoanalítica al respecto.


​La presión social como barrera para la emancipación del sujeto.

El psicoanálisis como tema prescripto y proscripto constituye una aportación al estudio de las resistencias humanas a la comprensión de sus propias motivaciones. Con esto se destaca la manera como el grupo social, al limitar la libre indagación del sujeto a título personal, busca proteger su integridad cul­tural, en la medida que ella se ha erigido como defensa contra “las fuerzas oscuras y peligrosas que yacen escondidas en las profundidades de la naturaleza humana”.
En conclusión podemos afirmar que pese a ciertas modificaciones socio-culturales, el fondo del problema y la posibilidad de cambio, continúa siendo un complejo tema de muy difícil solución.


Los celos de la mujer por la actividad laboral del marido.

“El padre tiene siempre la primera hipoteca sobre el corazón de su hija; el esposo sólo tiene la segunda”. Sigmund Freud.

Un padre amoroso y atento con su hija desde su nacimiento la mira tiernamente, la coloca en sus rodillas, la acaricia, la mima… la pequeña se siente regocijada y se abre incondicionalmente a ese amor. Sin embargo, en el fondo de sí misma, la frustración acecha, los celos rondan, aun si no tiene hermanas. ¿Por qué papá sale tanto con mamá? ¿Por qué cuando llega la noche mis padres se duermen juntos?¿Por qué en la noche en la habitación de mis padres se escuchan quejidos y suspiros? ¿Por qué papá prefiere acostarse con mamá y no conmigo?
En tales circunstancias se agitan los celos infantiles aunque no se manifiestan abiertamente pero la niña lo siente tan devastadores como la paranoia de celos que padecen los adultos, y el destino de esta pequeña, verdaderamente precursor del de la mujer, es de estar condenada a compartir; es un destino de celos, de despecho, de envidia. ¿Y por qué mi padre me rechaza después de abrazarlo un rato como si yo lo aburriera, cuando quiero estrecharlo por mucho tiempo? ¿Por qué me echa cuando esta ocupado trabajando, o cuando juego con sus herramientas de trabajo, o tomo sus papeles y lápices del escritorio? ¿Y cuál es ese misterioso “trabajo” por el que está tanto tiempo afuera y lejos de mí?
La niña, anunciando ya a la futura mujer-esposa, cela desde entonces las ocupaciones, primero la de su padre en la infancia y posteriormente la del marido en la edad adulta, en el fondo representa —inconscientemente— estas actividades laborales un obstáculo que distrae demasiado el amor que le debe brindar el objeto, a ella.


Diferencias de los hombres histriónicos e histéricos.

K. H. Blacker y J. P. Tupin han resumido las características de los sujetos varones con personalidad histérica, sus descripciones emplearon como modelo un continuo de la psicopatología del carácter ordenado en función de la gravedad de los trastornos, bajo el encabezamiento de “Estructuras Histéricas”.
En estos sujetos se encuentra las misma tendencia a la dramatización emocional y la labilidad afectiva observable en las mujeres histéricas, también presentan estallidos emocionales o rabietas y conducta impulsiva e infantil en condiciones de compromiso emocional íntimo, mientras que en las circunstancias sociales comunes conservan su capacidad para la conducta diferenciada.
Cabe señalar varias pautas de perturbación en su adaptación sexual que se caracteriza por la calidad “seudohipermasculina”, la acentuación histriónica de la conducta masculina socialmente aceptada, por lo general con acento de independencia, y una actitud de dominio y superioridad sobre las mujeres, combinada con enfurruñamiento infantil cuando esas aspiraciones no pueden alcanzarse.
Una pauta relacionada, aunque superficialmente parezca contrastante, es la de una conducta seductora, sutilmente afeminada, infantil, que mezcla el coqueteo y la promiscuidad heterosexual con una actitud dependiente respecto de las mujeres. O bien un tipo de Don Juan combina el énfasis en la ropa y las maneras masculinas con una conducta sutilmente dependiente e infantil, y es proclive a comprometerse en relaciones dependientes aunque transitorias con mujeres dominantes.
En el tratamiento, tanto el tipo afeminado como el hipermasculino revelan una culpa subyacente, consciente o inconsciente, por la relación profunda con las mujeres, y una sorprendente incapacidad para identificarse con un rol sexual masculino adulto para acercarse a la mujer, en agudo contraste con la conducta superficial. Estas características, en particular tal como las presenta el tipo seudohipermasculino, corresponde a lo que Wilhelm Reich denominó el «carácter fálico-narcisista». Estos casos deben diferenciarse del más grave trastorno histriónico de la personalidad en los hombres, y de la promiscuidad sexual como síntoma del trastorno narcisista de la personalidad en los hombres, con la correspondiente psicopatología grave de las relaciones objetales.
Mientras que debemos diferenciar los sujetos con personalidad histriónica que presentan regularmente difusión de la identidad, perturbaciones graves en las relaciones objetales y falta de control de los impulsos. Asimismo se presenta una conducta sexual promiscua, a menudo bisexual, y perversa polimorfa; tendencias antisociales y, una sorprendente frecuencia de síntomas de origen somático o psicógeno.
En este tipo de sujetos, cuando presentan también hipocondría se suele encontrar la inmadurez emocional generalizada, la dramatización, la superficialidad afectiva y la impulsividad características del trastorno histriónico de la personalidad.
Los trastornos de la personalidad denominados «caóticos» o «impulsivos» en las descripciones anteriores, que no corresponden a la personalidad antisocial propiamente dicha, reflejaban lo que ahora se diagnóstica como trastorno histriónico y narcisista de la personalidad, en un franco nivel de “Estado Fronterizo”. De hecho, en todos los casos de sujetos varones con rasgos histriónicos, es importante el diagnóstico diferencial respecto de la “personalidad narcisista” y los “trastornos antisociales de la personalidad”, para el pronóstico y las consideraciones psicoanalíticas que se deben aplicar.




Masoquismo: mutilación o automutilación.

El masoquismo sexual con rasgos “autodestructivos” cuya conducta parece privada de las cualidades de seguridad, presenta una característica de peligro inminente que puede llevar a la mutilación, la automutilación e incluso a la muerte accidental.
Estas conductas se encuentran en sujetos con Estado Fronterizo de la personalidad, algunos ejemplos lo ilustran estos psicoanalizados:
— Un sujeto con personalidad narcisista y rasgos abiertamente característicos del Estado Fronterizo solicitaba que lo ataran a hombres que conocía fortuitamente en bares frecuentados por sadomasoquistas. Provocaba a esos hombres a peleas reñidas en las cuales él terminaba seriamente golpeado. En varias ocasiones había sido amenazado a punta de pistola y robado mientras participaba en esos encuentros sexuales azarosos.
— Una mujer blanca de clase media de poco más de veinte años, sólo podía experimentar excitación sexual al prostituirse con hombres mucho mayores o negros, en vecindarios con alto índice de criminalidad. Tenía conciencia del peligro potencial de su integridad física pero esto representaba para ella un intenso mecanismo de excitación sexual en tales encuentros. También padecía de una personalidad narcisista con rasgos infantiles y masoquistas.
En estos casos, la perversión sexual surge del marco “como si”, o de representación o actuación teatrales, y refleja una psicopatología de las relaciones objetales. A veces no hay ninguna conducta real de automutilación, ni tampoco una actividad sexual de carácter raro, en la cual aparecen abiertamente contenidos anales, uretrales u orales que colorean la pauta masoquista, impregnándola de una claridad primitiva, pregenital.
— Un sujeto relata el modo preferido de intercambio sexual con su esposa. Para lograr el orgasmo por medio de la masturbación, él la hacía sentar en un inodoro especialmente construido que le permitía defecarle en la cara mientras él la observaba. Este sujeto presentaba rasgos de personalidad severamente paranoides, además de un marcado masoquismo de la personalidad.
— Un modo de gratificación masturbatoria que prefería otro sujeto era colocarse a un lado de un arroyo lleno de lodo donde se hundía hasta la rodilla mientras se masturbaba, lo que hacía por la noche, para que no lo vieran los vecinos. Este paciente también presentaba una organización límite de la personalidad, con rasgos paranoides, esquizoides e hipocondríacos, y aislamiento social.
Estos casos tienen en común impulsos agresivos fuertes, primitivos; una psicopatología severa de las relaciones objetales; un predominio de los conflictos y metas edípicos en el guión sexual masoquista; y falta de integración de las funciones superyoicas.
Cabe señalar que también revelan confusión de la identidad de género a modo que las interacciones homosexuales y heterosexuales forman parte de su vida sexual, con el guión masoquista que representaba su rasgo organizador primario.


La sobreinvestidura del clítoris en las mujeres homosexuales.

Los lazos que vinculan a las mujeres homosexuales con sus respectivas parejas, ya se trate de mujeres con fijación de la excitación sexual en el clítoris o la vagina, tiene que ver con el Complejo de Edipo de su infancia.
En su teoría sobre mujeres homosexuales Helen Deutsh señala que en sus vínculos siguen jugando: “a la madre y la hija”, con exclusión del padre perturbador. Algunas de estas mujeres tienden a identificarse con la madre activa y son atraídas especialmente por jovencitas. La mayor felicidad consiste en que las jovencitas “revelen” a sí misma su homosexualidad subyacente. Por el contrario, otras continúan siendo las niñas que en otro tiempo fueron atraídas, sobre todo por mujeres mayores que visualizan como maternales o protectoras, hacia las que permanecen más o menos en estado de pasividad, o bien en un estado infantil. Otras pueden vivir las dos actitudes alternadamente. Pero en todas el órgano ejecutor del placer homosexual es preponderantemente —como en la niñita “fálica” en su infancia— el clítoris, órgano que les basta para su plenitud sexual. Cabe señalar que este tipo de mujeres tienen la idea sobre el pene como un órgano generalmente grotesco inspirándoles repugnancia.
Las homosexuales tienden a excluir a los hombres y el “pene del paraíso perdido” proveniente del padre en su infancia (Complejo de Edipo) es sustituido en su adolescencia o edad adulta por las caricias eróticas que simbolizan las caricias madre-hija por los cuidados de higiene personal durante los primeros años de vida. Estas homosexuales conservan su apariencia femenina tanto en su personalidad como en su manera de vestir.
Más allá de la identificación con la madre activa primitiva, solícita con el niña, el otro tipo de mujeres homosexuales se identifica por superposición, por decirlo así, con el padre que sucedió a la madre en el desfile de los objetos para amar o para odiar de la niña. Estas mujeres presentan fantasías de su clítoris mucho más activas que las anteriores, y toda su conducta está teñida por el ideal que han asimilado: vistiendo de forma varonil y en sus relaciones que mantienen con sus parejas intentan por cualquier medio ser «hombres» para las féminas que aman. Estas mujeres pueden llegar a la voluptuosidad por medio de las caricias eróticas pero se rehúsan a tener una actitud pasiva. En lo que respecta a éstas, seguramente no podrían soportar que se comprobará, una vez más, que su cuerpo carece inevitablemente de pene.


La función de la masturbación infantil.

La masturbación infantil tiene como función, entre otras cuestiones, la preparación para la sexualidad adulta, que cumple con respecto a ésta un rol análogo al de los juegos del niño en relación con las futuras actividades sociales del hombre.
El Complejo de Edipo puede parecer una especie de juego psicosexual infantil preparatorio de la psicosexualidad ulterior del hombre o la mujer. En este caso el niño juega a amar pero a amar sexualmente. En efecto, como Sigmund Freud lo manifestó, el carácter del juego no es la falta de seriedad sino la falta de relación con la realidad.
No se puede negar que durante la etapa edípica los deseos del niño carecen en gran parte de relación con la realidad, aunque el niño con sus ciegos impulsos instintivos, generalmente no lo vea con claridad, a diferencia de lo que ocurre en el juego. Sin embargo, queda en pie el hecho que cuando el niño fantasea casarse con su madre o la niña con su padre, por debajo de estas fantasías soberanas, algo en ellos “presiente” que realmente no se puede concretar, aquí se anuda simbólicamente la “Función Paterna”.
El fracaso del incesto del infante hacia la madre no resulta del todo definitivo, pero lo conducirá al puberto o adolescente a desear sexualmente fuera del círculo familiar. Entonces, en el caso más favorable, el “Complejo de Edipo” y la “Función Paterna” sobre el infante lo dirige al destino ideal de la represión exitosa: “Hundimiento de las representaciones edípicas infantiles en el inconsciente, con desprendimiento, conservación y puesta a la disposición de la psicosexualidad, de las pulsiones y emociones libidinosas y aferentes liberadas al término de la evolución.
No obstante, este caso «ideal» de represión de las representaciones condenadas, con conservación y liberación de las pulsiones, no se realiza nunca en forma completa por la inercia reinante en el dominio del inconsciente. En algunos casos, una parte de las pulsiones puede seguir el destino de las representaciones edípicas sumergidas en el inconsciente, se conservan fieles, por así decirlo, privando así a la psicosexualidad adulta de la correspondiente fuerza promotora por lo que la represión que se manifestó excesiva, sobrepasó su meta. En otros casos, la fidelidad de las pulsiones a las representaciones se produce en sentido opuesto. Las pulsiones no reprimidas son entonces las que atraen las representaciones edípicas de antaño vueltas a surgir del inconsciente, seguramente con desplazamientos que las hacen irreconocibles. En estos casos la represión no fue exitosa, ha fracasado parcialmente. Entonces según como se haya estructurado el “Complejo de Edipo” y la “Función Paterna”, esto es como hayan predominado las excitaciones o inhibiciones edípicas, tendremos distintos cuadros adultos: El sujeto que, con furor desenfrenado busca sin saberlo las imágenes parentales en la elección amorosa; o bien, que al reconocer inconscientemente al objeto edípico primario (madre) en cada objeto amoroso, retrocederá ante la prohibición edípica.
En los dos últimos casos la consecuencia será una desadaptación a la realidad, una especie de perturbación de la visión psíquica por proyección en el mundo exterior de nuestras fantasías internas (promiscuidad, homosexualidad, prostitución, soltería permanente, etcétera).
Esto impide discernir de manera adecuada que los demás hombres y mujeres no son de hecho nuestros padres. Pero sólo el último caso será verdaderamente nefasto a la función erótica, en virtud de la predominancia de la inhibición.


Las fantasías infantiles durante el Complejo de Edipo.

En la “realidad psíquica” reinan las fantasías, preformadoras de nuestra subjetividad en un grado por lo menos igual al de la realidad física, que a veces no se reconoce o ni siquiera se siente. Una ley semejante parece desprenderse de la observación de los hechos, tal como lo presenta el psicoanálisis sobre las emociones infantiles edípicas que afectan como si realmente se realizaran.
Ahora bien, el niño vive su deseo como una realidad tangible. Por haber deseado la unión incestuosa con alguno de sus padres y la muerte de alguno de ellos por sentirlo como rival, el infante experimenta los mismos sentimientos de culpa como si realmente hubiera llevado a cabo estos “crímenes parentales” por lo que la inhibición se vincula a la idea de incesto y homicidio.
Es cierto que la forma de las fantasías durante el Complejo de Edipo está dada en parte por la constitución, pero estas fantasías tienen un efecto profundo en el desarrollo psicosexual, condicionan toda la sexualidad futura.
De lo que predomine en estas fantasías, excitación o inhibición edípica —consecuencia de las prohibiciones— y de la culpa derivada, dependerá entonces que el infante lleve a su vida adulta una sexualidad exitosa o desemboque en un naufragio.


La experiencia Swinger como factor para brindar mayor Goce al partenaire.

“El hombre no es nunca feliz, pero se pasa la vida corriendo en pos de algo que cree que le hace feliz. Rara vez alcanza su objetivo, y cuando lo logra solamente consigue verse desilusionado”. Arthur Schopenhauer.

Desde la época del Romanticismo el amor tuvo el salvoconducto de hacerse más importante para las personas pero en las décadas pertenecientes al Postmodernismo se ha hecho más difícil para el sujeto ponerlo en práctica.
El amor se está desligando de los modelos y seguridades tradicionales y se sobrepone la decisión de cada partenaire de estar en la posibilidad explícita de ejercer en el momento que lo decida toda su «autonomía», sin importar nada ni nadie más para llevarlo a cabo.
El carácter autónomo de la actividad sexual en la pareja y el exacerbado individualismo (narcisismo refinado) hacen frágiles los vínculos y abren paso rápidamente a la infidelidad afectiva y sexual, ya sea de manera tangible o virtual (uso de redes sociales en Internet). Todo esto ha impulsado a someter a prueba la fidelidad entre los consortes, en algunos casos vía experimentación —por paradójico que parezca— en el intercambio de pareja, trío o sexo grupal.
Esta afirmación se sustenta en la experiencia de aquellos sujetos —que ostentan el apelativo de “mente abierta”— que con el deseo de ofrecer una experiencia, o cumplir una fantasía erótica y sexual intensa a su partenaire propician un encuentro sexual con un tercero o un intercambio de pareja.
Lamentablemente el resultado es casi siempre diferente al esperado, la experiencia puede ser decepcionante al observar el sujeto que su pareja ni siquiera alcanza el placer previamente fantaseado, o quedar sorprendido al advertir que su partenaire gusta de mayor placer en los brazos del otro, lo que puede conducir a sentir una grave herida narcisista.
Las repercusiones que surgen después de experimentar el estilo de vida Swinger son generalmente de inestabilidad psíquica que orilla a una inseguridad emocional y que casi siempre termina en una separación afectiva definitiva.
El vínculo es en estos casos puesto a prueba: “se apostó por el erotismo y lamentablemente se perdió el amor”. El lazo amoroso terminó roto, el compromiso disuelto, o la crisis afectiva (celos, reproches, etcétera) es ahora el pan de cada día.


La propuesta para practicar el estilo de vida Swinger.

Existe la posibilidad que el sujeto que practica el estilo de vida Swinger tenga una historia infantil relacionada con el abuso sexual, ya que en teoría este factor aumenta las probabilidades de producir en la vida adulta una «compulsión» a actividades sexuales diversas.
Ahora bien, una educación rígidamente religiosa y marcadamente moralista aporta elementos para sostener la hipótesis psicodinámica sobre la presencia de un Superyó rígido que desembocaría en comportamientos promiscuos en la adultez. Además cabe mencionar que los estudios que se han llevado sobre sujetos que han sufrido abuso sexual en su niñez tienden a tener una “visión de la naturaleza humana como malvada y perversa”.
Se puede concluir a nivel psicodinámico que la actividad Swinger es principalmente una manera de externalizar los siguientes conflictos: La pareja es vista como un objeto incestouso, se proyecta en el partenaire un Superyó punitivo, conflictos con la bisexualidad inconsciente y dificultad en la separación-individuación (madre-infante).
Sobre el tema de los celos en los sujetos con estilo de vida Swinger, estos se encuentran presentes en mayor o menor medida, pero en aquellos que afirman su inexistencia es porque existe una ganancia secundaria mayor que es la disminución de la «angustia castración» en la interacción sexual con su pareja.
Una de las características principales que detenta el Swinger es que no se trata de una búsqueda marcada por la represión del deseo —como en épocas anteriores— sino que esta elección está ligada a los imperativos actuales de “debes gozar y gozar al máximo”.
El estilo de vida Swinger es principalmente una búsqueda por «velar» o «disimular» aquellos aspectos que no ya funciona realmente entre la pareja.
El hombre que propone a su partenaire un intercambio Swinger puede provenir de la angustia de castración que le causa la incertidumbre de cómo debe realmente comportarse eróticamente con su mujer; en cada coito se interroga sobre su capacidad para satisfacerla sexualmente; cada encuentro íntimo lo coloca en una inseguridad que lo agobia.
Las primeras experiencias Swinger, conllevan para el marido la envidia de entregar el cuerpo de su pareja a otro hombre, y el temor a que ese hombre la colme mucho más, sexualmente hablando, pero al mismo tiempo le permite conocer al menos dos cuestiones fundamentales, por un lado la falta de su capacidad (real o imaginaria) para satisfacer sexualmente a su mujer no es algo que le atañe de manera exclusiva, puesto que, en el momento del intercambio, se dilucida la duda si el otro hombre puede satisfacerla plenamente o no, y por otro lado, el hecho de que la realización de una fantasía que en principio resultaba moralmente inaceptable en la medida que implicaba entregar a la mujer amada a otro, lleva implícito la exaltación posterior del deseo sexual con su pareja (simbólicamente representa la reminiscencia de la “Escena Primaria” o la relación sexual entre sus padres), lo que poco a poco deriva en un incremento en la satisfacción sexual entre los consortes. Aquí cabe señalar que dicho aumento colapsara en algún momento dado, ya que la continuación de los intercambios de pareja, tríos o sexo grupal tienden a desestabilizar la estructura del Complejo de Edipo, mecanismo necesario para la excitación sexual en el hombre y la mujer.
Volviendo a la pareja que nos interesa, el hombre puede sentir una disminución de su «angustia de castración» al momento de la consecución del orgasmo por parte de su mujer en brazos de otro hombre.
La experiencia Swinger tiene para el hombre, al parecer un efecto de comprensión sobre su capacidad para satisfacer sexualmente a su partenaire, resulta llamativo como la acción de entregar a su mujer a otro hombre, es más importante para el marido que para su mujer. Con esto podemos considerar que se trata de una acción para mitigar la «angustia castración»; búsqueda orientada por esos característicos imperativos del Goce en la sociedad moderna que han llevado de la represión del deseo a la pornografía del Goce; mientras del lado femenino lo que parece estar en juego es ceder a la demanda del hombre, por lo que el incremento en la satisfacción sexual femenina aparece como efecto secundario para ella. En otras palabras, se trata de la búsqueda centrada en el deseo de reconocimiento masculino de la función sexual, incluso aunque esto signifique renunciar a la exclusividad en el placer, o sea de la monogamia, en la espera de que esta concesión asegure el mantenimiento del lugar que, para ella, él ocupa en tanto ser amado. Así, la introducción de un punto de realización de la fantasía de intercambio de pareja, parece haber abierto la posibilidad de modificar la posición en el encuentro sexual para los partenaires.
Como un dato extra, es de anotar que la mirada del esposo sobre su consorte durante el coito con otro hombre, puede representar inconscientemente para ella la «mirada paterna», y desde esta posición tenga la «aprobación» para gozar con otro y con esto obedecer la Ley de la Prohibición del Incesto al gozar en brazos de otro.


La perversión en la actividad sexual compulsiva.

Las fantasías conscientes e inconscientes forman parte de la relación sexual, tanto en el preámbulo como durante el coito pero en los sujetos con Estructura Perversa el objeto se encuentra deshumanizado a través de éstas fantasías, esto se puede observar claramente en el fetichismo, necrofilia, zoofilia, etcétera. Pero si tomamos en cuenta otro tipo prácticas como las que lleva a cabo “Don Juan”, “Casanova”, prostitutas y el acto sexual compulsivo en general, puede parecer para el observador ingenuo un comportamiento “normal” por tratarse de relaciones heterosexuales, sin embargo durante el psicoanálisis se denota del mismo modo que el objeto está deshumanizado, ya que únicamente se enfocan en una parte de la anatomía (complexión, nalgas, senos, rostro, etcétera); o fragmentos de personalidad estereotipados; o bien en última instancia se refieren a que “todos son iguales”: bestiales, putas, mujeriegos, desconsiderados, etcétera. Esto ya lo había señalado E. Straus cuando dijo que los placeres de la perversión nacen de la destrucción, humillación, profanación, o sea, de la deformación que hace el perverso del otro.
Pero estas suposiciones no indican el origen del Goce del perverso. Si la perversión es el resultado del odio y violencia hacia el objeto ¿Dónde se ubica su origen?
Si nos remontamos al trauma o traumas que padeció el sujeto perverso en su infancia, no existe Goce en su trauma para repetirlo una y otra vez en su vida adulta sino frustración y odio hacia el agresor.
El Goce del perverso no proviene de sus actos sino de la fantasía que envuelve sus acciones. La fantasía consciente o inconsciente del perverso se constituye para intentar cancelar el trauma padecido transformándose en una ensoñación diurna, es decir, el contenido se estructura en una fantasía organizada. Por lo tanto el «acting out» del perverso puede cancelar momentáneamente el miedo y angustia enlazado al trauma, pero debe ser repetido este «acting out» dependiendo de aumento de la angustia y miedo que padezca el sujeto.
En la confrontación con el mundo, el ensueño funciona para liberar tanto el miedo como la angustia que conlleva el trauma, el ensueño contiene elementos que simulan un riesgo, que causa emoción liberando de esta forma la tensión psíquica creyendo éste que garantizan un resultado favorable, lo que significa que, en esta ocasión, el perverso no únicamente intenta superar trauma sino también la frustración sobre los atacantes iniciales que lo traumatizaron.
Finalmente, cuando se asocia a la excitación genital el orgasmo, el perverso refuerza la fantasía consciente de que no existe ningún “mal” ahí donde comete el acto y se anima a repetir la experiencia en circunstancias similares.


La disuasión de Casanova.

“Casanova enseña que en la sexualidad debe predominar la pasión, no la razón”.

“Casanova disuade a la mujer —después de haberla poseído— a que siga gozando de su sexualidad en su vida futura”.

Casanova, como buen maestro en el arte de la seducción, las instruye a sus parejas sobre el placer sexual, libre de ataduras morales, y las dirige a descubrir la naturaleza encantadora que oculta su género femenino.
Casanova exhorta a sus partenaires a considerar como pecado, no la entrega, sino la resistencia, pecado grave contra la carne, contra las leyes naturales, con esto ellas se sienten decididas, libres de toda culpa y con la libertad de actuar.
Las manos de Casanova poseen la habilidad de desnudar a la mujer, y de despojarla de su miedo y timidez; en sus brazos se convierten en verdaderas mujeres, tan pronto como se han entregado.
La felicidad de Casanova contagia a las féminas y, embriagadas de éxtasis borra cualquier vestigio de culpa que pudieran tener después de haber compartido el lecho. Pues el placer sexual de Casanova únicamente es completo cuando es compartido, siente su sangre ardiente recorriendo las venas cuando la mujer se le entrega: “Los cuatro quintos del placer han sido siempre, para mí, el hacer gozar a la mujer”, afirma Casanova.
Casanova necesita placer contra placer —así como otros necesitan amor correspondido para sentirte dichosos— y con sus fuerzas intenta agotar la efervescencia del placer que siente su partenaire, antes que consumir el suyo. Por eso sería un contrasentido que ese altruista del placer se sirviera de la astucia o de la fuerza para alcanzar el deleite erótico. A Don Juan le interesa haber poseído, haber seducido; a Casanova, en cambio, únicamente le interesa el haber llevado al clímax a la mujer.
Casanova no se le puede denominar taxativamente “seductor” porque las induce al juego, a ese juego de la seducción, dejando de ser meras espectadoras, pasivas, para convertirlas en participantes dinámicas que descubren su mundo sexual adormecido, perezoso a fuerza de prejuicios y de la moral.
Eros se caracteriza por la ligereza y el movimiento arrebatador (sólo la irreflexión es capaz de aligerar a uno del peso de esa moral recalcitrante), y Casanova posee ese «don», toda mujer que se le entrega se hace más femenina que antes, porque ha aprendido sobre la voluptuosidad y la han disfrutado, y con ello disipan muchos prejuicios; además les enseña que el cuerpo de ellas y el suyo, que hasta entonces habían mirado con pudor, juntos son una fuente de placer infinito y permanente.
Casanova enseña a sus parejas que deben entregarse íntegra y generosamente, a responder abiertamente al placer con el placer y sutilmente evade el tema del amor para no confundirlas. En realidad, Casanova no gana a la mujer para sí mismo, ni siquiera es su intención que se enamoren de él sino que las dirige a una forma nueva del placer; por eso, ellas siempre buscarán en otro hombre aquel Casanova que conocieron, que sea practicante de ese delicioso culto al erotismo.
Las mujeres quedan tan fascinadas con Casanova que la hermana mayor conduce a la menor a ese dulce sacrificio con el maestro; la madre lleva a su hija hasta el lecho del apasionado mentor; cada mujer empuja a su amiga para embaucarse en ese delicioso rito con ese gentil hombre llamado Jacobo Casanova.
Por el contrario, vemos en Don Juan que la mujer que que ha sido seducida, víctima más bien de un engaño, advierte apresuradamente a las otras de las desastrosas pretensiones de él —exhortación en vano, obviamente— por lo que Don Juan se convierte de encantador a embustero pero con Casanova pasa todo lo contrario, ya que cada fémina que ha poseído con fruición muestra a las demás que es un verdadero maestro del erotismo y por eso lo aman como símbolo, corporización del hombre pasional, como un sincero mentor.
Casanova al amar a una mujer en particular, realmente ama a todas en conjunto, la totalidad de lo femenino. Ellas quedan tan agradecidas con él que lo menos que pueden hacer, es elevarlo hasta lo divino.


La pasión de Casanova.

“Entonces me di cuenta, aunque de un modo vago, de que el amor quizás no es más que una curiosidad más o menos viva”. Jacobo Casanova.

Casanova se entrega apasionadamente a las mujeres, pero siempre y ante todo prefiere su libertad, esto no disminuye su prestigio sino por el contrario, lo aumenta; el entusiasmo que contagia aunado a su inesperada desaparición, es lo que les queda a las féminas: un recuerdo imborrable de esa extraordinaria embriaguez, para ellas es un «rapto» que las saca de su monótona cotidianidad, sentido como un arrebato, como una aventura magnífica… aunque tengan el íntimo presentimiento que nunca podrán abrazarlo nuevamente.
La pasión de ellas por él nunca se agota, como sucede con los otros, por la fuerza de la costumbre de la unión carnal. Cualquier mujer adivina que ese hombre extraordinario no podría ser nunca su marido, o un fiel partenaire pero lo recuerdan siempre con toda la fuerza de su corazón, como un amante que les brindó momentos intensos de pasión.
Aunque las va abandonando a todas, ninguna le querría de otro modo que como es, como ha sido; por eso Casanova no ha de fingir, basta que se presente tal como es, entregado profundamente en el momento de la pasión y después se escabulle de forma sutil. Un ser como él no necesita simular nada, tampoco adornarse ni meditar astucias en el arte de seducir: Casanova únicamente se deja llevar por su deseo, por su pasión y ésta lo hace todo por él. Por eso sería inútil que otros hombres quisieran imitarlo o aprender de los pormenores de sus éxitos, en vano leerían sus Memorias: el arte de seducir no se aprende en los libros, como de nada sirve leer los más famosos poemas para convertirse en un célebre poeta. No es dado aprender nada de este sujeto, pues no existe ninguna técnica, ningún truco que sea especial. Todo su secreto reside en la sinceridad y espontaneidad de su deseo. Para ser como Casanova no basta con imitarlo sino que sucede de manera espontánea, por mecanismos inconscientes que ni siquiera se percata él.
Parece extraño el querer aplicar la palabra sinceridad al hablar de un hombre como Casanova, pero así es: en su modo de seducir no existe la mentira, más bien se percibe cierta dosis de cinismo en su indiscutible sinceridad.
El vínculo de Casanova con las mujeres es sincero y honrado, porque es algo que sale directamente de sus sentidos. “Da vergüenza decirlo, pero es cierto que la falta de honradez en el amor nace siempre tan pronto como intervienen en él otros sentimientos”.
El discurso de Casanova no miente nunca, no exagera jamás su tensión ni sus anhelos, no pasa nunca una línea más de lo que realmente es y puede lograr.
En el genuino amor se inmiscuyen los sentimientos, esos sentimientos que, ingrávidos, apuntan a lo infinito, sólo entonces la pasión se hace exagerada y por lo tanto insincera y, la relación material se confronta con las esperanzas, con los anhelos y entonces deja mucho que desear.
Casanova, nunca va más allá de lo corporal, de lo tangible, y con eso puede fácilmente mantener lo prometido; Casanova no asevera un goce en plenitud porque eso enardece las fantasías: quien no cumple cabalmente, defrauda. Él únicamente estrecha su cuerpo ardiente con el de su partenaire e intercambia su placer con el de ella, razón por la cual no deja nunca pendientes ni deudas sentimentales. Por eso las mujeres no se consideran engañadas, ni tampoco padecen de “post coitum tristitia”, pues solamente les pide que le obsequien sus espasmos de placer.
Casanova jamás expresa conflictos sentimentales, por eso ellas no se verán nunca desilusionadas. Cada uno podrá llamar a esa clase de erotismo lo que quiera: vínculo superficial, deleite sexual, aventura pasional… pero lo que no podrá negar es su sinceridad.
La mayoría de los hombres dejan atrás un sinnúmero de mujeres destrozadas, deshechas porque agregan tensión a los sentimientos y sexualidad que ellas expresan, o bien idealizan la figura femenina y no encuentran ya su forma terrenal en ninguna; pero en la vida de Casanova no queda una estela de desgracia, porque el ardor, la pasión de este aventurero no promete nada, y las acepta tal como son por fuera y por dentro, siempre es cordial, trátese de una “mademoiselle” o una “prostituée” por lo que no causa infortunios con ninguna.
Casanova hizo felices a muchas mujeres, pero a ninguna la hizo desdichada. Todas salen de su vida aburrida y cotidiana a descubrir la intriga que envuelve Casanova —dispuestas a la aventura puramente sensual— y como terminan ilesas: están nuevamente abiertas al amor de su esposo, partenaire o del sujeto que las pretende.
Cuando las mujeres se entregan a Casanova, les afirma el deseo que provocan. No hay lamentos ni desesperaciones, no se rompe el equilibrio del alma, ni se tambalea siquiera, porque la pasión de Casanova es rectilínea, simple, directa y no apunta a las capas profundas, ni al futuro. Pasa superficialmente sobre ellas como un soplido entre la hierba, donde florecen en una nueva sensualidad.
La pasión de Casanova arde pero no quema, al tiempo que seduce, no destruye, conquista, pero no echa a perder, y como su erotismo no profundiza, no llega, por tanto, hasta el corazón por lo que no resulta jamás catástrofica.
Casanova no es un tirano, ni provoca un trágico destino, quedando siempre como el más genial actor de esas novelas de amor que el mundo ha conocido.