“Un buen retrato es una biografía pintada”. Anatole France.
Podría decirse en cierto sentido que sólo un sujeto que ha estado en tratamiento psicoanalítico puede contar su historia individual de una manera plausible, ya que el psicoanálisis se supone que le ha permitido levantar las represiones responsables de los “olvidos” o de las incoherencias en la trama del incesante monólogo del Yo. Esto es en parte cierto pero también hay que señalar que es imposible que una narración contenga una “verdad absoluta”.
También debemos agregar que una vez completado el tratamiento, ya no se puede fácilmente volver a contárselo a cualquiera. El pudor acecha a cada momento por lo que ahora se vuelve necesario mentir u omitir.
El psicoanálisis tiene la característica de hacer surgir abruptamente la biografía del psicoanalizado en breves acontecimientos, en su discurso se mezcla mentira y verdad, y sus frases sólo representan una pieza del rompecabezas. La memoria siempre esta cubierta por el un velo que no deja ver con claridad.
Lo “Real” no se transmuta en verdad, si no siempre se expresa con artificio. Existe ese obstáculo irreductible que constituye lo que Sigmund Freud llamaba la represión primaria: “Se puede seguir interpretando siempre, no existe la última palabra de la interpretación. En resumen, autobiografía es siempre autoficción”.
El principio primordial del psicoanálisis no es contar las “historias” de los psiconalizados sino interiozar en sus “vidas”, entendiéndose esta última como la subjetividad que nos hace diferentes. Por un efecto de retrospección tomamos las palabras de Sigmund Freud cuando se refiere a que no es siempre por las narraciones por las que se puede sacar a la luz una virtud o un vicio. A menudo un pequeño hecho, una palabra, una mirada, un silencio… revelan con mayor profundidad un carácter.
Podría decirse en cierto sentido que sólo un sujeto que ha estado en tratamiento psicoanalítico puede contar su historia individual de una manera plausible, ya que el psicoanálisis se supone que le ha permitido levantar las represiones responsables de los “olvidos” o de las incoherencias en la trama del incesante monólogo del Yo. Esto es en parte cierto pero también hay que señalar que es imposible que una narración contenga una “verdad absoluta”.
También debemos agregar que una vez completado el tratamiento, ya no se puede fácilmente volver a contárselo a cualquiera. El pudor acecha a cada momento por lo que ahora se vuelve necesario mentir u omitir.
El psicoanálisis tiene la característica de hacer surgir abruptamente la biografía del psicoanalizado en breves acontecimientos, en su discurso se mezcla mentira y verdad, y sus frases sólo representan una pieza del rompecabezas. La memoria siempre esta cubierta por el un velo que no deja ver con claridad.
Lo “Real” no se transmuta en verdad, si no siempre se expresa con artificio. Existe ese obstáculo irreductible que constituye lo que Sigmund Freud llamaba la represión primaria: “Se puede seguir interpretando siempre, no existe la última palabra de la interpretación. En resumen, autobiografía es siempre autoficción”.
El principio primordial del psicoanálisis no es contar las “historias” de los psiconalizados sino interiozar en sus “vidas”, entendiéndose esta última como la subjetividad que nos hace diferentes. Por un efecto de retrospección tomamos las palabras de Sigmund Freud cuando se refiere a que no es siempre por las narraciones por las que se puede sacar a la luz una virtud o un vicio. A menudo un pequeño hecho, una palabra, una mirada, un silencio… revelan con mayor profundidad un carácter.