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"Si llega inadvertidamente a oídos de quienes no están capacitados ni destinados a recibirla, toda nuestra sabiduría ha de sonar a necedad y en ocasiones, a crimen, y así debe ser". Friedrich Wilhelm Nietzsche.

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jueves, 27 de abril de 2017

La homosexualidad femenina y el Falo.

Esta anécdota puede ser ilustrativa para comprender la homosexualidad femenina, es una historia que versa sobre un espía del sexo masculino disfrazado de mujer. Este espía se encontraba una noche en una cafetería tomando café con sus enemigos, cuando uno de estos, sospechando del intruso, simulando un accidente vierte su taza de café entre las piernas del espía, quien por el gesto espontáneo que realizó para protegerse del líquido caliente en el lugar de su mayor debilidad (pene) desenmascaró su sexo masculino. En este orden de ideas podemos imaginar la misma historia pero con una espía del sexo femenino disfrazada de hombre, para advertir que ella no tendría esa debilidad masculina, pues no tendría nada que perder o proteger en este sentido.
Ahora bien, la mujer homosexual ha exorcizado la castración que le interesa en el otro que ella es para sí misma. Pues no ha renunciado a su sexo, únicamente se ha identificado con las insignias del otro. Y la presencia del tercero masculino se hará sentir, no sólo en el cuidado que esta mujer aportará al Goce de su compañera —de lo que extraerá ella orgullo y gloria, dejando en ciertos casos sistemáticamente de lado la búsqueda de su Goce como agente de la relación sexual—, sino también en la asociación más trivial o en el sueño, donde raramente dejará de surgir ya sea el tercero masculino, o algún objeto que lo signifique. Este testimonio masculino en el sueño, anónimo y sin rostro, es, lo mismo que los objetos que marcan la huella de su paso, el elemento central del sueño. Los juegos sexuales que, en el caso típico, tienen lugar entre dos mujeres, entre las cuales está la soñante, no tienen otro sentido que desarrollarse ante ella. Para la que sueña, que, por una parte, se implica en primer grado en la escena onírica, la referencia segunda pero principal es la de la presencia masculina, cuyo punto de vista, en cierta manera, ella adopta. De manera análoga, lo que se declara como una necesidad de seguridad en amor y el deseo de consagrarse a su pareja para que ella lo pueda ser todo, no deja de coexistir con un fantasma de idolatría efectiva al margen de una relación privilegiada. El aspecto de este fantasma prueba su filiación viril imaginaria. Pero en este engaño en que la homosexual mantiene el reto, desafío permanente que lanza al hombre castrado, ¿Quién es ella? ¿Hombre o mujer?
Si volvemos a partir de la primera indicación que nos da la clínica psicoanalítica: resulta ser una fijación parental excesiva, la homosexual ha amado demasiado a su padre. Pero lo ha amado demasiado en el sentido en que ha amado demasiado a su madre con ese amor cuya inexorable y severa frustración no ha podido soportar.
Tampoco ha renunciado al objeto de elección incestuoso. Lo ha perdido, abandonado, en el sentido en que ha rechazado su amor por su madre. Pero no por ello este objeto ha desaparecido, sino que se ha erigido en su Yo, que se organiza según el modelo del objeto desaparecido. Ella introyecta las cualidades del objeto de amor, el cual, en su Yo, está psíquicamente sobrecargado. El objeto de su amor se convierte entonces en soporte de su identificación masculina.
Ella se inviste con los atributos del padre, los de la masculinidad. Y cuando un sujeto se adorna con las insignias de aquel con quien se identifica, se transforma y se vuelve el significante de esos insignias.
Las insignias se utilizarán ante aquella a quien dichas insignias mintieron cuando el padre era su portador, dejando sin respuesta el llamado a la madre, que no tiene falo, a quien debería tenerlo si no estuviera castrado, con lo cual deja abierta esa falta que interesará al niño más allá de su madre. Pero la niña puede mantener, ante todo y contra todo, que ella posee el falo, como imagen, en lo que representa.
Para estas mujeres su madre como primer objeto de amor, es secundario porque lo que interesa es la falta que ella simboliza (carencia del falo), que es el soporte identificatorio de la homosexual.
El Ideal del Yo de la mujer homosexual podrá convertirse en la falta que hay más allá de su objeto de amor. Ella podrá ocupar el lugar de esta falta, y si el objeto faltante, es decir, el falo, en la medida en que éste le ha faltado a la madre, viene a ocupar el lugar del Ideal del Yo, entonces sobreviene el enamoramiento. El amor humilde y devoto por otra mujer que es su madre reencontrada, a la que la homosexual se propondrá como el objeto que llena esa falta. Y lo hará tanto mejor cuanto que ella no tiene ese objeto, pero lo representa.
Brindará así el ejemplo del amor por nada, de ese amor completamente desinteresado que justifica la superioridad que ella pretende y que constituye para el padre un desafío en el que ella muestra qué es un amor realmente genuino. El amor a alguien, no por lo que éste tiene, sino por lo que no tiene, es decir, el pene simbólico que está en el padre, como ella muy bien sabe, puesto que él puede dárselo a la madre, y que ella sabe que no lo encontrará en la mujer que ama.
Lo que en realidad sucederá no será la repetición de las relaciones del padre y la madre, puesto que ella no ocupa el lugar del padre. Ella ha construido ese personaje ficticio, «fetichizado» por entero comprometido con la representación de la falta de su primer objeto de amor, que ella vuelve a encontrar en su compañera. Volverá a encontrar al mismo tiempo todas las vicisitudes obligatorias de la relación con la madre, y especialmente de las relaciones agresivas más originales, las primeras rivalidades. Su efecto será el de moderar o exaltar la reivindicación del aparato de su representación, es decir, el conjunto de lo que para esta clase de mujer es la serie de atributos de la masculinidad.

miércoles, 26 de abril de 2017

La angustia de violación en la niña durante el Complejo de Edipo.

Los fantasmas que acarrea el Complejo de Edipo en la niña entre los seis a nueve años de edad aproximadamente, se caracterizan por el deseo real de tener un hijo, depositado en ella por la penetración del pene paterno que ella desea obtener, acompañado de la rivalidad acérrima respecto de su madre.
Estos fantasmas son totalmente espontáneos y, surgen de manera inesperada, sin que exista necesariamente una verbalización o la observación de relaciones sexuales entre sus padres o de otros adultos, la niña llegará por sus fantasías edípicas a esta conclusión; asimismo deducirá que su vagina es pequeña para el pene de su padre que resulta volumétricamente desproporcionado. Se sigue de ello la «angustia de violación» por todos los penes a los que se puede conceder valor.
“La angustia de violación por el padre, en la edad edípica, es al desarrollo de la niña lo que la angustia de castración al desarrollo del varón”.
Se puede decir incluso que todo deseo sexual provoca una representación de reclamo de un «pene centrípeto»*, cuyo valor libidinal será igual al valor de la falta: cuanto mayor sea el reclamo, cuanto más formidable sea el pene fantaseado, tanto más fantástica será la fuerza de su portador humano; su audacia y su desprecio de los límites de lo conveniente deben ser tanto más espectaculares porque la joven enamorada reprime la representación de la imagen de determinada persona real. Si se representa a su padre, entonces su potencia mágica penetrante no tiene límites, pues él es, por la opción estructurante que ella le ha destinado desde su vida fetal, el eje que la verticaliza, que estimula sus emociones y regula su naturaleza, que estabiliza sus pulsiones en sus expresiones polimorfas perversas de su sexualidad, sirviéndoles de representación de falo simbólico, deseado pero difícil de conquistar, tanto más porque, a los ojos de la hija, pertenece en forma exclusiva a su «madre castradora».
Al identificarse y proyectarse en su madre, la niña espera en sus fantasmas, a menudo verbalizados, que un día, quizá por error, equivocándose de mujer, el padre la tomará por esposa y ambos se casarán y tendrán muchos hijos. Esta esperanza se denota visiblemente cuando la niña porta los zapatos, ropa, maquillaje, alhajas, etcétera de su madre y deambula por toda la casa, o juega con sus muñecas y las pasea en su carriola, todo esto representa para ella —dentro de su fantasía— ser la esposa de su padre o, mejor aun, está convencida de que él es posesión suya. Sólo la existencia del padre como tal permite toda esta estructuración sin que sea necesario, sin embargo, que él se ocupe activa o directamente de la educación o cuidado de su hija. Su papel fálico de dueño innegable del universo emocional de su hija es absoluto —siempre y cuando su madre brinde la pauta para que así sea— cualquiera que sea el afán que tenga la niña de conocer realmente a su padre como persona.

* Pene centrípeto simboliza la penetración en el lugar de su deseo, focalizado en la vagina. Françoise Dolto.

martes, 25 de abril de 2017

La promiscuidad y el embarazo durante la adolescencia.

La forma en que el padre responde a las dificultades que la sexualidad plantea a su hija adolescente es de crucial importancia. Si se muestra despreocupado y poco atento, la joven se siente minada y menospreciada; si el padre se muestra crítico, denigrándola, ella se sentirá desolada. Tales sentimientos pueden expresarse en la típica rebeldía adolescente, que las puede llevar a la promiscuidad, con el objetivo de obtener el reconocimiento de sí misma y de su cuerpo; este comportamiento incluye un amplio espectro de representaciones mentales.
La joven que se siente rechazada primero por su madre y posteriormente por su padre emprenderá la búsqueda de ambos, pasando de un pecho frustrante a otro pecho disfrazado de pene sin embargo, esta necesidad primaria se presenta con un disfraz sexual a causa del mundo abrumador de la fantasía, tan fortalecido y confuso por todas las características sexuales secundarias que emergen abruptamente en esa etapa de la vida. De hecho, en sus mentes, cada encuentro sexual de estas jóvenes está cargado de esperanza y desilusión a la vez. La esperanza no tarda en desaparecer para ser inmediatamente reemplazada por una intensa decepción al no hallar nunca lo que buscan: una fusión simbólica con la madre, o más exactamente, con el pecho materno y todas sus cualidades nutritivas. No son conscientes de que en realidad buscan una afectividad coherente. Esto permanece oculto a sus ojos y también a los del mundo, en el cual sus actos de rebeldía se enfrentan a la desaprobación e incomprensión del resto. Como la tranquilidad que necesitan no la obtienen del exterior, intentan generarla indirectamente desde dentro mediante fantasías de embarazo. Es ahí donde el embarazo se convierte en la prueba indiscutible de su pertenencia al género femenino.
Ahora bien, las jóvenes experimentan biológicamente que tienen un espacio interno que está listo para llenarse, no sólo de un pene sino de un bebé por medio del embarazo, incluso aunque el grado de madurez de sus aptitudes emocionales y psicológicas no sean suficientes como para enfrentarse con los profundos cambios que la maternidad implica y con sus consecuencias. Esto explica el porqué la adolescencia es una etapa tan vulnerable de la vida. Cuando se sienten inadecuadas e inseguras con relación a su feminidad, ya no son capaces de fantasear sobre los simbolismos vinculados al espacio interno; por el contrario, utilizan sus cuerpos de forma muy concreta y se embarazan, esto sucede frecuentemente con las jóvenes delincuentes y promiscuas.
Para poder comprender la promiscuidad debemos dejar de lado la sexualidad e interpretar las representaciones mentales de los cuerpos de estas jóvenes. Éstas están vinculadas a las experiencias frustrantes y perjudiciales que han tenido con sus madres siendo niñas. Básicamente la promiscuidad constituye un intento irresistible e ilusorio de crear relaciones objetales y que está condenado al fracaso, ya que en realidad la joven huye de una experiencia frustrada con una madre que considera que no ha sido capaz de criarla adecuadamente. Ahora busca compulsiva e indiscriminadamente en los hombres lo que no obtuvo en contacto con su madre y por consiguiente surgen más decepciones. Sus orígenes están enraizados en dos fuentes originarias: la madre y el padre. Tales experiencias son casos extremos de un conflicto al que las jóvenes se enfrentan en la adolescencia. Al despertarse su sexualidad interna y el desarrollo de sus características sexuales de segundo orden, sus cuerpos se asemejan al de su madre, como consecuencia directa, resucitan todos los conflictos anteriores no resueltos con la progenitora, especialmente los relacionados con la frustración y la ira, esto se ve directamente reflejado en los encuentros sexuales indiscriminados de estas jóvenes que pueden simbolizar un deseo encubierto para obtener un grado de intimidad que nunca antes han experimentado. Si en su búsqueda quedan embarazadas se regocijan, ya que ello les supone una garantía de pertenecer al género femenino. Para algunas jóvenes tan sólo el embarazo en sí mismo constituye el logro esencial, de ahí que luego intenten abortar rápidamente.
Para otras el nacimiento del bebé es algo necesario, aunque pretendan renunciar al bebé al nacer, considerándose incapaces de hacerse cargo de la criatura. Para otras el embarazo también ofrece la esperanza de una cercanía con el feto que crece dentro de sus cuerpos. En ocasiones pueden tener una sensación de triunfo sobre la madre, o bien de venganza hacia la progenitora, esto les proporciona la certeza que los sentimientos hostiles que sus madres tuvieron hacia ellas no dañaron sus capacidades de procreación. Ésta es la razón por la cual la representación mental de convertirse en madre es un proceso de tres generaciones como mínimo: una mujer se convierte en su madre y en la madre de su madre. En ocasiones, el sentimiento de venganza hacia la madre o el padre por la forma en que éstos la trataron puede ser un indicador de la futura vida del niño o la niña.

domingo, 23 de abril de 2017

Las mujeres y el reloj biológico.

En algunas mujeres el “reloj biológico” para convertirse en madres puede resultar difícil de soportar, sobre todo si han dedicado sus vidas únicamente a cuestiones laborales, regularmente al entrar a la vida adulta determinan no tener hijos para poder prosperar profesionalmente.
Generalmente las féminas con estas características acuden al psicoanalista o algún tipo de terapia a partir de los treinta años, al padecer una creciente ansiedad y ambivalencia en sus posicionamientos, provocadas por su convicción, largo tiempo mantenida, de no querer tener hijos. Comienzan a sentirse hostigadas por el tiempo y por la aproximación de la menopausia. No obstante, muchas consiguen sentirse satisfechas con su condición de mujeres a pesar de sentirse sometidas a las presiones del reloj biológico.
“Las mujeres solteras y sin hijos al borde de los cuarenta en algunos casos se sienten frecuentemente amenazadas por el «reloj biológico». Estas féminas experimentan con mayor angustia la proximidad de la menopausia que las que han sido madres o mantienen una relación afectiva gratificante y, en ese momento, la búsqueda de un hombre a menudo alcanza proporciones verdaderamente frenéticas, en esas circunstancias suelen comprometerse en relaciones poco convenientes”. Asimismo las mujeres que han abortado por un embarazo no deseado y no tienen hijos, suelen sufrir posteriormente profundas depresiones.
Por otro lado podemos observar en este tipo de mujeres que los impulsos lésbicos aparecen como resultado de renunciar a la esperanza de establecer una relación afectiva amorosa con un hombre; estos impulsos se deben a una regresión psicosexual parcial por una relación anterior con sus madres.
Estas mujeres no muestran ninguna evidencia de sentir pánico por el deseo homosexual, indudablemente ello se debe en parte a la actual aceptación social sobre la homosexualidad, que fortalece la racionalización lésbica de estas mujeres.

sábado, 22 de abril de 2017

Hacer el odio nos conduce a una sensación de tristeza o frustración.

“La demanda se satisface pero el «deseo» siempre queda suspendido en la insaciabilidad (el incumplimiento de lo imposible) esto se encuentra íntimamente relacionado con el hecho de que los sujetos en ocasiones pueden «hacer el odio» a su partenaire con la ilusión de estar «haciendo el amor», aunado a menudo, erradamente, con la esperanza que la gratificación fisiológica sea totalmente plena pero la «demanda sexual» en estas circunstancias no conduce a una sensación de contento sino de tristeza o frustración, y, lo que es más importante, a su inmediata e incesante repetición”.

El miedo de la mujer al éxito.

Generalmente los logros intelectuales, profesionales y artísticos de los hombres son considerados como algo adherente a su género, pero en el caso de las mujeres, en situaciones paralelas, a veces entran en zonas de conflicto, no sólo con la provechosa utilización de su intelecto o talento (a menudo considerada como prerrogativa del mundo del hombre), sino también con su propia feminidad, que frecuentemente está interconectada con la utilización de sus cuerpos. Es en estos momentos cuando las mujeres experimentan un proceso de escisión entre su intelecto y su feminidad. Esto atañe especialmente a las mujeres cuyas madres no han utilizado sus propias capacidades intelectuales, ya sea por falta de oportunidad en su infancia o adolescencia por cuestiones socioeconómicas; o desaprovechamiento, o bien por presión de su cónyuge.
Ahora bien, éste tipo de mujer suele sentir un temor ante el éxito en su esfera laboral, en la creencia que no sólo los hombres sino también su «madre interiorizada» tomarán represalias contra ella ante sus logros. Todo ello puede desembocar en una exageración extrema que emerge de la infravaloración de la inteligencia o talento a la vez que se equipara una supervaloración del cuerpo de la mujer con la feminidad.
Suelen presentarse a psicoanálisis mujeres profesionistas con un alto desempeño laboral y con un desahogado nivel económico, que comparándose con los hombres en las mismas condiciones, les resulta muy difícil alardear a ellas de sus logros y más difícil aun aceptarlos; y las que llegan a reconocerlo lo hacen con vergüenza o incredulidad, incluso pueden hasta manifestar que fue la «suerte» quien las llevó hasta el éxito.
Cabe destacar que estas mujeres tienen la sensación de estar rebelándose abiertamente contra los criterios tradicionales. En el transcurso de sus vidas profesionales y sociales experimentan, a pesar de ellas mismas, una reacción ambivalente cuando se les aproximan sexualmente hombres poco atractivos y poco interesantes. Por un lado se sienten humilladas y enfadadas pero, por otra parte, se sienten íntimamente tranquilas y halagadas ante tales aproximaciones que no representan una seducción comprometedora, en tanto que el hombre que posea una masculinidad atrayente podrían considerarlo potencialmente peligroso para su integridad.
De todo esto resulta el amargo poderío que se le ha asignado al cuerpo de la mujer y a su feminidad en oposición a la falta de poder asignado a la capacidad intelectual de la misma.

La importancia del Falo en la familia.

Para que la familia se desarrolle adecuadamente en el plano psicosexual, es menester que haya un «Falo» y que este falo esté del lado del padre, que este último pueda probar que ello es así, y que pueda brindarlo.
Pero si el Complejo de Castración se plantea en la familia como algo sin solución, la perturbación de la situación edípica podrá, en el límite, ser de tal naturaleza que toda la dialéctica de lo no fálico quede bloqueada.
Las ideas de Sigmund Freud lo han señalado, el sujeto fetichista niega que la mujer no tenga falo, y más particularmente su madre. El travesti, por su parte, que va más allá aún, está por entero comprometido con la representación de lo que la madre debe tener. Lo que, por lo demás, habrá de ser independiente de la asunción de su papel sexual. El travestí regularmente es padre de familia con la finalidad que le brinden el testimonio de su representación, si no con los hijos, al menos si, con su cónyuge. El travesti representa lo que la madre no tiene, pero debe tener, esto no significa que se identifique con el personaje materno sino lo que él hace es exponer el velo detrás del cual está él mismo, en tanto falo de la madre. O bien, si se prefiere, mientras que el travestí juega a convertirse en el fetiche de lo que la madre debe tener, pero no tiene, y se comporta como si existiera lo que no existe, que es justamente lo que él representa.
La mujer homosexual es ficción de ser lo que no se puede ser. La homosexualidad femenina, al no tener perspectiva abierta en el plano del intercambio, al no poder renunciar al falo que no tiene, al no poder esperarlo como don, sabe, lo mismo que todo ser humano, dónde está el falo, o al menos dónde debería estar; en aquél que no es que no lo tenga, porque no existe manera de demostrarlo: “El padre, de quien dirá ella en cuanto pueda que jamás amó a la madre como habría debido hacerlo”. Este hombre, pues, el padre, sólo puede asumir su sexo al precio de la castración.
Este orden de fenómenos en donde habrán de inscribirse las consecuencias del rechazo del amor por la madre en el momento en que alcance la genitalidad, es decir, allí donde se plantea la versión de las estructuras relacionales que la castración constituye, y a las que el mito freudiano del Complejo de Edipo da sentido. Los cimientos sobre los que el amor por la madre trata de elevarse están constituidos por las relaciones más arcaicas. Lo que será la aptitud para el amor del futuro adulto recaerá en parte en esta plataforma inicial cuya nota regresiva siempre saldrá a relucir en las observaciones que hace el psicoanálisis.
Si el sujeto recae antes en el «ser» que en el «tener» —nos estamos refiriendo al falo— esta ficción lo colocará en una posición muy delicada donde el suicidio estará siempre presente como telón de fondo en su diario vivir.

viernes, 21 de abril de 2017

Las experiencias en la vida.

Generalmente se tiene la íntima convicción que se aprende errando, sin embargo, lo que no se reconoce con tanta facilidad es que los errores repetitivos están inconscientemente vinculados a las experiencias de la infancia. Estos errores representan un intento falaz de resolver un trauma inconsciente, que siempre conduce al fracaso, he ahí la razón de la compulsividad del comportamiento.
Las palabras, acciones y actitudes de los progenitores ejercen un fuerte impacto en el hijo, y seguramente esto se repetirá cuando el niño se convierta en padre. Esto provoca que el nuevo padre se sienta alienado y temeroso de perder las representaciones mentales que tienen de él mismo en las relaciones intersubjetivas con su progenie. Por ejemplo, los sujetos que han sufrido experiencias dolorosas y humillantes en la infancia por culpa de sus padres suelen prometerse a sí mismos —secretamente— no comportarse de la misma manera. Pero el inconsciente siempre resulta ser imperativo, engañoso y, sin previo aviso algo emergerá del interior que no se reconoce como propio, y que deja estupefacto al sujeto, eso «ajeno» fue sembrado por los padres. Esa horrible voz o acción de los padres que el sujeto intenta evitar a toda costa aparece de nuevo enérgicamente en su comportamiento o actitud hacia los hijos, e inmediatamente tiene una sensación de culpa y vergüenza. Realmente la mayoría de los sujetos son dolorosamente conscientes de este hecho y que, cuanto más conscientes, más trabajan por solucionar esta intrusión interna.
El objetivo del ser humano es, no tanto llegar a ser dueño de sus actos y pensamientos porque eso es una tarea imposible de lograr, sino más bien que el Yo alcance la madurez suficiente para hacerse flexible y le permita tener la capacidad de proveerse de alternativas para afrontar lo que proviene inevitablemente del inconsciente. Esta tarea les resulta más difícil para algunos, sobre todo si se han visto sometidos a experiencias repetidamente humillantes y nocivas en sus primeros años de vida.

miércoles, 19 de abril de 2017

La sobreprotección maternal y el transexualismo.

Leslie M. Lothstein destaca en sus investigaciones con madres de hijos transexuales masculinos y femeninos, sobre la función que ejerce la madre en la etiología del transexualismo de su vástago. Según este autora: “Estas madres son incapaces de tolerar la separación e individuación de sus hijos vía identificaciones masculinas y permanecen vinculadas a sus hijos vía identificaciones femeninas. Parecen percibir la distinción del género masculino del niño como una amenaza a su propia integridad personal”. Lothstein describe un posible proceso en la educación de las hijas que se convierten en transexuales: “Estas madres experimentan también las identificaciones prolongadas y continuadas de sus hijas como una amenaza a su integridad personal. Al alejar activamente a sus hijas de las identificaciones femeninas, parecen protegerse de la fusión simbiótica y de la regresión. Nuestros datos clínicos sugieren que las identificaciones masculinas de sus hijas pueden ser parcialmente defensivas, para evitar los recíprocos deseos homicidas”.
En este orden de ideas, señala: “La propensión a trastornar una de las identidades de género del hijo varía en función del sexo del niño, las tensiones en su matrimonio, su relación con su propia madre y el actual estado de su conflicto bisexual”.
Por lo tanto, estos niños acceden a los deseos de su madre como única forma de supervivencia, y al hacerlo crean un falso sentido de sí mismos que incluye defectos estructurales del Yo y deficiencias de éste.
Esta misma idea comparte Therese Benedeck: “El psicoanálisis demuestra a menudo que los padres toman conciencia de las propias motivaciones inconscientes que dirigen hacia sus hijos, al prever el comportamiento de éstos y sus motivaciones inconscientes [...]. Parece como si padres e hijos, cual si de paranoicos se tratara, consiguieran lo que prevén con ansiedad, e intentaran a la vez evitar”.
Regularmente en estos trastornos están varias generaciones implicadas, por ejemplo la mujer que vivió su infancia junto a una madre cruel y castigadora, sometida a su propio Superyó, se identificará con su progenitora violenta cuando se convierta en madres y puede atacar con facilidad al hijo decepcionante y privado de un ambiente estable. Ésta madre seguramente experimenta a su hijo como un ser que no satisface sus propias motivaciones inconscientes al momento de ejercer la maternidad (Brandt Steele).

El orgasmo en el parto.

El psicoanálisis a develado que algunas mujeres sólo son capaces de percibir plenamente sus cuerpos cuando están siendo penetradas durante las relaciones sexuales. Además su vagina se vuelve mayormente sensitiva, por lo que constatan que hay un órgano que responde de forma complementaria al “Otro”.
Esta misma sensación también se puede dar durante el trabajo de parto. Según las antiguas historias, como nos recuerda Eugénie Lemoine-Luccioni, con el embarazo no sólo da por resultado que nazca un bebé sino que a veces llega activar un orgasmo vaginal intenso y, como prosigue el mito, la procreación puede incluso curar el problema de la frigidez en la madre primigenia.

El amamantamiento y el placer sexual de los pechos.

La mayoría de las mujeres manifiestan que cualquier placer sexual relacionado con sus pechos cesa no sólo durante el embarazo, sino mucho tiempo después de que tenga lugar el destete. Muchas de ellas describen este fenómeno como una insensibilidad plausible de sus pechos cuando son nuevamente estimulados por su partenaire en el momento que reanudan sus relaciones sexuales, esto les asombra porque anteriormente estaban muy conscientes del grado de excitación erótica que alcanzaba esa parte de su cuerpo.
Por otro lado también podemos observar, en menor cantidad, madres que han amamantando a sus hijos, incluso por varios años, y les resulta sexualmente gratificante. Para estas madres les parece que con la llegada del bebé, sus pechos cobran un redundante punto erótico, y que su derecho a obtener este placer queda reemplazado por la nueva función —mucho más vital por su función principal— como es la nutrición de su progenie.

El amamantamiento y el placer sexual de los pechos.

La mayoría de las mujeres manifiestan que cualquier placer sexual relacionado con sus pechos cesa no sólo durante el embarazo, sino mucho tiempo después de que tenga lugar el destete. Muchas de ellas describen este fenómeno como una insensibilidad plausible de sus pechos cuando son nuevamente estimulados por su partenaire en el momento que reanudan sus relaciones sexuales, esto les asombra porque anteriormente estaban muy conscientes del grado de excitación erótica que alcanzaba esa parte de su cuerpo.
Por otro lado también podemos observar, en menor cantidad, madres que han amamantando a sus hijos, incluso por varios años, y les resulta sexualmente gratificante. Para estas madres les parece que con la llegada del bebé, sus pechos cobran un redundante punto erótico, y que su derecho a obtener este placer queda reemplazado por la nueva función —mucho más vital por su función principal— como es la nutrición de su progenie.

El Complejo de Edipo en la pareja.

En la pareja existen de manera frecuente triangulaciones directas e inversas, que constituyen «guiones inconscientes» que en algunos casos pueden destruir el vínculo, y en el mejor de los casos reforzar su intimidad y estabilidad.
¿Qué significa la triangulación directa? Son fantasías inconscientes que surgen en ambos partenaires con un tercero, un miembro idealizado del género del sujeto que fantasea: ese tercero representa al rival edípico. Esta triangulación se puede observar en la típica escena de celos sin fundamento real alguno.
Ahora bien, en un contexto “normal” hombres y mujeres temen consciente o inconscientemente la presencia de un sujeto que pueda brindarle mayor satisfacción sexual a su partenaire; este tercero es el origen de la inseguridad emocional en la intimidad sexual, y de los celos como señal de alarma que protege la integridad de la relación.
¿Qué es la triangulación inversa? Es la fantasía compensadora y vengativa de tener una relación con un sujeto (amante) que no es el partenaire, un miembro idealizado del otro género que representa el objeto edípico deseado, con lo cual se establece una relación triangular. Así el sujeto es cortejado por dos miembros del otro género (partenaire y amante), en lugar de tener que competir con el rival edípico del mismo género tiene tangible al objeto edípico idealizado del otro género.
En vista de estas dos fantasías universales (triangulación directa e inversa), en la intimidad de la cama siempre es compartida al menos por seis sujetos: la pareja, sus respectivos rivales edípicos inconscientes y sus respectivos ideales edípicos inconscientes.
Una forma que toma a menudo la agresión relacionada con los conflictos edípicos (en la práctica psicoanalítica y en la vida cotidiana) es la colusión inconsciente de ambos partenaires para encontrar realmente un tercer sujeto que represente, de manera condensada, el ideal de uno y el rival del otro. Esto implica que lo más frecuente es que la infidelidad marital, las relaciones triangulares breves y las duraderas, reflejen colusiones inconscientes en la pareja, la tentación de escenificar lo más temido y deseado (Complejo de Edipo).
En la infidelidad entra una dinámica homosexual y heterosexual, porque el rival inconsciente es también un objeto deseado sexualmente por el conflicto edípico negativo: la víctima de la infidelidad a menudo se identifica inconscientemente con el partenaire que traiciona, en fantasías sexuales acerca de la relación de este último con el rival odiado con celos.
Cuando la patología narcisista severa en uno o ambos miembros de la pareja hace imposible que haya capacidad para los celos normales —una capacidad que implica lograr una cierta tolerancia a la rivalidad edípica—, es fácil que estas triangulaciones se escenifiquen.
La pareja capaz de mantener su intimidad sexual, de protegerse contra la invasión de terceros, no sólo conserva sus límites convencionales obvios sino que también reafirma, en su lucha contra los rivales, la gratificación inconsciente de la fantasía del tercero, un triunfo edípico y una sutil rebelión edípica al mismo tiempo. Las fantasías sobre el tercero son componentes típicos de las relaciones normales. La antítesis de la intimidad sexual que permite el goce de la sexualidad perversa polimorfa es el disfrute de fantasías sexuales secretas que, de manera sublimada, expresan la agresión hacia el objeto amado.
La intimidad sexual nos presenta entonces una discontinuidad más: la discontinuidad entré los encuentros sexuales en los que ambos partenaires quedan completamente absorbidos y se identifican recíprocamente, y los encuentros sexuales en los que se escenifican guiones fantaseados secretos, con lo cual se lleva a la relación las ambivalencias irresueltas de la situación edípica.

El trío sexual, psicoanálisis.

La conclusión a la que llega William Ronald Dodds Fairbairn es que la experiencia de los límites entre hombres y mujeres sólo puede superarse cuando la destrucción simbólica del otro como sujeto, permite emplear los órganos sexuales de él o ella como dispositivos mecánicos sin ningún compromiso emocional.
“El asesinato sádico es la consecuencia extrema pero lógica del esfuerzo por penetrar en el partenaire hasta la más profunda esencia de su ser, y de este modo se suprime toda sensación de estar excluido de esa esencia”.
En circunstancias más moderadas, la perversidad —el reclutamiento del amor al servicio de la agresión— transforma la intimidad sexual profunda en una mecanización del sexo, derivada de la desvalorización radical de la personalidad del otro.
La perversidad que se manifiesta en las parejas que participan en «tríos sexuales» o «sexo grupal» podemos constatar la sexualidad perversa polimorfa característica de la infancia. Después de seis a doce meses de llevar a cabo frecuentemente estos encuentros, desaparece en los sujetos la capacidad para la intimidad sexual (y, en realidad, para toda intimidad) Gilbert D. Bartell.
En estas circunstancias, la estructura edípica tiende a quedar desmantelada por lo que la excitación sexual disminuye considerablemente, la participación sexual directa se vuelve escasa y el sujeto pasa al plano del voyeurismo casi exclusivamente. Esto presenta un marcado contraste con los efectos estabilizadores que mantiene la pareja con respecto de una relación sexual triangular real.
En la relación de pareja heterosexual se alcanza un equilibrio que permite el «acting out»* de la agresión no integrada, mediante la escisión del amor y la agresión; se logra el «acting out» de la culpa inconsciente por el triunfo edípico, manteniendo con esto una relación amorosa plenamente satisfactoria.

*En psicoanálisis «acting out» es un término utilizado "para designar acciones del sujeto que presentan casi siempre un carácter impulsivo, relativamente independiente al curso de sus actividades, en contraste con los sistemas de motivación habitual del sujeto.
En el surgimiento del acting out el psicoanalista ve la señal de la emergencia de lo reprimido. Estos actos, más que formas de actividad racionalmente emprendida, son repetición de situaciones padecidos en la niñez o intentos de poner fin a conflictos de la infancia. El sujeto utiliza una situación real, de algún modo vinculada, por asociación, con un conflicto infantil reprimido, como una oportunidad de descarga.

lunes, 17 de abril de 2017

Ateísmo, psicoanálisis.

El sujeto que se manifiesta contundentemente como ateo, que ataca deliberadamente la creencia religiosa ¿Qué motivo tiene para pensar así? La razón proviene desde su remota infancia, por un Complejo de Edipo mal resuelto.
La hostilidad que manifiesta este sujeto contra Dios (autoridad celestial) va realmente dirigida contra su padre (autoridad terrenal) de manera inconsciente.
Cabe señalar que todo pensamiento inconsciente que alcance la consciencia, será rechazado de manera inmediata por esta última, un «mecanismo de defensa» utilizado para rechazarlo, es la proyección.

Todos los hombres son machistas.

Realmente todos los hombres son «machistas» en menor o mayor grado, ya que presentan «prejuicios arraigados» contra la feminidad; si efectivamente desean «aminorar» ese machismo deben conocer el funcionamiento de la psique para comprender su postura al respecto.
Existe un dicho que dice: “Detrás de cada hombre, siempre hay una mujer”, y en efecto eso resulta ser verdad: la madre.
El machismo surge por el desprestigio que el niño varón le otorga a su madre para desidentificarse de ella y poder lograr una identificación adecuada con su padre, esto ocurre durante el Complejo de Edipo, dando pauta para el sano desarrollo psicosexual infantil, pero lamentablemente con ello quedan también desprestigiadas todas las mujeres, ya que la etapa edípica deja siempre remanentes. Pero ¿De dónde surge ese desprestigio del infante hacia su madre?
Primeramente el niño o la niña fantasea que su madre tiene falo (madre fálica) con lo que hace omnipotente y la progenitora conserva así su perfección. Pero pasado algún tiempo el infante se percata que las demás féminas no tienen falo, aunque por algún tiempo se resista a aceptar la realidad, tarde o temprano termina convencido, entonces lo único que le queda por hacer es aceptar que su madre está castrada.
Ahora bien, si en el infante persiste la idea —dentro de su fantasía inconsciente— que la madre sigue poseyendo el falo, esto provocará graves trastornos para su salud mental que se manifestará en perversión o psicosis.
Si bien es cierto que el niño o la niña fantasea por algún tiempo que su madre tiene falo, lo lleva a cabo porque le causa mucha ansiedad aceptarla sin esa representación.
En el momento que el infante acepta la castración de su madre, queda desprestigiada por esa falta. Esto dará la pauta —como lo señalamos— para desidentificarse de ella y poder identificarse con su padre.
El niño convertido en hombre llevará por el resto de su vida ese remanente edípico de manera inconsciente, he ahí el origen del machismo que expresará de alguna u otra manera.
Muchos hombres cuando aman profundamente a su partenaire proyectan inconscientemente en ella a su propia madre, por lo que se ven impedidos en su deseo de tener relaciones sexuales con su pareja, esto se manifiesta por medio del síntoma: disfunción eréctil, eyaculación precoz, etcétera.
Concluyendo se puede decir que el machismo es la vigencia de la sexualidad infantil edípica en el adulto.

domingo, 16 de abril de 2017

El miedo de la mujer ante el sexo y la huida del hombre ante el amor.

El destino que le depara a la mujer ante el encuentro sexual con el hombre lo percibe primeramente como peligroso, su propio deseo le causa gran desconfianza, contrariamente a lo que le sucede a él.
Si la fémina aun se encuentra en edad fértil (independientemente que tenga hijos o no) no puede concebir ese encuentro ante el hombre sin proyectar consciente o inconscientemente en él su posible fertilidad.
Gracias al lenguaje, a la mujer se le ha concedido la noción de su feminidad, de nuevo es el intercambio verbal, con una mujer de su confianza, amiga, hermana, madre..., la que en un momento dado, si llega a suceder, podrá orientarla para liberarla del peligro que corre de ceder a las reclamos del hombre, o bien del temor a ser frígida, cuando no experimenta ni deseo ni amor.
Para Françoise Dolto, el peligro reside en el hecho de que, en estas condiciones que crean la insensibilidad sexual, estas mujeres, creyéndose frígidas, se atreven a interrumpir el método anticonceptivo que usan con cualquier pretexto para asegurarse de que son mujeres al menos para la concepción. Aquí, el aborto se puede convertir en la experiencia mutiladora de un ritual para asegurarse de esa feminidad.
Ahora bien, «La realización de su deseo en el orgasmo completo exige de la mujer una total participación en el encuentro emocional y sexual con su partenaire, lo que constituye un problema para lo que hay de «fálico» (masculinidad inconsciente) en su narcisismo, pues la entrega íntima de ella al hombre, su narcisismo lo ignora». Este encuentro no se hace en la dimensión narcisista de la ensoñación, que no haría más que entorpecerlo o llevarlo al fracaso. «El coito es el acto surrealista en el sentido pleno del término, “una desrealizacíón” que marca la pérdida para el hombre y la mujer de su referencia común y complementaria al falo»* Esta pérdida común es la que permite la apertura del campo poético del encuentro entre un hombre y una mujer. Ella se entrega en ese momento, rozando siempre el peligro que constituye el riesgo femenino por excelencia en el encuentro amoroso: el de sentir «convertirse en nada» (el orgasmo representa una pequeña muerta en la mujer). Esto es lo que, más que el hombre, la hace sensible a la valorización narcisista que recibe de él después del orgasmo, la que le reconoce el valor de su entrega íntima que hace de su sexo que se asocia, inconscientemente para ella, a la pérdida de su valor; por eso espués del coito la mujer suele preguntar: ¿Me amas?
Para Dolto en toda su obra mantiene la idea, según la cual, para la mujer, «lo que no es nombrado no es nada». Así, el hombre tiene que aprender que con ella «no funciona sin decirlo», sin la apreciación ética y estética que él le brinda en palabras a fin de exorcizar la «nada» deshumanizadora que la amenaza en cada encuentro sexual: Te amo y te deseo son las palabras que anhela escuchar ella; pues, para Dolto, «una mujer, en cuanto a su sexo, no se conoce nunca». «La mujer se arriesga a esta desrealización, sentida como una amenaza, por el abandono total de su narcisismo, que se convierte en la condición de su placer sexual». Precisamente —nos dice Dolto— en este umbral de las «pulsiones de muerte», en un abandono de ella misma hace al entregarse, es lo que puede atraer al hombre de manera narcisista pero también puede despertar en él la “angustia de castración primaria” y devolverlo al sadismo remanente de las pulsiones arcaicas, razón por la cual el hombre abandona a la mujer después de poseerla carnalmente. Así, en la singularidad que ella le refleja, el deseo femenino de ser tomada y penetrada puede ser inimaginable por el hombre, presionado como está a menudo para interpretarlo como un acto masoquista, y le hace refugiarse en este temor que le sobrecoge desde el momento en que ella le desea y se decide amarlo firmemente. «El hombre puede retroceder ante este vértigo que ella le hace presente como todo niño pequeño ante el sexo desnudo de la madre» . Ésta es la versión de Dolto del desfase amoroso del hombre y de la mujer: Mientras que ella era ante el coito, ante lo que tenía tendencia a huir, pero en el primer orgasmo sintió producirse en ella una mutación, ahora es el turno de huir del hombre, ante ese amor y el deseo de esa mujer que le debe su serena madurez y la fidelidad de su deseo por él”.