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Psicoanálisis & Psicopatología

"Si llega inadvertidamente a oídos de quienes no están capacitados ni destinados a recibirla, toda nuestra sabiduría ha de sonar a necedad y en ocasiones, a crimen, y así debe ser". Friedrich Wilhelm Nietzsche.

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martes, 15 de octubre de 2019

La aventura sexual.

“Sin misterio no hay curiosidad, sin fascinación no hay seducción. El misterio alimenta el deseo. La fascinación lo satisface”. Luis del Olmo.

Existe un mecanismo esencial que subyace en la promiscuidad tanto en mujeres como en hombres casados donde regularmente manifiestan que sólo las relaciones sexuales con el cónyuge les proporciona una satisfacción completa, por lo que las «aventuras extraconyugales» satisfacen otras necesidades emocionales, por ejemplo el deseo de reasegurarse de que seguir siendo atractivos, sentir la emoción de la novedad, o bien puede ser una hostilidad inconsciente hacia el consorte traducida en venganza (infidelidad). Cuándo se presenta de forma abierta y consciente es el deseo de conquistar en el caso de los hombres; o de sentirse deseadas cuando se trata de las féminas.
Si bien es cierto que la mayoría de hombres y mujeres admiten que es necesario una relación permanente y estrecha con el otro para establecer una confianza mutua que sirva de base para un vínculo profundo y lograr una empática para un placer sexual pleno.
Ahora bien, en la promiscuidad no se busca ese fin ya que este se ve desplazado por el deseo de impresionar, de sobresalir en comparación con otras parejas sobre todo en el plano sexual, así el hombre trabaja sobre las innibiciones sexuales de ella para que disfrute de la plenitud sexual. En una palabra, esas copulaciones son consideradas casi siempre, no como una “simple aventura sexual” sino como lo que podríamos denominar: “aventuras de conquista”.
En la literatura se describe a menudo a “Casanova” y “Mesalina” como un sujeto que apuntala su Yo inseguro convenciéndose a sí mismo y a los demás de que posee seguridad, fortaleza, que conoce los artilugios de la conquista (en el caso de los hombres), o la habilidad de ser deseable (en el caso de las mujeres).
Cuando nos referimos a los hombres que representan a Casanova, ellos expresan regularmente que lo más emocionante no es el coito en sí donde obtienen el máximo placer sino más bien lo que les proporciona el goce es la conquista y el cortejo para brincarse hasta el orgasmo que logran suscitar en la mujer lo que simboliza realmente el éxito, pues demuestra la conquista consumada. Si no se consigue que la fémina logre su orgasmo entonces el coito resulta ser vacuo porque no se logró triunfar en el psiquismo de ella de la forma esperada.
Resulta interesante advertir la recurrencia continua de la conversación de este tipo de hombres, cada vez que se hace referencia a alguna mujer recatada sexualmente, donde aluden que le hubieran hecho de «todo» en la cama como sinónimo de humillación, permitiendo así que el hombre se sienta superior. Estas mujeres reservadas y vistas como inalcanzables constituyen un desafío permanente y parecen ser sumamente atractivas en un sentido sexual para el sujeto con las características de Casanova o Don Juan. Mientras la fémina se mantengan a distancia y se rehúse a la relación sexual, siguen siendo atractivas, desafiantes y sobre todo todo admiradas. En cuando se rinden, de inmediato pierden su valor y son desechadas, perdiendo la emoción que entrañaba después del coito. Generalmente estos hombres se alejan casi inmediatamente después de la mujer conquistada.
Podemos decir que, en nuestra cultura, si la pareja posee un vínculo afectivo estable y es gratificante el trabajo sexual entre ellos, la monogamia parece ser muy preferible a la infidelidad como canal para lograr una completa satisfacción sexual, pero por otro lado dicha monogamia no satisface las necesidades narcisistas con algún tipo de inseguridad yoica.


domingo, 2 de junio de 2019

Pronto volveré...

Pronto volveré...
jueves, 14 de diciembre de 2017

Un apunte sobre el duelo.

“Mi avidez de agonías me ha hecho morir tantas veces que me parece indecente abusar aún de un cadáver del que ya nada puedo sacar”. Émile Michel Cioran.

Para algunos existe un miedo mayor a la muerte: el miedo a la locura, pero para fortuna no a todos les toca, pues como decía Jacques-Marie Émile Lacan: “No es loco quien quiere”; aunque teóricamente esto una posibilidad, cuando se presenta un desenlace “fatal”, a partir del momento que muere o nos separamos del ser querido con lo que se puede perder el sentido de la “cordura”, ¡Si es que existe verdaderamente la cordura! Con esto las palabras y los actos dejan de tener el significado que estamos acostumbrados a darles. Después que se ausenta el ser amado, en ocasiones llega a esfumarse la capacidad de poder controlar todo lo que nos habita, nuestros comportamientos se vuelven extraños, hasta para nosotros mismos.
Guy Le Gaufey expresó: “La presencia siempre tiene un vacío, y el vacío es la cuestión de la relación”; aunque el ser querido se haya ido sigue con nosotros y ese «vacío es el que mediatiza la relación con los otros»; a partir de que el sujeto acepta su “Falta”, puede desplazar su deseo a otros lados y dejar atrás toda esa persecución de la totalidad.
Jean Allouch cuestiona al texto de Sigmund Freud “Duelo y melancolía”, en cuanto al duelo y al objeto; proponiendo que el objeto no es «sustituible», el duelo no es cambiar al objeto, sino «modificar» la relación con el mismo; perder a alguien es también perder una parte de sí.


La finalidad del psicoanálisis.

Posiblemente el último y esperado logro del psicoanálisis sea ayudar a un sujeto a que pueda vivir su soledad, sin tristeza y tal vez con ello, modifique un poco, su destino.


La utopía de la libertad del sujeto.

¿La libertad? Sofisma de la gente sana. Émile Michel Cioran.

Existe una similitud entre el universo y la vida humana, ninguno de los dos tienen sentido porque no fueron hechos con ningún plan, simplemente se presentan caóticos. El desafío que tiene cada ser humano es encontrarle sentido a su vida que, quizás, no lo tenga en este universo.
Gracias al psicoanálisis fue posible el descubrimiento del inconsciente, contribuyendo con un aporte tan cierto como doloroso: “la libertad no existe, es únicamente una ilusión”. Basta con observar lo que llamamos “lapsus” para comprender que hombres ni mujeres ni siquiera poseen la libertad ni el dominio del lenguaje que utilizan para comunicarse, más bien es el lenguaje el que los utiliza sin consideración alguna; por ejemplo cuando el hombre se dirige a su “amada pareja” pero pronuncia otro nombre ¿Acaso se trata del nombre de la expareja o de alguna mujer que lo inquieta? En ese lapsus existe una ruptura que se produce cuando el inconsciente sale por delante de nosotros, se abre una brecha entre la libertad de decir y lo que realmente se dice.
Cuando el psicoanálisis se refiere a una persona lo denomina “sujeto” por estar sujetada a su inconsciente por las “cadenas del lenguaje” y, a partir de este hecho, esa anhelada libertad se vuelve imposible. Y tal vez este sea uno de los más grandes retos de la condición humana: soñar, luchar e incluso dar la vida por una libertad que está, desde el inicio, perdida para siempre. Es aquí donde el psicoanálisis encuentra un espacio para desenvolverse. No para apostar a la utopía de convertir a un sujeto en alguien libre, sino para propiciar que, al menos, transite sin zozobra por los caminos que le marca su Deseo.


La intimidad corporal.

¿Cómo llegó a ser socialmente aceptable que un hombre insista en sus derechos sexuales cada vez que lo desea, mientras que la mujer los debe reprimir? ¿Se deberá posiblemente al hecho de que ante la violación la mujer es un ser relativamente indefenso por sus condiciones físicas? Esto debió ejercer cierta influencia en el desarrollo de muchas culturas. Sin embargo, con frecuencia se ha demostrado que incluso la violación no resulta demasiado sencilla si no hay cierta “cooperación” por parte de la mujer.
El trastorno neurótico del vaginismo ilustra que en algunas circunstancias, esa renuencia inconsciente a tener relación sexuales puede bloquear en forma significativa la libido del hombre. Si bien la fuerza física superior de éste puede ser un factor importante en la frecuencia de condescendencia pasiva femenina, también deben existir otros factores.
Para encontrar algunas respuestas debemos examinar los aspectos socioculturales que son significativos en este sentido, y que cuentan con cierta “aprobación” tanto de hombres como de mujeres en el sentido de la creencia que la pulsión sexual femenina no es tan apremiante como la masculina; por consiguiente, para ellas no es necesario satisfacerlo de forma inmediata. Aunque poco a poco se ha ido abandonando esta idea con la creciente tendencia de la mujer de afrontar y asumir en plenitud su sexualidad, siendo capaz de expresarlo ante sí misma, ante sus congéneres, ante su pareja, ante la sociedad en general, aunque ya en la intimidad del lecho no siempre se ponga lamentablemente en práctica, también existen otras féminas que dicha libertad sexual les atemoriza. Además, y en forma casi simultánea, otro aspecto importante de la vida sexual de la mujer ha ido perdiendo importancia, esto es, la posibilidad de tener hijos. La maternidad ya no es algo deseado por muchas de ellas. Por cierto, un tema muy amplio para investigar sus causas desde el psicoanálisis.
Hasta hace unas cuantas décadas se suponía que las necesidades sexuales de la mujer eran casi inexistente, se esperaba que ellas fueran capaces de controlar sus deseos sexuales en todo momento, por lo que un embarazo fuera de matrimonio denotaba debilidad o concupiscencia de la mujer. La participación del hombre en dicho embarazo era mirado con más tolerancia, y éste no se hacía merecedor de ninguna o casi ninguna deshonra social.
El hecho de que la mujer pudiera ocultar mucho mejor su excitación sexual a comparación del hombre, contribuyó en parte a la propagación de la idea que estableció cierto patrón en el que la obediente fémina se ofrecía a su pareja sin participar activamente en el coito. Muchas mujeres “normales” aceptan esta situación, pero seguramente en el fondo les resulta muy difícil asumir. Cabe agregar que un considerable número de hombres les causa cierta “incomodidad” cualquier expresión de intensa pasión de su pareja. Incluso existen hombres que les puede causar repugnancia si su mujer responde voluptuosamente en el intercambio sexual. Esto puede llevar a la fémina a ocultar su deseo sexual, incluyendo el orgasmo, sintiéndose desgraciada y furiosa.
Ahora bien, no sólo encontramos en las mujeres frígidas —quienes al advertir su ineptitud como compañeras sexuales— tratan de compensarla de la mejor manera posible con una entrega sin participación; en muchos casos, descubrimos también esa actitud aun en las mujeres con una respuesta sexual adecuada; ellas han aceptado la idea de que las necesidades del hombre son más importantes que las suyas y que, por ende, los deseos y las necesidades de aquél son soberanas.
La creencia errónea de que la vida sexual de la mujer no es tan apasionada ni perentoria como la del hombre, puede dar lugar a dos lamentables situaciones: puede inhibir la natural expresión de deseo de la mujer por temor a parecer una prostituta, o bien puede llevarla a creer que debe estar dispuesta a avenirse en todas las ocasiones que lo desee el hombre, por lo que vale decir, que ella no tiene ningún derecho propio para manifestarse u oponerse respectivamente. Ambos extremos representan un obstáculo en ella para su expresión espontánea con lo que surge el resentimiento y el descontento. Esto aunado al poco interés del hombre por despertar la pasión de ella y de la escasa importancia que le brinda al arte de amar, lleva a la pareja a un inevitable fracaso.
Cuando se desvaloriza un aspecto importante de la vida de un sujeto, ello tiene un efecto negativo sobre su autoestima. Lo que una mujer tiene en realidad para ofrecer en materia de correspondencia sexual se convierte en algo despreciable, y esto desvaloriza su Yo y su apariencia corporal.
La segunda manera en que nuestra cultura ha subestimado el patrimonio sexual de la mujer es desvalorizando sus genitales. En la terminología clásica, esto está relacionado con la idea de la “envidia del pene” (Teoría propuesta por el psicoanálisis) lo que nos convierte en una sociedad falocentrista. Pero debemos señalar enfáticamente que la idea de la “envidia del pene” es un concepto masculino: “Es el hombre quien experimenta al pene como un órgano valioso y supone que las mujeres también deben compartir ese sentimiento”. Pero es una idea ingenua pensar que una mujer realmente pueda imaginar portar su propio pene y con eso gozar, como lo hace el hombre con el suyo; más bien se percata de las ventajas socioculturales que tiene, quien porta un pene*.
Lo que una mujer necesita es más bien sentir la importancia de sus propios órganos y la aceptación de su cuerpo en general, y que cada una de sus funciones constituye una necesidad básica para consolidar su autoestima.
La mujer de complexión robusta, morena y baja de estatura tal vez crea que sería más deseada por los hombres si fuera rubia, alta y delgada; en otras palabras, si fuera otra persona. La solución de su problema —desde el psicoanálisis— no reside en el hecho de volverse rubia sino en descubrir por qué no se acepta tal como es. El psicoanálisis revelará que alguna persona significativa durante sus primeros años de vida prefería a las rubias, o bien que el hecho de ser morena se ha asociado con alguna otra característica inaceptable.
En nuestra cultura, la relación sexual ha merecido la desaprobación por el puritanismo. El ideal puritano consiste en la negación del placer erótico corporal, y esto hace que los deseos sexuales se conviertan en algo vergonzoso. En nuestros días seguimos encontrando indicios de esta actitud en los sentimientos expresados por ambos sexos. También existe otra actitud que desvaloriza la sexualidad, en particular la sexualidad femenina. Estamos inmersos en una sociedad que pone gran énfasis en la pulcritud. Para muchos sujetos, los genitales entran en la categoría de órganos excretorios, asociándose así con la idea de algo sucio. En el caso del hombre, parte de esa consigna desaparece porque él se libra de la menstruación. La mujer, en cambio, es quien la presenta y, cuando su actitud se ha visto fuertemente influida por el concepto de algo sucio o desagradable, ello acrecienta su sensación de ser inaceptable, y esto aunado a la opinión de su partenaire de que efectivamente sus flujos menstruales tienen un olor nauseabundo, fortalecen el convencimiento de la fémina de que los desechos de sus genitales son verdaderamente repugnantes.
El desenfrenado placer que el niño experimenta frente a su cuerpo y a los flujos que emanan de él comienza a reprimirse a edad muy temprana, Esto constituye una parte fundamental de la educación básica. A la mayoría de las personas les resulta muy difícil aceptar el efecto pernicioso que esto constituye sobre la vida psíquica y emocional del sujeto; si esa actitud fuera más permisiva entonces algunos trastornos que presentan ciertos sujetos sencillamente no existirían. Lo que ocurre es que ese tipo de educación, implementado por el mercado de consumo capitalista ha creado una especie de actitud repulsiva hacia los flujos corporales.
La moralidad de esfínter, como la llamó Sandor Ferenczi, se extiende más allá del control de la orina y de las heces; en cierto modo, incluye también a los flujos vaginales, semen, sudor, mucosidad, etcétera. Es evidente que estos flujos tienen una enormemente influencia en las actitudes que toman hombres y mujeres al respecto, que pueden llegar a ser completamente repugnantes. Ese intento de algunos sujetos de controlar la expulsión del excremento, orina, etcétera, aunque de manera incipiente, dado que es una cuestión biológica que está más allá de la capacidad psíquica del sujeto para retener, nos muestra claramente como se ha creado un sentimiento de inaceptabilidad y suciedad al respecto.

*Desde el psicoanálisis existen algunas mujeres que efectivamente desean poseer un pene propio, pero únicamente el análisis puede confirmar esto, lo que obviamente las ubica dentro de la psicopatología.


La mujer que se siente utilizada sexualmente.

“Cuando la edad enfria la sangre y los placeres son cosa del pasado, el recuerdo más querido sigue siendo el último; y nuestra evocación más dulce, la del primer beso”. Lord George Gordon Noel Byron.

Erich Seligmann Fromm señaló que las diferencias biológicas en la experiencia sexual pueden contribuir a un énfasis mayor en algunas tendencias caracterológicas de hombres y mujeres. En el caso del hombre, es preciso que sea capaz de una «erección sostenida» para ejecutar el acto sexual, mientras que no existe ningún requisito previo en el caso de la mujer. Esto puede tener —según Fromm— un efecto definido sobre las tendencias caracterológicas generales, lo que en consecuencia le otorga al hombre una mayor necesidad de demostrar, de ser creativo, de tener poder; mientras que la necesidad de la mujer se orienta más en la dirección de ser aceptada, de ser deseable.
Ahora bien, la satisfacción de la fémina depende de la virilidad del hombre, y el temor de ella se deposita principalmente en ser abandonada; en el hombre su miedo radica en el fracaso para satisfacer a su partenaire. Fromm señala que la mujer puede ser accesible sexualmente en cualquier momento y de esta forma brindar satisfacción al hombre, pero las posibilidades que éste tiene de satisfacerla escapan a su control, ya que no siempre le es posible tener una erección, por más que lo desee.
Debemos agregar a esto la importancia que tiene para cada integrante de la pareja, el obtener su propia satisfacción. Al menos el hombre obtiene alguna satisfacción fisiológica en su desempeño sexual. No cabe duda de que algunas experiencias pueden ser más placenteras que otras, e incluso puede experimentar una eyaculación hasta con un mínimo de placer. El hombre no puede obligar a su pene a una erección para el intercambio sexual; en cambio, la mujer puede tener relaciones sexuales cuando no experimenta ningún impulso erótico o, a lo sumo, siente sólo una débil excitación, aunque esto con frecuencia la embarcada en una experiencia insatisfactoria. Lo único que puede obtener en estas circunstancias es una satisfacción sustitutiva del placer que expresa su partenaire con ella.
Durante el psicoanálisis las mujeres confiesan regularmente resentimientos contra su pareja por haberse sentido —en algunas ocasiones— utilizadas sexualmente, o enojadas consigo mismas por haber “consentido” tener relaciones sexuales con su partenaire con el único fin de procurarle placer a él. En muchos casos esto se reprime con una actitud de resignación.
Cuando las mujeres manifiestan sus experiencias sexuales, es frecuente recibir esta respuesta: “Está bien. Él no me molesta demasiado si accedo a sus deseos”. Esta actitud puede subsistir aunque exista un lazo amoroso; vale decir, incluso cuando la fémina no ha sido intimidada con amenazas o violencia pero aun así se siente resentida. Pudiendo sentir sencillamente que sus intereses no merecen ser tomados en cuenta.
Es obvio que, para la mujer, el acto sexual resulta satisfactorio sólo cuando ella participa libre y activamente, con su propia iniciativa y forma. Si fuera capaz de hacer una libre elección, ella no daría su consentimiento a menos que realmente deseara participar en el coito. Siendo así, quizás resulte provechoso examinar la situación en la que la mujer se somete con poco interés o ninguno en absoluto. Desde luego, hay ocasiones en que ella auténticamente desea hacerlo por el amor que la une a su partenaire; esto no le crea problemas. Más a menudo la causa es una sensación de inseguridad en la relación; esta inseguridad puede obedecer a factores externos, por ejemplo si su pareja insista en tener cierto tipo de actividad para la gratificación sexual, o bien si ella reprime algún deseo erótico por temor a que su partenaire “piense mal” de ella por proponerlo o ponerlo en práctica. La inseguridad también puede deberse a los propios sentimientos de inadecuación de la mujer, los cuales pueden haberse originado sencillamente en el hecho de que la fémina se solidarice con los roles culturales de que sus propias necesidades no son tan perentorias como las del hombre; asimismo es posible que tenga dificultades neuróticas personales.


Un apunte sobre la prostitución, la homosexualidad y los celos en las mujeres.

El Complejo de Castración de la niña (o el descubrimiento de la diferencia anatómica. entre los sexos) que, según Sigmund Freud, marca el comienzo de su actitud edípica positiva (normal) y la hace posible, tiene su correlación psíquica como en la del niño (varón), y es sólo está correlación es la que le presta su enorme significación para la evolución mental de la niña.
En los primeros años de su desarrollo como sujeto (dejando de lado las influencias filogenéticas que, desde luego, son innegables), la niña se comporta en forma exactamente igual a un niño (varón), no sólo en lo referente al onanismo, sino en otros aspectos de su vida mental: en su meta amorosa y en su elección de objeto ella también desea a su madre. Una vez que ha descubierto y aceptado plenamente el hecho de que la castración ha tenido lugar, la niña se ve obligada a renunciar definitivamente a su madre como “primer objeto” y además a abandonar la tendencia activa y de conquista de su meta amorosa, también la práctica del onanismo clitoridiano. Posiblemente aquí encontremos la explicación de un hecho que hace mucho nos es familiar; a saber, que la mujer que es completamente femenina no conoce ningún «amor objetal» en el verdadero sentido de la palabra ¡Sólo puede dejarse amar! , Así, las concomitancias mentales del onanismo fálico hacen que la niña normalmente reprima dicha práctica en forma mucho más enérgica que el niño (varón) y deba luchar contra ella de manera mucho más intensa que aquél. Pues, junto con dicha práctica, la niña debe olvidar su primera decepción amorosa, el dolor de la primera pérdida de un objeto amoroso. Sabemos en el psicoanálisis con cuánta frecuencia esta represión de la actitud edípica negativa de la niña es del todo o parcialmente infructuosa. Para la niña, como para el niño (varón), resulta muy doloroso renunciar al primer objeto amoroso: en muchos casos la niña se aferra a éste durante un tiempo anormalmente prolongado. Ella trata de negar el castigo (castración), el cual inevitablemente la convencería de la naturaleza prohibida de sus deseos. Si más adelante su anhelo amoroso sufre una segunda decepción, esta vez en relación con el padre, quien no se muestra dispuesto a satisfacer sus demandas amorosas pasivas, a menudo tratará de regresar a su situación previa y de volver a asumir una actitud activa hacia la madre. En los casos extremos, esto conduce a la homosexualidad manifiesta, tan bien explicada por Freud en su obra: “Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina”. La paciente a la que Freud se refiere en ese trabajo hizo un tímido esfuerzo, al entrar en la adolescencia, de adoptar una actitud femenina frente al amor, pero, poco tiempo después se comportó como un «joven enamorado» frente a una mujer mayor a quien según, amaba. Al mismo tiempo era una «feminista» declarada, que negaba la diferencia entre el hombre y la mujer; así, había conseguido regresar a la fase negativa inicial del Complejo de Edipo.
Quizás sea más común otro proceso: la niña no niega del todo la realidad de la castración, sino que busca una sobrecompensación por su inferioridad corporal en un plano distinto del sexual (en la decisión de su vocación profesional, o empleo, o elección de pareja: un hombre afeminado). Pero al hacerlo, ella reprime por completo los deseos sexuales, es decir, permanece sexualmente insensible. Es como si esto simbolizara: “Ya que no puedo y no debo desear a mi madre, renunciaré a cualquier otro intento de desear en absoluto”. Su creencia de que posee un pene la desvía así a la esfera intelectual, pero no con la salvedad de tener una preparación profesional sino más bien dirigida a competir y conducirse desde una posición masculina con el hombre, bajo cualquier circunstancia.
Como tercera consecuencia posible, observamos: que una mujer puede establecer relaciones con un hombre y, sin embargo, seguir estando interiormente fijada al primer objeto de su amor: la madre, por lo que se siente obligada a presentar frígidez durante el coito porque inconscientemente no desea ni al padre ni a su sustituto, ya que sigue aferrada inconscientemente a la madre. Estas consideraciones nos permiten colocar bajo otra luz las “fantasías o sueños de prostitución” que desea realizar generalmente la mujer y que son muy comunes en ellas. Según este punto de vista, todo esto constituye un acto de venganza, no contra el padre sino más bien contra la madre.
El hecho de que las prostitutas a menudo sean bisexuales o incluso homosexuales (manifiestas o encubiertas) puede explicarse igualmente de esta manera: la prostituta se vuelca hacia el hombre como una forma de venganza contra la madre, pero su actitud no es de una entrega femenina pasiva (he aquí una de las razones de su frialdad en la intimidad) sino con una connotación activa (masculina); ella apresa al hombre en la calle, lo “castra simbólicamente” al tomar su dinero, y, de esta forma ella asume el rol masculino en el acto sexual, obligando al hombre (cliente) a desempeñar el papel femenino (pasivo).
Al considerar estas perturbaciones en el desarrollo de la mujer hasta una femineidad completa, debemos tener en cuenta dos posibilidades: la niña nunca ha sido capaz de renunciar por completo a su deseo de poseer a la madre y ha establecido así un vínculo endeble y precario con el padre; o bien ha realizado un violento intento de sustituir a la madre con el padre como objeto amoroso pero, después de sufrir una nueva decepción de parte de éste (padre), ha vuelto a su primera posición (madre) con la cual se posiciona su deseo como homosexual.
En su obra “Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia sexual anatómica” Freud señala el hecho de que los celos desempeñan un papel mucho más importante en la vida mental de las mujeres que en la de los hombres, opinando que la razón de ello es que, en el caso de las primeras, los celos se ven reforzados por un desplazamiento de la envidia del pene. Aquí deberíamos precisar que los celos de la mujer también se expresan más intensos y continuos que los del hombre porque ella jamás podrá retornar al primer objeto de amor (madre), mientras que el hombre, cuando sea adulto tiene la posibilidad de hacerlo (sustituto de la madre en otra mujer).


La sexualidad femenina en la actualidad.

“Tengo necesidad del sexo para sentirme viva, pero nunca he sentido realmente a un hombre”. Betty Friedan (refiriéndose a la expresión de otra mujer).

La práctica sexual de muchas mujeres contemporáneas pueden encontrarse en peores condiciones que sus predecesoras de la época Victoriana, aquellas mujeres no podían sentirse “respetables” si admitían, aunque sólo fuera para sí mismas, la existencia de deseos, fantasías o necesidades de índole sexual. En la actualidad, se ha convertido en un hecho deshonroso o al menos humillante, el que una mujer reconozca, frente a sí misma, u otro, que sus experiencias sexuales no han sido jamás un estallido fulminante de pasión.
Muchas mujeres durante el psicoanálisis manifiestan una ansiedad con respecto a su capacidad para tener un orgasmo, juzgando a este aspecto de su experiencia sexual como si fuera una suerte de piedra de toque del éxito, y que parece estar definido en términos bastante masculinos.
En un mundo en el que la actividad masculina (falocrática) fija las normas de lo que es valioso; la experiencia de la mujer, tanto en lo referente al sexo como en otros aspectos de la vida, toma el carácter de una lucha extrañamente ambigua contra la dominación masculina. Esa dominación es algo que se da por sentado; incluso se la acepta, en el sentido de que es el hombre el que establece las normas. Pues, al mismo tiempo que se aparta de esa norma se inferior. De allí que muchas mujeres sientan que posicionarse como “pasivas” sea sinónimo de inferioridad.
Algunas mujeres llegan a someterse, no se rebelan, no se vuelven agresivas ni se convierten en una amenaza para la vida del hombre, pero su incapacidad, ya sea para disfrutar del rol que les fue asignado, o para reaccionar contra él, la arrastra a la desesperación y a una suerte de desintegración del Yo.
La novelista inglesa Doris Lessing relata un vivo retrato de este tipo de mujer en su novela: “A Man and Two Women”, particularmente en el cuento “To Room Nineteen”, en el que describe a una fémina joven, feliz en su matrimonio, con un marido atractivo, hijos, amigos y dinero. Y, sin embargo, toda la existencia de esta mujer es una farsa. Lo único real para ella son los momentos que pasa sola en un hotel de paso. Por último, hasta esta experiencia pierde su significado. La vida se ha vuelto insoportable para ella, y abre la llave del gas; se sentía —dice la protagonista— “bastante satisfecha allí tirada, escuchando el débil y susurrante silbido del gas que se propagaba velozmente en la habitación, en mis pulmones, en mi cerebro, conforme me iba hundiendo cada vez más en las tinieblas”.
Incluso podemos observar mujeres en cierta posición que no echan mano de la agresividad para expresar su resentimiento hacia su partenaire en particular y hacia todos los hombres en general, pero padecen en mayor o menor medida dicho resentimiento y reaccionan frente a él, volcándose hacia el contacto sexual como una forma de obtener consuelo, encontrándolo inmediatamente casi siempre insatisfactorio. El acto sexual se ha visto despojado de esa sensación de íntima comunicación personal, sin llegar a convertirse en una experiencia enteramente complaciente, si bien limitada.
Así muchas mujeres de nuestra época se encuentran en un estado de rebelión contra la pasividad que nuestra cultura les imponen. Debemos recordar que esta rebelión tiene una antigüedad de varias generaciones, pero ha alcanzada una suerte de clímax en nuestra época. Como reacción frente a la dominación masculina, aun cuando el tipo de feminismo anterior a la Primera Guerra Mundial rara vez se manifestaba, las mujeres se han vuelto más agresivas, en particular en el aspecto sexual; puesto que en la vida íntima, del mismo modo que en la vida económica, se ha producido una «revolución de crecientes expectativas».
Hace cincuenta años, regularmente las mujeres no sólo esperaban ser pedidas en matrimonio (o al menos intentaban que nadie se diera cuenta de que andaban “urgidas de marido”) sino que, de casadas, consideraban que su rol consistía en estar al servicio del placer de su marido, y raramente experimentaban placer ellas mismas.
Las féminas de hoy ya no les basta dar satisfacción a su partenaire; también ellas quieren recibir su parte. Tal vez ellas siempre hayan anhelado esa satisfacción, después de todo, aunque lamentablemente el folklore de muchos pueblos sigue posicionando a la mujer como «insaciable».
Las mujeres no sólo desean y esperan obtener satisfacción sexual antes y durante el matrimonio, sino que se culpan a sí mismas y a sus partenaires si no llegan a alcanzar ese placer anhelado, y en las formas establecidas de antemano. Formulada en estos términos, el imperativo de tener una experiencia sexual satisfactoria crea problemas, tanto en el hombre como en la mujer.
Algunos hombres casados o solteros pueden buscar mujeres conocedoras del “arte amatorio”, para ellos esto resulta estimulante pero al final, casi todos piensan que una mujer sexualmente activa constituye una amenaza por lo que terminan huyendo.
Como respuesta —o quizás como retaliación— los hombres se vuelven pasivos con su partenaire y ellas se vinculan a ellos aunque que no les proporcione el tipo de experiencia sexual que creen les corresponde como herencia propia. Y sin embargo, al mismo tiempo la mujer tiende a culparse por no ser lo “suficientemente mujer” como para sacar, a su pareja de la pasividad.


Precisiones sobre la perversión.

Sigmund Freud señala que la perversión en los sujetos (hombres) es consecuencia del Complejo de Edipo no resuelto que incluye como componente central y fundamental la angustia producida por la castración. Cuando el niño edípico varón llega a la edad adulta es incapaz de experimentar la primacía genital con una mujer, ya que su madre permanece en su inconsciente y siente una extrema angustia ante la posible castración ejercida por su padre por lo negará la diferenciación entre los sexos y por lo tanto crea una “madre fálica”.
Esta teoría ha sido cuestionada por otros investigadores a la luz de estudios sistemáticos de las observaciones de la simbiosis madre-bebé y la conciencia de la importancia que tiene para ambos sexos el período de apego a la madre, o la llamada fase preedípica. En la actualidad se considera que la psicopatología perversa en los hombres se desarrolla en esta etapa, durante la cual la psicogénesis está profundamente relacionada con los intensos temores de ser “abandonado” o “seducido” por la madre; parece evidente entonces que la perversión masculina es el resultado de una conflictiva maternidad inicial. Pero por otro, son pocos los estudios sobre el origen de la perversión en las mujeres, posiblemente por una “represión”, para reconocer que también en estas existe, aunque se manifieste de diferentes maneras.
¿Por qué resulta tan difícil conceptualizar la noción de maternidad perversa y otros comportamientos femeninos perversos de acuerdo a una psicopatología diferenciada, por completo distinta, que se origina en el cuerpo femenino y sus atributos inherentes? Las ideas preconcebidas de los hombres han dificultado la comprensión de algunos comportamientos de las mujeres, incluyendo las perversiones femeninas, en ocasiones hasta el punto de negar toda evidencia de que éstas existan.
Debemos señalar que tanto para hombres como para las mujeres la perversión implica una profunda ruptura entre la sexualidad genital como fuerza vital –o amorosa– y lo que se encubre como sexual, pero que en realidad corresponde a etapas mucho más primitivas en las que la pregenitalidad impregna todo el cuadro.
En el caso de la perversión del hombre (macho), la profunda ruptura se da entre lo que el sujeto experimenta como su madurez anatómica y las representaciones mentales de su cuerpo, en el que se ve a sí mismo como un bebé incontenible y desesperado. Por lo tanto, aunque responda físicamente con un orgasmo genital, sus fantasías pertenecen a las etapas preedípicas. Durante la etapa adulta de este sujeto es cuando regularmente suele prepararse para “vengarse”. No es consciente de su odio. De hecho, habitualmente no comprende qué es lo que le domina ni por qué hace esas cosas que, en realidad no le proporcionan más placer que una efímera sensación de bienestar, aunque dure lo suficiente como para aliviar su creciente angustia. Desconoce por qué una sensación extraña, que sabe que no es correcta, hace que se sienta mejor, sólo por un tiempo. Le resulta aun más desconcertante saber que existen alternativas que obviamente le serían mucho más satisfactorias y que son aceptables socialmente. Es consciente, con todo el dolor que ello implica, de la compulsión a repetir la acción, pero no es del todo consciente de la hostilidad que la provoca. Además, la certeza de quién es la persona a la que odia y de la que quiere vengarse, permanece sumergida en su inconsciente, sobra decir que es el primer objeto (madre).
La principal diferencia entre la acción perversa de los hombres y de las mujeres está en el objeto. Mientras que en el caso de los hombres el acto se dirige hacia un objeto parcial externo, en el de las mujeres habitualmente se dirige contra sí mismas, bien contra sus cuerpos o contra objetos que consideran de su propia creación: sus hijos. En ambos casos, cuerpos e hijos son tratados como objetos parciales.
El perverso, sea hombre o mujer “siente” que no se le ha permitido disfrutar de la sensación de una evolución propia como sujeto diferenciado, con una identidad propia; en otras palabras, no ha experimentado la libertad de ser él mismo. Esto crea en su interior una profunda convicción de que, no es un ser total sino un objeto parte de su madre, tal y como experimentó a su madre en sus primeros años de vida. Con anterioridad, se había sentido no querido, ni deseado, e ignorado, o alternativamente, como una parte muy importante pero casi indiferenciable de la vida de sus padres (regularmente de su madre). En este último caso se sentiría sofocado y sobreprotegido (lo que en términos reales significa completamente desprotegido). Ambas situaciones crean una enorme inseguridad y vulnerabilidad, e inducen un odio intenso hacia el sujeto que las ha provocado, y que a su vez era lo más importante cuando era un infante: su madre. Por lo que estos sujetos pasan de ser víctimas a ser verdugos. En sus acciones perpetran las represalias y humillaciones que previamente se les infligieron. Tratan a sus víctimas de la misma forma en que ellos se sintieron tratados: como objeto parciales que sólo existen para “satisfacer caprichos y extrañas expectativas”. Tal aparente actuación sexual es una defensa maníaca contra los terribles temores relacionados con la amenaza de perder a la madre y un sentido de identidad.
«El rasgo fundamental de la perversión es que, simbólicamente, el sujeto intenta vencer el miedo terrible a perder a su madre a través de la acción perversa».En la infancia nunca se sintió a salvo con su madre, por el contrario consideraba a su madre como algo muy peligroso, lo que le producía una sensación de máxima vulnerabilidad. Por consiguiente, la motivación subyacente a la perversión es de tipo hostil y sádico. Este mecanismo inconsciente es característico de la mente perversa.
Hagamos un paréntesis y recordemos las las ideas de Ronald David Laing sobre las madres esquizofrenicas, postulados que fueron malinterpretadas por los profesionales de la salud mental y del público en general en culpar a estas mujeres porque “enviaban” mensajes contradictorios (anteriormente, en términos de Gregory Bateson, de doble vínculo) a sus hijos. Por consiguiente, en la psique de estos infantes reinaba la confusión; sentían que sus progenitoras no les permitían nunca saber lo que estaba bien o mal, dando con ello el comienzo a una estructura psicótica.
La desinformación o la ignorancia puede causar en los profesionales de la salud mental y del lego que hagan un señalamiento equivocado sobre este tipo de mujeres, sin preguntarse ¿y sus madres de estas féminas, cómo fueron? Generalmente a las madres se les considera automáticamente responsables de la condición de sus hijos. No se les comprende en forma real ni compasivamente; por el contrario, son condenadas por su mal comportamiento hacia sus vástagos. Tan sólo unos pocos observadores de la profesión clínica reconocen que estas madres a su vez habían atravesado experiencias traumáticas en su infancia, que en parte las ha conducido a actitudes crueles hacia sus hijos. La víctima casi siempre producirá más víctimas.