¿Cómo llegó a ser socialmente aceptable que un hombre insista en sus derechos sexuales cada vez que lo desea, mientras que la mujer los debe reprimir? ¿Se deberá posiblemente al hecho de que ante la violación la mujer es un ser relativamente indefenso por sus condiciones físicas? Esto debió ejercer cierta influencia en el desarrollo de muchas culturas. Sin embargo, con frecuencia se ha demostrado que incluso la violación no resulta demasiado sencilla si no hay cierta “cooperación” por parte de la mujer.
El trastorno neurótico del vaginismo ilustra que en algunas circunstancias, esa renuencia inconsciente a tener relación sexuales puede bloquear en forma significativa la libido del hombre. Si bien la fuerza física superior de éste puede ser un factor importante en la frecuencia de condescendencia pasiva femenina, también deben existir otros factores.
Para encontrar algunas respuestas debemos examinar los aspectos socioculturales que son significativos en este sentido, y que cuentan con cierta “aprobación” tanto de hombres como de mujeres en el sentido de la creencia que la pulsión sexual femenina no es tan apremiante como la masculina; por consiguiente, para ellas no es necesario satisfacerlo de forma inmediata. Aunque poco a poco se ha ido abandonando esta idea con la creciente tendencia de la mujer de afrontar y asumir en plenitud su sexualidad, siendo capaz de expresarlo ante sí misma, ante sus congéneres, ante su pareja, ante la sociedad en general, aunque ya en la intimidad del lecho no siempre se ponga lamentablemente en práctica, también existen otras féminas que dicha libertad sexual les atemoriza. Además, y en forma casi simultánea, otro aspecto importante de la vida sexual de la mujer ha ido perdiendo importancia, esto es, la posibilidad de tener hijos. La maternidad ya no es algo deseado por muchas de ellas. Por cierto, un tema muy amplio para investigar sus causas desde el psicoanálisis.
Hasta hace unas cuantas décadas se suponía que las necesidades sexuales de la mujer eran casi inexistente, se esperaba que ellas fueran capaces de controlar sus deseos sexuales en todo momento, por lo que un embarazo fuera de matrimonio denotaba debilidad o concupiscencia de la mujer. La participación del hombre en dicho embarazo era mirado con más tolerancia, y éste no se hacía merecedor de ninguna o casi ninguna deshonra social.
El hecho de que la mujer pudiera ocultar mucho mejor su excitación sexual a comparación del hombre, contribuyó en parte a la propagación de la idea que estableció cierto patrón en el que la obediente fémina se ofrecía a su pareja sin participar activamente en el coito. Muchas mujeres “normales” aceptan esta situación, pero seguramente en el fondo les resulta muy difícil asumir. Cabe agregar que un considerable número de hombres les causa cierta “incomodidad” cualquier expresión de intensa pasión de su pareja. Incluso existen hombres que les puede causar repugnancia si su mujer responde voluptuosamente en el intercambio sexual. Esto puede llevar a la fémina a ocultar su deseo sexual, incluyendo el orgasmo, sintiéndose desgraciada y furiosa.
Ahora bien, no sólo encontramos en las mujeres frígidas —quienes al advertir su ineptitud como compañeras sexuales— tratan de compensarla de la mejor manera posible con una entrega sin participación; en muchos casos, descubrimos también esa actitud aun en las mujeres con una respuesta sexual adecuada; ellas han aceptado la idea de que las necesidades del hombre son más importantes que las suyas y que, por ende, los deseos y las necesidades de aquél son soberanas.
La creencia errónea de que la vida sexual de la mujer no es tan apasionada ni perentoria como la del hombre, puede dar lugar a dos lamentables situaciones: puede inhibir la natural expresión de deseo de la mujer por temor a parecer una prostituta, o bien puede llevarla a creer que debe estar dispuesta a avenirse en todas las ocasiones que lo desee el hombre, por lo que vale decir, que ella no tiene ningún derecho propio para manifestarse u oponerse respectivamente. Ambos extremos representan un obstáculo en ella para su expresión espontánea con lo que surge el resentimiento y el descontento. Esto aunado al poco interés del hombre por despertar la pasión de ella y de la escasa importancia que le brinda al arte de amar, lleva a la pareja a un inevitable fracaso.
Cuando se desvaloriza un aspecto importante de la vida de un sujeto, ello tiene un efecto negativo sobre su autoestima. Lo que una mujer tiene en realidad para ofrecer en materia de correspondencia sexual se convierte en algo despreciable, y esto desvaloriza su Yo y su apariencia corporal.
La segunda manera en que nuestra cultura ha subestimado el patrimonio sexual de la mujer es desvalorizando sus genitales. En la terminología clásica, esto está relacionado con la idea de la “envidia del pene” (Teoría propuesta por el psicoanálisis) lo que nos convierte en una sociedad falocentrista. Pero debemos señalar enfáticamente que la idea de la “envidia del pene” es un concepto masculino: “Es el hombre quien experimenta al pene como un órgano valioso y supone que las mujeres también deben compartir ese sentimiento”. Pero es una idea ingenua pensar que una mujer realmente pueda imaginar portar su propio pene y con eso gozar, como lo hace el hombre con el suyo; más bien se percata de las ventajas socioculturales que tiene, quien porta un pene*.
Lo que una mujer necesita es más bien sentir la importancia de sus propios órganos y la aceptación de su cuerpo en general, y que cada una de sus funciones constituye una necesidad básica para consolidar su autoestima.
La mujer de complexión robusta, morena y baja de estatura tal vez crea que sería más deseada por los hombres si fuera rubia, alta y delgada; en otras palabras, si fuera otra persona. La solución de su problema —desde el psicoanálisis— no reside en el hecho de volverse rubia sino en descubrir por qué no se acepta tal como es. El psicoanálisis revelará que alguna persona significativa durante sus primeros años de vida prefería a las rubias, o bien que el hecho de ser morena se ha asociado con alguna otra característica inaceptable.
En nuestra cultura, la relación sexual ha merecido la desaprobación por el puritanismo. El ideal puritano consiste en la negación del placer erótico corporal, y esto hace que los deseos sexuales se conviertan en algo vergonzoso. En nuestros días seguimos encontrando indicios de esta actitud en los sentimientos expresados por ambos sexos. También existe otra actitud que desvaloriza la sexualidad, en particular la sexualidad femenina. Estamos inmersos en una sociedad que pone gran énfasis en la pulcritud. Para muchos sujetos, los genitales entran en la categoría de órganos excretorios, asociándose así con la idea de algo sucio. En el caso del hombre, parte de esa consigna desaparece porque él se libra de la menstruación. La mujer, en cambio, es quien la presenta y, cuando su actitud se ha visto fuertemente influida por el concepto de algo sucio o desagradable, ello acrecienta su sensación de ser inaceptable, y esto aunado a la opinión de su partenaire de que efectivamente sus flujos menstruales tienen un olor nauseabundo, fortalecen el convencimiento de la fémina de que los desechos de sus genitales son verdaderamente repugnantes.
El desenfrenado placer que el niño experimenta frente a su cuerpo y a los flujos que emanan de él comienza a reprimirse a edad muy temprana, Esto constituye una parte fundamental de la educación básica. A la mayoría de las personas les resulta muy difícil aceptar el efecto pernicioso que esto constituye sobre la vida psíquica y emocional del sujeto; si esa actitud fuera más permisiva entonces algunos trastornos que presentan ciertos sujetos sencillamente no existirían. Lo que ocurre es que ese tipo de educación, implementado por el mercado de consumo capitalista ha creado una especie de actitud repulsiva hacia los flujos corporales.
La moralidad de esfínter, como la llamó Sandor Ferenczi, se extiende más allá del control de la orina y de las heces; en cierto modo, incluye también a los flujos vaginales, semen, sudor, mucosidad, etcétera. Es evidente que estos flujos tienen una enormemente influencia en las actitudes que toman hombres y mujeres al respecto, que pueden llegar a ser completamente repugnantes. Ese intento de algunos sujetos de controlar la expulsión del excremento, orina, etcétera, aunque de manera incipiente, dado que es una cuestión biológica que está más allá de la capacidad psíquica del sujeto para retener, nos muestra claramente como se ha creado un sentimiento de inaceptabilidad y suciedad al respecto.
*Desde el psicoanálisis existen algunas mujeres que efectivamente desean poseer un pene propio, pero únicamente el análisis puede confirmar esto, lo que obviamente las ubica dentro de la psicopatología.